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domingo, 3 de octubre de 2010

El film de la vida de Juan Pablo II 1 y 2 parte




Les hacemos llegar las direcciones de la primera y segunda parte de la vida de Juan Pablo II.
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El film de la vida de Juan Pablo II  1 y 2 parte
      
      Primera parte
1                  http://www.youtube.com/watch?v=6sDCoLufKb4
 

Segunda parte 



     

ADORACIÓN Y LUCHA ESPIRITUAL

  ADORACIÓN Y LUCHA ESPIRITUAL

“Sed sobrios, y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar” (1 Pe 5,6-8)

1.     Reflexión

Todo hombre que quiera ser fiel a Cristo tendrá que librar una verdadera lucha espiritual. La Palabra de Dios habla de la existencia de esta lucha real e invisible en la que participan seres espirituales: Jesucristo y los suyos, por un lado,  Satanás y sus secuaces por otros. Es la lucha del bien contra el mal, de la luz contra las tinieblas, de pelear contra Cristo. Cada ser humano, lo quiera o no, le guste o no, se ve afectado por este combate, cuyo final ya está sentenciado, desde el momento en que Jesucristo, con su muerte en cruz, derrotó de una vez y para siempre, a todos los poderes de las tinieblas.

Cuando el hombre nace a una vida nueva, que es la vida del Espíritu, y comienza a vivir como hijo de Dios, va adquiriendo conciencia de esta realidad en función de su crecimiento espiritual. La Palabra de Dios afirma de forma contundente que “nuestra lucha no es contra la carne o la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas” (Ef 6,12).  Y ante tal combate, la misma Palabra de Dios nos nuestra el camino de la victoria: “Fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo” (Ef 6, 10-11). La clave está, por tanto, en fortalecerse en el Señor y revestirse de las armas de Dios, que el apóstol Pablo detalla en los versículos siguientes (cf. Ef 6,12-18).

En el combate espiritual la adoración juega un papel muy importante. Por un lado, como lugar  de defensa y protección por excelencia, donde el cristiano se mantiene a salvo y lejos del alcance de sus enemigos; por otro lado, como lugar de preparación para entablar batalla contra los enemigos y derrotarlos con el poder y la autoridad que el discípulo tiene en el nombre de Jesucristo. Es lo que hicieron los doce y aún los setenta y dos, cuando después de haber sido enviados por el Señor, regresaron contentos donde el Señor y le dijeron: “Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre” (Lc 10,17)
 
Efectivamente, la adoración es refugio frente a los enemigos espirituales, ya que no pueden soportarla y al mismo tiempo la temen. Saben que cuando el hombre se postra a los pies del Señor nada pueden contra él y por eso intentan, por todos los medios, apartar al cristiano de su fuente de poder y protección, que es Jesucristo. Lograr que un discípulo de Jesús deje de permanecer en el Señor es victoria deseada por sus enemigos. Ya decía el Maestro: “Separados de mi, no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Además la adoración es un camino seguro de renovación, crecimiento y fortaleza  en el Señor y, en definitiva,  de mayor presencia del Señor en la vida del discípulo. Sólo el Señor conoce con exactitud el valor de la verdadera adoración para el crecimiento espiritual del cristiano, pero lo cierto es que sus palabras sobre este misterio son frecuentes y no dejan lugar a duda..

A través de la adoración el cristiano también es revestido con la armadura de Dios y preparado para realizar el combate, personal o en equipo, al que el Espíritu le guía en cada situación, para avance del Reino y gloria de Dios; una lucha en la que participan también la Iglesia triunfante y los ejércitos celestiales –por algo son llamados así-, a las órdenes de nuestro común Rey y Señor. El adorador, revestido de la santidad y armadura espiritual tiene asegurada la victoria contra sus enemigos,  luchando con moral de victoria y viéndose honrado por el privilegio de poder poner a los pies de su Señor las victorias que sólo el poder de su Rey consigue, siendo testigo de que se cumple la palabra que está escrita y que dice: “Harán la guerra al Cordero, pero el Cordero, como es Señor de Señores y Rey de Reyes, los vencerá en unión con los suyos, los llamados y elegidos y fieles”  (Ap 17,14).

