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miércoles, 6 de octubre de 2010

¿Qué es el paraíso?

¿Qué es el paraíso?

La palabra paraíso tiene varios significados: dentro de la narración del libro del Génesis, el paraíso se refiere a esa condición original que tenía el ser humano en el plan de Dios.

El paraíso, que en ese caso es el paraíso terrenal, denota esa situación de armonía con Dios, armonía con la naturaleza, armonía con los demás seres humanos y armonía dentro de sí mismo. Creo que esta palabra armonía, describe muy bien lo que querría decir paraíso terrenal. Pero entra el pecado en la historia de la humanidad y todas esas armonías se rompen: la relación con Dios, con los hermanos, con la naturaleza, todo eso se rompe y ese paraíso terrenal queda perdido. Ese es el primer sentido.

El segundo sentido de paraíso, es el intento que a veces hacemos los seres humanos de reconstruir un lugar de delicias. El paraíso así entendido, es un peligro, es una tentación. Es decir, tratar de hacer un paraíso en esta tierra, tratar de encontrar un lugar, o un grupo de personas, o un tipo de vida sin ninguna clase de sufrimiento, en donde todo sea delicias, es un engaño; y ahí es donde viene aquella famosa explicación: Adán y Eva fueron expulsados del paraíso pero la serpiente no. La serpiente sigue en el paraíso. Ahí nos estamos refiriendo a la palabra paraíso en el sentido de tratar de encontrar ese deleite perfecto en esta tierra, que normalmente se vuelve deleite de los sentidos y de los apetitos que tenemos los seres humanos por poseer, por ejercer el poder y cosas parecidas.

Entonces el segundo sentido de paraíso es negativo, en términos de Teología espiritual porque quiere decir que todos esos intentos que nosotros hacemos, son los que más aparecen, por ejemplo en las propagandas, en el mundo de la publicidad; en la publicidad lo que aparece es eso, no? esto es un paraíso. Cuando se habla de un paraíso lo que se quiere decir es un lugar de perfecto deleite, pero lo que hemos visto es que esos lugares de perfecto deleite y de perfecta felicidad, normalmente conducen hacia el egoísmo y el libertinaje, y terminan engendrando violencia y mas bien infierno. Entonces hay que tener cuidado con “reconstruir el paraíso”.

De hecho, Cristo nunca habló de predicar el paraíso; EL sólo utiliza la palabra paraíso en la cruz y eso es muy significativo. Sólo en la cruz Cristo promete el paraíso, precisamente porque el retorno a la verdadera armonía y a la verdadera felicidad, se da a través de la cruz. Entonces los paraísos falsos que tratamos de crear nosotros, son paraísos en los que queremos suprimir precisamente el misterio de la cruz, pero Cristo, sólo habla de paraíso desde la cruz. Yo creo que ahí esta la gran enseñanza para nosotros.

Y viene entonces, el tercer sentido del paraíso, cuando Cristo dice: hoy estarás conmigo en el paraíso, no se refiere al paraíso de Adán, tampoco se refiere a esos paraísos que tratamos de hacer nosotros con lugares donde todo sea disfrute y deleite; cuando Cristo dice paraíso, se esta refiriendo evidentemente a la gloria del cielo; ese paraíso recuperado por la cruz de Cristo, no es otra cosa sino el cielo.
Son tres sentidos de paraíso. Sobre este paraíso del cielo, predicó hace poco el papa Benedicto con motivo de la fiesta de la Asunción de la Virgen.

EL PARAISO MAS QUE UN LUGAR ES ESA RELACION UNICA CON EL SEÑOR


EL HA RESUCITADO Y NOSOTROS TAMBIEN LO HAREMOS...
NUESTRO PARAISO NO ES DE "ALMAS" O "ESPIRITUS" SINO DE "PERSONAS"

CADA VEZ QUE CELEBRAMOS LA MISA, LA CENA DEL SEÑOR, ESTAMOS
ANTICIPANDO EL PARAISO AQUI ,ENTRE NOSOTROS, EN LA TIERRA

En Internet encuentras muchas referencias al respecto, si vas a un buscador como Google. Si buscas “qué es el paraíso”, así la frase completa, te sale una cantidad de links de esa predicación que tuvo el Papa, que desde luego es útil y nutritiva para todos nosotros.

LA VIDA EN DIOS, LA TRANSFORMACIÓN... HACIA ALLI VAMOS CON LA AYUDA DEL ESPIRITU...

