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miércoles, 15 de septiembre de 2010

AGONIA (CUARTA PARTE)


CUARTA PARTE

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La resurrección sólo llega porque primero hay una crucifixión. La cruz afirma siempre la resurrección. Lo segundo es imposible sin lo primero.

No puede un peregrino aprender mayor lección que esta: la crucifixión es la invitación de Dios a la resurrección.

Cuando uno desea la resurrección solicita así mismo la cruz.

Si tu Señor decretó una crucifixión en tu vida, fue una invitación para conocer la resurrección. Esa invitación, querido hijito de Dios, es un honor.

La esencia de la crucifixión consiste en que es un portal que hay que atravesar para llegar a la plenitud de la resurrección.

La crucifixión es una invitación del más alto standing para el más alto de los reinos.

Un crucificado tiene a su alcance el más alto nivel del cristiano vivir... la vida más allá de la crucifixión. Vivir en resurrección. Esa es la más alta instancia de vida cristiana.

La meta de tu Señor en todas las crucifixiones es traer a una persona a un lugar de vida que está más allá de esta creación visible... ¡vivir en una nueva creación en la que el pasado se ha evaporado por completo!

Jesucristo lo perdió todo en la crucifixión. Todo cuanto consiguió en esta tierra fue destruido. Cuando los hombres le depositaron en una tumba, nada podía mostrar que respaldara sus treinta y tres años sobre la tierra.

Sin embargo, en esta su pérdida de todas las cosas, soportó la cruz y despreció la vergüenza. ¿Por qué? Porque sabía que había una gloria esperándole en el futuro. Así funcionan las cosas en una crucifixión.

Ahora mismo es posible que estés colgando de una cruz, pero tiene un propósito. Una resurrección te está esperando, tan gloriosa que echará en el olvido los propios recuerdos de esa cruz.

Contempla la belleza, el honor de ser crucificado por cristianos. ¿El propósito de Dios? Ese propósito incluye tu resurrección.

¡La vida resucitada está por encima de la vida que anteriormente fue vivida! Siempre.

Gracias a Él por el privilegio de ser crucificado. Contempla el gozo inefable, la oportunidad sin parangón que tan sólo la crucifixión te permite. Contempla ante ti una luz cegadora. Es un día nuevo. Admira esa nueva creación. Esa nueva creación, que sólo puede vivirse en resurrección, se encuentra mucho más allá y más arriba del punto en que una crucifixión es capaz de alcanzarte.

Estás rozando la resurrección con la punta de tus dedos. Pero con la misma certeza con que no puede haber resurrección sin crucifixión, no puede haber auténtica crucifixión sin Getsemaní. Haz las paces con Dios.

Él quiso tu crucifixión para que puedas ver tu propia reacción; para que pudieses contemplar tu lado oscuro; para que tu lado oscuro, tan solapado a tu vida y personalidad, sea tratado; para que puedas hallar tu senda hacia Su mano soberana y rendirte a los misterios de Sus caminos; para que tu voluntad pueda tocar en la misma nota.

Únete a tu Señor en Getsemaní, únete a Él en el Gólgota. ¡Es entonces cuando puedes unirte a Él en resurrección!

Él desea que le permitas que sea tu todo. Él quiso que vinieras a aceptar que todas las cosas se originan en Él. ¡Por amor!

¡En este momento tu Señor camina y vive en resurrección! Él vive más allá de. Él vive más allá de lo peor que pudiera suceder. Él vive más allá de lo peor que pudiera ocurrir porque le ocurrió lo peor. ¡Él vive más allá de la Muerte!

Dicha senda de gloria está ahora abierta para ti. Un Señor resucitado está esperando a un creyente en agonías de muerte.

¿Cuál es la diferencia entre la vida y la vida resucitada? Esta: ¡puedes matar la vida! Mira hacia el Gólgota y aprende que aún la vida divina puede matarse. Pero no puedes matar la vida de resurrección. No puedes matar la vida divina que se halla al otro lado de la crucifixión. La vida divina… crucificada. La vida divina… resucitada. No hay nada que pueda tocar esa vida. Cuando te has levantado de los muertos, ¡¡nada puede tocarte!!

Hay un propósito grande y glorioso en la cruz, ¿verdad?

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¿Qué sucede si en el futuro vuelves a ser tratado de un modo brutal por cristianos? El pensamiento es detestable, ¿verdad? Pero ha ocurrido. Hay cristianos que han sido crucificados fría y calculadoramente por otros… en más de una ocasión.

¿Cuál será tu destino si eso volviera a suceder?

Si has tratado con esa primera crucifixión, si has perdonado a tus verdugos, si tomas esa primera crucifixión de la mano de Dios, si te has levantado de entre los muertos… entonces, si vuelve a suceder, de nuevo volverás a sobrevivir. Volverás a servirle… con libertad y con confianza.

Por la gracia que sólo puede otorgarse por medio del Espíritu Santo, y por medio de dones que no pertenece al hombre otorgar, trataste asuntos con tu Señor; y Él trató contigo, te tocó, y te dio la gracia para vivir. Lo hará de nuevo.

Saldrás de ese trauma, levantándote de nuevo, ¡preparado para arriesgarlo todo de nuevo! Para Su gloria. Para Su honor.

Es difícil ser destruido por lo ya conquistado. Es raro que los hombres sean destruidos por lo que no pudo destruirlos previamente.

Pero si ese primer sórdido apuro no se enfrenta, si nunca te liberas de los recuerdos, si no hay Getsemaní, entonces esa segunda crucifixión tan sólo te enterrará más hondo en un abismo de amargura sin esperanza. De hecho, esa segunda crucifixión no será crucifixión alguna. Sólo será otra escena desagradable: cristianos peleándose con otros cristianos. Únicamente lo verás como una prueba más de lo depravado que es el pueblo de Dios. Únicamente añadirá más leña a tus recuerdos de pesadilla… recuerdos como los que ahora mismo pudieran estar hechizando los pasadizos de tu mente.

¿Es esta la porción que escoges para ti? Peor aún, ¿es este el retrato de tu futuro? Si no hubiera otra razón aparte de seguir amando como un niño a Jesús, escoge la crucifixión… a manos de Dios.

Digamos que enfrentas ser crucificado por cristianos a un nivel tan noble. ¿Qué queda por delante?

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¿Una vida más alta que la vida de Dios?

La idea misma es incomprensible. Todo el mundo sabe que la vida de Dios es la vida más alta de todas.

Pero no lo es.

La vida más alta de toda la historia del universo es la vida de Dios… que ha experimentado la muerte. La vida de Dios… resucitada. Esa es la vida más alta.

El mayor enemigo de Dios, Su último enemigo, Su único enemigo, era la Muerte. Cuando uno ha derrotado al mayor de sus enemigos no hay otro enemigo. Un enemigo menor que tu mayor enemigo jamás podría inflingirte dolor mayor que aquel que puede infligir tu mayor enemigo. La derrota de tu mayor enemigo deja al resto de enemigos en una posición mucho más debilitada.

Cuando has sido golpeado por la peor de las circunstancias y te levantas en victoria de entre las cenizas, aquellas circunstancias previas han perdido su agudo filo. Su poder se quiebra.

Nada puede detener a Jesucristo porque ha ascendido por sobre la Muerte. Los demás enemigos tienen armas menos poderosas que usar contra Él que la propia Muerte. No hay otro enemigo a la par de la Muerte. Jesucristo fue inmolado por la Muerte, después inmoló a la muerte y se levantó de entre los muertos. La Muerte nunca jamás podrá tocarle. La Muerte es menor que lo que Cristo es. Así mismo, la crucifixión es menor que lo que Cristo es.

¿Qué significa esto para ti? Este Señor triunfante, y Su triunfante forma de vida, ¡vive en ti! Deja que esa vida viva. Deja que esa vida te conduzca a tu muerte. Deja que esa vida te levante de la masacre, el dolor, la destrucción y las cenizas del Gólgota y de la muerte. Abraza los requisitos a que te obliga la crucifixión. Hasta que alguien venga con algo para tu vida que sea peor que ser crucificado por cristianos, entonces ser crucificado por cristianos es menos que la vida que opera en ti.

¿Te das cuenta de lo que esto conlleva para tu vida cristiana? Eres capaz de continuar en tu caminar con el Señor, más arriba y más profundamente, hasta el día en que seas golpeado por algo peor que ser crucificado.

¿No es pues la crucifixión de gran valía? ¿No ves las huellas digitales de Dios en tu situación actual? Tu Señor ha puesto a tu disposición la posibilidad de vivir por encima de la crueldad del hombre (incluso la crueldad de los cristianos), ¡para poder salir sin un sólo rasguño!

Resuelve tu crucifixión. La resurrección te está esperando. Conllevará un acto más poderoso que la crucifixión evitar tu ascensión junto a Él. ¡Una expectativa poco probable!

Tu Señor cree que tienes el derecho de vivir por la vida de resurrección. La vida de resurrección es una vida que sólo existe en la medida en que es una vida que ha atravesado todo el valle de la crucifixión.

Él espera tu permiso, tu permiso para ser crucificado al estilo y manera de Cristo. Eso le da a Él permiso para levantarte de la tumba.

(Patalear y gritar, resentirte, razonar y los berrinches no son parte de Sus caminos. Nunca conseguirás crear tu versión de cómo has de ser crucificado. Te sometes a lo que se abalanza sobre ti.)

Sin embargo, esto no es todo.

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¿En qué creación vives ahora?

La cruz se sostiene entre dos creaciones, en la línea divisora entre dos esferas, dos universos, entre una antigua y una nueva creación. Esa nueva creación es Cristo Mismo.

Una creación ha caído… y es terriblemente antigua. Esta creación existe hasta el tiempo de la cruz, pero nunca existe más allá de la cruz.

Esa segunda creación, ese nuevo reino, esa creación totalmente nueva, vive más allá de la cruz.

