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miércoles, 15 de septiembre de 2010

AGONIA

Exquisita Agonía

PRIMERA PARTE

La experiencia de la Cruz desde la perspectiva del Padre

A quien el Señor ha otorgado
uno de Sus más excelsos y reales dones,
el don de la servidumbre.

Este nuevo librito del hermano Gene lo dedico a Jerusalén, para que en los trances que el Señor le está regalando sea capaz de alzar su alma y su espíritu a Aquel de quien manan la sabiduría y la fuerza.

Aunque este libro se enfoca principalmente al sufrimiento a manos de otros cristianos, es perfectamente transportable a cualquier otra obra de transformación que el Señor se haya propuesto para con nosotros.

Te agradezco nuestro encuentro en este teatro en tan anómalas circunstancias.

Parece que las puertas del teatro han abierto pero, cosa curiosa, la mayoría de los actores no se encuentran hoy aquí. Sólo hay dos actores en el escenario, y nosotros somos la única audiencia. Nuestra invitación a esta representación es de un tipo muy especial.

Aquí están nuestros asientos. Como puedes comprobar, estamos solos.

Observa el entablado. Es una extraña puesta en escena: no hay escenario ni bambalinas. Tenemos a un actor sentado cerca del punto central pero las luces se han dispuesto de manera que, sea cual sea la dirección desde la cual se le mira, nunca podemos llegar distinguir su rostro.

Observa que hay un segundo comediante. Me da la sensación de que alguien cree que tú y yo necesitamos estar aquí, y que no es cuestión baladí escuchar lo que va a decirse.

Una producción con un título como este invita a reflexionar un poco, ¿verdad que sí?

Mira, las luces se están apagando y el primer actor está a punto de dirigirse al otro.

Acto I

1

Bienvenido. Entra, por favor; esperaba con impaciencia tu llegada.

Gracias.

Puedes tomar este asiento.

He venido aquí porque... porque... soy uno de esos cristianos seriamente maltratado por otros creyentes. Me ha costado mucho tratar con ello, pero sobre todo me está resultando muy difícil recuperarme. Estoy aquí para que alguien me ayude a ser curado por completo.
Sorprendente, ¿verdad? Puede que uno de los mayores desconciertos que tenga que experimentar un cristiano sea descubrir que hermanos cristianos pueden ser crueles. Sin embargo, aunque parezca un hecho constatado, el tema no se conoce demasiado a fondo ni se acepta de buen agrado.

Descubrir que cristianos son capaces de ser crueles con otros cristianos ha destrozado la porción espiritual de la vida de muchos creyentes. Pocas cosas, incluida la pérdida de un ser amado, puede llegar a afectar a la vida de uno de modo tan profundo y doloroso. A menudo el daño es incalculable. Me atrevería a decir que un ataque calculadamente ejecutado por parte de un creyente a otro deja a la mayoría de los cristianos tan heridos que nunca salen de la convalecencia.

A pesar de ello una recuperación total es viable.

Bueno es que hayas venido. Confiemos en que seas de aquellos que sanan. De un modo absoluto. Incluso más allá de la sanidad.

¿Ha habido muchos que hayan sido maltratados de un modo tan severo?

Buena pregunta. Sí, maltratados, abusados... tan gravemente que el asunto llega a convertirse en una crucifixión. Incluso en ocasiones se trata de una crucifixión en público.

Tenemos a Juan Huss, Latimer, Tyndale, Wycliff, la doncella Juana, Juan de Praga... bueno, la lista parece bastante larga.

Sin embargo, el repertorio está más engrosado que nunca en tu época; parece como si se diera una pluralidad descontrolada en tus días. Pero el patrón sin duda se ha mantenido constante, remontándose hasta... bien, hasta el primo de Jesús.

He tenido la ocasión de observar que en cada una de estas crucifixiones cada persona siente que pocos han sido tratados de modo tan injusto.

2

¿Te ha pasado a ti?

Me permito contestar a tu pregunta pidiéndote que me permitas dejar a un lado la respuesta hasta que mi tiempo contigo se agote. En vez de ello, sigamos las huellas de este tema de la devastación que un cristiano soporta como resultado de ser horriblemente mutilado a mano de otro creyente.

