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miércoles, 15 de septiembre de 2010

AGONIA (SEGUNDA PARTE)

SEGUNDA PARTE.

10

¿Cuál será el resultado si abrazas la crucifixión?

Abrazarla significa que permites la destrucción de todo aquello que no es Cristo en ti. Cuando abrazas una crucifixión permites a la destrucción definitiva desembarazarse de lo que tanto anhelas preservar. La crucifixión golpea en las motivaciones más subterráneas de tu ser, en el laberinto de tu voluntad inconsciente.

El propio deseo de no ser destruido ha de ser destruido. Al menos ese deseo recibirá un durísimo golpe. La cruz escudriña el deseo del hombre de no sufrir, y la embravecida tarea del hombre de no perder nunca, y los chillidos de su lógica de que no está equivocado.

Insinuaciones e indirectas pululaban por todos lados en torno a tu Señor el fin de semana que fue crucificado. Algunos rumores aún perduran y circulan de aquí para allá hasta el día de hoy… y así seguirá hasta el fin de los tiempos.

Igual te acontecerá a ti. Tu repulsa a tener que convivir toda una vida con las mentiras acabará por destruirte. Bien eso, bien sucederá que tu repulsa será destruida y reemplazada por la paciencia y la aceptación divinas.

¿Hasta qué punto ha afectado negativamente esta crucifixión a tu vida? ¿Tienes miedo de depositar otra vez tu corazón en manos del Señor? ¿Miedo de fiarte de otros creyentes? ¿Tienes miedo, o incluso eres cínico, de nuevos creyentes que viven el primer arrebato de amor por su Señor? Si es así entonces los efectos tienen profundas implicaciones, sin duda.

Abraza la cruz, para que estas feas y negras actitudes sean rendidas.

Confronta tu propia conducta.

Te recuerdo una vez más que el lado oscuro de todo creyente tiende a emerger cuando sufre la prueba, el juicio, el azote, los clavos, la lanza, la desnudez pública, el escarnio.

¡De entre aquellos que te crucificaron, puede haber uno que te recuerde como alguien que puso su granito de arena en crucificar a otros! ¿Lo sabías? ¿Devolviste fuego con fuego? ¿Llegaste a odiar, o al menos hubo fuertes arrebatos de ira? ¿Lo mostraste? ¿Tú también perdiste la ética? ¿Te defendiste aunque fuera poco atacando a otros? ¿No te das cuenta de que siquiera una buena defensa habla maravillas de ti? Medita en esta cuestión: ¿tienes por cosa sin importancia tu reacción?

¿Tienes idea de cuánto de tu lado oscuro muere en la crucifixión que es aceptada con un abrazo?

¡Es posible que tus verdugos pensaran que lo que te hicieron era poca cosa! ¡Puede que pensaran que lo ultrajante era tu conducta!

La intención de Dios no pasa por permitir que una crucifixión se convierta en una plataforma de defensa. Cualquier crucifixión tiene un sólo propósito: destruir elementos dentro de ti que necesitan ser crucificados.

¿Qué sucede si abrazas una crucifixión?

Perderás buen número de enemigos y amargos recuerdos. También habrás de contemplar la muerte de una porción de tu lado tenebroso.

11

¿Cuál es el desengaño? ¿Dónde se localiza tu mayor dolor? ¿Hasta qué punto te aferras a aquella injusticia?

¿Un puesto perdido? ¿Un título? ¿Algo que te quitaron que tenías en estima? ¿Algo que merecías y no te fue otorgado? ¿Algo que te hicieron que no merecías? ¿Posición? ¿Reconocimiento? ¿Ser anciano en la iglesia? ¿Ser aceptado? ¿Ser aprobado por los demás? ¿¡Tu forma de ser!? ¿El honor que nunca te dieron? ¿Qué alguien difundiera chismes falsos acerca de ti?

La crucifixión hace dos cosas. Desvela esas cosas… y las destruye.

Hace tiempo los cristianos crucificaron a un hombre que se llamaba John Huss.

