ADORAR EN SANTIDAD (II)
“Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hb 12,14)
1. Reflexión.
Tal vez nos asusta un poco el término ‘santidad’, porque acostumbramos a pensar en ella como en algo difícil o inalcanzable; es posible que, si no hay más cristianos que aspiren a la santidad, tal vez sea porque tienen un concepto erróneo acerca de ella. La ‘santidad’ es propia de Dios y le pertenece sólo a él; no es uno de tantos atributos divinos, sino que caracteriza a Dios mismo. Por eso, Dios es fuente de santidad y toda santidad deriva de él; el hombre es santificado. La verdadera santidad, que es lo mismo que la perfección cristiana, implica la imitación de nuestro Maestro y Salvador Jesucristo, partiendo de una perfecta pureza de corazón y de alma, una íntima unión, comunicación y familiaridad con Dios y una completa docilidad a la continua inspiración y dirección del Espíritu Santo.
El hombre recibe la santidad por Cristo y el Espíritu. El sacrificio de Cristo, a diferencia de las víctimas y del culto del AT, que sólo purificaban exteriormente, santifica a los creyentes en la verdad (Jn 17,19), comunicándoles la santidad. Los cristianos participan de la vida de Cristo resucitado por la fe y por el bautismo que les da la unción venida del Santo: “A vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos, por vuestros pensamientos y malas obras, os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de él” (Col 1,21-22).
Pero también son “santificados en Cristo, llamados a ser santos” (1 Co 1,2) por la presencia en ellos del Espíritu Santo, que es el agente principal de la santificación del cristiano. Pedro habla de “la acción santificadora del Espíritu” (1 P 1,2), y Pablo recuerda a los cristianos de Tesalónica que Dios los “ha escogido desde el principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu Santo y la fe en la verdad” (2 Ts 2,13). La afirmación que resume la obra entera y conjunta de Cristo y el Espíritu puede ser esta frase de Pablo: “Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co 6,11).
Hay que trabajarla. La santidad que recibimos es un puro don de Dios, pero el hombre tiene que hacer su parte partiendo de la conversión: “si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9). La santidad exige a los cristianos un esfuerzo en dos frentes: por un parte la ruptura con el pecado y con las costumbres paganas: “que cada uno de vosotros sepa poseer su propio cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión...” ((1 Ts 4,4s); por otra parte, deben obrar según “la santidad y la sinceridad que vienen de Dios, y no con la sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios” (2 Co 1,12). El Espíritu lleva a cabo la obra de santificación, pero necesita la colaboración del hombre, un esfuerzo continuado y suficiente,
El signo del amor. El signo definitivo de la santificación, obra del Espíritu que es Amor, será también el amor que él derrama en nuestros corazones (Rm 5,5). Pablo lo relaciona con la santidad en su carta a los Tesalonicenses: “Que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros y en el amor para con todos ... para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios nuestro Padre” (1 Ts 3,12-13).
2. Palabra profética
Visión de una mano manejando unas herramientas muy finas con las que trabaja algo muy delicado.
Palabra: “Es la obra que estoy haciendo en vuestras vidas, en vuestros corazones. Cuanto más delicada vaya a ser la obra, más veces hay que meterla al horno, más trabajo hace falta para terminarla, Lo único que os pido es que confiéis plenamente en mí, que os abandonéis totalmente en mí, que permanezcáis postrados ante mí, y yo llevaré a cabo la obra.
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