2.     Palabra profética

Si mis discípulos son fieles a la adoración, los enemigos nada podrán contra ellos, pues no les está permitido acercarse a mi tienda. Aquí, durante la adoración, mis discípulos son revestidos de santidad,  ante la cual los enemigos no pueden resistir porque a ellos les está negada.






SOMOS UNA OBRA MAESTRA DEL SEÑOR

  
¿Por qué somos quebrantados?

Cuando fijamos nuestra vista en el logro de nuestros objetivos, perdemos de vista los objetivos de Dios para nosotros. Debemos quebrar nuestro intenso amor hacia nosotros mismos si es que vamos a permitir que el amor de Dios nos envuelva y nos llene.

Un joven me dijo: "Hace dos años que soy cristiano y ¡no puedo decirle cuán diferente es mi vida ahora!

Luego, en un tono de voz muy serio y pensativo, añadió: "Sin embargo, algunas veces me pregunto por qué tuve que atravesar experiencias tan horribles antes de venir al Señor. Yo era alcohólico. Utilizaba a las personas. Me metí en problemas con la ley y estuve muy cerca de matar a un par de personas porque tuve un accidente mientras conducía bajo la influencia del alcohol. Hubiera querido que Dios me salvara mucho antes".

Entonces le respondí: "Tal vez había algo en ti que debía morir antes de que pudieras vivir cabalmente".

El joven pensó por un momento en lo que le había dicho. "Sí, usted tiene razón. Yo no estaba listo para dejar lo que llamaba la buena vida, hasta hace unos dos años y medio. Hasta ese momento pensaba que tenía una gran vida. Recién ahora me doy cuenta de lo terrible que era la vida que estaba llevando."

Antes de que cualquiera de nosotros pueda vivir completamente de la manera que Dios quiere, debe morir al deseo de controlar su propia vida o de vivir de acuerdo con sus propios planes y voluntad.

Algo tiene que morir para que comience la vida

Un pasaje importante en las Escrituras acerca del quebrantamiento se encuentra en Juan 12:24-25. Al preparar a sus discípulos para su crucifixión y resurrección, Jesús les dijo: "De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto" (Juan 12:24).

Mientras tenga un grano en su mano, tendrá solamente ese grano. Puede ponerlo sobre el piso del granero, sobre el marco de una ventana, o hasta debajo de una cúpula de vidrio, o puede guardarlo por siempre. Sin embargo, seguirá siendo un solo grano. De su interior no saldrá nada. Con el tiempo se pudrirá y se convertirá en polvo.

Pero cuando uno toma esa semilla y la introduce en el suelo y la cubre con tierra fértil, el calor del sol y la humedad de la tierra obrarán conjuntamente sobre la cáscara exterior de ella. Antes de que pase mucho tiempo, la cáscara exterior se rompe y un pequeño brotecito verde comienza a abrirse paso a través de la tierra hasta que con el tiempo traspasa la superficie y sale a la luz del sol. Una raíz comienza a crecer hacia abajo, y ancla la semilla a la tierra.

La semilla en sí desaparece mientras el tallo crece y con el tiempo produce una espiga de trigo o una mazorca de maíz. Esa espiga de trigo o mazorca de maíz produce docenas de granos, cada uno de los cuales posee la capacidad de crecer y convertirse a su vez en una planta.
De un solo grano de trigo, una persona podría llegar a plantar cientos de miles de hectáreas. Lo único que tendría que hacer es volver a plantar todos los frutos de un grano, y luego todos los frutos de sus granos, y seguir así sucesivamente.

Jesús estaba enseñando que en tanto que el grano permaneciera solo (sin que nadie lo plantara y sin que se rompiera) no podría llevar fruto. Por supuesto, describía lo que le estaba por suceder. En tanto que Jesús permanecía vivo, unas pocas personas podrían ser sanadas, unas pocas se beneficiarían con sus milagros, unas pocas se volverían a Dios a través de sus enseñanzas y de su predicación, pero en última instancia, el mundo seguiría sin recibir el perdón.
Para que su vida se pudiera extender y multiplicar, Jesús tenía que morir. Una vez que hubiera muerto y resucitado, su vida podría multiplicarse millones de veces, tal como ha sucedido a través de los siglos.