Hallaron cargos en su contra considerados merecedores de comparecer ante un tribunal eclesiástico. Cuando comenzó el juicio no permitieron presentar a Huss evidencia alguna; ni siquiera le dejaron hablar. Se negaron a leer sus escritos y escuchar su defensa. Ahora bien, eso es injusto.

Pero estas injusticias no les impidieron llevar a Huss a las afueras de la ciudad de Constanza, Alemania, atarle a un poste y quemarle, ni tampoco ordenar que esparcieran las cenizas del lugar (no pararon hasta excavar un agujero en el suelo) y lanzarlo todo a un río, ¡para asegurarse de que ni una sola de sus cenizas permaneciese sobre la tierra!

A pesar de todo, Huss murió sin ira.
Los hombres han honrado igualmente a Juana de Arco. Ella aceptó su destino y murió en muda alabanza a Dios.

Diáconos que odiaban tanto a su pastor que cuando le despidieron no le pagaron el salario de la última semana. Cuando se les preguntó por qué, respondieron “porque queremos que sufra”.

¡Es injusto! Pero sucede… ¡¡y proviene de Dios!!

Lo que es revelado en momentos así es el resultado de un acto soberano de Dios. Lo que es revelado, si alguno se atreve a mirar, puede también ser devastador. No es fácil detenerse y contemplarlo, ¿verdad?

Pero recuerda, si continúas alimentando la pesadilla jamás vas a considerar que lo que te aconteció fue una crucifixión.

El propósito de una crucifixión es exponer al desnudo tu reacción al ser crucificado ante el mundo, los hombres, Dios y los ángeles.

Una crucifixión expone la reacción propia cuando uno es crucificado.

Si montas en cólera, si devuelves el golpe, altercas, te desgañitas y profieres alaridos, si acusas y echas las culpas a los demás… ahí se quedará todo. Ten por seguro que eso no es una crucifixión. Eso es gente masacrándose mutuamente.

¿Entonces no toda crucifixión es una verdadera crucifixión? Si no es así, ¿cuál es la verdadera crucifixión?

La verdadera crucifixión tiene un final. ¡La verdadera crucifixión acaba triunfando!

Si aceptas la traumática experiencia como una obra soberana de Dios, si capitulas a Su voluntad entonces Él empieza a verla realizada. No sólo es una crucifixión sino que de repente se convierte en una obra santa de Dios. Las cosas que requieren destrucción son destruidas. Las cosas que Él desea que persistan… viven en victoria.

Persiste en contemplar el suceso como la conducta injustificable de hombres malvados y nada se ganará. La única consecuencia es un alma constreñida. Tu futuro es entonces el que le depara a cualquier criatura amargada.

Ten ánimo. Aún ahora no es demasiado tarde para recibir ese acontecimiento como algo que prevenía al completo de la mano de Dios. Recíbelo de Él como algo para tu bien. Para tu transformación. Para la destrucción del lado oscuro de tu ser. Para tu resurrección.

Acto II

12

Ven conmigo a una colina elevada.

Observa que sobre la cima de ese monte hay tres hombres. Todos están siendo crucificados. No hay diferencia en el modo de ejecución (todas las crucifixiones son iguales). Sólo sus reacciones difieren.

Los tres fueron crucificados brutalmente. Los tres fueron ignominiosamente crucificados. Cada uno de ellos mostró una actitud diferente hacia la crucifixión. Cada uno fue diferente en la forma de morir. Cada hombre reaccionó de una manera diferente hacia aquellos que les estaban crucificando.

Date cuenta de todo cuanto tenía por decir cada hombre en su crucifixión. Dos hablaron mucho; uno no habló nada. Ese hecho en realidad te dice muchas cosas acerca de la actitud de cada hombre hacia la cruz.

Acerquémonos un poco más y aprendamos de cada uno de estos hombres.

La primera persona que nos encontramos es un ladrón convencido. Le pondremos por nombre Haroc.

Haroc se ganaba la vida robando, y al así vivir en un momento dado robó en exceso. Fue descubierto, se le hizo juicio, fue sentenciado y el castigo decretado fue la muerte. Una muerte extrema.

