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miércoles, 22 de septiembre de 2010

ADORAR CON LOS BIENAVENTURADOS


ADORAR CON LOS BIENAVENTURADOS

“Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos” (Ap 7,9).

1. Reflexión

La llamada a la adoración que nos hace Dios no es para un tiempo, ni siquiera para mucho tiempo. Dios nos llama a adorarle ahora, pero quiere que seamos sus adoradores ahora y por la eternidad. El servicio de la adoración no debe terminar, porque Dios –objeto de nuestra adoración- es eterno y porque los adoradores tenemos prometida vida eterna en él por medio de Cristo. Los que ya disfrutan de la presencia del Señor “cara a cara” (1 Co 13,12), ¿no adorarán al Dios vivo? La respuesta es sí, y además de forma necesaria. Mientras para nosotros la adoración es libre ahora -podemos adorar pero también podemos no adorar-, para ellos la adoración es ineludible, irresistible. En la presencia misma del Santo, del Amor, del Todopoderoso y Todo-Bien, los bienaventurados no podrían desviar ya la mirada a otro lado aunque quisieran; pero es que tampoco quieren otra cosa, porque ellos son los que han elegido “la parte buena, que no les será quitada” (Lc 10,42).

Para nosotros resulta inimaginable la adoración que los bienaventurados ofrecen a Dios en la eternidad, pero en el Apocalipsis encontramos alguna revelación de esta adoración sobrecogedora, En el capítulo 7 del Apocalipsis, Juan trata de describir con palabras e imágenes una visión en la que presencia la adoración conjunta de todos los seres celestiales, los ángeles y los bienaventurados que han llegado de la tierra. Dice así: “Miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: ‘La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero’. Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: ‘‘Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén’” (Ap 7,9-12)..             

La referencia a “toda nación, razas, pueblos y lenguas” dice claramente cuál es su origen, pero luego se matiza la razón por la que están allí y el camino que han tenido que recorrer hasta alcanzar la presencia del Altísimo y obtener el privilegio de llegar a ser eternos adoradores del tres veces Santo: “Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: ‘’Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?’ Yo le respondí: ‘Señor mío, tú lo sabrás’. Me respondió: ‘Ésos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, dándole culto día y noche en su Santuario” (Ap 7,14-15).

Ellos fueron admitidos ya a las bodas del Cordero (Ap 19,9) y entraron con el novio al banquete de boda (Mt 25,10). Nosotros estamos en una situación diferente, aún no definitiva y plena, pero ya podemos gustar en cierto modo de la presencia de Dios y participar de aquella adoración en espíritu y en verdad. Ellos son los que blanquearon sus vestiduras, nosotros debemos ser revestidos cada vez por vestiduras de santidad que oculten nuestra realidad pecadora; pero a nosotros se nos concede también cierto grado de presencia entre los bienaventurados y los ángeles para adorar con ellos al Dios único y verdadero.

2. Palabra profética

Visión durante la adoración: Hay una postración total ante el Altísimo; toda la inmensa muchedumbre que hay allí está postrada ante el Trono; todos los seres -también los adoradores de la tierra- están envueltos en una gran luz. Palabra: “Os hago partícipes de mi gloria para que también podáis participar de mi cruz; pero no temáis, yo estoy con vosotros; el enemigo quiere zarandearos y el mundo os odia, pero seguid caminando; permaneced en mí y ocupad este lugar. Así os mantendréis firmes, así os mantendréis en pie y así saldréis victoriosos”.


“Un testimonio sorprendente de fe, de fortaleza, de una joven de hoy”.


Chiara Luce Badano (1971-1990) será proclamada Beata del Sábado 25 de septiembre de 2010 en el Santuario de la Virgen del Divino Amor (Roma).

El Obispo Maritano, promotor de la causa afirma: “Un testimonio sorprendente de fe, de fortaleza, de una joven de hoy”. 

CHIARA LUCE BADANO, 18 AÑOS: UNA “LUMINOSA OBRA DE ARTE”

Una joven bella, extrovertida y exuberante, enamorada de Dios. Pero el espléndido designio de su vida se revela con la última ríspida empinada en los dos años de enfermedad.
18 años de una existencia.

Un modelo no sólo para los jóvenes Chiara Badano nace en Sassello (diócesis de Acqui, provincia de Savona). El 29 de octubre de 1971, después de11 años de espera por parte de sus padres. Vive una infancia serena y una adolescencia serena, en una familia muy unida de la que recibe una sólida educación cristiana.

Chiara tiene un carácter generoso, extrovertido y exuberante: con sólo 4 años elige con cuidado los juguetes que ha de regalar a los niños pobres (“No puedo dar juguetes rotos a los niño9s que no tienen”). En primer grado se prodiga con mil ate3nciones hacia su compañera de pupitre, huérfana de madre: en Navidad, por iniciativa de su mamá la invita a almorzar, pide que arreglen la mesa con el mantel más bello, porque “¡hoy estará Jesús con nosotros!”.