La nueva creación es sobresaliente. ¡Nada sabe de la vieja creación! Ni tampoco sabe la nueva creación nada de las injusticias de la cruz. La historia de la primera creación toca a su fin al relatar la historia de la cruz. Ese es el Tomo I. El Tomo II es la historia de la nueva creación. Esa historia comienza con el relato de una tumba vacía. Nada sabe de la historia pasada. Para la nueva creación, la historia pasada es el relato del nacimiento de esa creación ¡en el instante que Cristo resucitó! Este Tomo no contiene registros de archivos que existieran antes de la resurrección; nada sabe de creaciones que existieran antes de que naciera. No tiene antecedentes de hechos malvados. Esa creación irreemplazable absorbe su propia existencia, su vida, su sustento, de la Vida más alta que existe… la Vida divina y resucitada de Dios. Tu Señor es la única Vida en esta extraordinaria nueva creación.
¿Haces memoria de la relación que tenías con Cristo los primerísimos días tras ser salvo… con plena certidumbre, con plena confianza, con plena esperanza y con pleno regocijo en todas las cosas?

Al permitir que la vieja creación en la que ahora vives desaparezca para siempre, la belleza de la resurrección no se hace esperar. Al adentrarte en esa nueva creación descubres que los elementos de la vieja creación han dejado de existir.

La aceptación de la cruz no es poca cosa, pues.

Se está haciendo tarde. Hemos charlado juntos un buen rato. Daré por finalizado nuestro tiempo juntos haciendo una pregunta a dos personas que han sido crucificados por cristianos. Una de estas personas eres tú. La otra no eres tú, y nunca lo será.

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Una pregunta para acabar.

¿Cuál de estas dos personas eres tú? La respuesta lo descubre. ¿Cómo es posible? La respuesta que des te permite averiguar en qué creación estás viviendo. He aquí la cuestión. Sólo puede haber dos posibles respuestas. La respuesta que des decide quién eres tú.

¿Has sido crucificado por cristianos alguna vez?

Sí, fui crucificado por cristianos.

¡Me sucedió sin que me lo esperara! No me adaptaba, así que alguien me corrigió. Después me confrontaron. Poco a poco los rumores se extendieron por todos lados. Al final me dieron una seria advertencia. Por aquel entonces casi todo el mundo se había vuelto en contra mía. Recibía adustas cartas y llamadas que me ponían en evidencia. Nuevos chismes me sobrevenían día a día. En poco tiempo casi todo cristiano conocido se había alejado de mí o se había puesto en contra mía. Muchos me atacaron con saña. Jamás había oído tantas mentiras y distorsiones. Al final me excomunicaron, me denigraron, me maldijeron. Mi vida casi se arruinó.

Confieso que incluso ahora encuentro difícil olvidar el modo tan injusto en que me trataron. Las palabras aún resuenan en mis oídos. Se me revuelven las tripas con sólo recordar todas esas crueldades. Jamás seré capaz de confiar otra vez en un cristiano. Lo que es seguro es que jamás volveré a confiar en un líder cristiano.

A veces me doy cuenta de que aún cuando esté hablando de cualquier cosa con otros, los pensamientos y los recuerdos se filtran entre mis palabras.

Confieso que aún soy algo escéptico ―a veces incluso crítico sin parar― de casi todo lo que oigo que está sucediendo en círculos cristianos.

¿En cuanto a mi vida espiritual? ¿Mi caminar con Cristo? Bueno, ahora mismo está en largos puntos suspensivos. No se ha movido gran cosa desde aquella experiencia.

Entiendo que estás a punto de hablar con otro creyente que fue crucificado por cristianos. Espero que le haya tocado algo mejor que a mí. Quizás lo esté sobrellevando mejor que yo. Por otro lado, dudo que él ―o cualquier otro― haya sido maltratado con un talante tan poco cristiano como lo he sido yo.

Una segunda posible respuesta

¿He sido alguna vez crucificado por cristianos? Pues no estoy seguro.

¿Dónde has oído que fui crucificado? ¿De un modo cruel? ¿De un modo injusto?

Qué raro que no me acuerde.

A lo mejor ocurrió, ¿o no? La verdad es que no estoy muy seguro. ¿Maltratado por otros creyentes? No, lo cierto es que no puedo acordarme.

Ah, quizás tal cosa puede que sucediera en alguna otra creación y en alguna otra escala temporal, pero no lo sé. Todas las cosas que llegan a mi vida provienen de la mano de mi Señor. Estoy seguro de que cualquier cosa que me haya sobrevenido se originó en Su corazón, y en amor.

Él es el Triunfador. En Él, al menos aquí en esta esfera, todas las cosas son

de Él
por Él
para Él
hacia Él
por medio de Él
y ¡en Él!

Los recuerdos de todo lo demás parecen haber escapado de mí. En Él vivo en la luz. En Él camino en vida ascendente.

¿Fuiste alguna vez
crucificado por cristianos?

LA ELECCIÓN ES TUYA.

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Al llegar a nuestros últimos momentos juntos, ¿podría decir una última cosa? Este planeta tiene una necesidad imperiosa de hombres y mujeres que hayan sido crucificados.

Cuán desesperada es la necesidad de hombres y mujeres a quienes el Señor les permite ser crucificados. Ellos, a su vez, necesitan hallar a hombres y mujeres que hayan sido crucificados. Hombres y mujeres que no sólo hayan sido crucificados sino que se hayan rendido a ello, sin librarse de nada, y se hayan entregado a la mano de Dios. ¡Creyentes resucitados! ¡Resucitados de la crucifixión! Hay pocos cristianos hoy ―o en cualquier época― que entiendan algo acerca de la cruz. Jamás ha existido una generación que haya tenido suficientes creyentes que en verdad hayan conocido la cruz.
El mundo cristiano continúa casi privado de hombres y mujeres quebrantados. Todo lo contrario, es normal que se conciba el quebrantamiento como algo de lo que huir en vez de abrazar. Se envidia y aplaude lo duro y lo inquebrantable.

Se busca: hombres y mujeres que estén presentes en el entorno cuando el Señor esté obrando quebrantamiento en las vidas de Sus otros hijos. Se busca: testimonios sin mácula de aquellos que se rindieron por completo a la plenitud de la cruz. Se busca: hijos del Gólgota y de la tumba de José.

Dios sabe cuán desesperadamente se necesitan cristianos crucificados y resucitados.

¿Por qué permitió Dios que esta tragedia entrara en tu vida? Quizás la razón o las razones estén ahora más claras.

Añade ahora esta otra: puede que también tu Señor deseara que te sobreviniera a ti una crucifixión para que en ese entorno tú pudieras ser uno donde tu vida, tu testimonio y tu experiencia de crucifixión sean de consuelo, ayuda, guía y aliento para otro escuálido creyente que está siendo inmisericorde mente crucificado por otros.

Hubo un hombre llamado Pablo que había sido calumniado y crucificado por su propia gente, golpeado con varas y crucificado por el mundo laico; traicionado y crucificado por creyentes confesos. Su trabajo fue casi aniquilado aún por hombres que profesaban ser hermanos obreros cristianos.

Pablo lo tomó todo de la mano de Dios, no escapó de nada, no intentó cambiar nada, se rindió a todo, ¡y siguió andando!

Ese hombre consoló, auxilió, y literalmente casi salvó las vidas de innumerables creyentes en el transcurso de su vida. Más adelante, a lo largo de la historia, sus palabras y testimonio han reconfortado y sanado a millones. Todo esto vino porque triunfó sobre la crucifixión y se levantó del apaleamiento de su muerte.

Date cuenta de que como resultado de sus terribles trances este hombre no se olvidó de presentar la cruz a otros. Se gozaba de presentar la cruz a otros. Llegó incluso a remover cielo y tierra para exaltar la necesidad de la cruz en la vida de todos los creyentes.

Mientras proclamaba la cruz fundaba iglesias. Proclamando esa cruz libró a aquellas congregaciones de la destrucción. Hombres y mujeres siguieron su ejemplo, respondieron a su testimonio, ¡y muriendo, vivieron! Del mismo modo hicieron las iglesias.

Pablo era la prueba viviente de que puedes emerger de las insinuaciones, las mentiras, ataques, falsedades, palizas, complots, contratiempos, fracasos e incluso la aniquilación de tu trabajo, y aún levantarte de la tumba… y desde ahí dirigir a otros hacia Cristo con gozo. Pablo abrazó los sufrimientos injustos, se deleitó en una cruz y se glorió en una crucifixión que le mataba y le daba vida. Dio a conocer una cruz que había matado a su Señor y le había dado vida, y después proclamó que todos los creyentes habrían de compartir esa misma experiencia.

Ese siervo de Cristo ha sido un campo de cultivo de vida para millones porque se rindió voluntariamente a un gran número de crucifixión injustas, crueles y despiadadas.

Al igual que Pedro. Al igual que Juan.

Al igual que tu Señor.
Al igual que otros hombres y mujeres que salpican las páginas de la historia de la iglesia.

En este momento hay cristianos a lo largo del planeta siendo crucificados. ¿Quién llegará hasta ellos y les mostrará a Cristo?

En el trabajo secular, bajo las manos crueles de jefes por encima de ellos, o de compañeros al mismo nivel, o de empleados por debajo de ellos… en este instante hay hombres y mujeres que de buenas a primeras ―sin advertencia previa― están siendo despedidos y echados al horror de un paro inesperado. Ahora mismo hay ministros perseguidos por iglesias e iglesias perseguidas por ministros. Los herejes de las organizaciones altruistas interdenominacionales y de las misiones (y de las variadas organizaciones religiosas) están siendo tratados de un modo más cruel de lo que pueda imaginarse por sus hermanos. Hombres y mujeres dentro de la iglesia tradicional están siendo despellejados. Hombres y mujeres fuera de la iglesia organizada están siendo difamados con vehemencia y sin misericordia.