Desde el punto de vista de Haroc no era la primera vez que le crucificaban. Desde su perspectiva había sido crucificado por otras personas durante toda su vida.

La primera vez que le maltrataron reaccionó como un salvaje. Dejó bien clara su protesta de que había sido tratado terrible e injustamente. Después de aquel día, su tópico de conversación consistió en describir el maltrato que había recibido de otros.

En algún punto de su vida le pareció que las crucifixiones injustas se le venían encima con inusitada frecuencia. Aferrado a su propia actitud Haroc se hizo incapaz de ver culpa suya alguna. Cuantas cosas negativas le sucedían eran del mismo modo tan injustas como inocente era él.

La primera vez que se le sorprendió robando su reacción fue predecible. Acusó a otros.

Podrías decir que Haroc fue el autor de lo que se ha convertido en la perspectiva general de la mayoría de los crucificados: declarar guerra verbal contra los que te están crucificando, protestar tu inocencia, proclamar a viva voz tu inocencia, y señalar con el dedo la más pequeña inconsistencia del adversario.

El día en que Haroc fue crucificado montó un espectáculo. Al echar la culpa a los demás se aseguró de no responsabilizarse absolutamente de nada. Sus pensamientos se centraban exclusivamente en los responsables de su difícil situación. Al hacer de ello el centro de su existencia Haroc dejó escapar la sanidad, la redención y la resurrección. (¡No fue una elección muy sabia la suya!) Fue trágico porque tenía la medicina a su crucifixión muy al alcance. La sanidad no sólo estaba cerca, sino que esa sanidad tenía un nombre. El nombre de la sanidad es Jesucristo.

Mientras colgaba ahí, Haroc culpó a Dios de su crucifixión, y de igual modo culpó a los hombres. ¡Haroc se deshizo de ambas posibilidades! De Dios y del hombre.

También tú fuiste crucificado por los hombres o por Dios. Esas son tus opciones. No hay otras.

Escoge acusar a los hombres y tu estado es un estado sin esperanza. Escoge a Dios y has hallado la persona adecuada; sin embargo, si le acusas a Él tu condición sigue siendo irremediable. Si sigues por cualquiera de esas sendas te has incorporado a las filas de los incurables.

Haroc tuvo otra opción. En vez de, “Dios, tú tienes la culpa, y también los hombres que me han crucificado”, esto: “Señor, lo hiciste por mi bien y por el bien de otros; no te detengas.”

Haroc no mostró una actitud redentora hacia la crucifixión. Pero esa es la única actitud que no es perjudicial cuando uno cuelga de una cruz.

Haroc erró el verdadero propósito de ser crucificado.

¡Extraño, no es cierto, que si yerras el propósito de tu crucifixión en realidad no eres crucificado! Así sucedió con Haroc. ¡Desperdició su crucifixión! Tan sólo recibió el castigo que sus obras merecían.

No hay hombre que sea en verdad crucificado hasta que acepte esa crucifixión como proveniente de la mano de Dios. De lo contrario, nunca dejará de ser más que un desagradable incidente que tiene lugar entre personas desagradables.

Da la casualidad de que eres un seguidor de Jesucristo, ¿verdad? Les ocurren cosas raras a aquellos que siguen al Crucificado. La propia palabra crucifixión implica que tú, Su seguidor, habrás de recibir de manos de otros lo injusto, lo inicuo, lo no merecido. La palabra implica también que Dios es el autor de esa crucifixión, y oculto bajo el duro trance existe un grandioso propósito que no puede verse a simple vista.

Haroc erró ese propósito. Nunca llegó ese momento esencial cuando rindió a Dios la negra hora. Como consecuencia, el crisol de Haroc no le fue de beneficio ni a él ni a nadie. Haroc escupía amargura. Procuró por todos los medios no ser crucificado. ¡Eso, querido hijo de Dios, es una crucifixión desperdiciada!

¡Un desperdicio absoluto!

Espero que la tuya no lo sea.