Quienes lo hemos recibido como nuestro Salvador y quienes hemos sido perdonados de nuestros pecados, tenemos nuestro nombre escrito en el Libro de la vida del Cordero porque Él estuvo dispuesto a morir.

A su tiempo, Él nos llama a cada uno de nosotros a tomar nuestra cruz –debemos morir con sacrificio a nosotros mismos y entregarnos a su causa– para que podamos vivir para Él y de acuerdo con sus propósitos.

Jesús prosiguió diciendo: "El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará" (Juan 12:25).

¡Debemos morir a nosotros mismos para obtener más de nosotros mismos y vivir eternamente! Debemos quebrar nuestro intenso amor hacia nosotros mismos si es que alguna vez vamos a permitir que el amor de Dios nos envuelva y nos llene.

Hay muchos otros pasajes de las Escrituras que hacen eco de esta misma enseñanza: al aferrarnos a nuestro propio deseo y a nuestra propia voluntad, perdemos. Al soltarlos y al permitir que Dios tenga el control, ganamos (véanse Mateo 10:39 y 16:24-26).

Dios desea diseñar nuestro futuro

A través de los años, he descubierto que aquellos que son más jóvenes suelen tener más dificultad en someter su vida totalmente al Señor. Ven cómo el futuro se extiende ante sus ojos, lleno de lo que perciben como oportunidades ilimitadas. Satanás los engaña al hacerles pensar que el futuro no puede ser bueno sin determinada realización y comienzan a perseguir lo que Satanás presenta como el ideal de vida. Por supuesto, sus planes nunca incluyen a Dios. El resultado de perseguir lo que Satanás presenta como deseable es un espíritu de afán. El afán es ambición pura, y en última instancia es una atadura.

Las ilusiones que Satanás nos presenta como objetos que pueden darle valor, significado o peso a nuestra vida son sólo eso: ilusiones. Son como un espejismo en el desierto. Uno puede luchar, rasguñar y dar manotazos al aire al arrastrarse hacia el espejismo con toda su energía, año tras año, sin llegar jamás. Aquello que tiene apariencia de ser una fuente de vida en realidad es polvo seco. ¿Está mal comprar lo mejor que uno pueda dentro de sus posibilidades? ¿Está mal desear tener una esposa o esposo e hijos? ¿Está mal desear tener éxito en el trabajo? ¡No! Lo que está mal es pensar que no podemos vivir sin esas cosas. Lo que está mal es sustituir una relación con Dios por la adquisición de cosas, de relaciones o de logros.

Cuando fijamos nuestra vista en el logro de nuestros objetivos, casi siempre perdemos de vista los objetivos de Dios para nosotros. Solamente cuando hacemos que nuestra relación con Dios sea la prioridad número uno de la vida, Dios puede llevarnos al lugar en el cual lograremos y recibiremos lo que nos trae satisfacción verdadera. Todas las cosas que Satanás nos presenta no sólo como deseables sino también como necesarias para nuestra identidad, son engaños. Su intención no es ver a una persona bendecida, sino más bien provocar su perdición.

Si existe en nuestra vida cualquier cosa que nos haga pensar que no podemos vivir sin ella, esto debería ser una señal de advertencia para que volvamos a evaluar nuestra relación con Dios y para que echemos otra mirada a nuestras prioridades. Jesús nos enseñó claramente: "No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6:31-33).

Dios sabe lo que usted necesita. Él sabe lo que es mejor para usted, y la cantidad exacta que necesita. Lo cierto es que podemos vivir con muy poco, pero de ninguna manera podemos vivir plenamente sin Dios. Él es lo que necesitamos primordialmente y siempre. ¡Él es el único ser sin el cual realmente no podemos vivir! Las cosas que Satanás nos presenta como cosas que obligatoriamente debemos tener, son cosas pasajeras y temporales.

Si estamos dispuestos a dejar de afanarnos por estas cosas y buscarlas sin importar su costo elevado, y en cambio decidimos volver a Dios, Él va a satisfacer todos nuestros deseos para el futuro. Si estamos dispuestos a dejar de definir nuestro propio futuro, Él nos dará algo mejor que lo que nosotros jamás podríamos haber arreglado, manipulado o creado. Su mejor voluntad será la nuestra, aunque sólo será así si estamos dispuestos a morir a ese rasgo egoísta e independiente para someter nuestra vida completamente a Él.