¿Dónde está el explorador? ¿Dónde está el que ya ha estado ahí? ¿Dónde la voz del consuelo? ¿Dónde el hombre que ya bebió de la copa? ¿Dónde la mujer que holló el lagar? ¿Dónde el laico que se ahogó en aguas profundas, el ministro con cicatrices que han sanado? ¿Dónde están aquellos que le reclaman al sufriente, “Este es el más excelente momento de tu existencia, ¡acéptalo en toda su plenitud!”? ¿Donde la voz que clama, “Este es un auténtico honor. ¡Acepta esta crucifixión, para que puedas vivir de nuevo!”?

¿Dónde los resucitados?

¿Dónde el corazón que testifica, “proviene de Dios. Sigue adelante. ¡Más allá! Más alto”?

¿Dónde la cruz?

¡¡OH, amado, deja paso a los clavos!!


UNA DESPEDIDA

Nuestro tiempo debe acabar.

Has hablado con cierto detalle acerca de los cristianos y su relación con la cruz. ¿No eres tú también de los que ha experimentado una crucifixión?

Responder a tu pregunta implica traer luz a un último asunto, que es el de tu relación con aquellos que de tal manera abusaron de ti.

En respuesta a tu pregunta, no. No soy alguien que haya sido crucificado. Soy de aquellos que participaron en la crucifixión de Cristo. ¡Soy aquel soldado que introdujo la lanza en Su costado!

Recuerda que tu Señor te invita a perdonar a los que actuaron tan mal contigo. Él es soberano, y Su historia con dichas personas no termina cuando te crucificaron. Es posible que algún día te acompañen a conocer la misma clase de destino que te acaeció a ti.

Perdona a aquellos que te crucificaron. Así haciendo, recibes perdón.
Ahora nos vamos a despedir. Eres tú quién eliges tu futuro.

El telón se ha cerrado. Nuestros dos actores se han marchado ya del escenario. Dentro de un momento las puertas del teatro cerrarán una vez más, y las luces se extinguirán. También es hora, pues, de que nos marchemos.

Si no te importa, deseémonos ahora un breve adiós, pues siento la necesidad de pasar cierto tiempo en soledad. Es posible que tú seas del mismo sentir.

                                                                               

AGONIA (TERCERA PARTE)

TERCERA PARTE

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Ahora volvemos al tercer hombre, el Carpintero. ¡Fue crucificado con mayor brutalidad y más injustamente que ningún otro cristiano! Su conducta aquel día fue intachable.

Lo que Jesús sentía mientras era acusado, después juzgado y finalmente sentenciado debió doler casi como el dolor que tú ahora sientes. Si partimos de eso, ¿te das cuenta del magnífico legado que te ha dejado? Te otorgó un tesoro como regalo: trazó para ti la senda a recorrer en una crucifixión. Dejó el camino despejado, mostrándote no sólo cómo vivirla, sino cómo poner en orden tu vida después de que todo haya pasado. Al fin y al cabo, lo que ocurre con una persona después de que ha sido clavada a una cruz es normalmente más difícil de tratar que la propia crucifixión. ¿No ha sido así contigo? Detente por un momento y considera otro legado que te ha dejado, que es el cómo poner en orden tu vida en los días tras la crucifixión.

Nadie alcanzará la medida que tu Señor estableció aquel día. No obstante, siempre permanecerá como tu modelo a tener en cuenta.

Durante el juicio, la ascensión al Gólgota, la cruz y durante todo el trance. Él fue una poesía. Durante aquellas últimas seis horas de Su vida dejó plasmado para todos los creyentes cómo reaccionar ante siquiera las injusticias más extremas.

Mira cómo reaccionó a la traición, a las mentiras, a los falsos testigos. Todos estos son instrumentos que los hombres utilizaron con un único propósito, que es infligir daño. Instrumentos que en nuestra ilustrada época los cristianos emplean cuando crucifican a alguien de su propia raza. Has sufrido estos instrumentos en carne propia. Has sentido el dolor que pueden infligir, estas herramientas que sirven de preludio a la crucifixión.

Jesucristo absorbió estos dolores que incrementaban la vergüenza de ser crucificado en público. Humillado, degradado, difamado, torturado y después asesinado.

Aquel día Él elevó la aceptación de la cruz a la categoría de arte.
Él era el único que no profería fealdades. Sólo Él permitía que la cruz siguiera su curso.

Había aprendido.

¿Qué había aprendido? A aceptar todas las cosas de la mano de Su Padre.

Otros hablan acerca de ti, ¿no se cierto? Al hacerlo hacen de ti un villano. Tienes la necesidad de hacer algo al respecto, ¿no es así? Jesucristo no se justificó. No se defendió. Permitió que el martillazo de todo aquel horror le golpeara directamente.

Los corazones se maravillaron y quebraron. Los espíritus aguantaron la respiración. ¡No hay mayor evidencia de Su Deidad que la que se pudo contemplar aquel día! Su relación para con una ignominiosa crucifixión les dice a los hombres quién es.

¡No había lado oscuro en Este!

Pero eso no es todo.

Su triunfo sobre lo que hicieron con Él es la llave de tu triunfo sobre lo que otros creyentes hicieron contigo.

¿Cómo?

Es de extrema importancia que conozcas la respuesta a esa pregunta.

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Este que murió con tanta magnificencia vive dentro de ti en este momento.

La Vida de Dios que moraba en Jesucristo, la fuente de vida que le observaba durante aquellas terribles horas, esa Vida que estaba en Él, esa Vida que le permitió vivir por encima de aquello, esa misma Vida reposa hoy dentro ti.

Contempla cómo la operación de esa Vida obraba en Él. Contempla cómo el poder de este Señor que mora en tu interior actúa igual que el Padre obraba en el Hijo ante la crucifixión. El Señor Jesús, por medio del poder de la vida del Padre en Su interior…

A nadie criticó,
ni altercó,
nunca echó mano de la lógica o la razón,
ni defendió Sus derechos,
ni argumentó,
No puso en tela de juicio las mentiras,
mas sólo respondió con silencio.

Un magnífico y atronador silencio.

Qué vida tan increíble debe haber sido la que moraba entonces en Jesucristo. Bien, querido mío, ¡esa misma vida mora en ti hoy! Palpa esa Vida; deja que esa Vida sea el poder para andar como Él anduvo. Esa Vida es puesta en práctica cuando un creyente soporta la cruz.

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¿Por qué tu Señor no respondió a aquellos que le acusaron de ser un villano? Otros lo hacen, pero Él no lo hizo. Ocurrió así porque entendió la naturaleza fundamental de una crucifixión: los presentes no dan valor a tus respuestas. Los presentes no están para escuchar; están ahí para volver tus palabras en contra tuya, sea cual sea tu respuesta. En el momento de una crucifixión se abandona por completo el terreno de lo razonable.

En Su caso, dar respuesta sólo habría sido escuchada por los oídos del odio. No hay frase en el léxico de los hombres que hubiera sido aceptada aquel día. Si hubiera hablado Sus palabras se hubieran retorcido y se hubieran lanzado en contra Suya. La más común de las palabras hubiera sido vista como una prueba irrefutable de su culpabilidad. Tu Señor no pudo decir ni una sola palabra plausible aquel día.

Quizás sea un error de razonamiento creer que discutir, presentar hechos, la lógica o la Escritura, tiene peso alguno en momentos así. La recriminación es el menú del día. Los corazones no se inmutan. El castigo es inevitable.

La prueba de este estado mental llegó cuando, al fin, Él habló. ¿Cuán sencilla puede llegar a ser una frase? “Tú lo has dicho.” A los oídos de Sus enemigos esa breve palabra fue suficiente justificación para crucificarle.

Aprende bien esto: la defensa es inútil en una crucifixión. Pero quedarse quieto es casi imposible. Halla esa Vida en ti que puede proveerte de cuanto necesitas en todos los aspectos de la cruz. Sí, esa Vida sabe cómo guiarte a través de una crucifixión.

Dios y los ángeles debieron contemplar pasmados aquella dignidad frente a semejante rechazo. Calma. Atronador silencio. Elevó el estándar de la conducta del crucificado hasta nuevas alturas sobrecogedoras.

Por muy ejemplar que fuese su conducta, no deberíamos sorprenderlos demasiado porque así se condujo durante toda Su vida. Cada paso y palabra suya no fueron sino una preparación para esa hora oscura. ¡Había vivido toda Su vida bajo la sombra de una crucifixión y preparándose para ser crucificado!

Así debería ser con todos Sus seguidores.

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Para entender completamente la serenidad y dignidad de tu Señor debes captar lo que sucedió la noche anterior.

La noche anterior al Gólgota fue en todo tan oscura como lo fue Su crucifixión. Si no hubiera sido por el ministerio de un ángel aquella tarde tu Señor podría haber muerto de pura agonía.

¿Qué sucedió aquella noche? Tu Señor se enfrentó a Su Padre… en un jardín. En ese jardín consiguió el ingrediente necesario para triunfar sobre la crucifixión.

Si has de conocer sanidad y liberación absoluta de tus recuerdos, de las cicatrices de tu propia tragedia, será necesario que vengas a este mismo jardín y te hagas con el mismo ingrediente.

¿Qué es esto tan crucial? ¿Por qué es decisiva esta cita amorosa?

Estoy hablando de Getsemaní.
Un Getsemaní puede ser tan horrible como una crucifixión. Ves este hecho claramente en la medida en que te das cuenta de que tu Señor no soportó con demasiada facilidad Su Getsemaní. Tampoco a ti te será fácil.

Gracias a Dios, hubo un momento de rendición en el Getsemaní. Para Jesús fue una rendición a la perspectiva de la crucifixión que tenía Su Padre. Para ti será lo mismo.

Tengo una voluntad; esa voluntad está opuesta a Tu voluntad, Padre. Esta noche nuestras voluntades se moverán en sentidos opuestos.

Soy yo quien me rindo. Pongo Mi opinión acerca de este asunto en el altar del sacrificio. Que los acontecimientos sigan su curso.

Que los hombres hagan la voluntad de Dios. Que Yo sea crucificado.

