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martes, 28 de septiembre de 2010

ADORAR EN HUMILDAD



ADORAR EN HUMILDAD


“El levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo” (Sal 113,7-8).

1. Reflexión

La verdadera adoración es inseparable de la verdadera humildad, porque ésta nos sitúa a cada uno en nuestro sitio, sacándonos de los tronos de soberbia en los que nos gustaría mantenernos, para ser antagonistas de Dios y recibir la gloria que sólo a él se debe. Por eso necesitamos saber cuanto podamos acerca de la humildad y tratar de vivirla con todas nuestras fuerzas, sabiendo que la raíz de la soberbia que hay en nuestra naturaleza humana está siempre dispuesta a ocupar el trono con que sueña. Pero ¿qué es la humildad?

Se han dado muchas y muy variadas definiciones, pero nos interesa más entender qué es la humildad que tener una buena definición. Así pues diremos:

• Humildad es reconocer la propia pequeñez. No se trata de despreciarse a sí mismo, sino de la sencilla actitud de quien reconoce sus límites y no se sobre valora ante Dios, ni ante el prójimo, ni ante sí mismo.

• La humildad del hombre está en la verdad: en la verdad sobre su naturaleza, sobre lo que es suyo y lo que ha recibido, en la verdad sobre su peso específico de criatura, particularmente en relación a su Creador.

• La verdadera humildad se funda sobre todo en dos cosas: la verdad y la justicia. La primera –la verdad- nos da el conocimiento real de nosotros mismos, haciéndonos saber que todo lo que tenemos, sean dones naturales o sobrenaturales, lo hemos recibido de Dios; la segunda –la justicia- nos exige darle a Dios todo el honor y la gloria, porque sólo a él pertenecen.

• La verdadera humildad nos lleva a admitir con toda la naturalidad y a confesar sin ningún esfuerzo, porque creemos que realmente es así, lo que dijo el Maestro: “Después de haber hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer’” (Lc 171,10).

• Las dos razones para la humildad son la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre. La humildad que se opone a la soberbia se halla a nivel profundo: es la actitud apropiada de la criatura ante el creador omnipotente y tres veces santo.

Se puede hablar de la humildad antes y después de Cristo, porque sólo con su enseñanza y su ejemplo llegamos a conocer la verdadera humildad. La humildad bíblica es ante todo la modestia que se opone a la vanidad; el modesto, no se fía de su propio juicio y dice: “No está inflado mi corazón, ni mis ojos subidos. No he tomado un camino de grandezas ni de prodigios que me vienen anchos” (Sal 131,1). A partir de Cristo, la humildad perfecta es la de Cristo. Él nos enseña que no consiste en ser pequeños ni en sentirse pequeños, sino en hacerse pequeños; y la Palabra nos hace ver que ser humildes implica una verdadera imitación del Maestro: “Tened los mismos sentimientos de Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,5-8). Y algo que no solemos aprender casi nunca: la obediencia es el catalizador de la humildad.

2. Palabra profética

"No os asustéis de vuestro barro; es a partir de él cuando yo puedo hacer una obra maestra; son mis manos las que hacen la obra, no es el barro. Pero necesito que dejéis mis manos libres para trabajar en vosotros; dejadme trabajar vuestro barro y veréis la obra maestra que puedo sacar de él. Es mi misericordia la que lo hace; es mi amor y sólo mi amor. Nada sois, nada valéis. Reconocedlo: todo es obra mía".

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