Como he dicho, ser crucificado por hermanos cristianos es uno de los tormentos más intensos que jamás experimente un hijito de Dios. Puede afectarte al punto de marcar el fin de tu vida como cristiano practicante. No hay límite al efecto que la crucifixión puede tener en tu vida. Posiblemente podría dejarte lisiado de por vida, persiguiéndote su poder destructor a lo largo de toda tu existencia y acompañarte hasta la tumba. Por otro lado, podría tener un efecto positivo para ti... tan positivo que cuando resurjas seas una persona casi completamente diferente.

Me he dado cuenta de que una crucifixión entre ministros es capaz de destruir de modo absoluto no sólo al hombre sino al propio ministerio. Buen número de siervos de Dios han visto su reputación pisoteada persiguiéndoles el acontecimiento durante toda su vida, y no sólo trastornando su vida sino limitando su ministerio a perpetuidad. Tristemente para algunos, lo destruye todo. Por supuesto, los naufragios no es una exclusiva de los ministros, sino que cualquier creyente puede correr la misma suerte.

Esto puede decirse sin miedo a duda: sea el resultado positivo o negativo de cualquier forma la destrucción es sobrecogedora. Nadie ha sido entrenado adecuadamente para la dura prueba que pertrecha una crucifixión.

Pero la pregunta primordial a la que has de encararte tiene que ver con una sanidad, ¿verdad que sí? El asunto de tu total convalecencia de una herida bien, bien profunda.

No deja de ser curioso que no es la propia crucifixión la que provoca la mayor destrucción. Es la postrer consecuencia la que devasta más aún. Prestad atención a mis palabras; ¡para todos vosotros los crucificados hay una postrer consecuencia!

Ahora mismo estáis viviendo esas consecuencias. Así pues, ¿adónde acudes en pos de esa necesaria sanidad? ¿Dónde dejará su huella el primer paso?

La respuesta sinceramente es sorprendente.


3


¿El primer paso hacia tu recuperación? ¿Enfrentarte al responsable de tu crucifixión? ¿Sabes el nombre de esta persona? (¿O era un grupo de gente?) Aparta de ti su nombre. El villano anda por otro sitio.

Deshecha lo que es obvio. Emplaza tu crucifixión en el mundo de lo invisible, en las esferas ocultas. Sólo allí hallarás a la persona que deliberadamente te hizo crucificar. Ten por cierto que no pertenece a esta tierra. Sólo en el reino de los espíritus hallarás al bandido. El autor que firmó la destrucción que cayó sobre ti y esos recuerdos imborrables de la atroz matanza que hoy te embrujan, todo comenzó en ese otro reino. No será entre los nombres de los hombres terrenales que encontrarás a tu verdugo.

Háyale. Allí también habrás de iniciar la senda que conduce a una curación de esas heridas que no dejan de supurar.

¿Qué enemigo tuyo es este? ¿Quién habría de desear esta lacerante calamidad sobre tu vida? Él es formidable. ¿Cuán formidable? Todo cristiano que fuera crucificado lo fue por este. Todos ellos. Por él, y por nadie más.

¿Eres capaz de desenmascarar a este culpable? No podrás si evocas el dolor de lo vivido. Aún lo más sabios de entre los cristianos tienen problemas en identificar claramente a quien causó realmente una despiadada cruz.

Una cosa es segura, que el nombre del genio tras tu crucifixión no se aviene a la mente con facilidad.

Propongo a alguien con el que puedes hablar de este misterio. Él es capaz de identificar con presteza el responsable de tu crucifixión.

Sin duda sabes a quién preguntar.

Pregunta al Crucificado. Él sabe.

4

Ven acá, acude a lo celestial, al lado de tu Señor, y contempla tu crucifixión desde Su punto de vista. Mientras allí estés, vendrás a darte cuenta de que nunca hubo otro ajusticiador y que hay sólo un crucificado.

¿Sólo uno?

Sí, sólo uno. Cuando fuiste crucificado a manos de hombre, ciertamente no hiciste más que entrar en Su crucifixión.

Considera las circunstancias que condujeron a Su crucifixión. ¿Quién causó Su cruz, Su crucifixión? ¿Quién diseñó Su Gólgota? Fue exactamente la misma persona que diseñó el tuyo. En concreto esa persona deseó que entraras en los sufrimientos de tu Señor. En los últimos días no has hecho más que compartir Su repugnante experiencia. Después de todo, tú ―el creyente― estás en Él.