Escucha con atención las parábolas del Evangelio y se prepara con un empeño
particular a recibir a Jesús en la Eucaristía. Impresionará, seguidamente, su compostura y la atención al leer la Palabra de Dios y seguir la Misa. Visita a las “abuelitas” de un hogar para ancianos, y creciendo se ofrece para quedarse durante la noche con sus abuelos maternos, necesitados de asistencia. Su vida se ve iluminada por simples florecillas. Una noche escribe: “Una compañera tiene escarlatina, y todos tienen miedo de ir a visitarla. De acuerdo con mis papás se me ocurre llevarle las tareas, parta que no se sienta sola. Creo que más allá del temor, es importante amar”.

Con 9 años descubre el Movimiento de los Focolares, y adhiere como gen (Generación Nueva, la segunda generación de los Focolares) al Ideal de la unidad. Su vida será sua escalada en unión, con sus papás, con Chiara Lubich, con los jóvenes con quienes comparte la misma elección de vida. Además de su compromiso en el Movimiento Gen, trabaja activamente en la vida de la parroquia y en la diócesis.

En el ’81, con el papá y la mamá, participa e Roma en el Family Fest, manifestación mundial de los Focolares. Es el inicio, para los 3 de una nueva vida. Se compromete con pasión en el Movimiento, con las gen. En su pequeño pueblito Chiara se lanza a amar a sus compañeras de escuela, cualquiera que pasa a su lado, decidida a vivir con radicalidad el Evangelio que la ha fascinado.

Entreteje con Chiara Lubich una correspondencia que se volverá cada vez más constante. A ella le confía descubrimientos y pruebas, hasta lo último. En junio de 1983, con 12 años, participa en su primer congreso gen internacional en Rocca di Papa. Escribe a Chiara: “He descubierto a Jesús abandonado en un modo especial”. Y en noviembre: “He descubierto que Jesús Abandonado es la lleve de la unidad con Dios y quiero elegirlo como mi esposo y prepararme para cuando viene. ¡Preferirlo! He entendido que podemos encontrarlo en los alejados, en los ateos y que debo amarlos en modo especialísimo, sin interés”. Una elección que nunca más pondrá en discusión. De sus cartitas y de los testimonios se entrevé la alegría y el estupor al descubrir la vida: una visión positiva y luminosa. Chiara es una muchacha como todas: alegre y vivaz, ama la música (tiene una voz bellísima), la natación y el tenis, los paseos en la montaña. Tiene muchos amigos.

A quien le pregunta si les habla de Dios, responde: “Yo no debo decir Jesús, sino dar a Jesús con mi comportamiento”. Su camino no es solitario. Es un camino junto a las otras gen: no pierden la ocasión para “cimentar su unidad” –como ellas dicen- en los encuentros en los que se cuentan recíprocamente las experiencias del Evangelio vivido, pero también con llamadas telefónicas, visitas, mensajes, fiestas, paseos, regalos.

Entre ellas la comunión de los bienes es una realidad: Chiara conserva hasta su muerte en su habitación una lista de sus cosas, para ponerlas a disposición de quien más las necesita. Tiene 17 años cuando un fuerte dolor en el hombro sentido durante un partido de tenis hace sospechar a los médicos. Muy pronto el diagnóstico: tumor óseo. En febrero del ’89 Chiara afronta la primera operación: las esperanzas son muy escasas. En el hospital se alternan los gen y otros amigos del Movimiento para sostenerla a ella y a su familia. Los internamientos en el hospital de Turín resultan cada vez más frecuentes y así tratamientos muy dolorosos que Chiara afronta con gran valentía. Ante cada nueva, dolorosa “sorpresa” su ofrecimiento es más decidido: “¡Por ti Jesús, si lo quieres Tú, también yo lo quiero!”.

Pronto Chiara pierde el uso de las piernas. Una nueva operación se revela inútil, pero lo que la sostiene en los momentos más duros es la unión con “Jesús Abandonado”, el cual sobre la cruz no advierte la presencia consoladora del Padre. Y Chiara afirma: “Si en estos momentos me preguntaran si quiero caminar, diría que no, porque así como estoy, me encuentro más cerca de Jesús”.

