CAPILLA DE ADORACION PERPETUA DIOCESANA "DE LA VISITACION" (ANDRADE Y LISANDRO DE LA TORRE, QUILMES OESTE, ARGENTINA) |
DELEITE PARA EL ADORADOR
“Vale más un día en tus atrios que mil en mis mansiones, estar en el umbral de la Casa de mi Dios que habitar
en las tiendas de impiedad” (Sal 84,11)
1. Reflexión
El hombre fue creado para la plenitud, para una plenitud relativa por supuesto, inherente a su limitada naturaleza humana, ya que la plenitud absoluta en todos los órdenes sólo reside en Dios. Partiendo de esta afirmación, es lógico deducir que cuando el ser humano no alcanza la plenitud para la que ha sido creado se siente insatisfecho.
La historia del hombre es, vista desde esta perspectiva, una historia de satisfacciones e insatisfacciones; de satisfacción cuando está en comunión con Dios y según el grado de esta comunión; de insatisfacción cuando vive al margen de Dios, y de una mezcla de ambas cuando vive sólo parcialmente en comunión con Dios.
A pesar de que nunca ha tenido a su alcance tan alto grado de bienestar ni tantos medios para lograrlo, nuestra sociedad es una sociedad insatisfecha, tan insatisfecha como alejada de Dios. Ya advierte el libro de Proverbios que los ojos del hombre –sede de su codicia- nunca están satisfechos (cf. Pr 27,20). Además, a la vista está que las posesiones o la prosperidad no determinan el nivel de satisfacción y felicidad.
Aquello que hoy la mayoría de los hombres entiende por felicidad es “el placer de un día” (2 Pe 2,13); sin embargo, la Palabra de Dios, que es Verdad, nos enseña que la satisfacción plena sólo viene del Señor como recuerda el salmista: “Él sació el alma anhelante, el alma hambrienta saturó de bienes” (Sal 107,8-9). Por eso el apóstol Pablo exhorta a los ricos de este mundo a no poner su confianza en las riquezas sino “en Dios que nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos” (1 Tm 6,17).
La Palabra de Dios no puede ser más clara al afirmar que la plenitud sólo está en Jesucristo y sólo se puede alcanzar por nuestra pertenencia a él, porque “en él reside toda la Plenitud de la divinidad corporalmente, y vosotros alcanzáis la plenitud en él” (Col 2,9).
El propio Jesús gritó en una ocasión solemne: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que crea en mi, como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva” (Jn 7,37-38). Y en otro momento afirmó: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Pablo, que comprendió y vivió en profundidad el mensaje del Maestro, intercede para que los cristianos de Éfeso puedan “conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que se vayan llenando hasta la total plenitud de Dios” (Ef 3,19).
Pues bien, en la adoración encontramos una fuente de la que brotan aguas puras capaces de saciar la sed que el hombre tiene de Dios. Creo que uno de los pasajes bíblicos que más claramente relaciona la satisfacción plena del ser humano con la adoración verdadera es el que se puede encontrar en el capítulo cuarto del Evangelio de Juan.
En una primera parte de la conversación entre Jesús y la samaritana, el Señor ofrece el agua que quita la sed del corazón del hombre: “Todo el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn 4,13-14). Y a continuación, Jesús conduce el diálogo hacia la adoración, revelando a la mujer dónde y cómo encontrar ese agua viva: “Llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad” (Jn 4,23-24).
2. Palabra profética
- No vengáis a la adoración por obligación, como un acto más. Venid a encontraros con mi amor. Venid a unir vuestros corazones con el mío. Os repito que es lugar de privilegio. No hay otro lugar como éste. Pedid a mi Espíritu que os dé sed irrefrenable de venir a mí, de estar a mis pies, de encontraros conmigo.
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