¿Quién, pues, propuso que el Crucificado fuera crucificado? (¿Y tú igualmente?) ¿Quién hizo que Jesús fuera juzgado? ¿Quién orquestó los falsos testigos? ¿Quién escogió a los hombres que desgarraron Su espalda y la dejaran como un río de sangre? ¿Quién escogió a los que introdujeron los clavos en Sus manos? ¿Quién se aseguró de que hubiera tanto dolor, tanta ignominia?

¿La respuesta? ¡El mismo que te hizo pasar por similares circunstancias!

Un poder desconocido para la tierra se aseguró que el madero fuera talado, tallado y luego elevado, como lanza en ristre.

¿Quién te crucificó? El mismo que crucificó a tu Señor. Averigua de Él quién rubricó Su crucifixión.

¿Escuchas Su respuesta?
¿Quién Me crucificó?
¿Quién planificó Mi crucifixión?
Mi Padre.
Fue Mi Padre.

Sí, duras palabras de oír. Tampoco es fácil reconciliar incongruencia de semejante calibre.

Sin embargo, el Padre deseó la crucifixión de Su propio Hijo. Y la tuya. El plan y la ejecución de ese plan era Suyo. Incluso se cercioró de que sería a manos de cristianos, puesto que el propio pueblo del Señor le crucificó. ¡Dolor por doble ración!

Afróntalo, afronta el hecho de que tu Padre ―y el Padre de tu Señor― deseó que fueras crucificado. Aceptar este terrible pero inconmovible hecho es tu primer paso hacia la sanidad. Tras ese paso empieza la recuperación. En su defecto ninguna otra cosa producirá jamás tu completa restitución. La sanidad está incrustada en el acto de volverte a tu Señor y aceptar que esta terrible tragedia es algo que viene de Su mano. Cierto, es amargo. Cierto, es incomprensible. Mas abrazarlo debes. Es algo esencial.

¿Qué sucede si te niegas?

Escucha mis palabras. Negarte a aceptar que tu crucifixión proviene en su totalidad de la mano de Dios sencillamente significa que no fuiste crucificado y que sólo te maltrataron. Sólo cuando aceptas que provino de Dios... entonces es una verdadera crucifixión. La crucifixión de un cristiano proviene de la mano de Dios y de nadie más aparte de Dios.

5

Entre creyentes una verdadera crucifixión tiene un único autor. Él escribe el guión de cada una.

¿Hasta qué punto está tu Señor involucrado en una crucifixión? ¿En una como la tuya? Él se cuida de hasta el último de los detalles.

No sólo escribe el guión, pues Él, y sólo Él, selecciona a los participantes. Se encarga de la coreografía al detalle de cada escena. Está al tanto de la iluminación. Elige el escenario. Recompone la atmósfera general, y los telones. Selecciona a los secundarios, viandantes y extras. Incluso escoge a la audiencia... aquellos que contemplan tu crucifixión.

Escogió a los que dieron falso testimonio contra ti; a los que propagaron los rumores, los que cuchicheaban a tus espaldas. Escogió a los que por último te citaron para la vista. Con Su pluma escribió las hirientes palabras que te escupieron. Adjudicó el papel del que te lanzó aquellas palabras. Él sabía cuales eran las palabras que te aplastarían y resonarían en tus oídos durante los años venideros. Todavía queman como ascuas en tu alma, ¿verdad? Aún hoy se escucha su eco a través de los pasadizos de tu memoria, ¿no es cierto?

Tu Padre también dispuso los resultados de tu crucifixión. A su cargo estaba el propio proceso de la crucifixión, determinando incluso a los que introdujeron los clavos en tus muñecas y aquella fría lanza aún perenne en tu costado. Sabía que tu corazón se haría añicos y el tormento que tu alma habría de sufrir.

Empezando por los que están más involucrados, y acabando por los casuales transeúntes, tu Señor es el autor del argumento, el director de reparto y, sobre todo, el productor.

Toda crucifixión contiene ciertos elementos comunes a toda crucifixión: Rechazo. Dolor. Injusticia. Falsos rumores. Insinuaciones. Más dolor. Malentendidos. Desprecio. Humillación. Pérdida de la reputación. Pérdida de los amigos. Por lo general, excomunión. La pérdida de todas las cosas.