¿Cómo te sientes al respecto de esta inmutable escena? ¿La cambiarías? La rendición de Cristo, ¿produjo ganancia o pérdida?

Mientras meditas esa cuestión, ¡haz de nuevo memoria de quién es el guionista de toda crucifixión! ¡Incluida la tuya! ¿Producirá pérdida o ganancia tu crucifixión? La ausencia o no de un Getsemaní es el factor determinante.

La crucifixión se pondera como una catástrofe sin provecho alguno. ¡Tu Señor ve la crucifixión como el suceso principal de Su vida! ¡Él mira a la crucifixión como parte primordial de tu vida! Para Él la cruz forma parte de Su obra en tu vida. El punto de vista de Dios del sufrimiento es la antípoda de lo que los mortales entienden.

Tú ves la crucifixión como una carnicería. Él la ve como gloria. La mente humana sencillamente no puede entender eso. Dios el Padre quiso que Su único Hijo fuera vergonzosamente crucificado en público. Hoy el Hijo no duda en disponer de tal manera las circunstancias de tu vida que vivas esta misma experiencia.

Del mismo modo que un Getsemaní le esperaba a Él, igualmente casi con toda certeza te espera a ti.

El Getsemaní de tu Señor consistió en rendirse a Su Padre. Aquello le resultó muy difícil de hacer, pero lo hizo; y como resultado de esa rendición fue clavado a una cruz. Hasta que no se rindió no pudo haber crucifixión. Una vez rendido, los sucesos y circunstancias se hicieron irreversibles. Tu Señor, en el Getsemaní, tomó casi literalmente Su propia cruz.

La rendición permite la crucifixión. La resistencia la anula.

Pero yo no sabía estas cosas cuando fui maltratado tan brutalmente por cristianos. Me resistí; así que no tuve Getsemaní. Hoy estoy enfadado. Los recuerdos siguen vivos. El dolor y el resentimiento aún me acompañan. ¡Desperdicié mi Getsemaní!

No necesariamente. Getsemaní no es un lugar ni un tiempo específico.

Para la mayor parte de los creyentes Getsemaní debe llegar después de la crucifixión. Después de todo, Getsemaní tan sólo es ese momento cuando al fin tu voluntad toca el mismo acorde que la voluntad de Dios. Es cuando asientes, aceptas, abrazas... tu crucifixión. ¡Algunos, como el segundo ladrón, deben hacerlo después del incidente!

El ladrón tuvo que tener su Getsemaní mientras estaba clavado a una cruz y tomaba su último aliento. A lo mejor también a ti te sucede así.

La mayoría de cristianos no están familiarizados con el significado de la cruz en lo que respecta a la vida cristiana. En general, los creyentes no están familiarizados con la tremenda destrucción de una crucifixión. Como consecuencia los cristianos carecen de preparación alguna para el sufrimiento que conlleva.

Al no estar preparados para la cruz en sus vidas, han de descubrir su significado, lo cual implica que tengan su Getsemaní después del encuentro con la cruz. Es la misericordia de Dios la que permite esto.

Getsemaní no es un cuando o un donde, sino un requisito. Si no encaras tu Getsemaní la crucifixión que has conocido te destruirá... sin ninguna esperanza de resurrección. Aceptar que un Getsemaní llegue a tu vida lo cambia todo.

Tu Señor experimentó un momento terrible cuando luchaba por reconciliar Su voluntad con la voluntad de Su Padre. Ten esto muy en cuenta: la cruz hizo que Getsemaní fuese necesario para Él. Del mismo modo, para que seas crucificado de la manera apropiada en que un cristiano debe ser crucificado, también tú debes hallar tu Getsemaní. ¡Getsemaní es aún una necesidad! La cruz y Getsemaní están unidos de manera inseparable.

¡Es cierto que es difícil entender que cosas tales como el Calvario y Getsemaní todavía son necesidades en la época que vives! Sin embargo, casi con toda seguridad que la primera vez que oíste los rudimentos de tu fe te hiciste eco de las palabras “participamos de los sufrimientos de Cristo.”

¿Cuándo es el momento correcto de encarar tu Getsemaní? Cuando clames a tu Señor y digas, “ningún hombre me crucificó; fuiste Tú, mi querido Señor, y sólo Tú. Fue enviado a mi vida para edificación. Me rindo ante esa crucifixión.”

En ese momento has alcanzado el significado de la cruz en la vida de un cristiano.

¿Cuándo es tu turno para el Getsemaní? ¡Tu turno para tu Getsemaní es ahora mismo!

Tu Señor vivió Su Getsemaní antes de que fuera crucificado. El creyente, algo más fragil, casi inevitablemente ha de vivir su Getsemaní de rendición durante o después de la cruz. Sea antes o después, siempre es una agonía.

Acompáñame ahora hasta un jardín.

18

Muchos han venido hasta este jardín.

Por muy extraño que parezca, incluso el segundo ladrón tuvo que llegar a este lugar. Es verdad que Betard colgaba de una cruz en la hora de su Getsemaní, pero a pesar del lugar donde lo halló terminó por encontrarlo. Eso es lo importante.

Los más selectos siervos de Dios tuvieron todos que hallar la ruta que finalizaba en este jardín.

La primera persona que visitara Getsemaní fue tu Señor. Puede que el pensamiento más difícil de enfrentar en toda la vida terrenal del Señor fuera percatarse de que no quería estar en Getsemaní. Pero más inconcebible aún es entender por qué no quería llegar aquí. ¡La causa es sorprendente!

Jesucristo y Su Padre tenían un serio conflicto. Tu Señor tenía una opinión completamente distinta a la de Su Padre en lo que respecta a ir a la cruz.

¿Se te había pasado alguna vez por la imaginación que Jesús estaba en desacuerdo ―en conflicto directo― con Su Padre? Al igual que tú, a tu Señor le resultó duro encarar una crucifixión. Fue el único momento de toda la historia eterna en que el Padre y el Hijo discreparon. Sucedió una vez, y sólo una vez. En un jardín. El tema era...

¡La crucifixión a manos de Sus propios hermanos!

El punto a tratar entre el Padre y el Hijo tenía que ver con una crucifixión injusta. Tu Señor vivió un momento muy difícil al encarar el Gólgota.

Cierto, este conflicto de voluntades entre el Padre y el Hijo no hizo que Jesús tomara las riendas del asunto; sin embargo, no cabe duda: no quería ser crucificado.

La cruz es un concepto cuyo origen se halla en el Padre.

El Padre, que recorre las travesías del tiempo, sabía que te sería difícil enfrentar la cruz.

¿No es verdad que es increíble que el Padre de tu Señor quisiera que Jesús fuera crucificado?

La crucifixión no es un valor humano sino un valor divino. En el marco humano la crucifixión no es algo que se pueda aceptar por propia voluntad. Desde cualquier perspectiva la crucifixión es algo divino, ajeno a la visión del hombre.

¡No es de sorprender que hubiera un Getsemaní! Ese lugar es una necesidad, pues cualquier ser humano que se atreva a seguir el sendero divino se allegará a un Getsemaní. Cada cual permanecerá allí hasta que su voluntad se concierte con la divinidad, o perderá completamente de vista la forma divina de hacer las cosas.

Ese jardín es el lugar donde por fin la fragilidad humana se pone de acuerdo con la divinidad; es adonde llegas, al final, para ponerte de acuerdo con el Padre, con Su voluntad. Aceptas ser crucificado. Te rindes incluso a todo cuanto te hace temblar de horror. Mientras allí estés, puedes reconfortarte al recordar esto: jamás estarás más cerca del lado humano de tu Señor que en Getsemaní.

No debes seguir rechazando la crucifixión. En algún lugar... antes... durante... o después de esa pesadilla, debes estar de acuerdo en ser crucificado. Estar de acuerdo en lo que te repele, en lo que temes, en lo que es horrible, ignominioso y repulsivo. Admitir asimilar en tu persona lo que se diseñó para destruirte. ¡Estar de acuerdo en algo que, se vea como sea vea, parece tan intensamente anticristiano!

Consentir la destrucción. Eso es el Getsemaní.

19

Debes buscar y hallar... el Getsemaní. El jardín les espera a todos los peregrinos. Cuando al fin llegues descubrirás que Tu Padre también está ahí.

Incluso ahora te espera.

Mientras cruzas por sus puertas, detente y date cuenta de que hay algo aquí precioso y alentador, saber que tu Señor también pasó por grandes apuros mientras entraba por estas mismas puertas. El hecho de que todo lo que había en Él se estremeció ante la idea de ser crucificado te da permiso a ti a pasarlo realmente mal para aceptar la crucifixión. Ese hecho te da derecho a luchar, a resistir, a ver que te sea casi imposible estar de acuerdo con la voluntad de Dios. La lucha de tu Señor en este mismo tema te da derecho a permanecer en pie tembloroso, aterrorizado y confuso frente a los valores divinos. Te da permiso para querer correr, esconderte y gritar, “No, Señor, esto es más de lo que puedo aguantar. Esta vez no puedo acompañarte.”

Tienes el permiso de la instancia más alta posible de no querer ser crucificado por otros. Sobre todo cuando es por tus propios hermanos.

Cuando un cristiano es maltratado por otro cristiano, es fácil prever las consecuencias. El cristiano ofendido reacciona negativamente, a veces con vehemencia, incluso con depravación. Cierto, tu Señor no actuó de esta forma, pero sí que dudó. Vuelve a leer la historia. A Jesucristo no le parecía bien del todo que fuera crucificado. Cuando llega el momento de tratar con una crucifixión, cuando llega el momento de ser clavado a una cruz, todos los creyentes se encuentran sobre un terreno común. Se aceptan las dudas. Pero, ¿el rechazo? ¡Ah! Eso no debes hacerlo. Perderás algo muy valioso. Halla consuelo ante la realidad de Sus luchas, pero no debes hallar excusas.