A medida que Dios transforma el alma a
Su semejanza, su vida le es
comunicada más copiosamente.
Él los persigue sin descanso, les protege,
Él mismo se sienta a su puerta, y se
deleita a Sí mismo en estar con ellos y
en llenarlos con las marcas de su amor.


LA VIDA EN DIOS

No hay más que se ha de decir aquí
de los niveles; el de la gloria siendo
todo lo que queda, todos los recursos
siendo dejado atrás, y el futuro
consistente en nuestro disfrutar de un
infinito manantial de vida, y ésta, más
y más abundantemente. (Juan 10:10)

A medida que Dios transforma el alma a
Su semejanza, su vida le es
comunicada más copiosamente. El
amor de Dios hacia la criatura es
incomprensible, y su diligencia
inexplicable; algunas almas Él
persigue sin descanso, les protege, Él
mismo se sienta a su puerta, y se
deleita a Sí mismo en estar con ellos y
en llenarlos con las marcas de su amor.

Él imprime este casto, puro, y tierno
amor sobre el corazón. San Pablo y San
Juan el Evangelista, sintieron al
máximo este afecto maternal. Pero
para que sea como lo he descrito, debe
de ser dado al alma en el estado de
gracia del que acabo de hablar; de otra
manera, tales emociones son
puramente naturales.

La oración del estado de fe es un
absoluto silencio de todos los poderes
del alma, y un cese de toda obra, por
delicada que sea, dirigido
especialmente hacia su fin. El alma es
ese estado, no pudiendo percibir más
oración, y no siendo capaz de separar
16 unos tiempos fijados para ella, ya que
todos los tales ejercicios han sido
arrebatados, es guiada a pensar que ha
perdido por completo toda clase de
devoción.

Pero cuando la vida regresa,
la oración vuelve con ella, y
acompañada de una maravillosa
facilidad; y a medida que Dios toma
posesión de los sentidos y facultades,
su devoción se vuelve dulce, tierna, y
muy espiritual, pero siempre para
Dios.

Su anterior devoción la hacía
sumergirse en su propio interior, para
poder disfrutar a Dios, sin embargo
aquello que ahora posee, la saca del
yo, de tal manera que pueda estar más
y más perdida y cambiada en Dios.

Esta diferencia es bastante acusada,
y solo se puede lograr (entender) por
la experiencia. El alma está callada en
el estado de muerte, sin embargo su
quietud es estéril, y acompañada de un
desesperado divagar, el cual no deja
señales de silencio excepto la
imposibilidad de dirigirse a Dios, ni
con labios ni con corazón. Pero tras la
resurrección, su silencio da fruto y es
asistido por una unción en
sobremanera pura y refinada, la cual
es deliciosamente difuminada por los
sentidos, pero con tal pureza, que
ocasiona no poder resistirla y no
conlleva impureza alguna.

Es ahora imposible para el alma el
tomar lo que no tiene, o desprenderse
de lo que tiene. Recibe con una pasiva
voluntad cualquier impresión que se
realiza sobre ella. Su estado, aunque
sobrecogedor, estaría libre de
sufrimiento, si Dios, que la hace mover
hacia ciertas cosas libres, le otorgara la
necesaria correspondencia.

Pero ya que su estado no lo va a soportar,
se hace necesario que lo que Dios desea
que ella tenga, le sea comunicado por
medio de sufrimiento.
Sería incorrecto que tales personas
dijeran que ellas no desean estos
medios; que solo desean a Dios.

Él está preocupado de que estas personas
deban de morir a cierto soporte
interior del yo, el cual les hace decir
que solo desean a Dios, y si ellos
rechazaran estos medios, ellos mismos
se apartarían del orden de Dios, y
pondrían bajo arresto a su progreso.

Sin embargo al ser otorgados
sencillamente como medios, aunque
fructíferos en gracia y virtud, a pesar
de ser secretos y estar ocultos,
finalmente desaparecen cuando el
alma se encuentra unida a los medios
en Dios, y Él se comunica a sí mismo
directamente.

Él se comunica a sí mismo
directamente.


Entonces Dios retira los
medios, sobre los cuales ya no
imprime más movimientos en la
dirección de la persona a la cual están
sujetos; pues puede que entonces
sirvieran como impedimento, al ser
por fin reconocida su utilidad. Por
consiguiente el alma ya no puede tener
lo que tenía, y permanece en su
primera muerte con respecto a ellos
(los medios), aunque aun están
estrechamente unidos entre sí.

