Prólogo
Mi querido amigo en Dios: este libro es para ti, personalmente, y no para el público
en general. Quiero estudiar en él tu obra interior de contemplación tal como he llegado a
entenderla a ella y a ti. Si escribiera para todos, tendría que hablar en términos generales,
pero, como escribo para ti solo, me centraré en aquellas cosas que personalmente creo
más provechosas para ti en este momento. Si algún otro comparte tus disposiciones
interiores y quisiera sacar también algún provecho de este libro, tanto mejor. Será para mí
una satisfacción. Pero eres tú solo a quien en este momento tengo presente, y tu vida interior, tal como he llegado a entenderla. Por eso, a ti (y a otros como tú) dirijo las
siguientes páginas.
Cuando te retires a hacer oración tú solo, aparta de tu mente todo lo que has estado
haciendo o piensas hacer. Rechaza todo pensamiento, sea bueno o malo. No ores con
palabras a no ser que te sientas movido a ello; y si oras con palabras, no prestes atención
a si son muchas o pocas. No ponderes las palabras ni su significado. No te preocupes de
la clase de oraciones que empleas, pues no tiene importancia que sean oraciones
litúrgicas oficiales, salmos, himnos o antífonas; o que tengan intenciones particulares o
generales; o que las formules interiormente con el pensamiento o las expreses en voz alta
con palabras. Trata de que no quede en tu mente consciente nada a excepción de un
puro impulso dirigido hacia Dios. Desnúdala de toda idea particular sobre Dios (cómo es
él en sí mismo o en sus obras) y mantén despierta solamente la simple conciencia de que
él es como es. Déjale que sea así, te lo pido, y no le obligues a ser de otra manera. No
indagues más en él, quédate en esta fe como en un sólido fundamento. Esta simple
conciencia, desnuda de ideas y deliberadamente amarrada y anclada en la fe, vaciará tu
pensamiento y afecto dejando sólo el pensamiento desnudo y la sensación ciega de tu
propio ser. Sentirás como si todo tu deseo clamara a Dios y dijera:
Oh Señor, yo te ofrezco lo que soy,
sin mirar a ninguna cualidad de tu ser
sino al hecho de que tú eres como eres;
esto y nada más que esto.
Que este sosiego y oscuridad ocupe toda tu mente y que seas tú un reflejo de ella.
Pues quiero que el pensamiento que tienes de ti mismo sea tan puro y simple como el que
tienes de Dios. Así podrás estar espiritualmente unido a él sin fragmentación alguna y sin
disipación de tu mente. Él es tu ser y en él tú eres lo que eres, no sólo porque él es la
causa y el ser de todo lo que existe, sino porque él es tu causa y el centro profundo de tu
ser. En esta obra de contemplación, por tanto, has de pensar en él y en ti de la misma
manera: esto es, con la simple conciencia de que él es como es y de que tú eres como
eres. En este sentido tu pensamiento no quedará dividido o disperso, sino unificado en él,
que es el todo.
Acuérdate de esta distinción entre él y tú: él es tu ser, pero tú no eres el suyo. Cierto
que todo existe en él como en su fuente y fundamento del ser, y que él existe en todas las
cosas, como su causa y su ser. Pero queda una distinción radical: él solo es su propia
causa y su propio ser. Pues así como nada puede existir sin él, de la misma manera él no
puede existir sin él mismo. Él es su propio ser y el ser de todas las demás cosas. De él sólo puede decirse: él está separado y es distinto de toda otra cosa creada. Y asimismo, él es el único en todas las cosas y todas las cosas son una en él. Repito: todas las cosas existen en él; él es el ser de todo.
Siendo esto así, deja que la gracia una tu pensamiento y afecto a él, mientras que tú
te esfuerzas por rechazar hasta la más mínima indagación sobre las cualidades
particulares de tu ciego ser o del suyo. Mantén tu pensamiento totalmente desnudo, tu
afecto limpio de todo querer y tu ser simplemente tal como eres. Así la gracia de Dios
puede tocarte y nutrirte con el conocimiento experimental de Dios tal como es. En esta
vida, semejante experiencia permanecerá siempre oscura y parcial, de modo que tu
ardiente deseo por él esté siempre nuevamente encendido por él. Levanta, pues, tus ojos
con alegría y di a tu Señor, con las palabras o el deseo:
Oh Señor, yo te ofrezco lo que soy
pues tú eres todo lo que soy.
No prosigas, quédate en esta simple, firme y elemental conciencia de que tú eres
como eres.
II
No es difícil dominar esta manera de pensar. Estoy seguro de que incluso el hombre
o mujer menos culto, acostumbrado al más primitivo estilo de vida, puede aprenderlo
fácilmente.
A veces me río de mí mismo (si bien no sin un toque de tristeza) y me maravillo de
los que afirman que te escribo a ti y a otros una complicada, difícil, elevada y extraña
doctrina, sólo inteligible para unos pocos espíritus inteligentes y altamente preparados. No
es ciertamente la gente sencilla y sin formación la que dice esto; son los sabios y los
teólogos competentes. A estos en particular quiero contestar.
Es una gran pena y un comentario bien triste sobre la situación de aquellos
supuestamente consagrados a Dios el que, en nuestros días, no sólo unos pocos sino
casi todos (a excepción de uno o dos amigos especiales de Dios, encontrados aquí y allá)
están tan ciegos por una loca contienda sobre la más reciente teología o los
descubrimientos de las ciencias naturales, que no pueden siquiera entender la verdadera
naturaleza de esta simple práctica. Una práctica tan simple que incluso el rústico más
analfabeto puede encontrar en ella un camino a la unión real con Dios en la dulce
simplicidad del perfecto amor. Por desgracia, esta gente sofisticada es tan incapaz de
entender esta verdad con un corazón simple, como lo es un niño que comienza a
deletrear el abecedario para entender las exposiciones intrincadas de teólogos eruditos.
Pero, en su ceguera, insisten en llamar a este simple ejercicio profundo y sutil; si lo
examinaran con profundidad y de una manera sensata descubrirían que es tan claro y
sencillo como una lección de principiante.
Es ciertamente un plato de principiante, y considero desesperadamente estúpido y
obtuso al que no puede pensar y sentir que es o existe, no cómo o qué es, sino que es o
existe. Esta elemental autoconciencia la posee por naturaleza la vaca más estúpida o la
bestia más irracional. (Hablo en broma, naturalmente, pues no podemos decir que un
animal es más estúpido o más irracional que otro). Pero sólo el ser humano puede darse
cuenta y experimentar esta existencia personal suya que es única, porque el hombre es una criatura aparte en la creación, estando muy por encima de todas las bestias y siendo
la única criatura dotada de razón.
Así, pues, abísmate en lo más profundo de tu alma y piensa en ti de esta manera
simple y elemental. (Otros, refiriéndose a lo mismo, desde su propia experiencia, hablan
del «ápice» del alma, y llaman a esta conciencia la «más alta sabiduría humana»). De
todos modos, no pienses en lo que eres sino que eres o existes. Pues sin duda percibir lo
que eres exige el esfuerzo de tu inteligencia y una buena dosis de reflexión y sutil
introspección. Pero esto ya lo has hecho bastante tiempo con la ayuda de la gracia; y
hasta cierto punto (en la medida en que te es necesario por el momento) entiendes lo que
realmente eres -un ser humano por naturaleza, y un ser despreciable, caído por el
pecado, digno de compasión-. Tú sabes bien esto. Y probablemente crees también que tú
solo conoces demasiado bien, por experiencia, los vicios que siguen y se apoderan del
hombre a causa del pecado. ¡Recházalos! ¡Olvídalos, te lo ruego! No reflexiones más
sobre ellos por miedo a contaminarte. Recuerda, más bien, que posees una habilidad
innata para conocer que eres o existes, y que puedes experimentar esto sin ninguna
disposición especial natural o adquirida.
Olvídate de tu miseria y de tus pecados, y a este simple nivel elemental piensa sólo
que eres lo que eres. Presumo, naturalmente, que has sido debidamente absuelto de tus
pecados, generales y particulares, como exige la santa Iglesia. De lo contrario, yo nunca
aprobaría el que tú u otro cualquiera iniciarais esta obra. Pero si piensas que has hecho lo
que debías en esta materia, sigue adelante. Quizá sientas todavía el peso de tu pecado y
miseria tan terriblemente que llegues a dudar de lo que es mejor para ti, pero haz como te
digo.
Toma al buen Dios tal como es, tan sencillo como una cataplasma común, y aplícala
a tu «yo» enfermo, tal como eres. O, si me permites decirlo de otra manera, levanta tu
«yo», tal como eres, y que tu deseo llegue a tocar al Dios bueno y misericordioso, tal cual
es, ya que tocarle es salud eterna. La mujer del Evangelio testifica esto cuando dice:
«Con sólo tocar la orla de su vestido sanaré». Ella fue curada físicamente; y mucho más
lo serás tú de tu enfermedad espiritual por esta encumbrada y sublime obra en que tu
deseo llega hasta tocar al mismo ser de Dios, querido por sí mismo.
Levántate, pues, con decisión y toma esta medicina. Eleva tu yo enfermo, tal como
eres, al Dios lleno de gracia, tal como es. Deja atrás toda indagación y especulación
profunda sobre tu ser o el suyo. Olvida todas estas cualidades y todo lo referente a ellas,
sean puras o pecaminosas, naturales o gratuitas, divinas o humanas. Nada importa ahora
sino el libre ofrecimiento a Dios de esa ciega conciencia de tu ser desnudo, para que la
gracia pueda envolverte y hacer de ti espiritualmente una sola cosa con el precioso ser de
Dios, de una manera totalmente simple según responde a su ser.
III
Sin duda, cuando comiences este ejercicio, tus facultades indisciplinadas, al no
encontrar carne con que alimentarse, te increparán airadamente para que lo abandones.
Te pedirán que emprendas algo más digno, que significa, por supuesto, algo más
adecuado a ellas. Pero ahora tú estás entregado a una obra tan por encima de su
actividad acostumbrada, que piensan que estás perdiendo el tiempo. Pero su desagrado,
por cuanto tiene aquí su origen, de hecho es una buena señal, ya que prueba que has
emprendido algo de gran valor. Eso me complace. ¿Y por qué no? Pues no puedo hacer
nada, ni ningún ejercicio de mis facultades físicas o espirituales me puede acercar tanto a Dios y alejarme del mundo, como esta tranquila y limpia conciencia de mi ciego ser y de
mi entrega gozosa del mismo Dios.