Reconfórtate en esto: tu Señor temía, aún le asustaba, la crucifixión. Cabe la posibilidad de que hubiera podido considerar el rechazarla. Lo que es seguro es que tenía una opinión forjada al respecto. Tu Señor tenía voluntad propia. Esa voluntad se mostró en todo su esplendor en el Getsemaní. Fue la primera vez que ejercitaba Su propia voluntad ante la voluntad del Padre. En el caso de que aceptemos que Su humanidad se estaba desvelando, entonces debes saber que Gólgota sabe cómo sacar a la luz la humanidad de todos.

¿No es esta la más conmovedora y emocionante de las escenas? La voluntad de Jesús el Carpintero enfrentada a la voluntad de Dios Su Padre. Escucha como tu propia voz se une a la Suya, “lleguemos a este acuerdo de que no seré crucificado.”

¡Nadie jamás accedió con facilidad a ser clavado a un madero?

Difícil, sí. Pero rendirse... este es el camino, el único camino, para todos aquellos que le siguen. No escuches a ninguna otra voz, ni a la lógica ni a la razón.

Ahora tienes el permiso ―de las más altas esferas― para no desear ser crucificado. En un momento semejante no se espera de ti que seas el perfecto y magnífico cristiano. Pero sí se espera de ti que te encares a este acto de ignominia. Getsemaní requiere que te enfrentes a tu Señor, reconozcas que esta brutal experiencia es Dios, y te rindas.

Tienes permiso para sentir el dolor y el temor. Pero tienes el ejemplo de tu Señor... ¡rendirse! Rendirse a todo lo que te es contrario. Es la naturaleza de tu Señor rendirse a Su Padre. Obtuvo esa capacidad de rendición y la atrajo a las entrañas y naturaleza de Su ser en Getsemaní. Tú no puedes hacerlo, pero Él puede ―su naturaleza es rendirse a la cruz― y Él mora en ti.

OH, y aparte de eso Él es uno contigo. Ríndete a Su rendición. Permite que la vida divina, de la cual eres partícipe, sorba la vida humana.

¡Él puede vivir de nuevo el Getsemaní! ¡En ti!

Vuelve esta escena del revés. Obsérvala desde el otro lado. Entra en el territorio celestial. Allí ves las cosas más allá de tu comprensión. Contempla esta escena desde la perspectiva del Padre. Te enfrentas a valores tan extraños y ajenos que no puedes asimilarlos.

Contempla tu crucifixión a través de los ojos de Dios. Sea Su único Hijo.. o tú... ¡Dios favorece la crucifixión!

¡El Padre quería a Su Hijo crucificado!

También fue Su voluntad que tú fueras crucificado.

20

¿Por qué permitió Dios este terrible trance en tu vida? Confrontemos esa pregunta sin más rodeos.

¿Nos atrevemos ahora a enfrentar el hecho de que no sólo la permitió sino que la deseó? La respuesta se haya en descubrir el más profundo de los misterios de la cruz... ¡el más profundo secreto de Dios en cuanto a por qué Jesús fue crucificado!

Sabes que Él murió en la cruz para salvar a los hombres de sus pecados. Pero aquí hay un asunto personal. El Padre permitió que la crucifixión llegara a la vida de Su Hijo por una razón del todo asombrosa.

¡Jesucristo fue crucificado porque le faltaba algo!

¿¿Qué??

Había algo que Jesucristo no sabía, y que necesitaba aprender.

Había una carencia en la vida de Jesucristo. La Palabra de Dios testifica de esta sorprendente proposición.

¿Qué podía faltar en Jesús, el Cristo, el Hijo Eterno? Había cosas que Jesucristo no sabía y que no podía saber más que siendo crucificado. El Padre quiso que Jesucristo fuese crucificado porque Jesucristo necesitaba ser crucificado para aprender estas cosas.
Te deja de piedra, ¿verdad que sí? Sin embargo, la Santa Escritura es clara.

Aunque era Hijo,
aprendió la obediencia
por lo que padeció.

Hebreos 5:8

Jesucristo aprendió algo que sólo la crucifixión podía enseñarle.

El Hijo aprendió a obedecer a Su Padre, aunque aquello incluyera morir. Sólo una crucifixión podía suministrar la formación. Aprendió una obediencia que jamás había conocido previamente.

Esta clase de obediencia no consiste sencillamente en obedecer órdenes. Esta obediencia es de un tipo mucho más alto e insólito. He aquí una obediencia que habla de un pleno concierto entre el Padre y el Hijo. Este es un asunto en el que todas las cosas se constriñen en rendición.

Inimaginable profundidad hay en una rendición tan peculiar. Significa que sea lo que venga, por muy aciagas que se pongan las circunstancias, tú permaneces en un estado de rendición. No necesitas días gloriosos. Los días buenos y malos son lo mismo porque habitas en un estado de rendición. Cada día, sea cual sea su contenido, es el mejor de los días.

Tal era el propósito del Padre en el Hijo.

¿Pero no era ya ese el estado constante del Hijo?

Sí, sin duda. Hasta el Getsemaní. Justo hasta la hora de la crucifixión. En todas las cosas... excepto en ser crucificado. Tuvo que aprender a obedecer a Su Padre cuando llegó esta infamia.

El Padre decretó que el Hijo aprendiera a rendirse incluso a esto.

¡¡También es así contigo!!

La crucifixión, y sólo la crucifixión, marcó el descubrimiento de que, por un instante, había un límite a la rendición del Hijo.

¿Es pues de sorprender que tú hayas experimentado un tiempo harto difícil para rendirte a una crucifixión?

Dos voluntades estaban en total concierto. Por un momento esas dos voluntades discreparon. En cuanto el desacuerdo se zanjó sus voluntades se hicieron eternamente una. Indistinguibles. Completamente indistinguibles. Una única voluntad. El punto principal de ese desacuerdo fue una sangrienta cruz; el desacuerdo se zanjó en un jardín.

Por lo tanto es aquí donde ves la obediencia… ¡obediencia con el fin de aprender! ¿Aprender qué? Aprender a estar de acuerdo a ser crucificado.

En tu caso, consiste en aprender a ser crucificado incluso por otros cristianos.
Cuando has rendido tu voluntad a lo peor que pudiera ocurrir, ¡no hay nada en ninguna parte que pueda superarlo! Sencillamente no hay nada allá afuera esperándote para destruirte que prevalezca a una sangrienta e injusta crucifixión.

Por lo tanto observamos al Getsemaní bajo su verdadera luz.

En ese oscuro lugar, admite la coreografía, los transeúntes del drama, que tus amigos se hayan olvidado de ti, la sangre y la masacre, la maza y los clavos y el madero, la infamia, la vergüenza, la traición, la pérdida de tu reputación por el resto de tu vida. Consiente las mentiras y los perennes rumores. Consiente a Caifás y Ananías. Consiente a los peores, los más oscuros y desagradables momentos que la vida pudiera contener.

¿Qué ocurre si rehúsas tu Getsemaní? Sólo puedes rehusar si insistes en creer que tu crucifixión es algo injusto e impuesto por hombres crueles. Esta no es una manera sana de vivir. Si tomas esa senda, ¿qué te depara el futuro? Quizás contenga algo que jamás hayas considerado. La vida puede que termine con una perspectiva de los acontecimientos diarios algo parecido a esto: “cristianos viciosos, desagradables y sinvergüenzas abusaron de mí. No sabes tú bien lo que me hicieron. Pásame un limón; me pasaré lamiéndolo lo que me reste de vida.”

Es posible que semejante perspectiva de la vida siga de aquí en adelante manando de ti cuando otro cristiano te maltrate. Puede que aumente hasta que cada instante de la vida esté coloreado de dicha perspectiva. Rehúsa hoy a la sanidad, y un simple arañazo te aplastará.

Señor, me rindo. A tus ojos mi crucifixión fue algo precioso. Fue lo mejor de ti para conmigo. Fue lo mejor para tus propósitos.

Que el Señor abra tus ojos para ver que hay un propósito y belleza en aquel día horrendo en que fuiste crucificado por cristianos.

Si te rindes, ¿qué te depara el futuro?

21

Unas pocas horas antes de que Jesús se levantara de la tumba los hombres le habían masacrado. En esa masacre de la cruz Jesús había soportado dolores extremos.

¡Después se levantó de los muertos!

¡Menudo cambio de tornas!

¿Qué ocurrió a continuación?

¿Te acuerdas de lo resentido que estaba? ¿De la ira que mostró? ¿Recuerdas de cómo salió de la tumba perjurando venganza? ¿Recuerdas que nada más resucitar escupió al suelo y maldijo a Caifás y Ananías? ¿Te acuerdas de cómo juró vengar a sus atormentadores y echó maldiciones a cuantos le crucificaron?

¿Te acuerdas de mientras reunía a sus discípulos cómo hacía recuento de cada detalle del juicio, de cada mentira, de cada falso testimonio? ¿Recuerdas lo llenas de amargura que estaban sus palabras? ¿Por qué no dejaba de hablar de lo que le habían hecho?

¿Recuerdas estas palabras?:

“Luego hubo un momento en que uno de ellos afirmó que había dicho que destruiría el Templo de Herodes... bueno, eso no es verdad... tergiversaron mis palabras... nunca dije eso. ¡No os podríais creer el chismorreo que circulaba a Mi costa!”

¿Recuerdas cómo hacía memoria del puñetazo que le propinó el guardaespaldas del sumo sacerdote? ¿De cómo denunció mordazmente a los falsos testigos? ¿Recuerdas cuando hablaba de las patéticas condiciones de habitabilidad de la prisión? Acuérdate del desgarrante tono de su voz al señalar que estaría desfigurado por toda la eternidad a causa de las cicatrices de su cuerpo: “Ahora me ha tocado vivir con estas grotescas marcas en Mis manos y pies. Y cada vez que las vea me recordarán de su maldad. Nunca les perdonaré.”

¿Te das cuenta de que en casi cualquier conversación que tuvo después de Su resurrección se refería de nuevo a la forma en que había sido maltratado en el Gólgota? ¿Te diste cuenta del oscuro resentimiento, del gusano de amargura que carcomía Su alma?