En este estado de resurrección llega
ese silencio inefable, por el cual no
solo subsistimos en Dios, sino que
tenemos íntima comunión con Él, y el
cual, en un alma muerta así a su
propio obrar, y muerta a su
generalizada y fundamentalizada
forma de auto-apropiación del yo, se
convierte en un flujo y reflujo de la
comunión divina, con nada que
mancille su pureza; pues no hay nada
que lo impida.

Entonces el alma se vuelve en una
partícipe de la inefable comunión de la
Trinidad, donde el Padre de los
spíreitus imparte su fecundidad
espiritual, y la hace un espíritu con Sí mismo.

Aquí es cuando tiene comunión
íntima con otras almas, si ellas
son lo suficientemente puras para
recibir sus mensajes en silencio, de
acuerdo a su nivel y estado; aquí,
cuando los inefables secretos son
revelados, no por una momentánea
iluminación, sino en Dios mismo,
donde todos ellos están escondidos, no
poseyéndolos el alma para sí misma,
ni tampoco ignorándolos.


aquí, cuando los inefables secretos son
revelados, no por una momentánea
iluminación, sino en Dios mismo



Aunque con esto he dicho que el
alma tiene entonces algo nítido
(discernible), sin embargo no es nítido
en referencia a sí misma, sino a
aquellos con los cuales tiene íntima
comunión; porque lo que dice es dicho
naturalmente y sin atención, pero
parece extraordinario a los oyentes,
quienes, no encontrando ese algo en
ellos, a pesar de que pudiera estar allí,
lo consideran algo nítido y
maravilloso, o quizás fanático.

Las almas que todavía están habitando
entre los dones, tienen iluminaciones
nítidas y momentáneas, empero estos
últimos solo tienen una luz general,
sin los rayos definidos, la cual es Dios
mismo; de allí ellas extraen lo que
quiera que necesitan, lo cual es nítido
cuando quiera que es solicitado por
aquellos con los cuales ellas están
conversando, pero después no queda
nada de eso junto a ellas.

LA TRANSFORMACIÓN

Hay miles de cosas que se podrían
decir acerca de la vida interior y
transformadas en Él; pero no les cuesta
nada, ya que ellas lo sacrificarán todo
a Él sin repugnancia.

Dios destina a estas almas para el
auxilio de otras en las más
enrevesadas sendas
Los más pequeños sacrificios son
los que más cuestan


Los más pequeños sacrificios son
los que más cuestan, y los más grandes
los que menos, pues éstos no son exigidos
hasta que el alma está en un estado
que le permite admitirlos sin
dificultad, para lo cual tiene una
tendencia natural. Esto es lo dicho de
Jesucristo de su venida al mundo;

“‘Entonces dije: "He aquí, yo vengo. En el
rollo de pergamino está escrito acerca de
mí: 'El hacer tu voluntad, oh Dios mío, me
ha agradado; y tu ley está en medio de mi
corazón.'" (Salmo 40: 7, 8.)

Tan pronto como Cristo llega a cualquier
Alma para convertirse en su principio
viviente, Él dice lo mismo acerca de
ella; Él se convierte en el eterno
Sacerdote que sin cesar lleva a cabo
dentro del alma su función sacerdotal.
En verdad esto es sublime, y continúa
hasta que la víctima es llevada a gloria.

Dios destina a estas almas para el
auxilio de otras en las más
enrevesadas sendas; pues, no teniendo
más inquietud ya con respecto a sí
mismas, ni teniendo nada que perder,
Dios las puede usar para introducir a
otras al camino de su pura, desnuda y
segura voluntad. Aquellos que todavía
están poseídos por el yo, no podrían
ser usados para este propósito; ya que,
no habiendo entrado aun en un estado
en el cual ellos siguen ciegamente la
voluntad de Dios por sí mismos, sino
siempre mezclándola con sus propios
razonamientos, y falsa sabiduría, de
ninguna manera se encuentran en una
condición como para ocultar nada al
transmitirlo a otras almas de una
manera ciega.

Cuando digo “ocultar nada”, me
refiero a aquello que Dios
desea en este momento; porque con
frecuencia Él no nos permite mostrar a
una persona todo lo que les es de
estorbo, y lo que nosotros vemos debe
de pasar de largo con respecto a esa
persona, excepto en términos
generales, ya que ésta no lo puede
sobrellevar. Y aunque algunas veces
puede que digamos cosas duras, como
Cristo dijo a los Cafernaítas, a pesar de
ello Él otorga una fuerza secreta para
soportarlo; al menos así lo hace con
aquellas almas a las cuales ha elegido
exclusivamente para Él; y este es el
quid de la cuestión.