Imagina por un momento qué habría pasado si Haroc hubiera sido bajado de su cruz antes de morir. Haroc, salvado de la crucifixión; ahora sí que tenemos una buena perspectiva (y ciertamente el propósito de Haroc era escapar de la mala experiencia.)

¿No es cierto que tú también desearías que tu crucifixión nunca sucediera? ¿No tuviste la esperanza ―la última esperanza― de que podrías salvarte a mitad de sus agonías? Así es con todo hombre. Después de todo, por su propia naturaleza, una cruz es insoportable.

Pero sigamos a la cuestión principal. ¿Habría cambiado en algo la vida de Haroc al día siguiente si hubiera logrado escapar a la crucifixión? ¿Hubiera habido ganancia alguna en su corazón y en su vida?

Aquí tenemos una pregunta aún mejor: ¿podría cambiarnos a mejor escapar a una crucifixión?

La respuesta ha de ser… ¡no!

¿Cuál habría sido el futuro de Haroc su hubiera escurrido de entre los dedos de la muerte?

¡Imagínate a Haroc saliendo por su propio pie de Gólgota! ¿Puedes ver que su vida hubiera cambiado en absoluto? No. Al día siguiente Haroc habría sido exactamente el mismo hombre que había sido. Salvarle de la crucifixión no habría obrado en él para bien. Así es con todo hombre.

¡Si hubieras sido salvado de la crucifixión que has experimentado, no habría hecho de ti un mejor cristiano! ¡El hecho de ser salvado de la crucifixión a manos de otros cristianos no mejora espiritualmente a ningún creyente!

¿Quieres seguir siendo la misma persona que eras antes de ser crucificado? Si es así, yerras el propósito de Dios.

Una crucifixión, abrazada debidamente, hará de ti mucho más de lo que eras. Indebidamente abrazada, te deja siendo menos de lo que eras. Es tu dilema. ¡Bien serás destruido espiritualmente, bien crecerás en Cristo más allá de todo límite previo!

Tu futuro depara tan sólo dos alternativas. Estarás mejorado, o empeorado. Dime, hasta ahora, ¿has perdido o ganado terreno? La respuesta debería ser tan evidente que no requiriera reflexión alguna… sobre todo si has ganado terreno, pues la ganancia es sobrecogedora y es algo maravilloso.

¿La otra alternativa? Considera a Haroc como la fuente de la que emana la respuesta que buscas.

Si Haroc hubiera sido librado de su duro trance y te hubieras topado con él a la mañana siguiente le habrías hallado más amargado, más victimisado, más inocente que antes. Tenlo por seguro, Haroc hubiera puesto tierra y cielo patas arriba para mostrarte sus manos mutiladas.

Los hombres salen de una crucifixión mucho mejor o mucho peor.

Los hombres buscaron mi mal.
Dios buscó mi mal.
O…
Dios buscó mi bien.

La única forma en que una crucifixión podía afectar a Haroc era cambiarle para peor. ¿Te unirás a su clan?

Una vez más inquiero, ¿ te ha afectado hasta ahora tu crucifixión para peor? Acuérdate de lo dicho. La crucifixión altera tu vida cristiana para siempre.

Si no estás seguro de tu respuesta es probable que signifique que estás peor. ¿Por qué? Porque cuando una crucifixión se recibe en su nivel más alto jamás se ve como algo negativo.

Contrasta lo que sucedió en la vida de Haroc y la de Jesús. ¡Uno de estos dos extremos ha de ser tuyo! ¿Cuál será… la crucifixión de Haroc o la de Jesús?

Haroc murió a tan sólo unos centímetros del modelo mismo de cómo ser crucificado. ¡También todos los hombres! Lástima, Haroc podría incluso haberse levantado de los muertos. ¿Cuál fue la negligencia de Haroc? Acusó a los demás. Se vio a sí mismo como víctima. Para conocer la verdadera crucifixión estos son dos lujos que no te puedes permitir. Si echas la culpa a otros, ¿sabes a quién estás echando la culpa en última instancia? En último término estás acusando a tu Señor. Ah, pero si aceptas ese macabro día de Su mano, ¡la gloria espera!