No te inquietes, pues, si tus facultades se rebelan y te instigan a que abandones este
ejercicio. Como te digo, sólo es porque no encuentran pasto en él. Pero no debes ceder.
Domínalas negándote a alimentarías a pesar de su rabia. Por alimentarías entiendo el que
te entregues a toda clase de especulaciones intrincadas para hurgar en los aspectos
particulares de tu ser.
Meditaciones como esta tienen ciertamente su lugar y su valor, pero, a diferencia de
la ciega conciencia de tu ser y el don de ti mismo a Dios, llevan a la ruptura y a la
dispersión de la unidad de tu ser tan necesario para un encuentro profundo con Dios.
Mantente, por tanto, recogido y anclado en el centro profundo de tu espíritu y no te
vuelvas atrás para actuar con tus facultades bajo ningún pretexto por sublime que sea.
Escucha el consejo y la instrucción que Salomón dio a su hijo cuando dijo:
Honra a Yahvé con tus riquezas
con las primicias de todas tus ganancias:
tus trojes se llenarán de grano
y rebosará de mosto tu lagar.
Salomón decía esto a su hijo, pero has de tomarlo como dirigido a ti mismo, y
entiéndelo espiritualmente, según el sentido que yo, poniéndome en su lugar, voy a
explicarte.
Mi querido amigo en Dios, pasa por alto las interminables y complicadas
investigaciones del intelecto y da culto al Señor tu Dios con todo tu ser. Ofrécele tu mismo
yo con toda simplicidad, todo lo que eres y tal como eres, sin concentrarte en ningún
aspecto particular de tu ser. De esta manera no puede dispersarse tu atención ni
enredarse tu afecto, pues ello estropearía tu unidad de corazón y consiguientemente tu
unión con Dios.
Con las primicias de todas tus ganancias. Se refiere aquí al más importante de todos
los dones especiales de la naturaleza y de la gracia que se te han otorgado al crearte y se
te han fomentado a través de los años hasta este momento. Con estos dones de Dios,
estos frutos, estás obligado a nutrir y ayudarte no sólo a ti mismo sino a todos los que son
tus hermanos y hermanas por naturaleza y gracia. A los más importantes de estos dones
los llamo primicias. Es el don del ser mismo, el primer don que recibe toda criatura.
Cierto que todos los atributos de tu existencia personal están tan íntimamente ligados
a tu ser que de hecho son inseparables de él. En cierto sentido, sin embargo, no tendrían
realidad alguna, si tú no existieras antes que ellos. Tu existencia, por tanto, merece ser
llamada la primicia de tus dones, porque realmente lo es. Solamente ser ha de llamarse la
primicia de tus frutos.
Si comienzas a analizar hasta el fondo de algo una o todas las sutiles facultades y las
excelsas cualidades del hombre (pues es la más noble criatura de Dios), llegarás al final a
las más lejanas conquistas y a las últimas fronteras del pensamiento para encontrarte allí
a ti mismo cara a cara con el ser puro mismo. Y si te sirvieras de este análisis para
elevarte tú mismo al amor y a la alabanza de tu Señor Dios que te dotó del ser, ¡y qué ser
tan noble! (como puede revelarlo la meditación sobre la naturaleza humana), fíjate adónde
te puede llevar eso. Al principio a lo mejor dices: «Yo soy existo; veo y siento que soy que
existo. Y no sólo existo sino que poseo toda clase de talentos y dones personales». Pero después de hacer el recuento de todo esto en tu mente, aún podrías dar un paso más y
recogerlo todo en una sencilla oración que abarca todo esto. Hela aquí:
Lo que soy y la manera como soy
con todos mis dones de naturaleza y de gracia,
tú me los has dado, Señor, y tú eres todo esto.
Yo te lo ofrezco, principalmente
para alabarte y para ayudar
a mis hermanos cristianos
y a mí mismo.
Puedes ver así que, prosiguiendo tu meditación hasta las más lejanas conquistas y
las últimas fronteras del pensamiento, te encontrarás al final a ti mismo, en el fondo
esencial del ser, en una percepción desnuda y conciencia ciega de tu propio ser. Y por
eso únicamente tu ser puede llamarse la primicia de tus frutos.
Así, pues, el ser desnudo ocupa el primer lugar entre todos los frutos, ya que los
demás están enraizados en él. Y ahora has llegado a un momento en que ya no sacarás
ningún provecho revistiendo tu conciencia del ser desnudo, es decir, acumulando en ella
algunos o todos esos dones particulares, que yo llamo tus frutos y en los que has
concentrado tu esfuerzo meditativo durante tanto tiempo. Ahora basta para dar culto
perfecto a Dios hacerlo con la sustancia de tu alma, es decir, con el ofrecimiento de tu ser
desnudo. Sólo esto constituye la primicia de tus frutos; será el interminable sacrificio de
alabanza, que exige el amor de ti y de todos los hombres. Deja la conciencia de tu ser,
desnuda de todo pensamiento sobre sus atributos, y tu mente totalmente vacía de todo
detalle particular relativo a tu ser o a cualquier otra criatura. Tales pensamientos no
pueden satisfacer tu necesidad presente, tu ulterior crecimiento, ni te pueden llevar a ti o a
otros a una mayor perfección.
Abandónalos. En verdad, estas meditaciones te son ahora inútiles. Pero esta
conciencia global de tu ser, concebida en un corazón indiviso, satisfará tu necesidad
presente, tu ulterior crecimiento, y te llevará a ti y a toda la humanidad a una perfección
más alta. Créeme, supera el valor de cualquier pensamiento particular, por sublime que
sea.
IV
Todo esto lo puedes verificar con la autoridad de las Escrituras, el ejemplo de Cristo y
el examen de una lógica fiable. Así como todos los hombres se perdieron en Adán cuando
se apartó del amor que le hacia uno con Dios, de la misma manera, todos los que por
fidelidad a su propio camino de vida manifiestan su deseo de salvación, lo recibirán por la
sola Pasión de Cristo.
Pues Cristo se dio todo entero, en sacrificio perfecto y completo. No se limitó a la
salvación de una persona en particular, sino que se dio a sí mismo sin reserva por todos.
Con amor universal se dio a si mismo en ofrenda verdadera y perfecta, entregándose sin
reserva de manera que todos los hombres pudieran unirse a su Padre tan efectivamente
como él lo estaba.
Y el hombre no puede tener mayor amor que sacrificar su mismo yo por el bien de
todos los que son sus hermanos y hermanas por naturaleza y por gracia. Pues el espíritu
es de mayor dignidad que la carne y por lo mismo es más valioso unir el espíritu a Dios
(que es su vida) por el sublime alimento del amor que unir la carne al espíritu (que es suvida) por la comida de la tierra. Es importante, por supuesto, alimentar el cuerpo, pero si
no alimentas también el espíritu, no has hecho nada. Los dos son buenos, pero el
primero, por si mismo, es el mejor. Un cuerpo sano nunca merecerá la salvación; pero un
espíritu robusto, aunque esté en un cuerpo frágil, no sólo puede merecer la salvación sino
también llegar a la plena perfección.
V
Has llegado a un punto en que tu ulterior crecimiento en la perfección exige que no
alimentes tu mente con meditaciones sobre los múltiples aspectos de tu ser. En el
pasado, estas meditaciones piadosas te ayudaban a entender algo de Dios. Alimentaban
tu afecto interior con una suave y deliciosa atracción hacia él y a las cosas espirituales, y
llenaban tu mente de una cierta sabiduría espiritual. Pero ahora es importante que te
concentres seriamente en el esfuerzo de morar continuamente en el centro profundo de tu
espíritu, ofreciendo a Dios la conciencia ciega y desnuda de tu ser, que yo llamo las
primicias de tus frutos. Si haces esto, y lo puedes hacer con la ayuda de la gracia de Dios,
confía en que la recomendación que Salomón te hace, de alimentar al pobre con las
primicias de tus frutos, se realizará puntualmente, tal como promete; y todo sin que tus
facultades interiores tengan que buscar o escudriñar minuciosamente entre los atributos
de tu ser o del de Dios.
Quiero que entiendas claramente que en esta obra no es necesario indagar hasta el
más mínimo detalle sobre la existencia de Dios ni tampoco de la tuya. Pues no hay
nombre, ni experiencia, ni intuición tan afín a la eternidad de Dios como la que tú puedes
poseer, percibir y experimentar de hecho en la ciega conciencia amorosa de esta palabra:
es. Descríbelo como quieras: como Señor bueno, amable, dulce, misericordioso, justo,
sabio, omnisciente, fuerte, omnipotente; o como conocimiento sumo, sabiduría, poder,
fuerza, amor o caridad, y encontrarás todo esto junto escondido y contenido en esta
palabrita: es. Dios en su misma existencia es todas y cada una de estas cosas. Si
hablaras de él de mil maneras diferentes, no irías más allá ni aumentarías el significado
de esta única palabra: es. Y si no usaras ninguna de ellas, no habrías quitado nada de la
misma. Sé, pues, tan ciego en la amorosa contemplación del ser de Dios como lo eres en
la desnuda conciencia de ti mismo. Cesen tus facultades de inquirir minuciosamente en
los atributos de su ser o del tuyo. Deja esto atrás y dale culto enteramente con la
sustancia de tu alma: todo lo que eres, tal cual eres, ofrecido a todo lo que él es, tal cual
es.
Pues tu Dios es el ser glorioso de si mismo y de ti, en su ser totalmente simple y
puro.
Así es como podrás juntar todas las cosas, y de una manera maravillosa, glorificarás
a Dios con él mismo, puesto que lo que eres lo tienes de él y es él, él mismo. Tuviste,
naturalmente, un comienzo -ese momento en el tiempo en que te creó de la nada-, pero tu
ser ha estado y estará siempre en él, desde la eternidad y por toda la eternidad, pues él
es eterno. Y por tanto, seguiré gritando esta sola cosa:
Honra a Yahvé con tus riquezas
con las primicias de todas tus ganancias:
tus trojes se llenarán de grano
y rebosará de mosto tu lagar.