¿No te acuerdas de esas cosas?

Pero te has percatado de semejante conversación por parte de hermanos cristianos que han sido crucificados por otros hermanos cristianos, ¿verdad?

Aquí está el sello distintivo de la resurrección de tu Señor: levantado de la tumba, jamás hizo mención de los sucesos de Su crucifixión.

Ni una sola vez.

Ni siquiera una palabra.

¡Ese es el sello distintivo de todas las auténticas resurrecciones! ¡El pasado se fue para siempre! La resurrección se encuentra más allá de lo que está muerto.

La resurrección significa levantarse de la muerte y entrar en una esfera nueva, un nuevo espacio… un tiempo donde el pasado nunca existió.

La prueba de un Getsemaní real, de una crucifixión que te fue suministrada por el odio de cristianos, pero que tú has postrado en la mano de Dios... esa prueba se halla en la actitud de Jesucristo cuando se levantó de los muertos.

Ojalá que puedas tú hallar esa misma gracia.

La resurrección es una demarcación. Todo lo que existió antes de la resurrección ya dejó de existir. ¡¡Jamás sucedió!!

Esa es la esencia de la resurrección. Todo lo anterior nunca sucedió. ¡Todo lo posterior es nuevo y no tiene conexión con los sucesos del pasado! Después de la resurrección todas las cosas pertenecen a una nueva creación. Esa nueva creación no tiene relación alguna con nada que aconteciera previamente.
Una creación tan nueva y una vieja creación tan aniquilada, ¡que no puedes acordarte de ella!

¡Qué honor ser crucificado! ¿Por qué? Porque más allá de la crucifixión está la resurrección... y esa nueva creación. El pasado al completo se evapora. Se ha ido. ¡Jamás existió!

¡El pasado ya no existe! No es que el pasado se ignore o se olvide. ¡Jamás sucedió!

Eso es resurrección.

Pero...

                                                                               

AGONIA (SEGUNDA PARTE)

SEGUNDA PARTE.

10

¿Cuál será el resultado si abrazas la crucifixión?

Abrazarla significa que permites la destrucción de todo aquello que no es Cristo en ti. Cuando abrazas una crucifixión permites a la destrucción definitiva desembarazarse de lo que tanto anhelas preservar. La crucifixión golpea en las motivaciones más subterráneas de tu ser, en el laberinto de tu voluntad inconsciente.

El propio deseo de no ser destruido ha de ser destruido. Al menos ese deseo recibirá un durísimo golpe. La cruz escudriña el deseo del hombre de no sufrir, y la embravecida tarea del hombre de no perder nunca, y los chillidos de su lógica de que no está equivocado.

Insinuaciones e indirectas pululaban por todos lados en torno a tu Señor el fin de semana que fue crucificado. Algunos rumores aún perduran y circulan de aquí para allá hasta el día de hoy… y así seguirá hasta el fin de los tiempos.

Igual te acontecerá a ti. Tu repulsa a tener que convivir toda una vida con las mentiras acabará por destruirte. Bien eso, bien sucederá que tu repulsa será destruida y reemplazada por la paciencia y la aceptación divinas.

¿Hasta qué punto ha afectado negativamente esta crucifixión a tu vida? ¿Tienes miedo de depositar otra vez tu corazón en manos del Señor? ¿Miedo de fiarte de otros creyentes? ¿Tienes miedo, o incluso eres cínico, de nuevos creyentes que viven el primer arrebato de amor por su Señor? Si es así entonces los efectos tienen profundas implicaciones, sin duda.

Abraza la cruz, para que estas feas y negras actitudes sean rendidas.

Confronta tu propia conducta.

Te recuerdo una vez más que el lado oscuro de todo creyente tiende a emerger cuando sufre la prueba, el juicio, el azote, los clavos, la lanza, la desnudez pública, el escarnio.

¡De entre aquellos que te crucificaron, puede haber uno que te recuerde como alguien que puso su granito de arena en crucificar a otros! ¿Lo sabías? ¿Devolviste fuego con fuego? ¿Llegaste a odiar, o al menos hubo fuertes arrebatos de ira? ¿Lo mostraste? ¿Tú también perdiste la ética? ¿Te defendiste aunque fuera poco atacando a otros? ¿No te das cuenta de que siquiera una buena defensa habla maravillas de ti? Medita en esta cuestión: ¿tienes por cosa sin importancia tu reacción?

¿Tienes idea de cuánto de tu lado oscuro muere en la crucifixión que es aceptada con un abrazo?

¡Es posible que tus verdugos pensaran que lo que te hicieron era poca cosa! ¡Puede que pensaran que lo ultrajante era tu conducta!

La intención de Dios no pasa por permitir que una crucifixión se convierta en una plataforma de defensa. Cualquier crucifixión tiene un sólo propósito: destruir elementos dentro de ti que necesitan ser crucificados.

¿Qué sucede si abrazas una crucifixión?

Perderás buen número de enemigos y amargos recuerdos. También habrás de contemplar la muerte de una porción de tu lado tenebroso.

11

¿Cuál es el desengaño? ¿Dónde se localiza tu mayor dolor? ¿Hasta qué punto te aferras a aquella injusticia?

¿Un puesto perdido? ¿Un título? ¿Algo que te quitaron que tenías en estima? ¿Algo que merecías y no te fue otorgado? ¿Algo que te hicieron que no merecías? ¿Posición? ¿Reconocimiento? ¿Ser anciano en la iglesia? ¿Ser aceptado? ¿Ser aprobado por los demás? ¿¡Tu forma de ser!? ¿El honor que nunca te dieron? ¿Qué alguien difundiera chismes falsos acerca de ti?

La crucifixión hace dos cosas. Desvela esas cosas… y las destruye.

Hace tiempo los cristianos crucificaron a un hombre que se llamaba John Huss.

Hallaron cargos en su contra considerados merecedores de comparecer ante un tribunal eclesiástico. Cuando comenzó el juicio no permitieron presentar a Huss evidencia alguna; ni siquiera le dejaron hablar. Se negaron a leer sus escritos y escuchar su defensa. Ahora bien, eso es injusto.

Pero estas injusticias no les impidieron llevar a Huss a las afueras de la ciudad de Constanza, Alemania, atarle a un poste y quemarle, ni tampoco ordenar que esparcieran las cenizas del lugar (no pararon hasta excavar un agujero en el suelo) y lanzarlo todo a un río, ¡para asegurarse de que ni una sola de sus cenizas permaneciese sobre la tierra!

A pesar de todo, Huss murió sin ira.
Los hombres han honrado igualmente a Juana de Arco. Ella aceptó su destino y murió en muda alabanza a Dios.

Diáconos que odiaban tanto a su pastor que cuando le despidieron no le pagaron el salario de la última semana. Cuando se les preguntó por qué, respondieron “porque queremos que sufra”.

¡Es injusto! Pero sucede… ¡¡y proviene de Dios!!

Lo que es revelado en momentos así es el resultado de un acto soberano de Dios. Lo que es revelado, si alguno se atreve a mirar, puede también ser devastador. No es fácil detenerse y contemplarlo, ¿verdad?

Pero recuerda, si continúas alimentando la pesadilla jamás vas a considerar que lo que te aconteció fue una crucifixión.

El propósito de una crucifixión es exponer al desnudo tu reacción al ser crucificado ante el mundo, los hombres, Dios y los ángeles.

Una crucifixión expone la reacción propia cuando uno es crucificado.

Si montas en cólera, si devuelves el golpe, altercas, te desgañitas y profieres alaridos, si acusas y echas las culpas a los demás… ahí se quedará todo. Ten por seguro que eso no es una crucifixión. Eso es gente masacrándose mutuamente.

¿Entonces no toda crucifixión es una verdadera crucifixión? Si no es así, ¿cuál es la verdadera crucifixión?

La verdadera crucifixión tiene un final. ¡La verdadera crucifixión acaba triunfando!

Si aceptas la traumática experiencia como una obra soberana de Dios, si capitulas a Su voluntad entonces Él empieza a verla realizada. No sólo es una crucifixión sino que de repente se convierte en una obra santa de Dios. Las cosas que requieren destrucción son destruidas. Las cosas que Él desea que persistan… viven en victoria.

Persiste en contemplar el suceso como la conducta injustificable de hombres malvados y nada se ganará. La única consecuencia es un alma constreñida. Tu futuro es entonces el que le depara a cualquier criatura amargada.

Ten ánimo. Aún ahora no es demasiado tarde para recibir ese acontecimiento como algo que prevenía al completo de la mano de Dios. Recíbelo de Él como algo para tu bien. Para tu transformación. Para la destrucción del lado oscuro de tu ser. Para tu resurrección.

Acto II

12

Ven conmigo a una colina elevada.

Observa que sobre la cima de ese monte hay tres hombres. Todos están siendo crucificados. No hay diferencia en el modo de ejecución (todas las crucifixiones son iguales). Sólo sus reacciones difieren.

Los tres fueron crucificados brutalmente. Los tres fueron ignominiosamente crucificados. Cada uno de ellos mostró una actitud diferente hacia la crucifixión. Cada uno fue diferente en la forma de morir. Cada hombre reaccionó de una manera diferente hacia aquellos que les estaban crucificando.

Date cuenta de todo cuanto tenía por decir cada hombre en su crucifixión. Dos hablaron mucho; uno no habló nada. Ese hecho en realidad te dice muchas cosas acerca de la actitud de cada hombre hacia la cruz.

Acerquémonos un poco más y aprendamos de cada uno de estos hombres.

La primera persona que nos encontramos es un ladrón convencido. Le pondremos por nombre Haroc.

Haroc se ganaba la vida robando, y al así vivir en un momento dado robó en exceso. Fue descubierto, se le hizo juicio, fue sentenciado y el castigo decretado fue la muerte. Una muerte extrema.