Tercia una fina línea en una crucifixión: es una línea que media entre el desastre y el desperdicio, entre la resurrección y la gloria.

Te has airado. Has culpado a otros. Has sido la víctima. A menudo has hecho memoria de la persecución que sufriste. La amargura llama a la puerta. Sigue por esta senda y ya has perdido todo cuanto Dios busca llevar a cabo en ti.

Mira hacia arriba. Lo que te ocurrió fue un acto de misericordia soberana.

¡Pero Jesús era Dios! ¡Me encuentro en clara desventaja!

Sí, es cierto. ¡Pero también lo estaba el segundo ladrón! Pasemos ahora a sopesarle.

13


Le llamaremos Betard.

Betard fue crucificado al mismo tiempo y de la misma forma que Haroc. Betard comenzó tratando con su crucifixión igual que Haroc. ¡Igual que todos los hombres!

En el camino hacia la crucifixión Betard sólo tenía un pensamiento en su cabeza: “¿Cómo puedo salir de esta?” Ya sin posibilidad de escape, protestó, pataleó y profirió alaridos. Cuando sintió el golpeteo del martillo sobre los clavos Betard aulló. Ningún alma a 100 kilómetros a la redonda dudaría que Betard estuviera siendo crucificado.

Aunque fue sorprendido en el acto mismo de su crimen, Betard protegió su inocencia. Cuando le pusieron en prisión, relataba su injusta historia a todo aquel que le quería escuchar. Su defensa era lógica… a tal punto que no sólo era plausible sino irresistible.

¿Te suena esto familiar?

Betard obedecía a un patrón similar al de mayoría de los creyentes de hoy que son crucificados por hermanos cristianos. (Cuando un cristiano es crucificado puede hacer una buena puesta en escena. Ataca. Le cuenta con pelos y señales a todo el que está dispuesto a escucharle la calamidad que hicieron con él.)

Betard no sobrellevó muy bien su crucifixión, ¿verdad que no?

Betard comenzó su trance invocando maldiciones sobre sus enemigos. Maldijo a su compañero de milicias, ultrajó a la multitud que le observaba, maldijo a los guardias. Culpó a todo aquel que estaba a mano. Luego se volvió y altercó a voces con Dios. ¡Al menos al hacer aquello había hallado la persona apropiada a quien culpar! Al difamar a su agonizante Acompañante halló la diana correcta. Un hombre mayor amargado llegaba a su fin, expirando en la matriz del resentimiento.

En el caso de que Betard hubiese sido bajado de su cruz, ¿habría sido un hombre cambiado?

La liberación de la cruz es escapar de la cruz. Es también una huida del cambio… del cambio que Dios desea. Si Betard (y tú) hubiese huido de la crucifixión, ¿estaría mejor a largo plazo?

Considéralo, si hoy tuvieses que preguntar a Betard esa misma cuestión, “¿te habrías perfeccionado si hubieses escapado de la cruz?”, sin lugar a dudas Betard te diría que escapar de la crucifixión habría sido lo peor que le pudiera haber ocurrido.

Hoy Betard está contento de haber sido crucificado.

Ojalá que ese día te llegue también a ti.

Si quieres recibir consejo acerca de cómo escapar de la crucifixión, nunca le preguntes a Betard. ¡Él te animará a rendirte a ella! Betard conoce los poderes redentores y transformadores de la ignominia.

¡El mejor día que el ladrón vivió fue el día en que fue crucificado despiadada, cruel y públicamente!

Fue el mejor día de toda su vida.

Si permites que el trato enfermizo que te han inflingido otros creyentes solidifique en amargura serás como el primer ladrón. Pero si algo se vuelve…

¿Qué sucedió para que Betard cambiara?

Se percató de Jesús. A la postre acabó contemplándole.

Observó a Dios crucificado. Fue testigo de una crucifixión y vio la respuesta adecuada al trato inhumano que los hombres ejercen contra sí mismos. La tercera víctima, Jesús, había echo las paces con el tema. Nunca lo olvides, estaba siendo crucificado por Sus hermanos.

