JESÚS, AMADO MÍO, ACUÉRDATE
«Hija mía, busca entre mis palabras las que respiren más amor;
escríbelas, y luego, guardándolas como preciosas reliquias, procura leerlas
con frecuencia. Cuando un amigo quiere reavivar en el corazón de su
amigo el fuego de su primer afecto, le dice: Acuérdate de lo que sentiste al
decirme un día tal o cual palabra. O bien: ¿Te acuerdas de tus
sentimientos en tal época, en tal día, en tal lugar...? Créeme, hija: las
reliquias más preciosas que de mí quedan en la tierra son las palabras de
mi amor, las palabras salidas de mi dulcísimo Corazón».
(Nuestro Señor a santa Gertrudis <1>)
1 Acuérdate, Jesús, de la gloria del Padre,
del esplendor divino que dejaste en el cielo
al bajar a esta tierra, al desterrarte
de aquella eterna patria
por rescatar a todos los pobres pecadores. corazón y homenaje.
Del cortejo inocente
que por ti dio su sangre
¡acuérdate!
4 Acuérdate de que los dulces brazos
de María, tu Madre, preferiste
a tu trono de rey.
Para sostener tu vida, pequeño Niño mío,
sólo tenías la leche virginal.
A ese festín de amor que tu madre te da,
invítame, Jesús, tú que eres mi hermanito.
De tu pequeña hermana,
que te hizo palpitar,
¡acuérdate!
5 Acuérdate de que llamaste padre
al humilde José, quien por orden del cielo
supo, sin despertarte del materno regazo,
arrancarte a las iras de un mortal.
Verbo de Dios, acuérdate de aquel misterio extraño:
¡Tú guardaste silencio e hiciste hablar a un ángel!siendo el Omnipotente,
¡acuérdate!
8 Acuérdate de haber vivido errante,
extranjero en la tierra, ¡oh Verbo eterno!
Ni una piedra tuviste ni un abrigo,
ni tan siquiera el nido que los pájaros tienen...
Ven, ¡oh Jesús!, a mí, reclina tu cabeza,
ven..., para recibirte tengo dispuesta el alma.
Sobre mi corazón
descansa, Amado mío,
¡mi corazón es tuyo!
9 Acuérdate de qué ternura inmensa
tú colmaste a los niños pequeñitos.
¡Yo deseo también recibir tus caricias,
dame tus deliciosos, suaves besos!
Para gozar un día
de tu dulce presencia allá en el cielo,
practicaré en la tierra
las pequeñas virtudes de la infancia.
Muchas veces dijiste: y en tu infinito amor perdóname.
En las cosas del cielo, Señor, hazme una experta,
muéstrame los secretos que tu Evangelio esconde.
Haz que este libro de oro
sea mi gran riqueza,
¡acuérdate!
13 Acuérdate, Jesús, del poder asombroso
que tu divina Madre tuvo y tiene
sobre tu corazón.
Acuérdate de haber cambiado un día
el agua clara en delicioso vino <7>,
obedeciendo a su sencilla súplica.
Dígnate transformar mis mortecinas obras
y a la voz de tu Madre, dales vida.
De que yo soy tu hija,
mi Jesús, con frecuencia
¡acuérdate!
14 Acuérdate, Señor: muchas veces subías
a las altas colinas al caer de la tarde.
Recuerda tu oración, tus divinas plegarias
y tus himnos de amor mientras todos dormían.17 Acuérdate de aquella dulce llama
que hacer arder querías en nuestros corazones.
En mi alma has encendido ese fuego del cielo <9>,
y yo quiero, también, derramar sus ardores.
Una débil centella, ¡oh misterio de vida!,
levantar puede sola un grandísimo incendio <10>.
Muy lejos quiero llevar
¡oh Dios mío!, tu fuego <11>,
¡acuérdate!
18 Acuérdate de la grandiosa fiesta
que te dignaste <12> da al hijo arrepentido.
Acuérdate igualmente de que al alma que es pura
tú mismo la alimentas día a día.
Recibes con amor al hijo pródigo,
mas las olas de amor
que de tu corazón al mío vienen,
ésas no tienen número ni dique.
Tus bienes míos son,
mi Rey, Amado mío,
¡ Acuérdate. hizo que germinaran
en esta tierra virginales flores!
Un ángel, al mostrarte esta mies escogida,
renacer hizo el gozo de tu bendita alma.
Mas tú, Jesús, me viste
en medio de tus lirios,
¡acuérdate!