La promesa contenida en estas últimas palabras es que tu afecto interior quedará
colmado con una abundancia de amor y una bondad práctica que manará de tu vida en
Dios, el cual es el fondo de tu ser y la simplicidad de tu corazón.
Y rebosará de mosto tu lagar Este lagar son tus facultades espirituales interiores.
Antes tú las forzabas y las violentabas con toda clase de meditaciones y búsqueda
racional en un esfuerzo de conseguir alguna comprensión espiritual de Dios y de ti mismo,
de sus atributos y de los tuyos.
Pero ahora están llenas y rebosan de mosto. La Sagrada Escritura habla de este vino
y lo interpreta místicamente como esa sabiduría espiritual que destila la contemplación
profunda y el paladeo excelso del Dios trascendente.
Y de qué modo tan espontáneo, gozoso y sin esfuerzo sucederá esto a través de la
acción de la gracia. Ya no es necesario tu rudo esfuerzo, pues por la eficacia de esta
gentil, oscura y contemplativa obra, los ángeles te traerán la sabiduría. Sí, el conocimiento
de los ángeles está especialmente dirigido a este servicio, como una criada a su señora.
VI
Por su misma naturaleza, este ejercicio le abre a uno a la alta sabiduría del Dios
trascendente, que desciende amorosamente a las profundidades del espíritu del hombre,
uniéndole y ligándole a Dios en delicado y espiritual conocimiento. Como alabanza de
esta gozosa y exquisita actividad el sabio Salomón prorrumpe alborozado y dice:
Feliz el hombre que ha encontrado la sabiduría,
dichoso el que alcanza la inteligencia.
Mejor es andar en busca de sabiduría
que en busca de plata.
No hay tesoro escondido que te dé mejor provecho...
Hijo mío, actúa en todo con reflexión y prudencia,
no las pierdas de vista
y te servirán de adorno.
Entonces caminarás seguro y tu pie no tropezará,
no tendrás miedo al acostarte,
reposarás y tu sueño te será bueno.
No temerás el espanto repentino, ni la agresión
de algún malvado.
Yahvé estará a tu lado y cuidará que tu pie
no se prenda en la red.
Explicaré el significado oculto de lo que aquí se dice. Feliz, en verdad, es ese hombre
que encuentra la sabiduría que le unifica y le une a Dios. Feliz aquel que ofreciendo a
Dios la oscura conciencia de su propio yo enriquece su vida interior con una ciencia
amorosa, delicada y espiritual que trasciende con mucho todo conocimiento connatural o
adquirido. Vale mucho más esta sabiduría y el sosiego de esta obra interior, llena de
delicadeza y de finura, que poseer oro y plata. En este pasaje, el oro y la plata simbolizan
todo conocimiento de los sentidos y del espíritu. Nuestras facultades espirituales
adquieren este oro y plata concentrándose en las cosas que están o por debajo de
nosotros o dentro de nosotros o al mismo nivel que nosotros, en las meditaciones sobre
los atributos del ser de Dios o el ser de las criaturas
Después continúa diciendo por qué esta obra interior es mejor, al afirmar que es el primero y más puro de los frutos del hombre. Y no es extraño si tienes en cuenta que la alta sabiduría espiritual conseguida en este trabajo brota libre y espontáneamente del fondo más profundo e íntimo del espíritu. Es una sabiduría oscura e informe, que está muy lejos de todas las fantasías de la razón o de la imaginación. Jamás la fatiga y el esfuerzo de las facultades naturales serán capaces de producir algo semejante. Pues lo que producen, por sublime o sutil que sea, comparado con esta sabiduría, es poco más que la fingida vacuidad de la ilusión. Está tan distante de la verdad, visible a la luz radiante del sol espiritual, como la palidez de los rayos de la luna en una noche de invierno lo están del esplendor del sol en el día más claro en pleno verano.
Luego Salomón prosigue aconsejando a su hijo guardar esta ley y consejo, en que
están perfectamente contenidos todos los mandamientos y leyes del Antiguo Testamento,
sin esforzarse de modo especial en concentrarse en alguno de ellos en particular. Esta
obra interior se llama ley simplemente porque incluye en sí misma todas las ramas y
frutos de la ley entera. Pues si la examinas con detenimiento, podrás averiguar que su
vitalidad está enraizada y fundamentada en el glorioso don del amor que es, como enseña
el Apóstol, la perfección de toda ley. «La perfección de la ley es el amor».
Te digo, pues, que si guardas esta ley del amor y este consejo vivificador, será
realmente la vida de tu espíritu, como dice Salomón. En tu interior conocerás el reposo de
morar en el amor de Dios. Hacia él exteriormente, toda tu personalidad unificada irradiará
la belleza de su amor, pues con una fidelidad indefectible te inspirará la respuesta más
adecuada en tu trato con tus hermanos cristianos. Y de estas dos actividades (el amor
interior de Dios y la expresión externa de tu amor a los demás) penden toda la ley y los
profetas, como dicen las Escrituras. Después, a medida que te perfecciones en la obra del
amor, tanto de dentro como de fuera, irás adelantando en tu camino apoyado en la gracia
(tu guía en este viaje espiritual), ofreciendo amorosamente tu ciego y puro ser al glorioso
ser de tu Dios. Aunque son distintos por naturaleza, la gracia los ha hecho uno.
VII
Entonces caminarás seguro y tu pie no tropezará. Esto significa que cuando, con la
experiencia, esta obra interior se hace un hábito espiritual, no serás fácilmente seducido o
apartado de ella por las dudas impertinentes de tus facultades naturales, aunque al
principio te sea difícil resistirías. Podríamos expresar esto mismo de la siguiente manera:
«Entonces caminarás seguro y tu pie no tropezará ni caerás en ninguna clase de ilusión
que surja de la insaciable búsqueda de tus facultades». Y ello porque, como te dije más
arriba, en la obra de contemplación toda su búsqueda inquisitiva queda totalmente
rechazada y olvidada, a menos que la inclinación humana a la falsía contaminen la
conciencia desnuda de tu ciego ser y te aparte de la dignidad de esta obra.
Cualquier pensamiento particular de las criaturas que penetre en tu mente, además o
en vez de esa simple conciencia de tu desnudo ser (que es tu Dios y tu deseo de él), te
arrastra a la actividad de tus sutiles e inquisitivas facultades. Entonces ya no estás
totalmente presente a ti mismo ni a tu Dios, y esto aumenta la fragmentación y dispersión
de toda concentración en su ser y en el tuyo. Por eso, con la ayuda de su gracia y a la luz
de la sabiduría que nace de la perseverancia en esta obra, mantente recogido y abismado
en las profundidades de tu ser cuantas veces puedas.
Como ya te he explicado, esta simple obra no es contraria a tus actividades diarias.
Con tu atención centrada en la ciega conciencia de tu puro ser unido al de Dios, podrás realizar tus faenas diarias, comer y beber, dormir y pasear, ir y venir, hablar y escuchar, acostarte y levantarte, estar de pie o de rodillas, correr o montar a caballo, trabajar o descansar. En medio de todo esto puedes ofrecer a Dios cada día el más preciado don que puedes hacerle. Esta obra estará en el centro de todo lo que haces, sea activo o
contemplativo.
Dice también Salomón en este pasaje que, si te duermes en esta oscura
contemplación, lejos del ruido y de la agitación del maligno, del mundo engañador y de la
carne frágil, no temerás ningún peligro ni ningún engaño del enemigo. Pues, sin duda,
cuando el enemigo te descubra en esta obra, quedará totalmente aturdido, y cegado por
una ignorancia de muerte ante lo que haces, se verá arrastrado por una loca curiosidad
de averiguarlo. Pero no te preocupes, pues reposarás en la amorosa unión de tu espíritu
con el de Dios. Y tu sueño te será bueno; sí, porque te reportará una profunda fortaleza
espiritual y un alimento que renovará tanto tu cuerpo como tu espíritu. Salomón confirma
esto cuando dice a continuación: es la salud completa para la carne. Quiere decir
simplemente que dará la salud a la fragilidad y enfermedad de la carne. Y así será, pues
toda enfermedad y corrupción vino sobre la carne cuando el hombre abandonó esta obra.
Pero, cuando con la gracia de Jesús (que es siempre el principal agente en la
contemplación), el espíritu vuelva a ella, la carne quedará completamente curada. Y debo
recordarte que sólo por la misericordia de Jesús y tu amoroso consentimiento podrás
esperar conseguirlo. Por eso uno mi voz a la de Salomón cuando habla en este pasaje, y
te animo a permanecer firme en esta obra, ofreciendo continuamente a Dios tu pleno
consentimiento en la alegría del amor.
No temerás el espanto repentino, ni la agresión de algún malvado... El sabio dice
aquí lo siguiente: «No te dejes vencer por el miedo angustioso si el enemigo viene (como
vendrá) con repentina saña, golpeando y martilleando en las paredes de tu casa; o si
mueve alguno de sus poderosos agentes a que se levanten repentinamente y te ataquen
sin previo aviso». Seamos claros en esto: el enemigo se ha de tomar en serio. Todo el
que comienza esta obra (no importa quién sea) está expuesto a sentir, oler, gustar u oír
algunos efectos sorprendentes amañados por este enemigo en uno u otro de sus
sentidos. No te extrañes, por tanto, si llega a suceder. No hay nada que no quiera intentar
a fin de echarte abajo de las alturas de una obra tan valiosa. Y por eso te digo que vigiles
tu corazón en el día del sufrimiento, esperando con gozosa confianza en el amor de tu
Señor. Pues el Señor está a tu lado y tu pie no tropezará. Si, estará muy cerca de ti,
pronto a ayudarte.
Tu pie no tropezará... El pie de que habla aquí es el amor por el cual asciendes a
Dios. Y promete que Dios te protegerá a fin de que no seas vencido por los ardides y
engaños de tus enemigos. Estos, naturalmente, son el diablo y toda su corte, el mundo
engañoso y la carne.