Acuerdate Jesus

JESÚS, AMADO MÍO, ACUÉRDATE

«Hija mía, busca entre mis palabras las que respiren más amor;
escríbelas, y luego, guardándolas como preciosas reliquias, procura leerlas
con frecuencia. Cuando un amigo quiere reavivar en el corazón de su
amigo el fuego de su primer afecto, le dice: Acuérdate de lo que sentiste al
decirme un día tal o cual palabra. O bien: ¿Te acuerdas de tus
sentimientos en tal época, en tal día, en tal lugar...? Créeme, hija: las
reliquias más preciosas que de mí quedan en la tierra son las palabras de
mi amor, las palabras salidas de mi dulcísimo Corazón».
(Nuestro Señor a santa Gertrudis <1>)

1 Acuérdate, Jesús, de la gloria del Padre,
del esplendor divino que dejaste en el cielo
al bajar a esta tierra, al desterrarte
de aquella eterna patria
por rescatar a todos los pobres pecadores. corazón y homenaje.
Del cortejo inocente
que por ti dio su sangre
¡acuérdate!

4 Acuérdate de que los dulces brazos
de María, tu Madre, preferiste
a tu trono de rey.
Para sostener tu vida, pequeño Niño mío,
sólo tenías la leche virginal.
A ese festín de amor que tu madre te da,
invítame, Jesús, tú que eres mi hermanito.
De tu pequeña hermana,
que te hizo palpitar,
¡acuérdate!

5 Acuérdate de que llamaste padre
al humilde José, quien por orden del cielo
supo, sin despertarte del materno regazo,
arrancarte a las iras de un mortal.
Verbo de Dios, acuérdate de aquel misterio extraño:
¡Tú guardaste silencio e hiciste hablar a un ángel!siendo el Omnipotente,
¡acuérdate!

8 Acuérdate de haber vivido errante,
extranjero en la tierra, ¡oh Verbo eterno!
Ni una piedra tuviste ni un abrigo,
ni tan siquiera el nido que los pájaros tienen...
Ven, ¡oh Jesús!, a mí, reclina tu cabeza,
ven..., para recibirte tengo dispuesta el alma.
Sobre mi corazón
descansa, Amado mío,
¡mi corazón es tuyo!

9 Acuérdate de qué ternura inmensa
tú colmaste a los niños pequeñitos.
¡Yo deseo también recibir tus caricias,
dame tus deliciosos, suaves besos!
Para gozar un día
de tu dulce presencia allá en el cielo,
practicaré en la tierra
las pequeñas virtudes de la infancia.
Muchas veces dijiste: y en tu infinito amor perdóname.
En las cosas del cielo, Señor, hazme una experta,
muéstrame los secretos que tu Evangelio esconde.
Haz que este libro de oro
sea mi gran riqueza,
¡acuérdate!

13 Acuérdate, Jesús, del poder asombroso
que tu divina Madre tuvo y tiene
sobre tu corazón.
Acuérdate de haber cambiado un día
el agua clara en delicioso vino <7>,
obedeciendo a su sencilla súplica.
Dígnate transformar mis mortecinas obras
y a la voz de tu Madre, dales vida.
De que yo soy tu hija,
mi Jesús, con frecuencia
¡acuérdate!

14 Acuérdate, Señor: muchas veces subías
a las altas colinas al caer de la tarde.
Recuerda tu oración, tus divinas plegarias
y tus himnos de amor mientras todos dormían.17 Acuérdate de aquella dulce llama
que hacer arder querías en nuestros corazones.
En mi alma has encendido ese fuego del cielo <9>,
y yo quiero, también, derramar sus ardores.
Una débil centella, ¡oh misterio de vida!,
levantar puede sola un grandísimo incendio <10>.
Muy lejos quiero llevar
¡oh Dios mío!, tu fuego <11>,
¡acuérdate!

18 Acuérdate de la grandiosa fiesta
que te dignaste <12> da al hijo arrepentido.
Acuérdate igualmente de que al alma que es pura
tú mismo la alimentas día a día.
Recibes con amor al hijo pródigo,
mas las olas de amor
que de tu corazón al mío vienen,
ésas no tienen número ni dique.
Tus bienes míos son,
mi Rey, Amado mío,
¡ Acuérdate. hizo que germinaran
en esta tierra virginales flores!
Un ángel, al mostrarte esta mies escogida,
renacer hizo el gozo de tu bendita alma.
Mas tú, Jesús, me viste
en medio de tus lirios,
¡acuérdate!