Contemplar aquello cambió al ladrón. Sé sabio, ¡imítale!

Considera a Jesús. Contempla en tu crucifixión cómo trata Él con Su crucifixión. ¡Tu Señor te dejó por herencia un ejemplo del fino arte de cómo ser crucificado!

En la medida en que consideres esa increíble escena, debes saber que Él, y solamente Él, era el que conocía la cruz mejor que todos los demás, y sin embargo elige quién será crucificado. El Crucificado escoge a aquel que le seguirá hasta el Gólgota, para allí ser crucificado aún por los propios hermanos.

El Crucificado, habiendo probado los extremos de la palidez cadavérica de la cruz, no dudó ni por un instante escogerte para ser crucificado. ¡Crucificado por un instrumento con un nombre cristiano!

Si Cristo nunca hubiera sido crucificado pero aún así te hubiera seleccionado para serlo, eso sería un asunto totalmente diferente. ¡Pero Él conoció lo que tú habrías de padecer!

Betard se percató de ello.

¡Betard contempló cómo Dios encajaba el mazazo de perder a todos Sus amigos! Betard vio la reacción de Jesús hacia los demás. Betard observó a Dios experimentar el fracaso; vio a Dios en el acto de perderlo todo. Esa sorprendente visión cambió a Betard para siempre.

Ojalá te haya de cambiar a ti.

En aquel sangriento momento, Betard vio y, habiendo visto, accionó el interruptor. Al principio se arrepintió. Se responsabilizó de sus acciones. Ninguno de nosotros estamos libres de no hacerlo, sobre todo cuando fueron amigos los que se pusieron manos a la obra para crucificarnos. Es imposible ser totalmente perfecto como respuesta a semejante traición.

En segundo lugar, Betard detuvo sus protestas. Cerró la boca para siempre. Terminaron sus negativas, sus discusiones. El hecho de que le habían crucificado dejó para siempre de ser su tópico.

“Silencio” fue la palabra exacta que utilizó. Se dirigió a su camarada ladrón diciendo, “¡silencio!”. ¡En aquel momento Betard ganó! Quizás haya de ser también parecido contigo ―en lo relativo a este asunto― cuando el silencio al fin reine en tu ser más interior. Ese es el instante en que todas las cosas empiezan a cambiar. Este es el punto en el que una crucifixión empieza a cumplir su propósito.

Betard ganó. Venció a sus enemigos y adversarios. Venció a su ira. ¡Venció a sus recuerdos! Triunfó sobre la crucifixión.

“¡Silencio!”, exclamó. “¡Estas cosas provienen de la mano de Dios!”

Ahí se localiza lo que marca un cambio de vida.

Nada hay más maravilloso que un hombre adquiera el instinto de cómo ser crucificado. “Ahora veo cómo se supone que he de conducirme en esta hora.” Ah, esto es una crucifixión, una verdadera crucifixión. Una crucifixión cristiana, diseñada para un cristiano. ¡Es aquí donde todos nosotros aprendemos a ser cristianos!

A través de estos sencillos elementos, que te han sido presentados por un ladrón, ¡hallas la forma correcta de colgar en una cruz! La senda hacia la plena rehabilitación de todas las heridas y dolores de la cruz se allegan para derramarse en tu corazón.

Dos hombres te muestran cómo. Uno es el Dios-hombre. El otro, un delincuente.

En ese día de infamia total, cuando Jesucristo fue juzgado ilegalmente, sentenciado injustamente, asesinado brutalmente… muchos observaron. ¡Mas sólo uno… vio!

¡Ojalá seas tú el siguiente en ver!

Los enemigos de Jesús observaban con sombría satisfacción; sus antiguos amigos contemplaban confusos y avergonzados. Pero de todos aquellos que le miraban, sólo hubo una persona, sólo una, que le llamó Señor.