Su médico, una persona no creyente y crítica respecto a la Iglesia, dirá: “Desde que conocí a Chiara, algo ha cambiado dentro de mí. En ella hay coherencia, en ella todo el cristianismo me calza”. A pesar de estar ya reducida a la inmovilidad, Chiara se mantiene activísima: vía telefónica, sigue el naciente grupo de Jóvenes por un Mundo Unido de Savona, se hace presente en congresos y actividades varias con mensajes, tarjetas, carteles, para hacer conocer a sus amigos y compañeros de clase, a las y los gen…Invita a muchos de ellos al Genfest ’90 (manifestación internacional de los Jóvenes por un Mundo Unido, llevado a cabo en Roma, en mayo del ’90), evento que Chiara tiene la dicha de seguir en directa gracias a la antena parabólica que le instalaron en el techo de su casa. Persevera en el ofrecimiento de su dolor: “A mí me interesa sólo la voluntad de Dios, hacer bien esa; en el momento presente: estar al juego de Dios”.

Y aún más: “Lo he perdido todo (respecto a la salud), pero todavía tengo el corazón, y con éste puedo siempre amar”. La sostiene la certeza de ser “inmensamente amada por Dios”. Y es esto lo que la mantiene firme en su fe. A su mamá, que titubea al pensar cómo hará sin ella, le responde: “¡Confíate en Dios, y habrás hecho todo!”. Su relación con Chiara Lubich se hace cada vez más estrecha: la tiene continuamente al día. El 19 de julio del ’90, le escribe: “La medicina se dio por vencida. Al interrumpir la cura, los dolores en la columna han aumentado y ya casi no logro girarme hacia los lados. Me siento tan pequeña y el camino por recorrer es tan arduo…, con frecuencia siento que el dolor me vence. Sin embargo, es el Esposo que viene a mi encuentro,
¿verdad? Sí, yo también lo repito contigo: ‘Si lo quieres tú, yo también lo quiero’… ¡Estoy contigo en la certeza que junto a Él venceremos al mundo!”

La respuesta llega inmediatamente: “No temas, Chiara, de decirle tu sí a Él momento por momento. Él te dará la fuerza, ¡créelo! Yo también rezo por esto y estoy siempre allí contigo. Dios te ama inmensamente y quiere penetrar en la intimidad de tu alma y hacerte experimentar gotas de cielo. ‘Chiara Luce’ es el nombre que he pensado para ti: ¿te gusta? Es la luz del Ideal que vence al mundo. Te lo mando con todo mi afecto...”

Al avanzar la enfermedad, se necesita intensificar la dosis de morfina; sin embargo, Chiara Luce la rechaza: “Me quita la lucidez, cuando yo puedo ofrecerle a Jesús sólo el dolor”.
En un momento de particular sufrimiento físico, le confiesa a la mamá que en su corazón está cantando: “Heme aquí, Jesús, también hoy delante de Ti…”. Resulta ya claro que pronto podrá encontrar Lo y se prepara. Una mañana, después de una noche difícil, le viene espontáneo repetir en breves intervalos: “Ven, Señor Jesús”. Son las 11 cuando, inesperadamente, llega a visitarla un sacerdote del Movimiento. Chiara Luce
se alegra muchísimo: desde que se había despertado, en efecto, deseaba recibir a Jesús Eucaristía. Este se volverá su viático. Chiara Luce parte para el cielo el 7 de octubre de 1990.

Ya había pensado en todo: en los cantos de su funeral, en las flores, en su peinado, en su vestido, el cual quiso que fuera blanco, de novia…y con una recomendación: “Mamá, cuando me estés preparando, deberás repetir en cada momento: ahora Chiara Luce
ve a Jesús”. Al papá que le pregunta si siempre está dispuesta a donar sus corneas, le responde con una sonrisa luminosísima. Luego, un último saludo a la mamá: “Adiós, tienes que ser feliz porque yo lo soy”, y una sonrisa al papá.

En el funeral, celebrado por el obispo diocesano: cientos y cientos de jóvenes, y muchos sacerdotes. Los integrantes del Gen Rosso y del Gen Verde interpretan los cantos escogidos por ella. Un gran ramo de flores y un telegrama les llega a los papás de parte de Chiara Lubich: Agradezcamos a Dios por esta luminosa obra de arte suya “. La fama de su santidad se difunde. El obispo de la Diócesis de Acqui, Mons. Livio Maritano, el mismo que la confirmó y la visitó varias veces durante la enfermedad, el 11 de junio de 1999 abre la fase diocesana del proceso de beatificación: “Me pareció que su testimonio fuese significativo particularmente para los jóvenes”.

Afirma en una entrevista a Michele Zanzucchi, autor de una biografía de ella: “También hoy hay necesidad de santidad. Es necesario ayudar a los jóvenes a encontrar una orientación, un objetivo, a superar inseguridades y soledad, sus enigmas frente a los fracasos, al dolor, a la muerte, a todas sus inquietudes”. El 3 de julio de 2008,
Chiara es declarada Venerable y el 19 de diciembre de 2009, el Santo Padre reconoce el milagro concedido por su intercesión: un acto preludio de su próxima beatificación.