Dios desea determinar nuestras metas

Una joven vino a hacerme la siguiente pregunta luego de escucharme predicar acerca de esto: "Pastor, ¿está mal establecerse metas? Me parece que usted está diciendo que simplemente debemos vivir día por día, y confiar en Dios, sin tener ninguna clase de planes o metas". No está mal que nos establezcamos metas; lo que está mal es fijarlas sin preguntarle a Dios cuáles son sus metas para nosotros. Siempre debemos enfocar nuestra meta con sincera oración, y preguntarnos: "¿Qué es lo que deseas, oh Dios, que yo haga, que diga y que sea?" Nuestra oración debe ser la misma que hizo Jesús en el jardín de Getsemaní: "No sea como yo quiero, sino como tú" (Mateo 26:39).

Somos hechura de Cristo

¿Quién es el responsable por sus logros y sus éxitos en la vida? ¿Considera que usted es el responsable por aquella persona en la que se convertirá y por aquellas cosas en las que tendrá éxito? ¿O descansa en Dios para que Él viva su vida a través de usted, y para transformarlo de tal manera que Él lo use para sus propósitos?

Estas son dos perspectivas muy diferentes. Difícilmente vamos a rendir nos pronta y fácilmente al quebrantamiento si creemos que tenemos nuestro propio destino en nuestras manos.

La persona sabia enfrenta la realidad de que Dios merece y también exige el derecho y el control de todo lo que somos. Él tiene la autoridad de expresar su vida a través de nosotros, a través de nuestros labios, nuestros ojos, manos, pies, cuerpos, pensamientos y emociones, de la manera que Él elija. Nosotros no debemos ser meros reflejos de lo que Cristo fue, sino que tenemos que ser expresiones vivientes y caminantes de la vida de Cristo en el mundo actual.
La Biblia nos dice que una vez que reconocemos a Jesucristo como Salvador, ya no nos pertenecemos a nosotros mismos y no gobernamos ni determinamos nuestro futuro. Pablo escribió: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas" (Efesios 2:8-10).

Como usted no ganó su propia salvación, tampoco es responsable de alcanzar su propia gloria en la vida. Usted es hechura divina, desde el comienzo hasta el final. Dios lo guía y lo dirige hacia las buenas obras que usted debe hacer para Él, obras que están totalmente en armonía con los talentos, las habilidades, las experiencias y las destrezas que Él le ha dado. Cuando miro hacia atrás, quedo asombrado al contemplar cómo Dios me llevó de un lugar a otro, de una experiencia a otra, siempre me colocó en la posición para dar el próximo paso en la vida, me puso siempre en lugares y situaciones en los que pudiera purificarme o donde pudiera desarrollar algo dentro de mí que sería útil a sus propósitos más tarde.

Cuando era adolescente vendía periódicos para ganar dinero para comprar ropa y otras cosas que necesitaba. Una noche conversaba con un amigo llamado Julián mientras estábamos parados en la esquina de una calle donde vendía los diarios. Le dije que creía que el Señor me estaba llamando a predicar. "Sabes –le dije– debería ir a la universidad, pero no tengo el dinero para hacerlo." Yo no conocía muy bien a este muchacho. Simplemente hablábamos acerca de nuestra vida de una manera más bien casual.

En aquel preciso momento de la conversación, el pastor de mi iglesia se acercó caminando hacia nosotros. Julián le dijo: "Sr. Hammock, Charles cree que el Señor lo ha llamado para predicar. ¿Cree usted que podría ayudarlo para ir a la universidad?" Hammock respondió: "Bueno, podría ser. ¿Por qué no vienes a verme uno de estos días?" Fui a su oficina un día, y esta resultó ser una de las tardes más importantes de mi vida. El pastor Hammock hizo los arreglos para que recibiera una beca completa de cuatro años para la Universidad de Richmond a unos setenta kilómetros de mi ciudad.

