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miércoles, 15 de septiembre de 2010

AGONIA (TERCERA PARTE)

TERCERA PARTE

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Ahora volvemos al tercer hombre, el Carpintero. ¡Fue crucificado con mayor brutalidad y más injustamente que ningún otro cristiano! Su conducta aquel día fue intachable.

Lo que Jesús sentía mientras era acusado, después juzgado y finalmente sentenciado debió doler casi como el dolor que tú ahora sientes. Si partimos de eso, ¿te das cuenta del magnífico legado que te ha dejado? Te otorgó un tesoro como regalo: trazó para ti la senda a recorrer en una crucifixión. Dejó el camino despejado, mostrándote no sólo cómo vivirla, sino cómo poner en orden tu vida después de que todo haya pasado. Al fin y al cabo, lo que ocurre con una persona después de que ha sido clavada a una cruz es normalmente más difícil de tratar que la propia crucifixión. ¿No ha sido así contigo? Detente por un momento y considera otro legado que te ha dejado, que es el cómo poner en orden tu vida en los días tras la crucifixión.

Nadie alcanzará la medida que tu Señor estableció aquel día. No obstante, siempre permanecerá como tu modelo a tener en cuenta.

Durante el juicio, la ascensión al Gólgota, la cruz y durante todo el trance. Él fue una poesía. Durante aquellas últimas seis horas de Su vida dejó plasmado para todos los creyentes cómo reaccionar ante siquiera las injusticias más extremas.

Mira cómo reaccionó a la traición, a las mentiras, a los falsos testigos. Todos estos son instrumentos que los hombres utilizaron con un único propósito, que es infligir daño. Instrumentos que en nuestra ilustrada época los cristianos emplean cuando crucifican a alguien de su propia raza. Has sufrido estos instrumentos en carne propia. Has sentido el dolor que pueden infligir, estas herramientas que sirven de preludio a la crucifixión.

Jesucristo absorbió estos dolores que incrementaban la vergüenza de ser crucificado en público. Humillado, degradado, difamado, torturado y después asesinado.

Aquel día Él elevó la aceptación de la cruz a la categoría de arte.
Él era el único que no profería fealdades. Sólo Él permitía que la cruz siguiera su curso.

Había aprendido.

¿Qué había aprendido? A aceptar todas las cosas de la mano de Su Padre.

Otros hablan acerca de ti, ¿no se cierto? Al hacerlo hacen de ti un villano. Tienes la necesidad de hacer algo al respecto, ¿no es así? Jesucristo no se justificó. No se defendió. Permitió que el martillazo de todo aquel horror le golpeara directamente.

Los corazones se maravillaron y quebraron. Los espíritus aguantaron la respiración. ¡No hay mayor evidencia de Su Deidad que la que se pudo contemplar aquel día! Su relación para con una ignominiosa crucifixión les dice a los hombres quién es.

¡No había lado oscuro en Este!

Pero eso no es todo.

Su triunfo sobre lo que hicieron con Él es la llave de tu triunfo sobre lo que otros creyentes hicieron contigo.

¿Cómo?

Es de extrema importancia que conozcas la respuesta a esa pregunta.

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Este que murió con tanta magnificencia vive dentro de ti en este momento.

La Vida de Dios que moraba en Jesucristo, la fuente de vida que le observaba durante aquellas terribles horas, esa Vida que estaba en Él, esa Vida que le permitió vivir por encima de aquello, esa misma Vida reposa hoy dentro ti.

Contempla cómo la operación de esa Vida obraba en Él. Contempla cómo el poder de este Señor que mora en tu interior actúa igual que el Padre obraba en el Hijo ante la crucifixión. El Señor Jesús, por medio del poder de la vida del Padre en Su interior…

A nadie criticó,
ni altercó,
nunca echó mano de la lógica o la razón,
ni defendió Sus derechos,
ni argumentó,
No puso en tela de juicio las mentiras,
mas sólo respondió con silencio.

Un magnífico y atronador silencio.

Qué vida tan increíble debe haber sido la que moraba entonces en Jesucristo. Bien, querido mío, ¡esa misma vida mora en ti hoy! Palpa esa Vida; deja que esa Vida sea el poder para andar como Él anduvo. Esa Vida es puesta en práctica cuando un creyente soporta la cruz.