En todo ello, ven a saber esto, ¡que fue la voluntad de tu Padre que probaras todas estas cosas!

Y sobre todo, el Dios y Padre del Señor Jesucristo seleccionó deliberadamente, con premeditación, con estudiado cálculo, al que habría de ser crucificado! Los personajes, los lugares de la crucifixión y también las palabras habladas. Todo. Luego escogió a la víctima.

De entre la muchedumbre, ¡a ti te escogió!

¡A ti! Para ser aplastado de modo tan brutal, vicioso, inmisericorde, público e ignominioso. A ti, para ser espectáculo ante los ojos de los hombres y los ángeles.

Tan sólo hay una conclusión a la que tú, como creyente, puedes llegar: ¡¡alguien te ha honrado!!

Ahora pues, ¿hay senda a la que asirte para sobrevivir a tan grande honor?

6

¿Honor? ¿Eso un honor? ¡Un honor!

Sencillamente no puede ser, ¿verdad? Un pensamiento semejante se escapa a todo razonamiento humano, ¿no es cierto?

Pero es que no tienes idea de lo que me dijeron, de lo que se dijo de mí, y de lo que me hicieron. Se regodearon conmigo. Fue algo inhumano... no hay palabras. Injusto. Más injusto de lo que jamás puedas imaginar. ¡Dios nunca habría sido el autor de un hecho tan cruel como aquello! ¿No?

Sí, lo fue. Recuerda, ¡ya lo ha hecho antes al menos en una ocasión!

Párate y considera que hubo una vez una crucifixión mucho, mucho más injusta y brutal que la tuya. La planeó incluso antes de la fundación de la creación... la crucifixión de Su propio Hijo.

Después de todo semejante pensamiento no es tan descabellado, ¿verdad? Mudó las circunstancias de cielo y tierra para ver que este horrendo suceso aconteciera exactamente como Él lo dispuso.

Déjate llevar por este sencillo hecho; debes hallar una perspectiva completamente nueva de tu crucifixión. Conlleva un mayor propósito del que al principio concebías, y puede que contenga mayor bien en su seno de lo que puedas imaginar al presente.

¡Pero, ay! ¡Has de rendirte al autor!

¿Atisbas a ver a tu Señor como el responsable de tu crucifixión? Si así haces la paz no se tardará. ¡Mira hacia arriba! Contempla tu crucifixión. No fue la tuya en absoluto, sino la crucifixión de tu Señor. Su agonía y muerte tuvieron lugar en un plano mucho más alto de lo que ningún ojo mortal alcanzaba a ver aquel día oscuro, o cualquier otro día desde aquel.

Lo que te ocurrió a ti tuvo el propósito de marcar el comienzo de una transformación magistral en tu vida. Las circunstancias que dieron luz a esta tragedia era lo que precisamente necesitabas. Aquel suceso infernal te trajo al lugar exacto en el que tu Señor quiere que estés.

Fue un acto de amor. Acepta ese hecho; entonces aquel día dejará de ser una escena desagradable de auténtica pesadilla, siendo tú prisionero en caso contrario de su recuerdo.

Haz esta tu oración: “Un acto soberano, Dios mío, fluyendo de la fuente de tu misericordia.”

¿La destrucción un acto de amor? ¿Una muestra de misericordia?
¡Sí! Alcanza a ver el hecho… ¡y abrázalo!

Es un honor, tal cual he dicho, ser escogido por tu Señor para ser crucificado, pero sólo en la medida en que tú haces honor a Su mano soberana.

Señor, las circunstancias que llevaron a mi crucifixión eran tuyas. No vinieron del hombre, como yo al principio me creía. Padre, lo acepto todo. Todo… como proveniente de Tu mano.

7

¿Pero por qué yo? ¿Por qué ha de ser algo tan extremo como la cruz? ¿Qué bien hay en ello? ¿Por qué mi crucifixión? ¿Por qué yo, de entre todos, y por qué a manos de otros cristianos?

La respuesta se halla en el propósito de cualquier crucifixión. Tiene un único propósito: ¡destruir! La cruz provoca el peor de los daños. Una crucifixión es la destrucción en su grado máximo, una pérdida tan excesiva que sólo la divinidad podría ser su autora.