¿Fue un accidente que yo hablara con Julián aquella noche, o fue casualidad que el pastor Hammock pasara por allí, o que Julián le dijera lo que le dijo? No. Dios obraba de maneras que yo no podía entender. Dios no solo es quien nos provee la orquestación, sino que también es nuestro compositor. El Señor es el autor y consumador de nuestra vida (véase Hebreos 12:2).

Mientras insistamos en escribir nuestra propia historia, Dios no podrá escribir su voluntad viva en nuestro corazón. Mientras insistamos en abrir nuestro propio camino, Él no podrá guiarnos por sus sendas de justicia.

Mientras insistamos en vivir nuestra vida de acuerdo con los deseos propios, Dios no podrá impartirnos sus deseos ni podrá guiarnos hacia su integridad, su fecundidad y sus bendiciones.

Mientras sintamos que tenemos el control de nuestro destino, no podremos experimentar cabalmente el destino que Él tiene para nosotros. Somos hechura suya. Cuando actuamos de otra manera, abrimos una brecha en nuestra relación de confianza con Dios y nos negamos a someter nuestra vida completamente a Él.





Interceder para gloria de Dios

INTERCESORES CON CRISTO 

“Para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (1 P 4,11)


Interceder para gloria de Dios

Nunca podemos olvidar el motivo de lo que hacemos, porque eso nos llevaría a realizar nuestras actividades incorrectamente, al no tener la referencia necesaria para orientar e impulsar nuestra actividad, y finalmente nos conduciría al fracaso. Esto se puede aplicar a todos los ámbitos, a toda nuestra vida. Necesitamos razones por las que obrar, especialmente en las cosas más importantes.

El cristiano es aquel que vive Cristo, y por lo mismo es movido en todo lo que hace por un objetivo: dar gloria a Dios. Necesitamos analizar en la práctica qué motivaciones mueven nuestra vida, porque si no es realmente ésta, nuestra vida y nuestras actividades no seguirán un rumbo acertado. Pablo nos recuerda, por si se nos olvida, para qué estamos aquí “por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef 1,4-6).

Este principio general se aplica particularmente también a nuestro ministerio de intercesores. Nuestra oración debe ser también como la del salmista: “¡No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria!” (Sal 115,1). Otros intereses, motivaciones o actitudes deben ser pospuestos o estar subordinados al principal. Lo primero que buscamos es que Dios sea glorificado directamente y en cada situación que le presentamos.

De hecho el fruto de la vida del discípulo, también de nuestro ministerio intercesor, está directamente relacionado con buscar la gloria de Dios: “La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos” (Jn 15,8). Como nos recuerda Pablo éste debe ser el norte en nuestra vida: “Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Co 10,31).

¿Cómo interceder ante el “rey de la gloria” (Sal 24,8), en medio de tanto pecado y miseria? Nuestra visión debe centrarse en la gloria de Dios, y en que su presencia llene la tierra, como fue profetizado: “¡La tierra acabará llenándose del conocimiento de la gloria del Señor, como las aguas llenan el mar!” (Ha 2,14).

Nosotros somos aquellos de quienes dice el oráculo: “A los que para mi gloria creé, plasmé e hice” (Is 43,7). ¿Hay algo mayor?, ¿podríamos ser escogidos para una misión más noble? En Cristo tenemos motivos y razones suficientes para encontrar sentido a nuestra vida y a nuestra intercesión. “Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén” (Rm 11,35).


Palabra profética a los intercesores:

A cada uno de vosotros os he convocado y quiero grabar en vuestro corazón el sello de la intercesión. Os he dejado saborear las mieles de la intercesión, pero quiero que me dejéis poner en vuestros corazones el sello que marca a aquellos que he elegido. Necesito que cada  uno de vosotros se deje revestir de mi santidad, porque sólo así podéis entrar en el misterio de la intercesión. No olvidéis que os he elegido, y que la intercesión está fundamentada en el amor y en la cruz;  no olvidéis que yo os he elegido, y que sólo a mi me debéis la gloria.



PADRE MIGUEL 65 años para la gloria de Dios y el servicio de los hermanos





HA SIDO UNA FIESTA PARA DAR JUNTOS LAS GRACIAS AL SEÑOR POR ESTOS JOVENES 65 AÑOS ...