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¿Por qué tu Señor no respondió a aquellos que le acusaron de ser un villano? Otros lo hacen, pero Él no lo hizo. Ocurrió así porque entendió la naturaleza fundamental de una crucifixión: los presentes no dan valor a tus respuestas. Los presentes no están para escuchar; están ahí para volver tus palabras en contra tuya, sea cual sea tu respuesta. En el momento de una crucifixión se abandona por completo el terreno de lo razonable.

En Su caso, dar respuesta sólo habría sido escuchada por los oídos del odio. No hay frase en el léxico de los hombres que hubiera sido aceptada aquel día. Si hubiera hablado Sus palabras se hubieran retorcido y se hubieran lanzado en contra Suya. La más común de las palabras hubiera sido vista como una prueba irrefutable de su culpabilidad. Tu Señor no pudo decir ni una sola palabra plausible aquel día.

Quizás sea un error de razonamiento creer que discutir, presentar hechos, la lógica o la Escritura, tiene peso alguno en momentos así. La recriminación es el menú del día. Los corazones no se inmutan. El castigo es inevitable.

La prueba de este estado mental llegó cuando, al fin, Él habló. ¿Cuán sencilla puede llegar a ser una frase? “Tú lo has dicho.” A los oídos de Sus enemigos esa breve palabra fue suficiente justificación para crucificarle.

Aprende bien esto: la defensa es inútil en una crucifixión. Pero quedarse quieto es casi imposible. Halla esa Vida en ti que puede proveerte de cuanto necesitas en todos los aspectos de la cruz. Sí, esa Vida sabe cómo guiarte a través de una crucifixión.

Dios y los ángeles debieron contemplar pasmados aquella dignidad frente a semejante rechazo. Calma. Atronador silencio. Elevó el estándar de la conducta del crucificado hasta nuevas alturas sobrecogedoras.

Por muy ejemplar que fuese su conducta, no deberíamos sorprenderlos demasiado porque así se condujo durante toda Su vida. Cada paso y palabra suya no fueron sino una preparación para esa hora oscura. ¡Había vivido toda Su vida bajo la sombra de una crucifixión y preparándose para ser crucificado!

Así debería ser con todos Sus seguidores.

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Para entender completamente la serenidad y dignidad de tu Señor debes captar lo que sucedió la noche anterior.

La noche anterior al Gólgota fue en todo tan oscura como lo fue Su crucifixión. Si no hubiera sido por el ministerio de un ángel aquella tarde tu Señor podría haber muerto de pura agonía.

¿Qué sucedió aquella noche? Tu Señor se enfrentó a Su Padre… en un jardín. En ese jardín consiguió el ingrediente necesario para triunfar sobre la crucifixión.

Si has de conocer sanidad y liberación absoluta de tus recuerdos, de las cicatrices de tu propia tragedia, será necesario que vengas a este mismo jardín y te hagas con el mismo ingrediente.

¿Qué es esto tan crucial? ¿Por qué es decisiva esta cita amorosa?

Estoy hablando de Getsemaní.
Un Getsemaní puede ser tan horrible como una crucifixión. Ves este hecho claramente en la medida en que te das cuenta de que tu Señor no soportó con demasiada facilidad Su Getsemaní. Tampoco a ti te será fácil.

Gracias a Dios, hubo un momento de rendición en el Getsemaní. Para Jesús fue una rendición a la perspectiva de la crucifixión que tenía Su Padre. Para ti será lo mismo.

Tengo una voluntad; esa voluntad está opuesta a Tu voluntad, Padre. Esta noche nuestras voluntades se moverán en sentidos opuestos.

Soy yo quien me rindo. Pongo Mi opinión acerca de este asunto en el altar del sacrificio. Que los acontecimientos sigan su curso.

Que los hombres hagan la voluntad de Dios. Que Yo sea crucificado.

¿Cómo te sientes al respecto de esta inmutable escena? ¿La cambiarías? La rendición de Cristo, ¿produjo ganancia o pérdida?

Mientras meditas esa cuestión, ¡haz de nuevo memoria de quién es el guionista de toda crucifixión! ¡Incluida la tuya! ¿Producirá pérdida o ganancia tu crucifixión? La ausencia o no de un Getsemaní es el factor determinante.