Amigo mío, ¡fíjate! Nuestro poderoso Señor, él que es amor, él que está lleno de
sabiduría y de poder, él mismo guardará, defenderá y socorrerá a todos los que se olvidan
totalmente de sí mismos y ponen su amor y confianza en él.
VIII
Pero ¿dónde encontrar una persona tan enteramente comprometida y tan firmemente
anclada en la fe, tan sinceramente transparente y verdadera que ha reducido su yo a
nada, por así decir, y tan exquisitamente alimentada y guiada por el amor de Dios?
¿Dónde encontraremos una persona amante rica en experiencia trascendente que tiene conocimiento vivo de la omnipotencia del Señor, de su inefable sabiduría y bondad
radiante? ¿Alguien que perciba la unidad de su presencia esencial en todas las cosas y la
unicidad de todas ellas en él, tan bien que someta todo su ser a él, en él, y convencida
por su gracia de que si no lo hace nunca será totalmente transparente y sincera en su
esfuerzo por reducir a nada su propio yo? ¿Dónde está ese hombre sincero que, llevado
de su noble resolución de reducir a nada su propio yo y con el alto deseo de que Dios sea
todo en la perfección del amor, merezca experimentar la vigorosa sabiduría y bondad de
Dios que le socorre, le ampara y le guarda de sus enemigos de dentro y de fuera? Ese
hombre estará ciertamente henchido del amor de Dios y en la plena y final pérdida del yo
hasta llegar a nada o menos que nada, si esto fuera posible; y así permanecerá firme y
sin que le puedan perturbar ni una actividad febril, ni el trabajo, ni la preocupación por su
propio bienestar.
¡Quedaos con vuestras objeciones humanas, hombres de corazón dividido! Aquí
tenéis una persona tan tocada por la gracia que puede entregarse a si misma en un
sincero y total olvido de si. No me digáis que está tentando a Dios por alguna
elucubración racional. Decís eso, porque vosotros mismos no os atrevéis a hacerlo. No,
contentaos con vuestra vocación a la vida activa; ella os llevará a la salvación. Pero dejad
en paz a estas otras personas. Lo que hacen está por encima de la comprensión de
vuestra razón, y por lo mismo, no os debéis extrañar o sorprender por sus palabras y
obras.
Oh, qué vergüenza! ¿Hasta cuándo seguiréis oyendo o leyendo esto sin creerlo y
aceptarlo? Me refiero a todo lo que nuestros padres escribieron y hablaron en los tiempos
pasados, a lo que es la flor y nata de las Escrituras. O estáis tan ciegos que la luz de la fe
ya no puede ayudaros a entender lo que leéis, o estáis tan envenenados por una secreta
envidia, que sois incapaces de creer que un bien tan grande pueda llegar a vuestros
hermanos y no a vosotros. Creedme, si sois sensatos, estaréis vigilando a vuestro
enemigo y sus insidias; pues lo que quiere es que confiéis más en vuestra propia razón
que en la antigua sabiduría de nuestros padres verdaderos, el poder de la gracia y los
designios de nuestro Señor.
Cuántas veces no habéis leído o escuchado en los santos, sabios y seguros escritos
de los padres, que tan pronto como nació Benjamín, su madre, Raquel, murió. Aquí
Benjamín representa la contemplación, y Raquel la razón. Cuando uno está tocado por la
gracia de la auténtica contemplación (como lo está él en su noble resolución de reducir su
yo a nada, y en su alto deseo de que Dios lo sea todo), en cierto sentido podemos decir
que la razón muere. ¿Y no habéis leído y oído esto con frecuencia en las obras de varios
autores santos y sabios? ¿Qué es lo que os detiene para creerlo? Y si lo creéis, ¿cómo os
atrevéis a dejar que vuestro curioso intelecto divague entre las palabras y obras de
Benjamín? Porque Benjamín es figura de todos los que han sido arrebatados por encima
de sus sentidos en un éxtasis de amor, y de ellos dice el profeta: «Allí Benjamín, el
pequeño, abriendo marcha». Os lo advierto: vigilad para que no lleguéis a imitar a esas
madres desgraciadas que mataron a sus hijos apenas nacieron. Velad, no sea que os
ocurra que acometáis a toda fuerza con vuestro venablo atrevido contra el poder,
sabiduría y designios del Señor. Yo sé que sólo queréis realizar sus planes; pero, si no
tenéis cuidado, podéis erróneamente destruirlos en la ceguera de vuestra inexperiencia.
IX
En la primitiva Iglesia, cuando la persecución era común, toda clase de personas (sin
preparación especial de prácticas piadosas y devocionales ) estaban tan maravillosa y espontáneamente tocadas por la gracia, que sin otro recurso ulterior a la razón corrían a
la muerte con los mártires. Leemos de artesanos que arrojaron sus herramientas y de
niños de escuela que abandonaron sus libros, tan grande era su ansia de martirio. En
nuestro tiempo, la Iglesia está en paz, pero ¿es tan difícil creer que Dios puede y quiere
tocar los corazones de toda clase de gente con la gracia de la oración contemplativa en el
mismo sentido maravilloso e imprevisto? ¿Es tan extraño el que quiera y de hecho haga
esto? No, y yo estoy convencido de que Dios en su gran bondad continúa actuando como
quiere en los que elige, y de que finalmente podrá verse su bondad en toda su dimensión
para asombro de todo el mundo. Y todo el que esté gozosamente determinado a reducir
su yo a nada y ansiosamente anhele que Dios sea todo, se verá protegido de la
embestida de sus enemigos internos y externos, por la bondad gratuita de Dios mismo.
No necesita ordenar sus defensas, pues con una gran fidelidad propia de su bondad, Dios
protegerá infaliblemente a aquellos que, absortos en su amor, se han olvidado de sí
mismos. ¿Puede sorprendernos, por tanto, que estén tan maravillosamente seguros? No,
porque la verdad y la docilidad les han hecho perder el miedo y estar fuertes en el amor.
Pero quien no se atreve a abandonarse a Dios y critica a otros que lo hacen,
manifiesta un vacío interior. Porque, o el enemigo ha robado de su corazón la confianza
amorosa que debe a su Dios y el espíritu de buena voluntad que debe a sus hermanos
cristianos, o de lo contrario no está todavía lo suficientemente anclado en la docilidad y en
la verdad para ser un verdadero contemplativo. Tú, sin embargo, no debes temer
entregarte a una radical dependencia de Dios ni abandonarte al sueño de la
contemplación ciega u oscura de Dios tal cual es, lejos del tumulto del mundo corrompido,
del enemigo engañoso y de la carne débil. Nuestro Señor estará a tu lado dispuesto a
socorrerte, guardará tus pasos para que no caigas.
No sin razón vinculo esta actividad al sueño. Pues en el sueño las facultades
naturales cesan de su trabajo y todo el cuerpo permanece en pleno reposo, reponiéndose
y renovándose. De una manera semejante, en este sueño espiritual, esas facultades
espirituales siempre en movimiento, la imaginación y la razón, quedan completamente
recogidas y vacías del todo. Feliz el espíritu, entonces, pues queda libre para dormir un
sueño saludable y descansar en quietud contemplando amorosamente a Dios tal cual es,
mientras que todo el hombre interior se repone y renueva maravillosamente.
¿Ves ahora por qué te dije que recogieras tus facultades negándote a trabajar con
ellas y, en cambio, ofrecieras a Dios la desnuda y ciega conciencia de tu propio ser? Pero
ahora te repito: asegúrate de que está desnuda y no vestida con cualquier idea sobre los
atributos de tu ser. Podrías estar inclinado a vestirla con ideas sobre la dignidad y bondad
de tu ser o con interminables detalles relativos a la naturaleza del hombre o a la
naturaleza de las demás criaturas. Pero, tan pronto como hagas esto, habrás dado pábulo
a tus facultades y tendrán la fuerza y oportunidad de conducirte a toda suerte de cosas.
Te aviso, antes de que lo experimentes; tu atención quedará dispersa y te encontrarás a ti
mismo distraído y abrumado. Guárdate de esta trampa, te lo suplico.
X
Pero quizá tus insaciables facultades han estado ya ocupadas examinando lo que he
dicho sobre la obra contemplativa. Están inquietas porque está por encima de su habilidad
y te han dejado perplejo y dubitativo sobre este camino a Dios. En realidad, no ha de
sorprender. Porque, en el pasado, dependiste tanto de ellas que ahora no puedes darles
de mano fácilmente, aun cuando la obra contemplativa exige que lo hagas. Al presente,
sin embargo, veo que tu corazón está turbado e inquieto por todo esto. ¿Es realmente tangrato a Dios como te digo? Y silo es, ¿por qué? Quiero contestar a todo esto, pero quiero
que comprendas que precisamente estas cuestiones surgen de una mente tan inquisitiva
que de ningún modo te dejarán en paz para asentir a esta actividad, hasta que su
curiosidad no haya sido apaciguada en cierta medida por una explicación racional. Y
puesto que este es el caso, no me puedo negar a ello. Complaceré a tu soberbio intelecto,
descendiendo al nivel de tu presente comprensión, a fin de que después tú puedas
remontarte al mío, confiando en mi orientación y no poniendo trabas a tu docilidad. Apelo
a la sabiduría de san Bernardo, quien afirma que la perfecta docilidad no pone trabas.
Pones trabas a tu docilidad cuando vacilas en seguir la orientación de tu padre
espiritual antes de que tu propio juicio la haya ratificado. ¡Mira cómo deseo ganar tu
confianza! Si, yo realmente lo quiero y lo conseguiré. Ahora bien, es el amor lo que me
mueve, más que cualquier otra habilidad personal, grado de conocimiento, profundidad de
comprensión o adelanto en la misma contemplación. De todos modos, espero y pido a
Dios que supla mis deficiencias, pues mi conocimiento es sólo parcial mientras que el
suyo es completo.
XI
Ahora, para satisfacer tu orgulloso intelecto, cantaré las alabanzas de esta actividad.
