. El carácter del intercesor
“¡Ojalá fueras frío o caliente!” (Ap 3,15)
Todos tenemos nuestro carácter y nuestra personalidad. Cada persona tiene unas características: unos son más sosegados y tranquilos, otros son más nerviosos e incluso violentos. ¿Habrá un carácter más apropiado para ser intercesor? ¿Se podrá reconocer a los intercesores también por el carácter?
No se trata de que los que tengan determinado carácter sean válidos como intercesores y los que posean características contrarias no tengan nada que hacer. De hecho, la vida del discípulo es un proceso de identificación con Jesucristo. El intercesor, por su identificación con Cristo y por su propio ministerio es alguien cuya vida ha experimentado una gran transformación y cuyo carácter también ha evolucionado hasta hacerse reconocible por una serie de características. Pero el hecho es que estas características existen y podemos descubrirlas.
Un intercesor es alguien manso, humilde, pacífico. Ya dijo el Señor: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Es alguien capaz de excusar y de perdonar, capaz de “poner la otra mejilla” cuando es agredido y orar por los que le persiguen (cf. Mt 5,39-45).
La intercesión no nos lleva a un lugar visible sino oculto, a la presencia del Padre, “que ve en lo secreto” (Mt 6,18). La vida del intercesor está “oculta con Cristo en Dios” (Col 3,3). Por tanto, el intercesor no busca los primeros lugares (cf. Lc 14,10), sabe que su sitio está a los pies del Señor, no busca destacar o aparecer ante los demás, ni mucho menos ante los poderosos, sino estar de rodillas ante Aquel que todo lo puede.
Pero al mismo tiempo un intercesor es una persona decidida, tenaz, perseverante, atrevida, valiente. Así nos invita la carta a los Hebreos: “Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar la gracia de un auxilio oportuno” (Hb 4,16). Un ejemplo impactante de una intercesión tremendamente atrevida lo tenemos en la oración de Abrahán a favor de Sodoma (cf. Gn 18,16-32).
Además, el intercesor no se queda indiferente frente al mal, no tolera el mal, sino que demuestra capacidad de indignarse ante la injusticia. Es alguien que posee coraje. El profeta Elías oró encorajinado ante todos los sacerdotes de Baal cuando restauró el altar del Señor (cf. 1 R 18,20-40). Jesús usó el látigo para echar fuera del templo a vendedores de bueyes, ovejas y palomas y desparramó por el suelo el dinero de los cambistas (cf. Jn 2,14-16).
El intercesor es, en definitiva, una persona apasionada: Ama intensamente, sufre intensamente, vive intensamente, busca con vehemencia a Dios. En ningún caso se trata de una persona vulgar o mediocre. Uno de los momentos en que descubrimos en la vida del Señor Jesús esta característica profunda de su carácter es cuando llora al ver la ciudad amada, Jerusalén, desde un monte: “¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido!” (Mt 23,34).
Respuestas a la intercesión – Palabra profética
¨ Durante un tiempo de adoración previo a la intercesión: Visión de ángeles postrados en adoración. A medida que se van levantando van tomando las armas para la lucha. Palabra al corazón: Postraos ante mí, rendid ante mí todo vuestro ser. Yo soy vuestro Dios, yo soy el que os he llamado, yo soy el que os he alistado en mi ejército. Postraos ante mí. Mi corazón se llena de dolor al ver a mis hijos pisoteados y machacados por los enemigos, en vez de adueñarse de la victoria que yo he ganado para ellos en la cruz y vivir en victoria.
¨ Palabra durante la oración de intercesión: Tiempos nuevos se acercan, tiempos difíciles se aproximan. Sólo permanecerán en pie los verdaderos soldados, sólo permanecerán en pie los que mantengan mi cruz levantada, los que pongan su fe en marcha. Tiempos difíciles os acechan; el enemigo ha echado sus redes.
Al mismo tiempo que se recibía esta palabra, había una visión en la que el enemigo estaba trabajando afanosamente, moviéndose de un lado para otro sin cesar, mientras que entre los quieren seguir al Señor sólo algunos avanzaban: eran los que llevaban la cruz en alto los que no caían en la red del enemigo