La crucifixión se pondera como una catástrofe sin provecho alguno. ¡Tu Señor ve la crucifixión como el suceso principal de Su vida! ¡Él mira a la crucifixión como parte primordial de tu vida! Para Él la cruz forma parte de Su obra en tu vida. El punto de vista de Dios del sufrimiento es la antípoda de lo que los mortales entienden.

Tú ves la crucifixión como una carnicería. Él la ve como gloria. La mente humana sencillamente no puede entender eso. Dios el Padre quiso que Su único Hijo fuera vergonzosamente crucificado en público. Hoy el Hijo no duda en disponer de tal manera las circunstancias de tu vida que vivas esta misma experiencia.

Del mismo modo que un Getsemaní le esperaba a Él, igualmente casi con toda certeza te espera a ti.

El Getsemaní de tu Señor consistió en rendirse a Su Padre. Aquello le resultó muy difícil de hacer, pero lo hizo; y como resultado de esa rendición fue clavado a una cruz. Hasta que no se rindió no pudo haber crucifixión. Una vez rendido, los sucesos y circunstancias se hicieron irreversibles. Tu Señor, en el Getsemaní, tomó casi literalmente Su propia cruz.

La rendición permite la crucifixión. La resistencia la anula.

Pero yo no sabía estas cosas cuando fui maltratado tan brutalmente por cristianos. Me resistí; así que no tuve Getsemaní. Hoy estoy enfadado. Los recuerdos siguen vivos. El dolor y el resentimiento aún me acompañan. ¡Desperdicié mi Getsemaní!

No necesariamente. Getsemaní no es un lugar ni un tiempo específico.

Para la mayor parte de los creyentes Getsemaní debe llegar después de la crucifixión. Después de todo, Getsemaní tan sólo es ese momento cuando al fin tu voluntad toca el mismo acorde que la voluntad de Dios. Es cuando asientes, aceptas, abrazas... tu crucifixión. ¡Algunos, como el segundo ladrón, deben hacerlo después del incidente!

El ladrón tuvo que tener su Getsemaní mientras estaba clavado a una cruz y tomaba su último aliento. A lo mejor también a ti te sucede así.

La mayoría de cristianos no están familiarizados con el significado de la cruz en lo que respecta a la vida cristiana. En general, los creyentes no están familiarizados con la tremenda destrucción de una crucifixión. Como consecuencia los cristianos carecen de preparación alguna para el sufrimiento que conlleva.

Al no estar preparados para la cruz en sus vidas, han de descubrir su significado, lo cual implica que tengan su Getsemaní después del encuentro con la cruz. Es la misericordia de Dios la que permite esto.

Getsemaní no es un cuando o un donde, sino un requisito. Si no encaras tu Getsemaní la crucifixión que has conocido te destruirá... sin ninguna esperanza de resurrección. Aceptar que un Getsemaní llegue a tu vida lo cambia todo.

Tu Señor experimentó un momento terrible cuando luchaba por reconciliar Su voluntad con la voluntad de Su Padre. Ten esto muy en cuenta: la cruz hizo que Getsemaní fuese necesario para Él. Del mismo modo, para que seas crucificado de la manera apropiada en que un cristiano debe ser crucificado, también tú debes hallar tu Getsemaní. ¡Getsemaní es aún una necesidad! La cruz y Getsemaní están unidos de manera inseparable.

¡Es cierto que es difícil entender que cosas tales como el Calvario y Getsemaní todavía son necesidades en la época que vives! Sin embargo, casi con toda seguridad que la primera vez que oíste los rudimentos de tu fe te hiciste eco de las palabras “participamos de los sufrimientos de Cristo.”

¿Cuándo es el momento correcto de encarar tu Getsemaní? Cuando clames a tu Señor y digas, “ningún hombre me crucificó; fuiste Tú, mi querido Señor, y sólo Tú. Fue enviado a mi vida para edificación. Me rindo ante esa crucifixión.”

En ese momento has alcanzado el significado de la cruz en la vida de un cristiano.

¿Cuándo es tu turno para el Getsemaní? ¡Tu turno para tu Getsemaní es ahora mismo!

Tu Señor vivió Su Getsemaní antes de que fuera crucificado. El creyente, algo más fragil, casi inevitablemente ha de vivir su Getsemaní de rendición durante o después de la cruz. Sea antes o después, siempre es una agonía.

Acompáñame ahora hasta un jardín.

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Muchos han venido hasta este jardín.