Créeme, si un contemplativo tuviera lengua y palabras para expresar su experiencia,
todos los sabios de la cristiandad quedarían mudos ante su sabiduría. Sí, porque en
comparación, todo el conocimiento humano junto aparecería como simple ignorancia. No
te sorprendas, pues, si mi desmañada y humana lengua no acierta a explicar su valor de
manera adecuada. Y no quiera Dios que la experiencia misma degenere tanto que tenga
que adaptarse a los estrechos limites del lenguaje humano. ¡No, no es posible y nunca lo
será; y no quiera Dios que yo lo desee alguna vez! Lo que podemos decir de ella no es
ella, sino sólo sobre ella. No obstante, puesto que no podemos decir lo que es, tratemos
de describirla, para confusión de todos los intelectos soberbios, especialmente del tuyo,
que es la razón verdadera por la que escribo esto ahora.
Comenzaré haciéndote una pregunta. Dime, ¿cuál es la sustancia de la perfección
última del hombre y cuáles son los frutos de esta perfección? Contestaré por ti. La más
alta perfección del hombre es la unión con Dios en la consumación del amor, un destino
tan alto, tan puro en sí mismo y tan por encima del pensamiento humano que no puede
ser conocido o imaginado tal como es. Siempre que encontramos sus frutos, sin embargo,
podemos suponer que se da en abundancia. Al declarar, por tanto, la dignidad de la obra
contemplativa sobre las demás, debemos primero distinguir los frutos de la perfección
última del hombre.
Estos frutos son las virtudes que deben abundar en todo hombre perfecto. Ahora
bien, si estudias cuidadosamente la naturaleza de la obra contemplativa y consideras
después la esencia y la manifestación de cada virtud por separado, descubrirás que todas
las virtudes se encuentran clara y distintamente contenidas en la contemplación misma,
no deterioradas por una voluntad retorcida o egoísta.
No mencionaré aquí ninguna virtud particular, ya que no es necesario y, además, has
leído sobre ellas en mis otros libros. Bastará con decir que la obra contemplativa, cuando
es auténtica, es ese amor reverente, ese fruto sazonado y cosechado del corazón de un
hombre del que te hablé en mi pequeña Carta sobre la Oración. Es la nube del no-saber,
el amor secreto plantado hondamente en un corazón indiviso, el Arca de la Alianza. Es la
teología mística de Dionisio, lo que él llama su sabiduría y su tesoro, su luminosa oscuridad y su entender no entendiendo. Es lo que te lleva al silencio por encima del pensamiento y de las palabras y lo que hace tu oración sencilla y breve. Y es lo que te enseña a olvidar y repudiar todo lo que es falso en el mundo.
Hay más todavía. Es lo que te enseña a olvidar y repudiar tu mismo yo, según la
exigencia del Evangelio: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo,
que tome su cruz y me siga». En el contexto de todo lo que hemos venido diciendo sobre
la contemplación, es como si Cristo dijera: «El que quiera venir humildemente en pos de
mi -a la alegría de la eternidad o al monte de la perfección-...». Cristo fue delante de
nosotros porque este era su destino por naturaleza; nosotros vamos en pos de él por
gracia. Su naturaleza divina tiene una categoría superior en dignidad que la gracia, y la
gracia la tiene más alta que nuestra naturaleza humana. En estas palabras nos enseña
que podemos seguirle al monte de la perfección tal como se experimenta en la
contemplación, sólo a condición de que él nos llame primero y nos conduzca allí por la
gracia.
Esta es la verdad absoluta. Y quiero que entiendas (y otros como tú que puedan leer
esto) una cosa muy claramente. Aunque yo te he animado a seguir el camino de la
contemplación con simplicidad y rectitud, estoy seguro, no obstante, sin duda o miedo a
equivocarme, de que Dios todopoderoso, independientemente de todas las técnicas, ha
de ser siempre el agente principal de toda contemplación. Es él quien ha de despertar en
ti este don por la gracia. Y lo que tú y otros como tú habéis de procurar es haceros
completamente receptivos, consintiendo y sufriendo su divina acción en las profundidades
de vuestro espíritu. El consentimiento pasivo y la perseverancia que aportáis a la obra es,
sin embargo, una actitud específicamente activa. Pues por la unicidad de tu deseo,
dirigido en anhelo constante hacia tu Señor, te abres continuamente a su acción. Todo
ello, sin embargo, lo aprenderás por ti mismo a través de la experiencia y de la
comprensión de la sabiduría espiritual.
Pero puesto que Dios en su bondad mueve y toca a diferentes personas de
diferentes maneras (a algunas a través de causas segundas y a otras directamente),
¿quién se atreve a decir que no pueda tocarte a ti, y a otros como tú, a través y por medio
de este libro? Yo no merezco ser su servidor, mas en sus designios misteriosos puede
operar a través de mi, si así lo quiere, pues es libre de obrar como le plazca. Pero
supongo que, después de todo, no entenderás realmente esto hasta que no te lo confirme
tu propia experiencia contemplativa. Digo simplemente esto: prepárate a recibir el don del
Señor escuchando sus palabras y dándote cuenta de su pleno significado. «Quien quiera
venir en pos de mi, que se niegue a si mismo». Y dime, ¿de qué mejor manera puede uno
abandonarse y despreciarse a sí mismo y al mundo que negándose a volver su mente
hacia lo uno o lo otro ni hacia nada relacionado con ellos?
XII
Quiero que entiendas ahora que, aunque al principio te dije que te olvidaras de todo,
a excepción de la ciega conciencia de tu desnudo ser, quería llevarte incluso hasta el
punto en que te olvidaras también de esto, experimentando así solamente el ser de Dios.
Con un ojo fijo en esta última experiencia pude decirte al principio: Dios es tu ser En aquel
momento creí que era prematuro esperar que pudieras levantarte de repente a tan alta
conciencia espiritual del ser de Dios. Por eso dejé que subieras hacia él por grados,
enseñándote primero a roer la desnuda y ciega conciencia de ti mismo hasta adquirir por
la perseverancia espiritual una facilidad en esta obra interior. Sabía que ello te prepararía
a experimentar el sublime conocimiento del ser de Dios
Y finalmente, en esta obra, tu único y ardiente deseo debe ser este: el ansia de experimentar sólo a Dios. Es cierto que al principio te dije que cubrieras y vistieras la conciencia de tu Dios con la conciencia de tu propio yo, pero sólo porque eras todavía espiritualmente desmañado y sin desbastar. Con perseverancia en esta práctica, esperaba que crecieras incesantemente en la soledad del corazón hasta que estuvieras dispuesto a despojar, destruir y desnudar totalmente la conciencia personal de todas las cosas, incluso la conciencia elemental de tu propio ser, a fin de que puedas vestirte nuevamente con la graciosa y radiante experiencia de Dios tal como es en sí mismo.
Tal es el proceder de todo verdadero amor. El amante se despojará plenamente de
todo, aun de su mismo ser, por aquel a quien ama. No puede consentir vestirse con algo
si no es del pensamiento de su amado. Y no es un capricho pasajero. No, desea siempre
y para siempre permanecer desnudo en un olvido total y definitivo de sí mismo. Esta es la
tarea del amor, si bien sólo el que lo experimente lo podrá entender realmente. Tal es el
significado de las palabras de nuestro Señor: «El que quiera amarme, niéguese a si
mismo». Es como si dijera: «El hombre ha de despojarse de su mismo yo, si es que
quiere sinceramente ser vestido de mi, pues yo soy el vestido que fluye del amor eterno y
sin fin».
XIII
Y así, cuando en esta obra empieces a darte cuenta de que percibes y experimentas
tu yo y no a Dios, llénate de sincera tristeza y anhela con todo tu corazón ser absorbido
totalmente en la experiencia de Dios solo. No ceses de desear la pérdida de ese
despreciable conocimiento y conciencia corrupta de tu ciego ser. Ansia huir de ti mismo
como de un veneno. Olvida y desprecia tu yo tan despiadadamente como manda el
Señor.
No entiendas mal mis palabras. No dije que debas desear no-ser, pues eso sería
locura y blasfemia contra Dios. Dije que debes desear perder el conocimiento y la
experiencia del yo. Esto es esencial, si quieres llegar a experimentar el amor de Dios
tanto como es posible en esta vida. Has de comprender y experimentar por ti mismo que
si no pierdes tu yo, no alcanzarás nunca tu meta.
Pues dondequiera que estés, en cualquier cosa que hagas, o de cualquier modo que lo
intentes, esa elemental sensación de tu propio ser ciego quedará entre ti y tu Dios. Es
posible, por supuesto, que Dios pueda intervenir a veces, llenándote con una experiencia
pasajera de él mismo. Pero fuera de estos momentos esta desnuda conciencia de tu
ciego ser te pesará y será como una barrera entre ti y tu Dios, lo mismo que al principio de
esta obra los variados detalles de tu ser fueron como una barrera para la conciencia
directa de tu yo. Entonces te darás cuenta de lo pesado y doloroso que es el peso del yo.
Que Jesús te ayude en esa hora, pues tendrás gran necesidad de él.
Toda la miseria del mundo junta te parecerá como nada al lado de esta, pues
entonces serás una cruz para ti mismo. Este es, sin embargo, el camino para nuestro
Señor y el significado real de sus palabras: «Que el hombre tome su cruz» (la dolorosa
cruz del yo), para que después pueda «seguirme a la gloria», o, como si dijéramos, «al
monte de la perfección». Pero escucha su promesa:
«Le haré saborear la delicia de mi amor en la inefable experiencia de mi divina persona».
Fíjate en lo necesario que es llevar este peso doloroso, la cruz del yo. Sólo así estarás
preparado para la experiencia trascendente de Dios tal como es y para la unión con él en
la consumación del amor
Y ahora, a medida que esta gracia te toca y te llama, podrás ver y apreciar más y más el valor altísimo de la obra contemplativa.
XIV
Dime ahora, ¿sigues todavía esperando que tus facultades te ayuden a alcanzar la
contemplación? Créeme, ciertamente no ocurrirá así. Las meditaciones imaginativas y
especulativas, por si mismas, nunca te llevarán al amor contemplativo. Por muy
extraordinarias, sutiles, hermosas o profundas que sean, y aunque se centren en tus
pecados, en la Pasión de Cristo, los gozos de nuestra Señora o de los santos y ángeles
del cielo; o en las cualidades, sutilezas y estados de tu ser o del de Dios, son inútiles en la
oración contemplativa. Por mi parte prefiero no tener nada más que esa pura y oscura
percepción de mi yo de la que te hablé arriba.