Desde el punto de vista de Haroc no era la primera vez que le crucificaban. Desde su perspectiva había sido crucificado por otras personas durante toda su vida.

La primera vez que le maltrataron reaccionó como un salvaje. Dejó bien clara su protesta de que había sido tratado terrible e injustamente. Después de aquel día, su tópico de conversación consistió en describir el maltrato que había recibido de otros.

En algún punto de su vida le pareció que las crucifixiones injustas se le venían encima con inusitada frecuencia. Aferrado a su propia actitud Haroc se hizo incapaz de ver culpa suya alguna. Cuantas cosas negativas le sucedían eran del mismo modo tan injustas como inocente era él.

La primera vez que se le sorprendió robando su reacción fue predecible. Acusó a otros.

Podrías decir que Haroc fue el autor de lo que se ha convertido en la perspectiva general de la mayoría de los crucificados: declarar guerra verbal contra los que te están crucificando, protestar tu inocencia, proclamar a viva voz tu inocencia, y señalar con el dedo la más pequeña inconsistencia del adversario.

El día en que Haroc fue crucificado montó un espectáculo. Al echar la culpa a los demás se aseguró de no responsabilizarse absolutamente de nada. Sus pensamientos se centraban exclusivamente en los responsables de su difícil situación. Al hacer de ello el centro de su existencia Haroc dejó escapar la sanidad, la redención y la resurrección. (¡No fue una elección muy sabia la suya!) Fue trágico porque tenía la medicina a su crucifixión muy al alcance. La sanidad no sólo estaba cerca, sino que esa sanidad tenía un nombre. El nombre de la sanidad es Jesucristo.

Mientras colgaba ahí, Haroc culpó a Dios de su crucifixión, y de igual modo culpó a los hombres. ¡Haroc se deshizo de ambas posibilidades! De Dios y del hombre.

También tú fuiste crucificado por los hombres o por Dios. Esas son tus opciones. No hay otras.

Escoge acusar a los hombres y tu estado es un estado sin esperanza. Escoge a Dios y has hallado la persona adecuada; sin embargo, si le acusas a Él tu condición sigue siendo irremediable. Si sigues por cualquiera de esas sendas te has incorporado a las filas de los incurables.

Haroc tuvo otra opción. En vez de, “Dios, tú tienes la culpa, y también los hombres que me han crucificado”, esto: “Señor, lo hiciste por mi bien y por el bien de otros; no te detengas.”

Haroc no mostró una actitud redentora hacia la crucifixión. Pero esa es la única actitud que no es perjudicial cuando uno cuelga de una cruz.

Haroc erró el verdadero propósito de ser crucificado.

¡Extraño, no es cierto, que si yerras el propósito de tu crucifixión en realidad no eres crucificado! Así sucedió con Haroc. ¡Desperdició su crucifixión! Tan sólo recibió el castigo que sus obras merecían.

No hay hombre que sea en verdad crucificado hasta que acepte esa crucifixión como proveniente de la mano de Dios. De lo contrario, nunca dejará de ser más que un desagradable incidente que tiene lugar entre personas desagradables.

Da la casualidad de que eres un seguidor de Jesucristo, ¿verdad? Les ocurren cosas raras a aquellos que siguen al Crucificado. La propia palabra crucifixión implica que tú, Su seguidor, habrás de recibir de manos de otros lo injusto, lo inicuo, lo no merecido. La palabra implica también que Dios es el autor de esa crucifixión, y oculto bajo el duro trance existe un grandioso propósito que no puede verse a simple vista.

Haroc erró ese propósito. Nunca llegó ese momento esencial cuando rindió a Dios la negra hora. Como consecuencia, el crisol de Haroc no le fue de beneficio ni a él ni a nadie. Haroc escupía amargura. Procuró por todos los medios no ser crucificado. ¡Eso, querido hijo de Dios, es una crucifixión desperdiciada!

¡Un desperdicio absoluto!

Espero que la tuya no lo sea.

Imagina por un momento qué habría pasado si Haroc hubiera sido bajado de su cruz antes de morir. Haroc, salvado de la crucifixión; ahora sí que tenemos una buena perspectiva (y ciertamente el propósito de Haroc era escapar de la mala experiencia.)

¿No es cierto que tú también desearías que tu crucifixión nunca sucediera? ¿No tuviste la esperanza ―la última esperanza― de que podrías salvarte a mitad de sus agonías? Así es con todo hombre. Después de todo, por su propia naturaleza, una cruz es insoportable.

Pero sigamos a la cuestión principal. ¿Habría cambiado en algo la vida de Haroc al día siguiente si hubiera logrado escapar a la crucifixión? ¿Hubiera habido ganancia alguna en su corazón y en su vida?

Aquí tenemos una pregunta aún mejor: ¿podría cambiarnos a mejor escapar a una crucifixión?

La respuesta ha de ser… ¡no!

¿Cuál habría sido el futuro de Haroc su hubiera escurrido de entre los dedos de la muerte?

¡Imagínate a Haroc saliendo por su propio pie de Gólgota! ¿Puedes ver que su vida hubiera cambiado en absoluto? No. Al día siguiente Haroc habría sido exactamente el mismo hombre que había sido. Salvarle de la crucifixión no habría obrado en él para bien. Así es con todo hombre.

¡Si hubieras sido salvado de la crucifixión que has experimentado, no habría hecho de ti un mejor cristiano! ¡El hecho de ser salvado de la crucifixión a manos de otros cristianos no mejora espiritualmente a ningún creyente!

¿Quieres seguir siendo la misma persona que eras antes de ser crucificado? Si es así, yerras el propósito de Dios.

Una crucifixión, abrazada debidamente, hará de ti mucho más de lo que eras. Indebidamente abrazada, te deja siendo menos de lo que eras. Es tu dilema. ¡Bien serás destruido espiritualmente, bien crecerás en Cristo más allá de todo límite previo!

Tu futuro depara tan sólo dos alternativas. Estarás mejorado, o empeorado. Dime, hasta ahora, ¿has perdido o ganado terreno? La respuesta debería ser tan evidente que no requiriera reflexión alguna… sobre todo si has ganado terreno, pues la ganancia es sobrecogedora y es algo maravilloso.

¿La otra alternativa? Considera a Haroc como la fuente de la que emana la respuesta que buscas.

Si Haroc hubiera sido librado de su duro trance y te hubieras topado con él a la mañana siguiente le habrías hallado más amargado, más victimisado, más inocente que antes. Tenlo por seguro, Haroc hubiera puesto tierra y cielo patas arriba para mostrarte sus manos mutiladas.

Los hombres salen de una crucifixión mucho mejor o mucho peor.

Los hombres buscaron mi mal.
Dios buscó mi mal.
O…
Dios buscó mi bien.

La única forma en que una crucifixión podía afectar a Haroc era cambiarle para peor. ¿Te unirás a su clan?

Una vez más inquiero, ¿ te ha afectado hasta ahora tu crucifixión para peor? Acuérdate de lo dicho. La crucifixión altera tu vida cristiana para siempre.

Si no estás seguro de tu respuesta es probable que signifique que estás peor. ¿Por qué? Porque cuando una crucifixión se recibe en su nivel más alto jamás se ve como algo negativo.

Contrasta lo que sucedió en la vida de Haroc y la de Jesús. ¡Uno de estos dos extremos ha de ser tuyo! ¿Cuál será… la crucifixión de Haroc o la de Jesús?

Haroc murió a tan sólo unos centímetros del modelo mismo de cómo ser crucificado. ¡También todos los hombres! Lástima, Haroc podría incluso haberse levantado de los muertos. ¿Cuál fue la negligencia de Haroc? Acusó a los demás. Se vio a sí mismo como víctima. Para conocer la verdadera crucifixión estos son dos lujos que no te puedes permitir. Si echas la culpa a otros, ¿sabes a quién estás echando la culpa en última instancia? En último término estás acusando a tu Señor. Ah, pero si aceptas ese macabro día de Su mano, ¡la gloria espera!

Tercia una fina línea en una crucifixión: es una línea que media entre el desastre y el desperdicio, entre la resurrección y la gloria.

Te has airado. Has culpado a otros. Has sido la víctima. A menudo has hecho memoria de la persecución que sufriste. La amargura llama a la puerta. Sigue por esta senda y ya has perdido todo cuanto Dios busca llevar a cabo en ti.

Mira hacia arriba. Lo que te ocurrió fue un acto de misericordia soberana.

¡Pero Jesús era Dios! ¡Me encuentro en clara desventaja!

Sí, es cierto. ¡Pero también lo estaba el segundo ladrón! Pasemos ahora a sopesarle.

13


Le llamaremos Betard.

Betard fue crucificado al mismo tiempo y de la misma forma que Haroc. Betard comenzó tratando con su crucifixión igual que Haroc. ¡Igual que todos los hombres!

En el camino hacia la crucifixión Betard sólo tenía un pensamiento en su cabeza: “¿Cómo puedo salir de esta?” Ya sin posibilidad de escape, protestó, pataleó y profirió alaridos. Cuando sintió el golpeteo del martillo sobre los clavos Betard aulló. Ningún alma a 100 kilómetros a la redonda dudaría que Betard estuviera siendo crucificado.

Aunque fue sorprendido en el acto mismo de su crimen, Betard protegió su inocencia. Cuando le pusieron en prisión, relataba su injusta historia a todo aquel que le quería escuchar. Su defensa era lógica… a tal punto que no sólo era plausible sino irresistible.

¿Te suena esto familiar?

Betard obedecía a un patrón similar al de mayoría de los creyentes de hoy que son crucificados por hermanos cristianos. (Cuando un cristiano es crucificado puede hacer una buena puesta en escena. Ataca. Le cuenta con pelos y señales a todo el que está dispuesto a escucharle la calamidad que hicieron con él.)

Betard no sobrellevó muy bien su crucifixión, ¿verdad que no?

