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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Todo fue,es y sera tu amor, Señor... (Primera Parte)

COLACIONES

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Es propio del Pueblo de Dios hacer memoria de Sus poderosas intervenciones. Es justo y necesario darle gracias, siempre y en todo lugar porque ha engrandecido sobre nosotros su misericordia.

Con la ayuda del Señor me propongo hacer memoria de todo lo que Él hizo en medio de nosotros desde 1996 hasta hoy. Quisiera hacerlo ordenada y detalladamente según el Espíritu me vaya remontando a cada paso de nuestro caminar en estos diez años, con el propósito de edificar y animar a los siervos y siervas de Dios que necesiten renovar su fe y su esperanza.

CAPÍTULO  I : 1996


EN LOS COMIENZOS DE LOS VÍNCULOS ESPIRITUALES

Conocí al Padre Miguel Angel Di Cosmo en mi Preseminario, en mayo de 1991. Era propio de nuestra formación que cada aspirante al Seminario Mayor tuviera un director espiritual ofrecido por el equipo de padres formadores. Al momento de ingresar al Preseminario yo tenía el mío, el Padre Roberto Bernet del Movimiento de Schöenstatt, pero a los pocos meses de mi ingreso él dejó el ministerio sacerdotal y me fue necesario elegir otro. Se me propuso hacerlo teniendo por opciones aquellos que los formadores ofrecían. Entonces,  escribí una carta que luego entregué en mano al P. Miguel diciéndole que me aceptara como su discípulo espiritual. A su siguiente visita al Preseminario él se acercó a mí, me abrazó paternalmente y esbozó una sonrisa. Era claro que me había aceptado.

            Hasta ese momento, el P. Miguel era poco más de un año Párroco, junto con P. Daniel Moreno, de la Parroquia San José y Santa Cecilia. Procedía del Movimiento de los focolares y era un referente diocesano muy importante de Encuentro Matrimonial.  Creo que estos acentos espirituales los mantuvo siempre y los ha inculcado en los suyos: el valor de la santidad en el mística esponsal y la mística de la Unidad, que tanto tiempo cultivó en la Obra de María (Movimiento de los focolares).

            A decir verdad yo no recurrí con demasiada frecuencia a verle para discernir mis búsquedas y necesidades espirituales. Confieso que no fui demasiado disciplinado en ese asunto, como en tantos otros de mi formación sacerdotal. Siempre me caractericé por ser muy mediocre como seminarista. Sin embargo, de las pocas veces que recurrí a él para dirigirme, siempre obtuve muchísima luz y sabiduría espiritual que hasta hoy recuerdo y aplico. Siempre lo tuve en muy alta estima, al punto que cuando le regalé un ejemplar del casette “Vayamos y Adoremos”, de mi autoría e interpretado por el grupo Vocación, se lo dediqué con palabras como: “Al que da luz espiritual a mi alma”, o algo así.

           Recuerdo también que para noviembre de 1991, en su parroquia iba a venir el obispo Jorge Novak a dedicar el templo parroquial y él me pidió que organizara el coro de la misa de ese día, pues había carencias musicales en la liturgia de la Comunidad. Yo estaba muy disponible y gustoso porque, con el consentimiento de mi formador, había dejado ya de asistir a mi parroquia natal de Florencio Varela en la espera de que fuera asignado a otra Comunidad. Con motivo de esto, tuve mi primer acercamiento a su Comunidad: conocí a algunos de los hermanos y hermanas, y preparamos con los jóvenes un lindo repertorio de cantos litúrgicos para la Dedicación del templo. Fue así que, el 22 de noviembre de 1991, yo estaba presente en esa solemne liturgia compartiendo con esa Comunidad tan magnífico momento.

           Sucedió que también cerca de la Navidad de ese año, el P. Miguel me convocó nuevamente para compartir el talento de la música en el pesebre viviente que habían organizado. Recuerdo cómo me impactó el amor que se tenían unos a otros, esa atmósfera de “Comunidad” que yo siempre anhelaba y que nunca tuve mientras estuve en mi parroquia de origen, la cual tenía, como entiendo que tienen muchas de las parroquias de centro de ciudad, el síndrome de la “parroquia-funcionalista ”, en la cual hay siempre fluctuando mucha gente de diversas procedencias realizando diferentes y nobles servicios y funciones pero que jamás se conocen entre sí. Tal experiencia dejó una fuerte impresión en mí a punto de que en cada ocasión pedía en el Seminario Mayor ser enviado como seminarista a esta Comunidad; pedido que durante los largos años de formación nunca fue concedido hasta que llegase el momento oportuno: el tiempo de Dios.
           
SENDAS CRISIS

En el año 1996 los dos vivíamos, por sendos caminos, unas crisis desgarradoras. Por un lado, el P. Miguel había perdido a su papá y entraba en una tremenda depresión; por mi parte, era el tiempo en el que el Señor permitió que me aferrara a él pero contemplando una a una mis miserias y mis pecados, a la vez que la vida en el Seminario- pues cuestiones internas que no viene al caso mencionar- se me hacía cada vez más insoportable. Ambos estábamos en un desierto, en una gran desolación que ponía a prueba nuestra fe.  Y sucedió que, incluso cuando le pedía que nos encontrásemos para hablar algunos de los asuntos que me aquejaban, él me respondía “...y...yo no estoy bien... no puedo ayudarte”.