Por muy extraño que parezca, incluso el segundo ladrón tuvo que llegar a este lugar. Es verdad que Betard colgaba de una cruz en la hora de su Getsemaní, pero a pesar del lugar donde lo halló terminó por encontrarlo. Eso es lo importante.

Los más selectos siervos de Dios tuvieron todos que hallar la ruta que finalizaba en este jardín.

La primera persona que visitara Getsemaní fue tu Señor. Puede que el pensamiento más difícil de enfrentar en toda la vida terrenal del Señor fuera percatarse de que no quería estar en Getsemaní. Pero más inconcebible aún es entender por qué no quería llegar aquí. ¡La causa es sorprendente!

Jesucristo y Su Padre tenían un serio conflicto. Tu Señor tenía una opinión completamente distinta a la de Su Padre en lo que respecta a ir a la cruz.

¿Se te había pasado alguna vez por la imaginación que Jesús estaba en desacuerdo ―en conflicto directo― con Su Padre? Al igual que tú, a tu Señor le resultó duro encarar una crucifixión. Fue el único momento de toda la historia eterna en que el Padre y el Hijo discreparon. Sucedió una vez, y sólo una vez. En un jardín. El tema era...

¡La crucifixión a manos de Sus propios hermanos!

El punto a tratar entre el Padre y el Hijo tenía que ver con una crucifixión injusta. Tu Señor vivió un momento muy difícil al encarar el Gólgota.

Cierto, este conflicto de voluntades entre el Padre y el Hijo no hizo que Jesús tomara las riendas del asunto; sin embargo, no cabe duda: no quería ser crucificado.

La cruz es un concepto cuyo origen se halla en el Padre.

El Padre, que recorre las travesías del tiempo, sabía que te sería difícil enfrentar la cruz.

¿No es verdad que es increíble que el Padre de tu Señor quisiera que Jesús fuera crucificado?

La crucifixión no es un valor humano sino un valor divino. En el marco humano la crucifixión no es algo que se pueda aceptar por propia voluntad. Desde cualquier perspectiva la crucifixión es algo divino, ajeno a la visión del hombre.

¡No es de sorprender que hubiera un Getsemaní! Ese lugar es una necesidad, pues cualquier ser humano que se atreva a seguir el sendero divino se allegará a un Getsemaní. Cada cual permanecerá allí hasta que su voluntad se concierte con la divinidad, o perderá completamente de vista la forma divina de hacer las cosas.

Ese jardín es el lugar donde por fin la fragilidad humana se pone de acuerdo con la divinidad; es adonde llegas, al final, para ponerte de acuerdo con el Padre, con Su voluntad. Aceptas ser crucificado. Te rindes incluso a todo cuanto te hace temblar de horror. Mientras allí estés, puedes reconfortarte al recordar esto: jamás estarás más cerca del lado humano de tu Señor que en Getsemaní.

No debes seguir rechazando la crucifixión. En algún lugar... antes... durante... o después de esa pesadilla, debes estar de acuerdo en ser crucificado. Estar de acuerdo en lo que te repele, en lo que temes, en lo que es horrible, ignominioso y repulsivo. Admitir asimilar en tu persona lo que se diseñó para destruirte. ¡Estar de acuerdo en algo que, se vea como sea vea, parece tan intensamente anticristiano!

Consentir la destrucción. Eso es el Getsemaní.

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Debes buscar y hallar... el Getsemaní. El jardín les espera a todos los peregrinos. Cuando al fin llegues descubrirás que Tu Padre también está ahí.

Incluso ahora te espera.

Mientras cruzas por sus puertas, detente y date cuenta de que hay algo aquí precioso y alentador, saber que tu Señor también pasó por grandes apuros mientras entraba por estas mismas puertas. El hecho de que todo lo que había en Él se estremeció ante la idea de ser crucificado te da permiso a ti a pasarlo realmente mal para aceptar la crucifixión. Ese hecho te da derecho a luchar, a resistir, a ver que te sea casi imposible estar de acuerdo con la voluntad de Dios. La lucha de tu Señor en este mismo tema te da derecho a permanecer en pie tembloroso, aterrorizado y confuso frente a los valores divinos. Te da permiso para querer correr, esconderte y gritar, “No, Señor, esto es más de lo que puedo aguantar. Esta vez no puedo acompañarte.”

Tienes el permiso de la instancia más alta posible de no querer ser crucificado por otros. Sobre todo cuando es por tus propios hermanos.

