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martes, 28 de septiembre de 2010

LA MENTE DOBLE


"¿Por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo?" (Lc 6,46)

1. Reflexión

Una de las mayores dificultades que suele haber en la persona para llegar a ser un buen adorador está relacionada con su mente. Sabemos que podemos hablar de tres niveles o situaciones de mente: la carnal, la renovada y la doble.

La mente carnal está ocupada por los criterios del mundo, contrarios en su mayor parte a los criterios de Dios o indiferentes en algunos casos; la mente renovada se rige por los criterios de la palabra revelada y los propone a la voluntad para que sus decisiones sean de acuerdo con ellos; la mente doble se caracteriza por un estado intermedio, donde se hallan mezclados los criterios de Dios con los del mundo y, en consecuencia, la conducta es también una mezcla de comportamientos mundanos al lado de otros que tienen el signo de la vida en el Espíritu.

Como la renovación de la mente implica transformación del hombre viejo en el Hombre nuevo, lenta por naturaleza y obstaculizada por los enemigos del espíritu, la mayor parte de las personas que se han convertido a Cristo están caminando desde la posición de mente doble, al menos durante mucho tiempo.

Esto es normal y no es obstáculo para la adoración con tal que estemos trabajando con todas nuestras fuerzas en esa renovación de la mente. El problema surge cuando nos detenemos es esa posición intermedia, con una actitud más o menos evidente de querer acomodarnos a la situación y establecer una armonía imposible entre los criterios del mundo y los criterios de Dios, con el fin de llevar una doble vida, en la que hemos renunciado al pecado en sus formas más ostensibles, pero no estamos dispuestos a esforzarnos para erradicar toda huella de pecado y dejar que el Espíritu lleve a cabo la obra de santificación y transformación que quiere hacer en nosotros.

Esta situación se corresponde con aquello que dijo el Señor: "No se puede servir a dos señores" (Mt 6,24). Llevada la expresión al terreno de la adoración, podemos decir: No se puede adorar a dos señores, no se puede adorar a Dios por la mañana y al mundo y la carne por la tarde. No se puede, aunque seamos tan necios que lo intentemos una y otra vez. La gravedad y el peligro de esta situación derivan del hecho de que, para quedarnos tranquilos, solemos engañarnos a nosotros mismos, lo cual es una de las mayores necedades que puede cometer un cristiano.

La palabra de Dios rechaza la permanencia de los hijos de Dios en la mente doble cuando nos dice: "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12,2). La meta es llegar a decir como Pablo: "Nosotros tenemos la mente de Cristo" (1 Co 2,16). Mientras tanto, todo lo que haya en nosotros que no sea mente de Cristo será un obstáculo para la adoración, porque sólo lo puro y santificado, sólo lo transformado en Cristo puede postrarse en adoración ante el Trono de santidad, de gloria y de majestad.

2. Palabra profética

En adoración:

Visión de un hombre que, provisto de martillo y cincel, golpea una piedra muy dura. Cada golpe que da hace saltar al cincel y se ve al hombre sudoroso.

Palabra: "Así es vuestra mente con sus criterios, es lo más costoso de moldear; pero, cuando venís a la adoración, esa piedra se ablanda con mi amor; yo os voy moldeando sin que os deis cuenta. En la adoración vuestra mente es renovada y vuestros criterios sometidos a los míos. Aquí os vais transformando a mi imagen; aquí mi santidad os alcanza y sois santificados".

Visión de un cofre repleto de monedas de oro y joyas. Hay unas manos repartiéndolas a personas que pasaban por allí; pero algunos ni siquiera acercan sus manos para recibir esos tesoros; y el que los reparte se queda con las manos llenas mientras esas personas se van con las manos vacías.

Palabra: "Así sucede en la adoración: mis manos derraman bendiciones que no se acaban ni pasan porque son bendiciones de vida eterna, pero a veces quedan en mis manos, porque no acercáis las vuestras. ¿Cómo puedo convenceros de la importancia de la adoración? Venís con el corazón y la mente tan embotados y tan repletos que muchas veces ni siquiera tenéis fuerzas para levantar las manos y recibir mis bendiciones mientras yo, vuestro Dios, sigo esperando".

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