22 Acuérdate, Señor, que tu rocío fecundo,
virginizando el cáliz de las flores,
capaces las volvió, ya en esta vida,
de engendrar multitud de corazones.
Soy virgen, ¡oh Jesús! No obstante, ¡qué misterio!,
al unirme yo a ti, soy madre de almas <14>.
De las vírgenes flores
que salvan pecadores,
¡acuérdate!

23 Acuérdate: un Condenado a muerte,
abrevado de amargo sufrimiento,
alzó al cielo los ojos y exclamó:
«¡Un día me veréis aparecer con gloria me quema noche y día
¡acuérdate!

26 ¡Acuérdate, Jesús, Verbo de vida,
de que tanto me amaste, que moriste por mí!
También yo quiero <16> amarte con locura,
también por ti vivir y morir quiero yo.
Bien sabes, ¡oh Dios mío!, que lo que yo deseo
es hacer que te amen y ser mártir un día.
Quiero morir de amor.
Señor, de mi deseo
¡acuérdate!

27 Acuérdate de aquello que dijiste
el día de tu triunfo:
«¡Dichoso el que sin ver en plenitud de gloria
al Hijo del Altísimo, sin embargo creyó!»
Desde la oscura noche de mi fe
yo te amo ya y te adoro.
Para verte, Jesús, espero en paz la aurora.
De que no es mi deseo
aquí en la tierra verte <17>Quédate siempre en mí, ¿no es, acaso, un parterre
mi corazón
donde todas las flores se vuelven hacia ti?
Mas si tú te alejaras, blanco Lirio del valle,
tú lo sabes muy bien, mis flores
serían prestamente deshojadas.
¡Siempre, Jesús, mi Amado
y perfumado Lirio,
florece en mí!

31 Acuérdate de que en la tierra quiero
consolarte, Señor, del negro olvido
al que los pecadores te condenan.
¡Amor único mío, escucha mi plegaria,
para amarte, Jesús, dame mil corazones!
Pero no basta aún,
¡oh Belleza suprema! ¡Para amarte
dame tu propio corazón divino! <19>
De mi deseo ardiente,
Señor, a cada instante
¡acuérdate!

Fecha: 21 de octubre de 1895. - Compuesta para: sor Genoveva, con
ocasión de su santo (Celina), a petición de ésta. - Publicación: HA 98,
cuarenta y tres versos corregidos. - Melodía: Rapelletoi.

El noviciado de Celina sigue su curso desde el 5 de febrero de 1895.
Suficientemente generoso para que Teresa proponga a su hermana, el 9
de junio, que se entregue totalmente al Amor. Y suficientemente laborioso
para que Celina sienta la necesidad de animarse haciendo un recuento de
sus méritos pasados.

Y acude al genio poético de Teresa para «recordar a Jesús (...)
los inmensos sacrificios que ha hecho por él». Pero Teresa
invierte la perspectiva, enumerando «los sacrificios de Jesús» por Celina...

No por espíritu de contradicción, sino sencillamente para dar una
«pequeña lección» a su novicia (CSG, p. 73). Pero, sobre todo, porque su
inspiración la lleva en una dirección completamente distinta. El nervio vital
de su existencia se encuentra ahora en una convicción extremadamente
fuerte del amor preveniente y gratuito de Jesús hacia su criatura.

En treinta y tres estrofas (¿número intencionado para recordar los treinta y tres años
de Cristo?) va desarrollando una vida de Jesús a partir del Evangelio, en el
que «cada día descubre luces nuevas, sentidos ocultos y misteriosos» (Ms
A 83vº). Junto con P 35, este poema es un lugar privilegiado para un
estudio escriturístico en Teresa.

En esa época Teresa vive en un baño de luz. Su fe es viva y transparente.
Y sus versos son una clara expresión de su inteligencia de la fe, por la
forma tan personal de leer y releer los textos evangélicos.

<1> Este epígrafe (añadido por Teresa en julio de 1896) proviene de
L'Année de Sainte Gertrude del P. Cros (Toulouse, 1871).

<2> Cf RP 1,12rº; RP 2,2rº y 7vº; RP 5,3rº; RP 6,2vº; Or 8, de octubre de
1895; P 36,10.