Cuando un cristiano es maltratado por otro cristiano, es fácil prever las consecuencias. El cristiano ofendido reacciona negativamente, a veces con vehemencia, incluso con depravación. Cierto, tu Señor no actuó de esta forma, pero sí que dudó. Vuelve a leer la historia. A Jesucristo no le parecía bien del todo que fuera crucificado. Cuando llega el momento de tratar con una crucifixión, cuando llega el momento de ser clavado a una cruz, todos los creyentes se encuentran sobre un terreno común. Se aceptan las dudas. Pero, ¿el rechazo? ¡Ah! Eso no debes hacerlo. Perderás algo muy valioso. Halla consuelo ante la realidad de Sus luchas, pero no debes hallar excusas.

Reconfórtate en esto: tu Señor temía, aún le asustaba, la crucifixión. Cabe la posibilidad de que hubiera podido considerar el rechazarla. Lo que es seguro es que tenía una opinión forjada al respecto. Tu Señor tenía voluntad propia. Esa voluntad se mostró en todo su esplendor en el Getsemaní. Fue la primera vez que ejercitaba Su propia voluntad ante la voluntad del Padre. En el caso de que aceptemos que Su humanidad se estaba desvelando, entonces debes saber que Gólgota sabe cómo sacar a la luz la humanidad de todos.

¿No es esta la más conmovedora y emocionante de las escenas? La voluntad de Jesús el Carpintero enfrentada a la voluntad de Dios Su Padre. Escucha como tu propia voz se une a la Suya, “lleguemos a este acuerdo de que no seré crucificado.”

¡Nadie jamás accedió con facilidad a ser clavado a un madero?

Difícil, sí. Pero rendirse... este es el camino, el único camino, para todos aquellos que le siguen. No escuches a ninguna otra voz, ni a la lógica ni a la razón.

Ahora tienes el permiso ―de las más altas esferas― para no desear ser crucificado. En un momento semejante no se espera de ti que seas el perfecto y magnífico cristiano. Pero sí se espera de ti que te encares a este acto de ignominia. Getsemaní requiere que te enfrentes a tu Señor, reconozcas que esta brutal experiencia es Dios, y te rindas.

Tienes permiso para sentir el dolor y el temor. Pero tienes el ejemplo de tu Señor... ¡rendirse! Rendirse a todo lo que te es contrario. Es la naturaleza de tu Señor rendirse a Su Padre. Obtuvo esa capacidad de rendición y la atrajo a las entrañas y naturaleza de Su ser en Getsemaní. Tú no puedes hacerlo, pero Él puede ―su naturaleza es rendirse a la cruz― y Él mora en ti.

OH, y aparte de eso Él es uno contigo. Ríndete a Su rendición. Permite que la vida divina, de la cual eres partícipe, sorba la vida humana.

¡Él puede vivir de nuevo el Getsemaní! ¡En ti!

Vuelve esta escena del revés. Obsérvala desde el otro lado. Entra en el territorio celestial. Allí ves las cosas más allá de tu comprensión. Contempla esta escena desde la perspectiva del Padre. Te enfrentas a valores tan extraños y ajenos que no puedes asimilarlos.

Contempla tu crucifixión a través de los ojos de Dios. Sea Su único Hijo.. o tú... ¡Dios favorece la crucifixión!

¡El Padre quería a Su Hijo crucificado!

También fue Su voluntad que tú fueras crucificado.

20

¿Por qué permitió Dios este terrible trance en tu vida? Confrontemos esa pregunta sin más rodeos.

¿Nos atrevemos ahora a enfrentar el hecho de que no sólo la permitió sino que la deseó? La respuesta se haya en descubrir el más profundo de los misterios de la cruz... ¡el más profundo secreto de Dios en cuanto a por qué Jesús fue crucificado!

Sabes que Él murió en la cruz para salvar a los hombres de sus pecados. Pero aquí hay un asunto personal. El Padre permitió que la crucifixión llegara a la vida de Su Hijo por una razón del todo asombrosa.

¡Jesucristo fue crucificado porque le faltaba algo!

¿¿Qué??

Había algo que Jesucristo no sabía, y que necesitaba aprender.

Había una carencia en la vida de Jesucristo. La Palabra de Dios testifica de esta sorprendente proposición.