Betard comenzó su trance invocando maldiciones sobre sus enemigos. Maldijo a su compañero de milicias, ultrajó a la multitud que le observaba, maldijo a los guardias. Culpó a todo aquel que estaba a mano. Luego se volvió y altercó a voces con Dios. ¡Al menos al hacer aquello había hallado la persona apropiada a quien culpar! Al difamar a su agonizante Acompañante halló la diana correcta. Un hombre mayor amargado llegaba a su fin, expirando en la matriz del resentimiento.

En el caso de que Betard hubiese sido bajado de su cruz, ¿habría sido un hombre cambiado?

La liberación de la cruz es escapar de la cruz. Es también una huida del cambio… del cambio que Dios desea. Si Betard (y tú) hubiese huido de la crucifixión, ¿estaría mejor a largo plazo?

Considéralo, si hoy tuvieses que preguntar a Betard esa misma cuestión, “¿te habrías perfeccionado si hubieses escapado de la cruz?”, sin lugar a dudas Betard te diría que escapar de la crucifixión habría sido lo peor que le pudiera haber ocurrido.

Hoy Betard está contento de haber sido crucificado.

Ojalá que ese día te llegue también a ti.

Si quieres recibir consejo acerca de cómo escapar de la crucifixión, nunca le preguntes a Betard. ¡Él te animará a rendirte a ella! Betard conoce los poderes redentores y transformadores de la ignominia.

¡El mejor día que el ladrón vivió fue el día en que fue crucificado despiadada, cruel y públicamente!

Fue el mejor día de toda su vida.

Si permites que el trato enfermizo que te han inflingido otros creyentes solidifique en amargura serás como el primer ladrón. Pero si algo se vuelve…

¿Qué sucedió para que Betard cambiara?

Se percató de Jesús. A la postre acabó contemplándole.

Observó a Dios crucificado. Fue testigo de una crucifixión y vio la respuesta adecuada al trato inhumano que los hombres ejercen contra sí mismos. La tercera víctima, Jesús, había echo las paces con el tema. Nunca lo olvides, estaba siendo crucificado por Sus hermanos.

Contemplar aquello cambió al ladrón. Sé sabio, ¡imítale!

Considera a Jesús. Contempla en tu crucifixión cómo trata Él con Su crucifixión. ¡Tu Señor te dejó por herencia un ejemplo del fino arte de cómo ser crucificado!

En la medida en que consideres esa increíble escena, debes saber que Él, y solamente Él, era el que conocía la cruz mejor que todos los demás, y sin embargo elige quién será crucificado. El Crucificado escoge a aquel que le seguirá hasta el Gólgota, para allí ser crucificado aún por los propios hermanos.

El Crucificado, habiendo probado los extremos de la palidez cadavérica de la cruz, no dudó ni por un instante escogerte para ser crucificado. ¡Crucificado por un instrumento con un nombre cristiano!

Si Cristo nunca hubiera sido crucificado pero aún así te hubiera seleccionado para serlo, eso sería un asunto totalmente diferente. ¡Pero Él conoció lo que tú habrías de padecer!

Betard se percató de ello.

¡Betard contempló cómo Dios encajaba el mazazo de perder a todos Sus amigos! Betard vio la reacción de Jesús hacia los demás. Betard observó a Dios experimentar el fracaso; vio a Dios en el acto de perderlo todo. Esa sorprendente visión cambió a Betard para siempre.

Ojalá te haya de cambiar a ti.

En aquel sangriento momento, Betard vio y, habiendo visto, accionó el interruptor. Al principio se arrepintió. Se responsabilizó de sus acciones. Ninguno de nosotros estamos libres de no hacerlo, sobre todo cuando fueron amigos los que se pusieron manos a la obra para crucificarnos. Es imposible ser totalmente perfecto como respuesta a semejante traición.

En segundo lugar, Betard detuvo sus protestas. Cerró la boca para siempre. Terminaron sus negativas, sus discusiones. El hecho de que le habían crucificado dejó para siempre de ser su tópico.

“Silencio” fue la palabra exacta que utilizó. Se dirigió a su camarada ladrón diciendo, “¡silencio!”. ¡En aquel momento Betard ganó! Quizás haya de ser también parecido contigo ―en lo relativo a este asunto― cuando el silencio al fin reine en tu ser más interior. Ese es el instante en que todas las cosas empiezan a cambiar. Este es el punto en el que una crucifixión empieza a cumplir su propósito.

Betard ganó. Venció a sus enemigos y adversarios. Venció a su ira. ¡Venció a sus recuerdos! Triunfó sobre la crucifixión.

“¡Silencio!”, exclamó. “¡Estas cosas provienen de la mano de Dios!”

Ahí se localiza lo que marca un cambio de vida.

Nada hay más maravilloso que un hombre adquiera el instinto de cómo ser crucificado. “Ahora veo cómo se supone que he de conducirme en esta hora.” Ah, esto es una crucifixión, una verdadera crucifixión. Una crucifixión cristiana, diseñada para un cristiano. ¡Es aquí donde todos nosotros aprendemos a ser cristianos!

A través de estos sencillos elementos, que te han sido presentados por un ladrón, ¡hallas la forma correcta de colgar en una cruz! La senda hacia la plena rehabilitación de todas las heridas y dolores de la cruz se allegan para derramarse en tu corazón.

Dos hombres te muestran cómo. Uno es el Dios-hombre. El otro, un delincuente.

En ese día de infamia total, cuando Jesucristo fue juzgado ilegalmente, sentenciado injustamente, asesinado brutalmente… muchos observaron. ¡Mas sólo uno… vio!

¡Ojalá seas tú el siguiente en ver!

Los enemigos de Jesús observaban con sombría satisfacción; sus antiguos amigos contemplaban confusos y avergonzados. Pero de todos aquellos que le miraban, sólo hubo una persona, sólo una, que le llamó Señor.

“¡Señor!” clamó el ladrón “¡Señor!” En aquel momento un hombre ignorante vio la soberbia. ¡Betard fue librado de todo el daño de la crucifixión! Vio al Soberano ejerciendo su soberanía. ¡Hallo una expresión a la revelación divina en una palabra! “¡Señor!”
Cuando otros se dedican a hacer de ti un villano, ¿no es verdad que todo lo que tú eres quiere hablar de ello, y al hacerlo justificarte a ti mismo? Jesucristo no se justificó; no se defendió. Permitió que el golpe de toda aquella tragedia arreciara contra él y le aplastara.

¡Cristo vio a Su Señor, y el ladrón vio a Cristo!

Su terreno común era: “Tú estás detrás de todo, Señor”.

En realidad, cuando el ladrón dejó de ver que estaba siendo escarmentado es cuando ciertamente fue crucificado. No, le estaban destruyendo. Aquel día, mientras abrazaba la crucifixión, el lado oscuro de la naturaleza de Betard murió. Crucificado para su bien, y para la gloria de Dios.

Aquella escena sanguinolenta sobre el Gólgota se convirtió de repente en un acto cristiano. ¡En un abrir y cerrar de ojos la cruz no sólo fue redentora, sino transformadora!

Todas las crucifixiones pretenden convertirse en una redención y una transformación. La misión de las crucifixiones no es el dolor y la amargura, sino el más sublime de los triunfos.

En aquel momento no había ladrón; eran dos hermanos que morían juntos. Betard entró en la compañía de los sufrimientos y de la crucifixión de su Señor.

¿No habrás tú de entrar en Su sufrimiento? ¿Entrar en Su cruz? Olvida tu crucifixión; ¡ve a compartir la Suya! Ojalá tengas semejante gozo y privilegio.

Aquí está el gozo de la destrucción, y de ver la destrucción destruida. La injusticia vuelta en transformación. “He sido crucificado por los hombres” pasa a convertirse en un triunfo por medio de Cristo. En el goce de ese instante, cuando el humo del fuego se disipa, ¡ves a Jesús!

Todo esto se halla en una palabra contrita, “¡Señor!”

Betard, en un relámpago de luz enviado por Dios, entendió el verdadero significado de la crucifixión. Vio el drama que se desenvolvía tras la apariencia, en lo invisible. Betard aprendió todo esto ante la única persona que jamás haya sido verdaderamente crucificada. Betard había palpado la crucifixión. Aún la ascensión.

Ahora estás donde estuvo aquel ladrón ese día. Estás en el infernal vértice de una pesadilla destructora.

Tu Señor ha preparado al menos dos crucifixiones.

La del ladrón… ¡y la tuya!

Sé tan sabio como el ladrón. Nunca permitas que una crucifixión provenga de los hombres. Sólo consiente que provenga de Dios.

¡Proviene de ti, mi Señor! ¡Para mi propio bien! Esto media sólo entre tú y yo. No hay nadie más involucrado en esta sangrienta hora. Esto no me gusta; es la cosa más difícil que jamás haya entrado en mi vida. Pero eres tú. Ahora te llamo Señor, Señor soberano. Otros hombres lo hicieron para mal; ¡Señor, tú lo hiciste por mi propio bien! ¡Acepto esta crucifixión! ¡La acepto de ti!

Tómala hasta lo sublime. Aprieta con fuerza la mano de Dios. Recibe esta ignominia como gloria. Atráela hacia tu propia seno. Recibe la vergüenza. Abraza el dolor. Alza en lo alto la copa. Álzala a los cielos; no, levántala hacia Él. ¡Luego bébete la copa! Toda ella.

Quizás tú, como muchos otros incluyendo el ladrón, no fuiste capaz de enfrentarte con demasiado éxito con tu crucifixión desde un principio. ¡Pero nunca es demasiado tarde!

Hoy puedes enfrentarte a esa crucifixión que quizás sufriste de modo injusto… apartarla del azar de las circunstancias, de los actos de los hombres, y depositarla de nuevo en las manos de Dios. Ojalá que haya de ser una crucifixión que provino tan sólo de Dios.

Señor, mi vida acabó junto a la tuya en el Gólgota.
Por la misma razón mi vida empezó ese día.
Ninguna otra cosa podría haberme salvado, ni haber producido tanto bien y tanta vida en mí.