GRACIAS A TODOS LOS QUE HAN ACOMPAÑADO  Y COLABORADO PARA QUE FUERA UNA VERDADERA "FIESTA" DE "FAMILIA"

Interceder con fe

INTERCESORES CON CRISTO

“Hágase en vosotros según vuestra fe” (Mt 9,29)

Interceder con fe

¿Cómo medimos nuestras palabras cuando oramos? ¿Con qué medida, la de Dios o la del sentido común humano? El intercesor está llamado a ser osado, a orar por cosas imposibles, porque “ninguna cosa es imposible para Dios” (Lc 1,37). Por esto Jesús afirmó que “todo es posible para quien cree” (Mc 9,23). A veces somos demasiado disciplinados y prudentes, y respetamos las leyes que rigen la vida física porque  a final de cuentas, como solemos decir, ‘son leyes que Dios estableció’. De esta manera, si hay alguien con una enfermedad incurable pensamos que no merece la pena orar por su salud. Olvidamos que además de esas leyes físicas existen unas leyes espirituales, según las cuales Jesucristo tiene toda autoridad y poder sobre la Creación, y comparte su autoridad con los creyentes. Además, en el caso de una enfermedad, por muy incurable que sea para los médicos, puede ser que el propósito de Dios sea diferente del que nuestro sentido común humano nos dicta, pues Dios bien puede querer la salud. ¿Acaso no curaba Jesús a los enfermos? ¿O eso son sólo historias de antaño? Si no son en la misma medida, -o mayor todavía- historias de hoy, la culpa tenemos que achacarla a la falta de fe de los que nos decimos creyentes.

Si a veces ni siquiera somos capaces de orar en voz alta por situaciones difíciles delante de otros, se debe a que no somos capaces de comprometer nuestra fe. Pero tenemos que recordar que no somos nosotros los que vamos a cambiar ninguna situación, sino Dios. No está en juego nuestra fe en el cambio de la situación cambie, sino nuestra fe en Dios. Si nuestros ojos se ciñen a las circunstancias, podemos vacilar; pero si mantenemos “fijos los ojos en Jesús” (Hb 12,2) todo será posible.

Jesús reprendió en más de una ocasión a los discípulos por su falta de fe: Algo que debía acontecer no ocurrió;  y sucedió así por la falta de fe de los discípulos. El hecho que nos debe hacer reflexionar es que el Señor Jesús esperaba de ellos que pusiesen la fe en marcha, y cuando no lo hicieron se mostró bastante decepcionado. Nos podríamos preguntar: ¿de qué formas, como intercesor, estoy decepcionando al Señor, no poniendo la fe en práctica?

La fe ocupó una parte importante en la enseñanza y en el entrenamiento que el Maestro tuvo con los discípulos. Él decía: “Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’ y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis” (Mc 11,23-4).

Esta es la fe que tiene que acompañar nuestra intercesión, una fe capaz de mover montañas, capaz de cambiar situaciones que parecen inamovibles. Interceder es una forma de practicar la fe. De hecho, si desarrollamos el ministerio de intercesión, el Señor puede darnos los carismas del Espíritu que ayudarán a que nuestra intercesión crezca. Uno de estos carismas, el carisma de fe (cf., 1 Co 12,9) es un don particular del Espíritu para aplicar en situaciones concretas. El Señor no va a fallar, y él espera que nosotros tampoco le fallemos.


Palabra profética – Testimonios


Visión, durante la intercesión, de un pulsador rojo en el que se leía: FE. Acompañan a la visión unas palabras que dicen:

"Mi poder está ahí, pero se pone en marcha cuando movidos por la fe apretáis el pulsador. Una vez más os recuerdo: No os entretengáis en naderías. Habéis sido elegidos para una misión mucho más importante. No os limitéis a hacer las cosas que muchos están haciendo."

"No tengáis miedo a que os juzguen y os critiquen porque no hacéis lo que ellos hacen. Haced lo que yo os mando. Vuestra misión, hoy, en la Iglesia, es la intercesión. No penséis con criterios humanos. Dejad que mi Espíritu gobierne vuestra mente y vuestro corazón."