¿Qué podía faltar en Jesús, el Cristo, el Hijo Eterno? Había cosas que Jesucristo no sabía y que no podía saber más que siendo crucificado. El Padre quiso que Jesucristo fuese crucificado porque Jesucristo necesitaba ser crucificado para aprender estas cosas.
Te deja de piedra, ¿verdad que sí? Sin embargo, la Santa Escritura es clara.

Aunque era Hijo,
aprendió la obediencia
por lo que padeció.

Hebreos 5:8

Jesucristo aprendió algo que sólo la crucifixión podía enseñarle.

El Hijo aprendió a obedecer a Su Padre, aunque aquello incluyera morir. Sólo una crucifixión podía suministrar la formación. Aprendió una obediencia que jamás había conocido previamente.

Esta clase de obediencia no consiste sencillamente en obedecer órdenes. Esta obediencia es de un tipo mucho más alto e insólito. He aquí una obediencia que habla de un pleno concierto entre el Padre y el Hijo. Este es un asunto en el que todas las cosas se constriñen en rendición.

Inimaginable profundidad hay en una rendición tan peculiar. Significa que sea lo que venga, por muy aciagas que se pongan las circunstancias, tú permaneces en un estado de rendición. No necesitas días gloriosos. Los días buenos y malos son lo mismo porque habitas en un estado de rendición. Cada día, sea cual sea su contenido, es el mejor de los días.

Tal era el propósito del Padre en el Hijo.

¿Pero no era ya ese el estado constante del Hijo?

Sí, sin duda. Hasta el Getsemaní. Justo hasta la hora de la crucifixión. En todas las cosas... excepto en ser crucificado. Tuvo que aprender a obedecer a Su Padre cuando llegó esta infamia.

El Padre decretó que el Hijo aprendiera a rendirse incluso a esto.

¡¡También es así contigo!!

La crucifixión, y sólo la crucifixión, marcó el descubrimiento de que, por un instante, había un límite a la rendición del Hijo.

¿Es pues de sorprender que tú hayas experimentado un tiempo harto difícil para rendirte a una crucifixión?

Dos voluntades estaban en total concierto. Por un momento esas dos voluntades discreparon. En cuanto el desacuerdo se zanjó sus voluntades se hicieron eternamente una. Indistinguibles. Completamente indistinguibles. Una única voluntad. El punto principal de ese desacuerdo fue una sangrienta cruz; el desacuerdo se zanjó en un jardín.

Por lo tanto es aquí donde ves la obediencia… ¡obediencia con el fin de aprender! ¿Aprender qué? Aprender a estar de acuerdo a ser crucificado.

En tu caso, consiste en aprender a ser crucificado incluso por otros cristianos.
Cuando has rendido tu voluntad a lo peor que pudiera ocurrir, ¡no hay nada en ninguna parte que pueda superarlo! Sencillamente no hay nada allá afuera esperándote para destruirte que prevalezca a una sangrienta e injusta crucifixión.

Por lo tanto observamos al Getsemaní bajo su verdadera luz.

En ese oscuro lugar, admite la coreografía, los transeúntes del drama, que tus amigos se hayan olvidado de ti, la sangre y la masacre, la maza y los clavos y el madero, la infamia, la vergüenza, la traición, la pérdida de tu reputación por el resto de tu vida. Consiente las mentiras y los perennes rumores. Consiente a Caifás y Ananías. Consiente a los peores, los más oscuros y desagradables momentos que la vida pudiera contener.

¿Qué ocurre si rehúsas tu Getsemaní? Sólo puedes rehusar si insistes en creer que tu crucifixión es algo injusto e impuesto por hombres crueles. Esta no es una manera sana de vivir. Si tomas esa senda, ¿qué te depara el futuro? Quizás contenga algo que jamás hayas considerado. La vida puede que termine con una perspectiva de los acontecimientos diarios algo parecido a esto: “cristianos viciosos, desagradables y sinvergüenzas abusaron de mí. No sabes tú bien lo que me hicieron. Pásame un limón; me pasaré lamiéndolo lo que me reste de vida.”

Es posible que semejante perspectiva de la vida siga de aquí en adelante manando de ti cuando otro cristiano te maltrate. Puede que aumente hasta que cada instante de la vida esté coloreado de dicha perspectiva. Rehúsa hoy a la sanidad, y un simple arañazo te aplastará.