Los falsos testigos en tu contra, el veredicto, los clavos, la lanza punzante, todo ello tenía un propósito singular… tu destrucción.

Al que ha experimentado semejante crisol obvia decirle que empuja al alma al límite del fracaso espiritual.

No obstante, hay dos tipos de destrucción. Tan sólo una prosigue hacia lo alto. La otra es semejante a una piedra lanzada contra un reloj: desde ese día en adelante tu vida cristiana se detiene. La destrucción podría incluso llegar a sintetizarse con otras cosas si sigues mascando la hórrida memoria de los hechos, si continuas viviendo en el daño y en la indignación. Esa es una de las formas en que una crucifixión destruye a un cristiano. ¿Quieres vivir en ese estado?

En otra esfera, observada por otros ojos, enfundado en un conjunto de valores completamente diferentes, uno puede contemplar un concepto de destrucción muy distinto.

Dios desea destruir para siempre ciertos elementos de tu temperamento. Esta es la llave para abrir el entendimiento a tu crucifixión. A la par de dicho descubrimiento bien puedes hallar sanidad… y convalecer con éxito. Cabe la posibilidad de que aún alcances a vivir en un plano más alto. Pero toma nota, pues si escoges la visión más superficial de la naturaleza destructora de la cruz, las manillas del reloj no vuelven a moverse.


8


¿No le dijiste nunca al Señor que querías ser Suyo?

¿No le dijiste que consentirías en tu vida cualquier cosa que Él quisiera… que pudiera hacer cualquier cosa para transformarte? ¿Recuerdas el momento en que le pediste ser conformado a Su imagen? Considera esto: la transformación es una puerta cuyos goznes se forjan cuando te conviertes en un sacrificio vivo.

Cualquier otra senda es la autodefensa de uno mismo.
¡Su voluntad en tu vida incluye prácticamente casi siempre el memorable momento de una total aniquilación!

Tu destrucción. Tu muerte.

Pero recuerda, es una muerte producida de un modo similar a la Suya. La destrucción es lo que Él experimentó en la cruz. Fue una destrucción divina, una destrucción que hizo sangrar hasta el cumplimiento del propósito divino.

Nunca lo olvides; ¡tu Señor fue destruido! En público y de modo brutal.

Ah, ¡pero se levantó de entre los muertos!

Cierto. Considera ahora las implicaciones de ese hecho… en cuanto a tu persona.

Los aspectos negativos de tu ser serán duramente golpeados por una crucifixión, ¿no es cierto? Ten por seguro que la reacción del lado oscuro de tu naturaleza ante una crucifixión no es nada buena. El lado oscuro de una persona no quiere ser crucificado. Ni siquiera quiere ser criticado. A nuestro lado oscuro no le gusta que alguien trate de cambiarlo, a ningún nivel. Cuando estás siendo crucificado tu lado oscuro emerge con toda su furia y sus verdaderos argumentos. ¡Se hace transparente!

Durante una crucifixión se muestra con exquisita claridad quien eres en realidad.

Sólo una crucifixión, una crucifixión muy injusta, es capaz de quitar este velo.

¿Eres capaz ahora de ver Su mano en todo esto?

Si hay tinieblas que han de ser expuestas a la luz, motivos ocultos que han de ser expuestos, debilidades que hallar, sin duda que emergen a la luz de las agonías en una cruz.

No hay nada que exponga las debilidades de un cristiano más que su reacción cuando es crucificado por otros cristianos. Mundos enteros de cuestiones acerca de ti salen a la luz cuando eres crucificado.

Por desgracia hay algunos que se niegan a ir a la cruz y que resisten inflexibles.

Lo cual nos lleva a la cuestión principal.

¿Cómo soportaste ser crucificado por otros cristianos?

9

¿Hubo cólera? ¿Resentimiento? ¿Atacaste? ¿Cuál fue tu conducta? ¿Enseguida buscaste culpables? ¿Escudriñaste las acciones de los otros, analizando los detalles y la motivación que había detrás del más pequeña trivialidad? Tu respuesta puede que derrame luz una vez más sobre el propósito de Dios al permitirte atravesar estos torrentes.

¿Cómo te fue?