22 Acuérdate, Señor, que tu rocío fecundo,
virginizando el cáliz de las flores,
capaces las volvió, ya en esta vida,
de engendrar multitud de corazones.
Soy virgen, ¡oh Jesús! No obstante, ¡qué misterio!,
al unirme yo a ti, soy madre de almas <14>.
De las vírgenes flores
que salvan pecadores,
¡acuérdate!
23 Acuérdate: un Condenado a muerte,
abrevado de amargo sufrimiento,
alzó al cielo los ojos y exclamó:
«¡Un día me veréis aparecer con gloria me quema noche y día
¡acuérdate!
26 ¡Acuérdate, Jesús, Verbo de vida,
de que tanto me amaste, que moriste por mí!
También yo quiero <16> amarte con locura,
también por ti vivir y morir quiero yo.
Bien sabes, ¡oh Dios mío!, que lo que yo deseo
es hacer que te amen y ser mártir un día.
Quiero morir de amor.
Señor, de mi deseo
¡acuérdate!
27 Acuérdate de aquello que dijiste
el día de tu triunfo:
«¡Dichoso el que sin ver en plenitud de gloria
al Hijo del Altísimo, sin embargo creyó!»
Desde la oscura noche de mi fe
yo te amo ya y te adoro.
Para verte, Jesús, espero en paz la aurora.
De que no es mi deseo
aquí en la tierra verte <17>Quédate siempre en mí, ¿no es, acaso, un parterre
mi corazón
donde todas las flores se vuelven hacia ti?
Mas si tú te alejaras, blanco Lirio del valle,
tú lo sabes muy bien, mis flores
serían prestamente deshojadas.
¡Siempre, Jesús, mi Amado
y perfumado Lirio,
florece en mí!
31 Acuérdate de que en la tierra quiero
consolarte, Señor, del negro olvido
al que los pecadores te condenan.
¡Amor único mío, escucha mi plegaria,
para amarte, Jesús, dame mil corazones!
Pero no basta aún,
¡oh Belleza suprema! ¡Para amarte
dame tu propio corazón divino! <19>
De mi deseo ardiente,
Señor, a cada instante
¡acuérdate!
Fecha: 21 de octubre de 1895. - Compuesta para: sor Genoveva, con
ocasión de su santo (Celina), a petición de ésta. - Publicación: HA 98,
cuarenta y tres versos corregidos. - Melodía: Rapelletoi.
El noviciado de Celina sigue su curso desde el 5 de febrero de 1895.
Suficientemente generoso para que Teresa proponga a su hermana, el 9
de junio, que se entregue totalmente al Amor. Y suficientemente laborioso
para que Celina sienta la necesidad de animarse haciendo un recuento de
sus méritos pasados.
Y acude al genio poético de Teresa para «recordar a Jesús (...)
los inmensos sacrificios que ha hecho por él». Pero Teresa
invierte la perspectiva, enumerando «los sacrificios de Jesús» por Celina...
No por espíritu de contradicción, sino sencillamente para dar una
«pequeña lección» a su novicia (CSG, p. 73). Pero, sobre todo, porque su
inspiración la lleva en una dirección completamente distinta. El nervio vital
de su existencia se encuentra ahora en una convicción extremadamente
fuerte del amor preveniente y gratuito de Jesús hacia su criatura.
En treinta y tres estrofas (¿número intencionado para recordar los treinta y tres años
de Cristo?) va desarrollando una vida de Jesús a partir del Evangelio, en el
que «cada día descubre luces nuevas, sentidos ocultos y misteriosos» (Ms
A 83vº). Junto con P 35, este poema es un lugar privilegiado para un
estudio escriturístico en Teresa.
En esa época Teresa vive en un baño de luz. Su fe es viva y transparente.
Y sus versos son una clara expresión de su inteligencia de la fe, por la
forma tan personal de leer y releer los textos evangélicos.
<1> Este epígrafe (añadido por Teresa en julio de 1896) proviene de
L'Année de Sainte Gertrude del P. Cros (Toulouse, 1871).
<2> Cf RP 1,12rº; RP 2,2rº y 7vº; RP 5,3rº; RP 6,2vº; Or 8, de octubre de
1895; P 36,10.