Señor, me rindo. A tus ojos mi crucifixión fue algo precioso. Fue lo mejor de ti para conmigo. Fue lo mejor para tus propósitos.

Que el Señor abra tus ojos para ver que hay un propósito y belleza en aquel día horrendo en que fuiste crucificado por cristianos.

Si te rindes, ¿qué te depara el futuro?

21

Unas pocas horas antes de que Jesús se levantara de la tumba los hombres le habían masacrado. En esa masacre de la cruz Jesús había soportado dolores extremos.

¡Después se levantó de los muertos!

¡Menudo cambio de tornas!

¿Qué ocurrió a continuación?

¿Te acuerdas de lo resentido que estaba? ¿De la ira que mostró? ¿Recuerdas de cómo salió de la tumba perjurando venganza? ¿Recuerdas que nada más resucitar escupió al suelo y maldijo a Caifás y Ananías? ¿Te acuerdas de cómo juró vengar a sus atormentadores y echó maldiciones a cuantos le crucificaron?

¿Te acuerdas de mientras reunía a sus discípulos cómo hacía recuento de cada detalle del juicio, de cada mentira, de cada falso testimonio? ¿Recuerdas lo llenas de amargura que estaban sus palabras? ¿Por qué no dejaba de hablar de lo que le habían hecho?

¿Recuerdas estas palabras?:

“Luego hubo un momento en que uno de ellos afirmó que había dicho que destruiría el Templo de Herodes... bueno, eso no es verdad... tergiversaron mis palabras... nunca dije eso. ¡No os podríais creer el chismorreo que circulaba a Mi costa!”

¿Recuerdas cómo hacía memoria del puñetazo que le propinó el guardaespaldas del sumo sacerdote? ¿De cómo denunció mordazmente a los falsos testigos? ¿Recuerdas cuando hablaba de las patéticas condiciones de habitabilidad de la prisión? Acuérdate del desgarrante tono de su voz al señalar que estaría desfigurado por toda la eternidad a causa de las cicatrices de su cuerpo: “Ahora me ha tocado vivir con estas grotescas marcas en Mis manos y pies. Y cada vez que las vea me recordarán de su maldad. Nunca les perdonaré.”

¿Te das cuenta de que en casi cualquier conversación que tuvo después de Su resurrección se refería de nuevo a la forma en que había sido maltratado en el Gólgota? ¿Te diste cuenta del oscuro resentimiento, del gusano de amargura que carcomía Su alma?

¿No te acuerdas de esas cosas?

Pero te has percatado de semejante conversación por parte de hermanos cristianos que han sido crucificados por otros hermanos cristianos, ¿verdad?

Aquí está el sello distintivo de la resurrección de tu Señor: levantado de la tumba, jamás hizo mención de los sucesos de Su crucifixión.

Ni una sola vez.

Ni siquiera una palabra.

¡Ese es el sello distintivo de todas las auténticas resurrecciones! ¡El pasado se fue para siempre! La resurrección se encuentra más allá de lo que está muerto.

La resurrección significa levantarse de la muerte y entrar en una esfera nueva, un nuevo espacio… un tiempo donde el pasado nunca existió.

La prueba de un Getsemaní real, de una crucifixión que te fue suministrada por el odio de cristianos, pero que tú has postrado en la mano de Dios... esa prueba se halla en la actitud de Jesucristo cuando se levantó de los muertos.

Ojalá que puedas tú hallar esa misma gracia.

La resurrección es una demarcación. Todo lo que existió antes de la resurrección ya dejó de existir. ¡¡Jamás sucedió!!

Esa es la esencia de la resurrección. Todo lo anterior nunca sucedió. ¡Todo lo posterior es nuevo y no tiene conexión con los sucesos del pasado! Después de la resurrección todas las cosas pertenecen a una nueva creación. Esa nueva creación no tiene relación alguna con nada que aconteciera previamente.
Una creación tan nueva y una vieja creación tan aniquilada, ¡que no puedes acordarte de ella!

¡Qué honor ser crucificado! ¿Por qué? Porque más allá de la crucifixión está la resurrección... y esa nueva creación. El pasado al completo se evapora. Se ha ido. ¡Jamás existió!

¡El pasado ya no existe! No es que el pasado se ignore o se olvide. ¡Jamás sucedió!

Eso es resurrección.

Pero...

                                                                               

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