“¡Señor!” clamó el ladrón “¡Señor!” En aquel momento un hombre ignorante vio la soberbia. ¡Betard fue librado de todo el daño de la crucifixión! Vio al Soberano ejerciendo su soberanía. ¡Hallo una expresión a la revelación divina en una palabra! “¡Señor!”
Cuando otros se dedican a hacer de ti un villano, ¿no es verdad que todo lo que tú eres quiere hablar de ello, y al hacerlo justificarte a ti mismo? Jesucristo no se justificó; no se defendió. Permitió que el golpe de toda aquella tragedia arreciara contra él y le aplastara.

¡Cristo vio a Su Señor, y el ladrón vio a Cristo!

Su terreno común era: “Tú estás detrás de todo, Señor”.

En realidad, cuando el ladrón dejó de ver que estaba siendo escarmentado es cuando ciertamente fue crucificado. No, le estaban destruyendo. Aquel día, mientras abrazaba la crucifixión, el lado oscuro de la naturaleza de Betard murió. Crucificado para su bien, y para la gloria de Dios.

Aquella escena sanguinolenta sobre el Gólgota se convirtió de repente en un acto cristiano. ¡En un abrir y cerrar de ojos la cruz no sólo fue redentora, sino transformadora!

Todas las crucifixiones pretenden convertirse en una redención y una transformación. La misión de las crucifixiones no es el dolor y la amargura, sino el más sublime de los triunfos.

En aquel momento no había ladrón; eran dos hermanos que morían juntos. Betard entró en la compañía de los sufrimientos y de la crucifixión de su Señor.

¿No habrás tú de entrar en Su sufrimiento? ¿Entrar en Su cruz? Olvida tu crucifixión; ¡ve a compartir la Suya! Ojalá tengas semejante gozo y privilegio.

Aquí está el gozo de la destrucción, y de ver la destrucción destruida. La injusticia vuelta en transformación. “He sido crucificado por los hombres” pasa a convertirse en un triunfo por medio de Cristo. En el goce de ese instante, cuando el humo del fuego se disipa, ¡ves a Jesús!

Todo esto se halla en una palabra contrita, “¡Señor!”

Betard, en un relámpago de luz enviado por Dios, entendió el verdadero significado de la crucifixión. Vio el drama que se desenvolvía tras la apariencia, en lo invisible. Betard aprendió todo esto ante la única persona que jamás haya sido verdaderamente crucificada. Betard había palpado la crucifixión. Aún la ascensión.

Ahora estás donde estuvo aquel ladrón ese día. Estás en el infernal vértice de una pesadilla destructora.

Tu Señor ha preparado al menos dos crucifixiones.

La del ladrón… ¡y la tuya!

Sé tan sabio como el ladrón. Nunca permitas que una crucifixión provenga de los hombres. Sólo consiente que provenga de Dios.

¡Proviene de ti, mi Señor! ¡Para mi propio bien! Esto media sólo entre tú y yo. No hay nadie más involucrado en esta sangrienta hora. Esto no me gusta; es la cosa más difícil que jamás haya entrado en mi vida. Pero eres tú. Ahora te llamo Señor, Señor soberano. Otros hombres lo hicieron para mal; ¡Señor, tú lo hiciste por mi propio bien! ¡Acepto esta crucifixión! ¡La acepto de ti!

Tómala hasta lo sublime. Aprieta con fuerza la mano de Dios. Recibe esta ignominia como gloria. Atráela hacia tu propia seno. Recibe la vergüenza. Abraza el dolor. Alza en lo alto la copa. Álzala a los cielos; no, levántala hacia Él. ¡Luego bébete la copa! Toda ella.

Quizás tú, como muchos otros incluyendo el ladrón, no fuiste capaz de enfrentarte con demasiado éxito con tu crucifixión desde un principio. ¡Pero nunca es demasiado tarde!

Hoy puedes enfrentarte a esa crucifixión que quizás sufriste de modo injusto… apartarla del azar de las circunstancias, de los actos de los hombres, y depositarla de nuevo en las manos de Dios. Ojalá que haya de ser una crucifixión que provino tan sólo de Dios.

Señor, mi vida acabó junto a la tuya en el Gólgota.
Por la misma razón mi vida empezó ese día.
Ninguna otra cosa podría haberme salvado, ni haber producido tanto bien y tanta vida en mí.

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