<3> Teresa no habla de Jesús en tercera persona, sino en segunda persona
del singular, como lo hace habitualmente en su oración (CSG, p. 82). En
todas las estrofas, salvo alguna rara excepción, el Tú y el yo se van
conjugando en una exquisita reciprocidad de ternura. Tal vez pueda
parecer extraño que «acapare» de esa manera a su Señor; pero lo único
que hace es apropiarse las palabras de san Pablo: «Me amó hasta
entregarse por mí» (Gal 2,20).
<4> Cf estr. 18 y Or 6.
<5> En 1889-1890, la sed de Jesús que Teresa deseaba apagar era sobre
todo la del Crucificado (Jn 19,28; cf LC 145 en CG, p. 631). En 1893,
pensaba más en el episodio de la Samaritana (Cta 141). En 1895, combina
los dos temas en el Ms A (45vº y 46vº) y aquí (estr. 10 y 25). Finalmente,
en 1896 los escribirá, junto con otros textos evangélicos, en una estampa
de Cristo en la cruz, con referencias explícitas (Est 1). Cf también Cta 196
(= Ms B 1vº).
<6> Expresión que sólo se encuentra aquí y en Ms B 4rº.
<7> Junto con una furtiva alusión a la tempestad calmada, es éste el único
milagro que se menciona en la poesía. Teresa usa siempre una gran
discreción al referirse a los milagros.
<8> Teresa recoge aquí de nuevo, aplicándola a Jesús, su exégesis tan
personal, de 1892, de la invitación a «levantar los ojos»: «Levantad los
ojos y ved. Ved cómo en mi cielo hay sitios vacíos, a vosotros os toca
llenarlos...» (Cta 135).
<9> Posible alusión a la herida de amor de junio de 1895 (CA 7.7.2).
<10> Unica vez que emplea en este sentido esa expresión en sus escritos,
no obstante la importancia del fuego en el vocabulario de Teresa.
<11> La madre Inés escogió en un primer momento estos dos versos para
adornar la cruz de la tumba de Teresa y definir así su misión póstuma,
netamente apostólica; cf CSG, p. 200. Cf también RP 4,4vº y P 31,6.
<12> El padre del hijo pródigo, para Teresa, es el propio Jesús en seis de
los ocho pasajes en que ella menciona (RP 2,3rº; Cta 142; aquí; Ms C 34vº
y 36vº; Cta 261).
<13> Cf Cta 122: «El corazón de mi Esposo es sólo para mí, como el mío es
sólo para él».
<14> Los escritos de Teresa evocan con frecuencia este «misterio» de la
maternidad espiritual de la virgen consagrada que se une a Jesús; cf, por
ejemplo, Cta 124 (la flor Celina); Cta 129, 135, 182, 183, 185; Ms A 81rº y
Ms B 2vº; P 29,6; etc.
<15> De las siete palabras de Cristo en la cruz, la que más veces cita
Teresa es la queja «Tengo sed» (Ms A 45vº, 46vº, 85vº; P 20, estr. 5 y 6.
Cf supra, nota 5.
<16> «También» sugiere que la muerte de Jesús es ya una locura de amor,
que justifica el deseo de Teresa: «amarte con locura». Y esta aspiración no
es nueva: cf Cta 85, 93, 96, 169; Ms A 39rº, 82rº (finales de 1895). Y se
hace más acuciante en 1896: cf Ms B (en el que la palabra «locura»
recurre hasta diez veces) y Cta 25.
<17> A pesar de la fuerza de su amor, Teresa prefiere amar a Jesús de
acuerdo al estilo que ha elegido para sí (cf RP 7,1vº). Muy poco antes de
morir, reafirmará su deseo de «no ver» a Dios o a los santos aquí abajo (cf
CA 4.6.1; 5.8.4; 11.8.5; 11.9.7).
<18> La misma idea en Ms A 48vº y en P 16,6.
<19> Amar a Dios no sólo con «mil corazones», sino con su propio Amor,
con su «propio Corazón divino», es una aspiración que va creciendo en
Teresa hasta el final (cf Ms B 3vº y Ms C 35rº; PN 41,2,7-8).
<20> El «reposo» saboreado únicamente en la «voluntad» de Jesús, el
deseo de cumplir siempre su voluntad, es un tema teresiano del que
encontramos huellas en todos sus escritos, y muy temprano (cf Poésies, II,
p. 169). En la enfermería, Teresa repetirá esta estrofa 32 «con semblante y
acento celestiales»: cf CA 14.7.3. En ese mismo sentido, véase también
CA 10.6; 10.7.13; 14.7.9; 30.8.2.