INTERCESORES CON CRISTO
“Para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (1 P 4,11)
Interceder para gloria de Dios
Nunca podemos olvidar el motivo de lo que hacemos, porque eso nos llevaría a realizar nuestras actividades incorrectamente, al no tener la referencia necesaria para orientar e impulsar nuestra actividad, y finalmente nos conduciría al fracaso. Esto se puede aplicar a todos los ámbitos, a toda nuestra vida. Necesitamos razones por las que obrar, especialmente en las cosas más importantes.
El cristiano es aquel que vive Cristo, y por lo mismo es movido en todo lo que hace por un objetivo: dar gloria a Dios. Necesitamos analizar en la práctica qué motivaciones mueven nuestra vida, porque si no es realmente ésta, nuestra vida y nuestras actividades no seguirán un rumbo acertado. Pablo nos recuerda, por si se nos olvida, para qué estamos aquí “por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef 1,4-6).
Este principio general se aplica particularmente también a nuestro ministerio de intercesores. Nuestra oración debe ser también como la del salmista: “¡No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria!” (Sal 115,1). Otros intereses, motivaciones o actitudes deben ser pospuestos o estar subordinados al principal. Lo primero que buscamos es que Dios sea glorificado directamente y en cada situación que le presentamos.
De hecho el fruto de la vida del discípulo, también de nuestro ministerio intercesor, está directamente relacionado con buscar la gloria de Dios: “La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos” (Jn 15,8). Como nos recuerda Pablo éste debe ser el norte en nuestra vida: “Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Co 10,31).
¿Cómo interceder ante el “rey de la gloria” (Sal 24,8), en medio de tanto pecado y miseria? Nuestra visión debe centrarse en la gloria de Dios, y en que su presencia llene la tierra, como fue profetizado: “¡La tierra acabará llenándose del conocimiento de la gloria del Señor, como las aguas llenan el mar!” (Ha 2,14).
Nosotros somos aquellos de quienes dice el oráculo: “A los que para mi gloria creé, plasmé e hice” (Is 43,7). ¿Hay algo mayor?, ¿podríamos ser escogidos para una misión más noble? En Cristo tenemos motivos y razones suficientes para encontrar sentido a nuestra vida y a nuestra intercesión. “Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén” (Rm 11,35).
Palabra profética a los intercesores:
A cada uno de vosotros os he convocado y quiero grabar en vuestro corazón el sello de la intercesión. Os he dejado saborear las mieles de la intercesión, pero quiero que me dejéis poner en vuestros corazones el sello que marca a aquellos que he elegido. Necesito que cada uno de vosotros se deje revestir de mi santidad, porque sólo así podéis entrar en el misterio de la intercesión. No olvidéis que os he elegido, y que la intercesión está fundamentada en el amor y en la cruz; no olvidéis que yo os he elegido, y que sólo a mi me debéis la gloria.
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