Fíjate en que he dicho de mi yo y no de mis actividades. Muchas personas confunden
sus actividades con ellos mismos, creyendo que son lo mismo. Pero no es así. El agente
es una cosa y sus obras son otra. De la misma manera, Dios, tal como es en si mismo, es
totalmente diferente de sus obras, que son también algo distinto.
Pero, volviendo a mi punto, llegar a la simple conciencia de mi ser es todo lo que
deseo, aun cuando ello suponga el peso doloroso del yo y rompa mi corazón con
lágrimas, porque sólo experimento mi yo y no a Dios. Prefiero esto con su consiguiente
dolor a todos esos sutiles y raros pensamientos e ideas de que el hombre puede hablar o
que puede encontrar en los libros, por muy sublimes y agradables que puedan parecer a
tu aguda y sofisticada mente. Porque este sufrimiento me inflamará con el deseo amoroso
de experimentar a Dios tal cual es.
A pesar de todo, estas meditaciones tienen su lugar y su valor. Un pecador recién
convertido y que acaba de comenzar a orar, encontrará en ellas el camino más seguro
para el conocimiento espiritual de sí mismo y de Dios. Creo, además, aparte la especial
intervención de Dios, que es humanamente imposible para un pecador llegar al reposo
pacifico en la experiencia espiritual de si mismo, hasta no haber ejercitado primero su
imaginación y razón en el aprecio de su propio potencial humano, así como en las
multiformes obras de Dios, y hasta que no haya aprendido a llorar su pecado y a
encontrar su gozo en el bien obrar. Créeme, quien no siga este camino se extraviará. En
este caso uno ha de permanecer fuera de la contemplación, ocupado en la meditación
discursiva, aun cuando preferiría entrar en el reposo contemplativo que está por encima
de ella. Muchos creen erróneamente que han penetrado por la puerta espiritual, cuando,
en realidad, siguen todavía fuera. Y lo que es más, permanecerán fuera hasta que no
aprendan a buscar la puerta con un amor humilde. Algunos encuentran la puerta y entran
antes que otros, no porque posean una entrada especial o un mérito extraordinario, sino
simplemente porque el portero les deja entrar.
XV
¡Y qué delicioso lugar es esta morada del espíritu! Aquí el mismo Señor no sólo es
portero sino también la puerta. Como Dios, es el portero; como hombre, es la puerta. Por
eso dice en el Evangelio:
Yo soy la puerta de las ovejas,
si uno entra por mí, estará a salvo;
entrará y saldrá y encontrará pasto
El que no entra por la puerta
en el redil de las ovejas,
sino que sube por otro lado,
es un ladrón y un salteador.
En el contexto de todo lo que venimos diciendo sobre la contemplación, puedes
entender las palabras de nuestro Señor como sigue: «En cuanto Dios, yo soy el portero
todopoderoso y por lo mismo, a mi me pertenece determinar quién puede entrar y cómo.
Pero preferí prepararle un camino claro y común al rebaño, abierto a todo aquel que
quiera venir. Por eso me revestí de una naturaleza humana ordinaria, poniéndome
totalmente a disposición de todos, de manera que nadie pudiera excusarse de venir
porque no conociera el camino. En mi humanidad, yo soy la puerta, y quien entra por
medio de mi será salvo».
Los que deseen entrar por la puerta comenzarán meditando la Pasión de Cristo y
aprenderán a llorar sus pecados personales, que motivaron esa Pasión. Que se
reprueben a si mismos arrepintiéndose sinceramente y se muevan a compasión y piedad
por su buen maestro, pues habiéndolo merecido ellos, no han sufrido, mientras que él, no
mereciéndolo, sufrió tan lastimosamente. Y que levanten sus corazones a recibir el amor y
la bondad de su Dios, que prefirió descender tan bajo como para hacerse hombre mortal.
Todo el que hace esto entra por la puerta y será salvo. Sea que entre, contemplando el
amor y la bondad de la Divinidad, o que salga, meditando los sufrimientos de su
humanidad, encontrará pastos espirituales de devoción en abundancia. Si, y aunque no
avance más en esta vida, tendrá mucha devoción, muchísima, para fomentar la salud de
su espíritu y llevarle a la salvación.
Algunos, no obstante, rehusarán entrar por esta puerta, pensando llegar a la
perfección por otros medios. Tratarán de atravesar la puerta con toda suerte de sabias
especulaciones, entregando sus no refrenadas e indisciplinadas facultades a extrañas y
exóticas fantasías, con desprecio de la entrada común abierta a todos, de la que hablé
más arriba, así como de la guía segura de un padre espiritual. Tal persona (y no me
importa quién sea) no sólo es un ladrón nocturno sino un vagabundo de día. Es un ladrón
nocturno, porque opera en la oscuridad del pecado. Lleno de presunción, confía en sus
ideas y antojos personales más que en el consejo seguro o en la seguridad de esa senda
clara y común que he descrito. Es un vagabundo de día, porque disfrazado de una
auténtica vida espiritual roba secretamente y se arroga los signos externos y las
expresiones de un verdadero contemplativo, mientras que en su vida interior no produce
ninguno de sus frutos.
También, ocasionalmente, este joven puede sentir una ligera inclinación hacia la unión con Dios, y, cegado por esto, lo toma como una aprobación de lo que hace. En realidad, cediendo a sus deseos incontrolados y rehusando el consejo, se encuentra en una pendiente peligrosísima. Su peligro es todavía mayor al ambicionar cosas que están muy por encima de él y fuera de la senda ordinaria y clara de la vida cristiana. Ya expliqué esta senda a la luz de las palabras de Cristo, al mostrar el lugar y la necesidad de la meditación. La llamé la puerta de la devoción, y te aseguro que es la entrada más segura para la contemplación en esta vida.
XVI
Pero volvamos a nuestro tema, que te concierne a ti personalmente y a cuantos
compartan tus disposiciones. Dime ahora, si Cristo es la puerta, ¿qué deberá hacer el hombre una vez la ha encontrado? ¿Deberá permanecer allí a la espera sin entrar? Contestando en tu lugar, te digo: si, esto es exactamente lo que debe hacer. Hace bien en seguir estando a la puerta, pues hasta ahora ha vivido una existencia ruda según la carne, y su espíritu se halla corroído por una gran herrumbre. Es justo que espere a la puerta hasta que su conciencia y su padre espiritual estén de acuerdo en que este orín ha sido totalmente quitado. Pero, sobre todo, ha de aprender a ser sensible al Espíritu que le guía secretamente en lo profundo de su corazón y a esperar hasta que el Espíritu mismo le mueva y le llame
desde dentro. Esta secreta invitación del Espíritu de Dios es el signo más inmediato y
cierto de que Dios llama y mueve a una persona a una vida más alta de gracia en la
contemplación.
Pues puede suceder que un hombre lea u oiga sobre la contemplación y sienta
incesantemente en sus devociones ordinarias un suave deseo de unirse más íntimamente
a Dios, incluso en esta vida, a través de la obra espiritual sobre la que ha leído u oído.
Esto indica, ciertamente, que la gracia le está tocando, pues otros oirán o leerán la misma
cosa, permaneciendo totalmente inmóviles, sin experimentar deseo especial alguno por
ella en sus devociones ordinarias. Estas personas hacen bien en seguir pacientemente a
la puerta, como llamados a la salvación pero no aún a su perfección.
Permítaseme a estas alturas una leve digresión para advertirte (y a cualquiera que
pueda leer esto) una cosa en particular. Es algo aplicable en todo caso, pero
especialmente aquí, donde hago una distinción entre los llamados a la salvación y los
llamados a su perfección. Que te sientas llamado a una u otra carece de importancia. Lo
que es importante es que atiendas a tu propia llamada y no discutas o juzgues los
designios de Dios en la vida de los otros. No te mezcles en sus asuntos: de a quién
mueve y llama, y a quién no; de cuándo llama, si pronto o tarde; o de por qué llama a uno
y no a otro.
Créeme, si te metes a juzgar todo esto que atañe a otras personas, pronto caerás en
el error. Presta atención a lo que digo y trata de captar su importancia. Si te llama, alábale
y pídele que puedas responder perfectamente a su gracia. Si no te ha llamado todavía,
pídele humildemente que lo haga a su debido tiempo. Pero no te atrevas a decirle lo que
ha de hacer. Déjale solo. Es poderoso, sabio y lleno de deseo de hacer lo mejor para ti y
para todos los que le aman.
Vive en paz en tu propia vocación. Sea que estés esperando fuera en la meditación o
entres dentro por la contemplación, no tienes motivo para quejarte; las dos vocaciones
son preciosas. La primera es buena y necesaria para todos, aunque la segunda es mejor.
Agárrate a ella, pues, si puedes; o mejor dicho, si la gracia te agarra y escuchas la
llamada del Señor. Sí, te hablo con toda verdad al decirte esto. Pues abandonados a
nosotros mismos podemos caer en forzar orgullosamente la contemplación, lo cual sólo
nos lleva a tropezar al final. Sin él, además, es demasiado esfuerzo perdido. Recuerda lo
que dice: «Sin mi no podéis hacer nada». Es como si dijera: «Si no os muevo y atraigo yo
primero y vosotros no respondéis consintiendo y sufriendo mi acción, nada de lo que
hagáis me agradará por completo». Y ya sabes desde ahora que la obra contemplativa
que he descrito, por su misma naturaleza, ha de agradar enteramente a Dios.
XVII
Consagro este capitulo a refutar la ignorante presunción de ciertas personas que
insisten en que el hombre es el agente principal en todo, incluso en la contemplación Confiando demasiado en su natural sabiduría y en la teología especulativa, afirman que Dios es el que consiente pasivamente, incluso en esta actividad. Pero quiero que
entiendas que en lo que respecta a la contemplación, ocurre todo lo contrario. Dios solo
es el agente principal aquí, y no quiere actuar en nadie que no haya dado de mano todo
ejercicio de su entendimiento natural entretenido en una especulación inteligente.