No es necesario que respondas si tu respuesta es embarazosa, y es probable que lo sea. Consuélate con el hecho de que la mayoría de los creyentes no se las apañan muy bien cuando son crucificados. ¿Cuál es su típica conducta? Lo normal es que los cristianos guarden resentimiento. Contienden. Polemizan. Atacan. Razonan. Hablan… ¡hablan mucho! Hacen de ello algo personal. Nutren el rencor y mantienen las ascuas de los terribles recuerdos. (En términos generales los cristianos no son que digamos muy cristianos cuando se les crucifica.)

¿Te acuerdas de una reacción parecida por tu parte?

Si es así, considera esto: es posible que Dios desee llevarte más allá de esas reacciones.

Entonces nos encontramos ante una pregunta muy importante, ¿verdad que sí? ¿Cuál fue tu conducta? Cualquiera que fuera tu reacción a una crucifixión, tenla en cuenta.

Anímate en esto: a lo largo de la historia cristiana es muy difícil encontrar a un solo creyente que haya solventado con noble carácter una crucifixión.

Puede que nunca haya habido nadie que haya acogido una crucifixión de un modo perfecto. Unos pocos han pasado la suya con sobresaliente, pero aún en este caso la mayoría de estos creyentes fueron crucificados a manos de ateos, no cristianos. Ser tratado de modo brutal por compañeros cristianos le sitúa a uno mismo en una situación mucho más difícil de manejar.

La crucifixión, tomada al nivel más alto, es contraria a todo lo que significa la naturaleza humana. Cada creyente, para poder ver los acontecimientos como los ven los ojos de Dios, debe pisar un terreno que sobrepasa la razón, y ciertamente la lógica.

Significa esto que debes marchar más allá de la opinión que te hayas formado acerca de Dios. Marcha hacia un dominio que tiene un sistema de valores opuesto al tuyo.

Dios a ti te agrada cuando te permite tener una casa bonita, un buen coche y agradables circunstancias, ¿verdad que sí? ¿Cuándo te permite vender tu casa y comprar otra? ¿Cuándo consigues aprobar tus estudios, o consigues ese trabajo? ¿Pero cuál es tu actitud hacia Él cuando ese mismo Señor consiente que clavos atraviesen tus manos, rasguen tus pies, y desmenucen tu alma? ¿Te sigue gustando ese Dios? ¿¡Cuánto te sigue gustando!?

Haz lugar en tu corazón a esta posibilidad, a la posibilidad de que tu Señor quisiera reajustar tu existencia para que aprendas… aprendas… a que Él te guste a pesar de lo que permita que entre en tu vida.

Hay otra pregunta esperando aparte de “¿cómo reaccioné cuando me cricificaron?” La segunda pregunta que has de considerar es esta, “¿quiero continuar viviendo con mi presente actitud hacia lo sucedido? ¿Viviré así?”

Ten en cuenta que muchos cristianos escogen no convalecer del todo. De hecho algunos creyentes prefieren estar heridos… de modo permanente. Sólo tienes dos opciones, recuperación total y sanidad, o tu estado actual.

Estás advertido, si eres sanado significa que no puedes resentirte nunca más. Algunos creyentes no pueden recurrir a un pensamiento semejante; necesitan estar resentidos, contender y recordar. ¿Será esta tu porción?

No sería extraño que escogieras odiar en vez de ser sanado.

¡Hay que regresar a la inocencia! ¿Es plausible tal cosa? Y si lo es, ¡¿puedes mantenerla?! No si sigues culpando. No si sigues avivando los recuerdos.

¡Pero lo perdí todo en esa crucifixión!

Muchos otros también. Vidas, ministerios, organizaciones. Iglesias han sido destruidas. Familias machacadas. Una ruina total y completa. Ese no es el problema.

El problema es: ¿deseas dejar esa crucifixión detrás tuya? ¿Estás dispuesto a verla como una experiencia necesaria y preciosa cuya intención era darte vida y luz? ¿O prefieres alimentar la herida? ¿Eliges vivir por siempre bajo su oscura sombra de muerte?

Fuiste… crucificado siguiendo un plan, bajo permiso y en lista de preferencia. Fuiste crucificado por voluntad de Dios.

Él es el único con el que debes hacer las paces.

Perdonar a Dios no es fácil. No ver una razón evidente para todo esto y, sin embargo, aceptarlo. Ver lo invisible no es fácil… tan sólo necesario.

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