<3> Teresa no habla de Jesús en tercera persona, sino en segunda persona
del singular, como lo hace habitualmente en su oración (CSG, p. 82). En
todas las estrofas, salvo alguna rara excepción, el Tú y el yo se van
conjugando en una exquisita reciprocidad de ternura. Tal vez pueda
parecer extraño que «acapare» de esa manera a su Señor; pero lo único
que hace es apropiarse las palabras de san Pablo: «Me amó hasta
entregarse por mí» (Gal 2,20).

<4> Cf estr. 18 y Or 6.

<5> En 1889-1890, la sed de Jesús que Teresa deseaba apagar era sobre
todo la del Crucificado (Jn 19,28; cf LC 145 en CG, p. 631). En 1893,
pensaba más en el episodio de la Samaritana (Cta 141). En 1895, combina
los dos temas en el Ms A (45vº y 46vº) y aquí (estr. 10 y 25). Finalmente,
en 1896 los escribirá, junto con otros textos evangélicos, en una estampa
de Cristo en la cruz, con referencias explícitas (Est 1). Cf también Cta 196
(= Ms B 1vº).

<6> Expresión que sólo se encuentra aquí y en Ms B 4rº.

<7> Junto con una furtiva alusión a la tempestad calmada, es éste el único
milagro que se menciona en la poesía. Teresa usa siempre una gran
discreción al referirse a los milagros.

<8> Teresa recoge aquí de nuevo, aplicándola a Jesús, su exégesis tan
personal, de 1892, de la invitación a «levantar los ojos»: «Levantad los
ojos y ved. Ved cómo en mi cielo hay sitios vacíos, a vosotros os toca
llenarlos...» (Cta 135).

<9> Posible alusión a la herida de amor de junio de 1895 (CA 7.7.2).

<10> Unica vez que emplea en este sentido esa expresión en sus escritos,
no obstante la importancia del fuego en el vocabulario de Teresa.

<11> La madre Inés escogió en un primer momento estos dos versos para
adornar la cruz de la tumba de Teresa y definir así su misión póstuma,
netamente apostólica; cf CSG, p. 200. Cf también RP 4,4vº y P 31,6.

<12> El padre del hijo pródigo, para Teresa, es el propio Jesús en seis de
los ocho pasajes en que ella menciona (RP 2,3rº; Cta 142; aquí; Ms C 34vº
y 36vº; Cta 261).

<13> Cf Cta 122: «El corazón de mi Esposo es sólo para mí, como el mío es
sólo para él».

<14> Los escritos de Teresa evocan con frecuencia este «misterio» de la
maternidad espiritual de la virgen consagrada que se une a Jesús; cf, por
ejemplo, Cta 124 (la flor Celina); Cta 129, 135, 182, 183, 185; Ms A 81rº y
Ms B 2vº; P 29,6; etc.

<15> De las siete palabras de Cristo en la cruz, la que más veces cita
Teresa es la queja «Tengo sed» (Ms A 45vº, 46vº, 85vº; P 20, estr. 5 y 6.
Cf supra, nota 5.

<16> «También» sugiere que la muerte de Jesús es ya una locura de amor,
que justifica el deseo de Teresa: «amarte con locura». Y esta aspiración no
es nueva: cf Cta 85, 93, 96, 169; Ms A 39rº, 82rº (finales de 1895). Y se
hace más acuciante en 1896: cf Ms B (en el que la palabra «locura»
recurre hasta diez veces) y Cta 25.

<17> A pesar de la fuerza de su amor, Teresa prefiere amar a Jesús de
acuerdo al estilo que ha elegido para sí (cf RP 7,1vº). Muy poco antes de
morir, reafirmará su deseo de «no ver» a Dios o a los santos aquí abajo (cf
CA 4.6.1; 5.8.4; 11.8.5; 11.9.7).

<18> La misma idea en Ms A 48vº y en P 16,6.

<19> Amar a Dios no sólo con «mil corazones», sino con su propio Amor,
con su «propio Corazón divino», es una aspiración que va creciendo en
Teresa hasta el final (cf Ms B 3vº y Ms C 35rº; PN 41,2,7-8).

<20> El «reposo» saboreado únicamente en la «voluntad» de Jesús, el
deseo de cumplir siempre su voluntad, es un tema teresiano del que
encontramos huellas en todos sus escritos, y muy temprano (cf Poésies, II,
p. 169). En la enfermería, Teresa repetirá esta estrofa 32 «con semblante y
acento celestiales»: cf CA 14.7.3. En ese mismo sentido, véase también
CA 10.6; 10.7.13; 14.7.9; 30.8.2.