No obstante, en toda obra buena, el hombre actúa en colaboración con Dios,
sirviéndose de su natural ingenio y conocimiento para su mayor bien. Dios es también
aquí totalmente activo, pero aplicando, por decirlo así, una medida diferente. Aquí permite
la acción del hombre y la asiste a través de los medios secundarios: la luz de la Escritura,
la orientación fiable y los dictados del sentido común que incluyen las exigencias del
propio estado, de la edad y las circunstancias de la vida. De hecho, en todas las
actividades ordinarias el hombre nunca debe seguir una inspiración; aunque sea
piadosa o atractiva; hasta no haberla examinado racionalmente a la luz de estos
tres testigos.
Es razonable, ciertamente, esperar a que un hombre sea capaz de actuar
responsablemente. La santa Iglesia así lo hace, y por derecho y decreto no permite que
uno llegue a obispo (el grado más alto de vida activa) hasta que tras riguroso examen no
haya determinado que es capaz de realizar este oficio.
Así, en todas las actividades ordinarias el ingenio natural y los conocimientos del
hombre (dirigidos por la Escritura, el buen consejo y el sentido común) toman iniciativas
responsables, mientras Dios con su gracia permite y asiste en todos los asuntos
pertenecientes al ámbito de la sabiduría humana. Pero en lo que respecta a la
contemplación, ha de rechazarse incluso la más refinada sabiduría humana. Pues aquí
Dios solo es el agente principal y él solo toma la iniciativa, mientras que el hombre
consiente y sufre su acción divina.
Esta es, pues, mi manera de entender las palabras del Evangelio: «Sin mí, no podéis
hacer nada». Significan una cosa en todas las actividades ordinarias y otra
completamente diferente en la contemplación. Todas las obras activas (agraden a Dios o
no) están hechas con Dios, pero su parte consiste, como si dijéramos, en consentirías y
permitirías. En la obra contemplativa, sin embargo, la iniciativa le pertenece a él solo, y
sólo pide que el hombre consienta y sufra su acción. Puedes tomar esto como principio
general: «No podemos hacer nada sin él; nada bueno ni nada malo; nada activo ni nada
contemplativo».
Antes de dejar este punto, añadiré que Dios está con nosotros también en el pecado,
no porque coopere en nuestro pecado, pues no coopera, sino porque nos permite pecar si
es que optamos por ello. Si, nos deja tan libres que podemos ir a la condenación si, al
final, optamos por esto en vez de por un sincero arrepentimiento.
En nuestras buenas acciones hace algo más que simplemente permitir nuestra
acción. Nos asiste realmente; para gran mérito nuestro si avanzamos, si bien para
vergüenza nuestra si retrocedemos. Y por lo que se refiere a la contemplación, él toma la
iniciativa completa, primero para despertarnos, y después, como maestro artesano, para
trabajar en nosotros conduciéndonos a la más alta perfección, uniéndonos espiritualmente
a él en un amor consumado.
Y así, cuando nuestro Señor dice: «Sin mí, no podéis hacer nada», habla a todos, ya que
todos en la tierra caen en uno de estos tres grupos: pecadores, activos o contemplativos.
En los pecadores está activamente presente, permitiéndoles obrar como quieren; en los activos está presente, permitiendo y asistiendo, y en los contemplativos, como único
dueño, despertándolos y conduciéndolos en esta obra divina.
¡Ay! He empleado muchas palabras y he dicho muy poco. Pero quería que
entendieras cuándo has de usar tus facultades y cuándo no. Quería que vieras cómo
actúa Dios en ti cuando usas tus facultades y cuando no. Creí que esto era importante
porque este conocimiento podría prevenirte de caer en ciertas decepciones que de otra
manera podrían enredarte. Y ya que está escrito, dejémoslo así, aun cuando no tiene
mayor importancia para nuestro tema. Pero volvamos a él ahora.
XVIII
Después de todo lo que he dicho sobre las dos vocaciones a la vida de gracia, veo
que surge una pregunta en tu mente. Quizá estés pensando algo parecido a esto:
«Dime, por favor, ¿hay uno o más signos que me ayuden a discernir este creciente
deseo que siento por la oración contemplativa, y este embriagador entusiasmo que se
apodera de mi siempre que oigo hablar o leo sobre él? ¿Es Dios realmente el que me
llama a través de ellos a una vida más intensa de gracia tal como la has descrito en este
libro, o es que los da como un simple alimento y fuerza para mi espíritu, de forma que
pueda esperar sosegadamente y trabajar en esa gracia ordinaria que tú llamas la puerta y
la entrada común para todos los cristianos?».
Contestaré lo mejor que pueda.
Ante todo, advertirás que te he dado dos clases de pruebas para discernir si Dios te
llama o no espiritualmente a la contemplación. Una era interior y la otra exterior. Mi
convicción es que para discernir un llamamiento a la contemplación, ninguna de las dos,
por si sola, es prueba suficiente. Han de ir juntas, indicando las dos la misma cosa, antes
de que puedas confiar en ellas sin miedo de equivocarte.
La señal interior es ese deseo creciente por la contemplación que se mete
constantemente en tus devociones diarias. Y puedo decirte además lo siguiente sobre
este deseo. Es un ciego anhelo del espíritu y, sin embargo, viene acompañado de una
especie de visión espiritual que persiste después de él, y que renueva el deseo y lo
acrecienta. (Llamo ciego a este deseo, porque semeja la facultad de moción del cuerpo
;como en el tacto o al andar;, que como tú sabes no se dirige directamente a sí mismo y es, por tanto, en cierto sentido, ciego). Así, pues, observa cuidadosamente tus devociones diarias y fíjate en lo que sucede. Si están llenas del recuerdo de tus propios pecados, de consideraciones de la Pasión de Cristo o de otra cosa cualquiera perteneciente a la forma ordinaria de oración cristiana que he descrito anteriormente, has de saber que la intuición espiritual que acompaña y sigue a este ciego deseo es fruto de la gracia ordinaria. Y esta es una señal segura de que Dios todavía no te mueve ni te llama a una vida más intensa de gracia. Te da, más bien, este deseo como alimento y fuerza para seguir esperando tranquilamente y actuando con la gracia ordinaria.
La segunda señal es exterior y se manifiesta como un entusiasmo gozoso que mana
desde tu interior, siempre que oyes o lees sobre contemplación. La llamo exterior, porque
se origina fuera de ti y entra en tu mente a través de las ventanas de tus sentidos
corporales (tus ojos y tus oídos), cuando lees. Por lo que respecta al discernimiento de
esta señal, fíjate en si persiste este gozoso entusiasmo, quedando contigo cuando has
dejado tu lectura. Si desaparece inmediatamente o poco después y no te persigue en todo lo que haces, sábete que no es un toque especial de la gracia. Si no está contigo cuando
vas a dormir y al levantarte, y si no va delante de ti, introduciéndose en todo lo que haces,
encendiendo y robando tu deseo, no es la llamada de Dios a una vida más intensa de
gracia, más allá de lo que llamo la puerta común y la entrada para todos los cristianos. En
mi opinión, su misma transitoriedad demuestra que es simplemente la alegría natural que
todo cristiano siente cuando lee u oye sobre la verdad y más especialmente una verdad
como esta, que tan profunda y sutilmente habla de Dios y de la perfección del espíritu
humano.
XIX
Pero si el gozoso entusiasmo que se apodera de ti cuando lees u oyes sobre la
contemplación es realmente el toque de Dios que te llama a una vida más alta de gracia,
notarás efectos muy diferentes. Será tan abundante que te acompañará al lecho por la
noche y se levantará contigo por la mañana. Te seguirá a través del día en todo lo que
hagas, penetrando en tus devociones diarias como una barrera entre ellas y tú.
Parecerá además que se presenta simultáneamente con ese ciego deseo que,
mientras tanto, sigue creciendo silenciosamente en intensidad. El entusiasmo y el deseo
pueden parecer ser parte uno de otro. Tanto es así, que llegarás a pensar que es
solamente un deseo lo que tú sientes, aunque dudarás en decir qué es precisamente lo
que estás deseando.
Tu personalidad quedará totalmente transformada, tu porte irradiará una belleza
interior, y mientras lo sientas nada te entristecerá. Correrías mil kilómetros para hablar
con otro del que supieras que efectivamente también lo siente, y, sin embargo, al llegar
allí, te encontrarías sin palabras. Que otros digan lo que quieran, tu única alegría seria
hablar de ello. TUs palabras serán pocas, pero tan fructuosas y tan llenas de fuego que lo
poco que dices llenará al mundo de sabiduría (aunque parezca tontería a los que todavía
son incapaces de trascender los limites de la razón). TU silencio será pacífico, tu
conversación provechosa y tu oración secreta en las profundidades de tu ser.
TU autoestima será natural y no estará estropeada por el engaño, tu comportamiento
con los demás será cortés y tu risa alegre, como quien goza de todo con la alegría de un
niño. Con qué ansia amarás el sentarte aparte, sabedor de que otros, que no comparten
tu deseo y atracción, sólo te molestarían. Habrá desaparecido todo deseo de leer y
escuchar libros, pues tu único deseo será oír hablar de la contemplación.
Así el deseo creciente de contemplación y el gozoso entusiasmo que te embarga
cuando oyes o lees sobre ella se dan la mano y se hacen uno. Cuando estas dos señales
(una interior y otra exterior) están de acuerdo, puedes confiar en ellas como prueba de
que Dios te llama a entrar dentro y a comenzar una vida más intensa de gracia.
XX
Aprenderás a darte cuenta de que todo lo que he escrito sobre estas dos señales y
sus maravillosos efectos es cierto. Y sin embargo, después de que hayas experimentado
alguno de ellos, o quizá todos, llegará un día en que desaparezcan, dejándote, como si
dijéramos, árido, o, en tu opinión, peor que árido. Habrá desaparecido tu nuevo fervor
pero también tu habilidad para meditar como habías hecho durante tanto tiempo
anteriormente. ¿Qué hacer entonces? Sentirás como si hubieras caído en alguna parte
entre dos caminos sin tener ninguno, pero intentando agarrarte a los dos. Y así será, pero no te desanimes demasiado. Súfrelo humildemente y espera con paciencia para que
nuestro Señor obre como quiera. Pues ahora te encuentras en lo que yo llamaría una
especie de océano espiritual, en viaje desde la vida de la carne hasta la vida en el
espíritu.
Durante este viaje surgirán sin duda grandes tempestades y tentaciones, dejándote
aturdido y sin saber a qué camino volverte para encontrar ayuda, pues tu afecto se sentirá
privado tanto de tu gracia ordinaria como de tu gracia especial. Te repito: no temas. Aun
cuando pienses que tienes grandes motivos para temer, no te angusties. Por el contrario,
mantén en tu corazón una cordial confianza en nuestro Señor, o, en todo caso, haz lo que
puedas según las circunstancias. Ciertamente, él no está lejos y quizá en cualquier
momento se volverá hacia ti tocándote más intensamente que en el pasado con una
reavivación de la gracia contemplativa. Entonces, mientras dura, sentirás que estás
curado y que todo va bien. Pero, cuando menos lo esperes, se irá de nuevo, y otra vez te
sentirás abandonado en tu barco, de acá para allá, sin saber dónde. Vendrá a su propia
hora. Con fuerza y más maravillosamente que antes vendrá en tu ayuda y aliviará tu
angustia. Volverá tantas veces como se vaya.
Y si aguantas virilmente todo esto con amor dócil, cada venida será más maravillosa
y más gozosa que la última. Recuerda que todo lo que hace, lo hace con una intención
sabia; quiere que llegues a ser tan dúctil espiritualmente y tan moldeado a su voluntad
como un fino guante de cabritilla a tu mano.
Y así, unas veces irá y otras vendrá, de manera que tanto con su presencia como
con su ausencia pueda prepararte, educarte e introducirte en las profundidades secretas
de tu espíritu para esta obra. En la ausencia de todo entusiasmo te enseñará el
significado real de la paciencia. Desaparecido tu entusiasmo, podrás pensar que le has
perdido también a él, pero no es así; sólo quiere enseñarte la paciencia. Mas no te
equivoques sobre esto; Dios puede a veces retirar las suaves emociones, el entusiasmo
gozoso y los ardientes deseos, pero nunca retira su gracia de los que ha elegido, excepto
en caso de pecado mortal. Estoy seguro de ello. Por lo demás, las emociones, el
entusiasmo y los deseos no son en sí mismos gracia, sino regalos de la gracia. Y estos
los puede retirar con frecuencia, unas veces para fortalecer nuestra paciencia; otras, por
otras razones, pero siempre para nuestro bien espiritual, aunque quizá nunca lo
entendamos.
Debemos recordar que la gracia, en sí misma, es tan alta, tan pura y tan espiritual
que nuestros sentidos y emociones son de hecho incapaces de experimentarla. El fervor
sensible que experimentan son los regalos de la gracia, no la gracia misma.
Estos los retirará el Señor de vez en cuando para ahondar y madurar nuestra
paciencia. También lo hace por otras razones, pero no entraré ahora en ellas. Sigamos
más bien con nuestro tema.
XXI
Aunque puedas llamar a las delicias del fervor sensible la llegada del Señor,
estrictamente hablando no es así. Nuestro Señor alimenta y fortalece tu espíritu por la
excelencia, la frecuencia y la hondura de estos favores, que a veces acompañan a la
gracia a fin de que puedas vivir perseverantemente en su amor y servicio. Pero él obra en
dos sentidos. Por un lado aprendes la paciencia en su ausencia, y por otro te robusteces
con el alimento generoso y vivificador que te proporcionan con su venida. Nuestro Señor
te modela así por medio de ambos, hasta hacerte gozosamente dócil y tan suavemente plegable que pueda conducirte finalmente a la perfección espiritual y a la unión con su
voluntad, que es el amor perfecto. Entonces estarás tan dispuesto y a punto para
abandonar todo sentimiento de consuelo cuando él lo considere mejor, como a gozarlos
sin cesar.
En este tiempo de sufrimiento, además, tu amor se hace casto y perfecto. Entonces
podrás ver a tu Señor y su amor, y te convertirás en una sola cosa con él por su amor,
experimentándole desnudamente en el ápice soberano de tu espíritu. Aquí, totalmente
despojado del yo y vestido de nada más que de él, le experimentarás tal cual es, desnudo
de todos los adornos de los deleites sensibles, aunque sean los placeres más suaves y
sublimes de la tierra. Esta experiencia será ciega, como ha de ser en esta vida; sin
embargo, con la pureza de un corazón indiviso, totalmente alejado de la ilusión y del error
propio del hombre mortal, percibirás y sentirás que es él realmente y sin lugar a engaño.
La mente, finalmente, que ve y experimenta a Dios tal cual es en su desnuda
realidad, no está más separada de él de lo que lo está de su propio ser, que, como
sabemos, es uno en esencia y naturaleza. Pues así como Dios es uno con su ser, pues
son una y la misma cosa por naturaleza, de la misma manera, el espíritu que ve y
experimenta a Dios es uno con aquel a quien ve y experimenta, porque se han convertido
los dos en uno por gracia.
XXII
¡Mira, pues! Aquí están las señales que pedías. Si tienes alguna experiencia de ellas,
podrás discernir (parcialmente al menos) la naturaleza y el significado de la intimación y
del despertar de la gracia que sientes que te toca interiormente durante tus devociones
espirituales, y exteriormente siempre que lees u oyes acerca de la contemplación. Como
regla, pocas personas se ven tocadas tan singularmente y confirmadas en la gracia de la
contemplación de tal manera que pasen a una experiencia inmediata y auténtica de todos
estos dones juntos en el mismo comienzo. Si crees, no obstante, que has experimentado
realmente uno o dos de ellos, contrástalos tú mismo con los rigurosos criterios de la
Escritura, de tu padre espiritual y de tu propia conciencia. Si crees que todos ellos lo
aprueban con unanimidad, es hora de dar de mano a todo razonamiento especulativo así
como a toda reflexión imaginativa profunda sobre las sutilezas de tu ser o del de Dios, de
tus actividades o de las suyas. Al principio alimentaron tu entendimiento y te llevaron más
allá de una existencia mundana y material al umbral de la contemplación. Pero la
imaginación y la razón te han enseñado todo lo que podían, y ahora debes aprender a
entregarte totalmente al simple y espiritual conocimiento de tu yo y de tu Dios.
XXIII
En la vida de Cristo tenemos una poderosa ilustración de todo cuanto he intentado
decir. Aunque no hubiera habido mayor perfección en esta vida que verle y amarle en su
humanidad, no creo que hubiera ascendido a los cielos mientras perdurase este siglo, ni
que retirara su presencia física de sus amigos de la tierra que tanto le amaban. Pero una
más alta perfección era posible al hombre en esta vida: la experiencia puramente
espiritual de amarle en su Divinidad. Por esta razón dijo a sus discípulos que estaban
poco dispuestos a dejar su presencia física (lo mismo que tú estás poco dispuesto a dejar
las reflexiones especulativas de tus sutiles y sabias facultades), que para su propio bien
debía apartar su presencia física de ellos. Les dijo: «Es necesario que yo me vaya»,
dando a entender: «Es necesario para vosotros que yo me separe físicamente de vosotros».
El santo doctor de la Iglesia, san Agustín, comentando estas palabras dice: «Si
la forma de su humanidad no se hubiera quitado de sus ojos, el amor hacia él en su
Divinidad nunca hubiera penetrado en sus ojos espirituales». Y por eso te digo que en
cierto momento es necesario abandonar la meditación discursiva y aprender a gustar algo
de esa profunda y espiritual experiencia del amor de Dios.
Abandonado a la gracia de Dios que te conducirá y te guiará, podrás llegar a esta
honda experiencia de su amor siguiendo la senda que he trazado ante ti en estas páginas.
Ello exige que tú te esfuerces siempre más y más por llegar a la conciencia desnuda de tu
yo, ofreciendo constantemente tu ser a Dios como tu más preciado don. Pero te recuerdo
una vez más: fíjate en que esté desnudo, no sea que caigas en el error. Cuanto más
desnuda sea esta conciencia, más terriblemente doloroso te será al principio permanecer
en ella cualquier duración de tiempo, ya que, como he explicado, tus facultades no
encontrarán en ella alimento para si mismas. Pero no hay daño en esto; de hecho, estoy
complacido realmente. Sigue adelante. Déjalas que ayunen un poco de su natural deleite
en conocer. Con razón se ha dicho que el hombre, por naturaleza, desea conocer. Pero,
al mismo tiempo, es también verdad que ningún conocimiento natural o adquirido le
llevará a gustar la experiencia espiritual de Dios, pues es un puro don de la gracia. Por
eso te insto; ve en pos de la experiencia más que del conocimiento. Con respecto al
orgullo, el conocimiento puede engañarte con frecuencia, pero este afecto delicado y
dulce no te engañará. El conocimiento tiende a fomentar el engreimiento, pero el amor
construye. El conocimiento está lleno de trabajo, pero el amor es quietud.
XXIV
Quizá puedas decir: «¿Quietud? ¿De qué estará hablando? Todo lo que siento es
zozobra y dolor, no descanso. Cuando intento seguir este consejo, el sufrimiento y la
lucha me salen al encuentro por todos lados. Por un lado, mis facultades me azuzan a
dejar esta obra, y yo no quiero; por otro, anhelo perder la experiencia de mi mismo y
experimentar sólo a Dios, y no puedo. La lucha y el dolor me asaltan por todas partes.
¿Cómo puede hablar de descanso? Si esto es descanso, raro descanso es».
Mi respuesta es sencilla. Encuentras esta actividad difícil porque no estás
acostumbrado a ella. Si estuvieras acostumbrado y comprendieras su valor, no la
abandonarías por todos los goces materiales del mundo. Si, lo sé, es difícil y trabajosa.
Pero a pesar de ello, la llamo descanso porque tu espíritu descansa en una libertad
alejada de toda duda y ansiedad acerca de lo que ha de hacer; y porque durante el tiempo
real de la oración está seguro en el conocimiento de que no errará mayormente.
Así, pues, persevera en ella con humildad y gran deseo, ya que es una obra que
comienza aquí en la tierra y que seguirá en la eternidad sin fin. Pido que Jesús
todopoderoso te lleve a ti y a todos los que ha redimido con su preciosa sangre a su