            El desierto no tenía oasis para beber aunque sea un poco de consuelo: nunca me había sentido tan pecador, tan miserable, tan poco preparado para asumir algún servicio al Señor; regresaba a mi casa los domingos y encontraba a mi mamá con depresión; volvía al Seminario y me encontraba muy mal; iba a la parroquia el fin de semana y allí estaba yo trabajando en la durísima realidad de un asentamiento con niños carenciados y violentos; iba a trabajar en la semana al Barrio Pepsi clamando y pidiendo protección para mi vida en cada noche. En medio de tanta aridez, clamé a Jesús: “¡Señor, devuélveme la frescura de los comienzos!”...

            Por su parte, cuenta P. Miguel que en medio de ese hastío resolvió plantearle al Señor que reconquistase su corazón o sino él dejaría el ministerio sacerdotal. Lo hizo al modo de oración, después de la consagración en una Eucaristía dominical: tomó la sagrada forma y le hizo este fuerte reclamo a Jesús; quedó entonces como sumido en un trance espiritual en esa misma posición - es decir, sujetando la Eucaristía - y llamó tanto la atención esta situación que uno de sus colaboradores subió al altar para asistirlo pensando que algo le estaba ocurriendo. En efecto, algo estaba ocurriendo...

¡DÉME ESE LIBRO!

Al día siguiente - cuenta P. Miguel- salió a asistir con los sacramentos a un enfermo. Resolvió ir caminando, pues el domicilio no quedaba lejos de la parroquia. Mientras iba de paso, pone su atención sobre una vidriera, sin advertir de cuál local se trataba, y entra resueltamente a pedir lo que a él le pareció un libro: “¡Déme ese libro!”, señaló al vendedor; pero el comerciante le advirtió que no era un libro sino unos casettes; “No importa”, le respondió el interesado, “Démelo igual”. Miguel nunca advirtió que había entrado a una librería evangélica y que había adquirido una de las primeras obras del pastor evangélico Benny Hinn, que contenía la predicación novedosa del neopentecostalismo sobre la “unción del Espíritu Santo”. De esa manera, el material llegó a la casa parroquial y esperaba a ser escuchado por su comprador.

En la noche, Miguel recuerda haber comprado “un libro” y se dispuso esa noche a escucharlo a solas y silenciosamente en su habitación (ya que vivía todavía junto con el P. Daniel). Se puso los auriculares para no molestar a su compañero de la habitación contigua y acostado comenzó a escuchar el primer cassette. En la primera impresión le pareció estar ante algo de muy mal gusto, sin embargo en su interior escuchó la voz del Señor que le decía: “Estoy respondiendo a la oración que te hice hacer ayer”. Con santo temor se incorporó sobre su lecho y empezó a escuchar con atención. Cuenta que derramó lágrimas durante toda la audición de los cassettes, a la vez que recibió un verdadero BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO y resolvió hacer un pacto con Él, de modo que iba a obedecerlo resueltamente en todo.

OBEDECIENDO AL ESPÍRITU

            Para P. Miguel, obedecer al Espíritu Santo significaría “grandes sacrificios”. Pero el primer paso de obediencia que le pide el Espíritu Santo es el de cortarse el pelo. (Ocurría que él se estaba haciendo un tratamiento capilar y por ello debía literalmente pintarse el pelo con una sustancia. Recuerdo bien que, varios meses antes, P. Miguel había venido al Seminario Mayor a dirigirnos un retiro espiritual de un día y a todos nos llamaba la atención cómo estaba “teñido” su pelo: es más, mis compañeros bromeaban sobre el asunto y se divertían conmigo porque en definitiva yo era su único dirigido en aquel tiempo). Recuerda que se levantó en esa mañana y oyó una moción interior que decía: “El pelo, Miguel”; “¿qué cosa pasa con el pelo?”, respondió él; “Es vanidad, Miguel...”, le respondió la voz interior. Fue entonces que, obedeciendo a esta moción del Espíritu, bajó de la casa parroquial y encontró al vecino peluquero, don Carlo, y se cortó el cabello.

A los pocos días, se levanta de madrugada para ir al baño y siente la misma voz que le dice ahora: “Enciende el televisor”. Esta vez, Miguel se asombró del pedido pues además si lo hacía, temía despertar a P. Daniel. Fue así que obró según el pedido y comenzó a hacer zapping. Ante su asombro, encuentra en uno de los canales el relato de un pastor, de la Iglesia Evangélica en Belgrano, quien contaba cómo había recibido del Pastor Benny Hinn una impartición poderosa de la unción del Espíritu Santo en el estadio en que aquel ministraba. A Miguel le llamó poderosamente la atención que ese pastor estuviera dando testimonio justo de aquel ministro de Dios cuya voz había escuchado en los cassettes y de quien no sabía absolutamente nada.

En la mañana resuelve comenzar a buscar algún dato sobre dicho pastor, de quien ni siquiera sabía su nombre, y no tiene más idea que llamar al servicio de información telefónica. Temeroso, se dirige a la señorita del 110 que lo atiende y le dice: “Disculpe, señorita, yo no sé ni cómo decirle esto: ayer a la madrugada estuve viendo en tal canal el testimonio de un pastor de una Iglesia Evangélica en Belgrano; no sé ni cómo se llama ¿Ud. Me puede ayudar?”. La telefonista entonces le contesta para su mayor asombro: “Mire, señor, normalmente esto no se puede hacer, pero en este caso le digo que yo me congrego en ese lugar y que el Pastor se llama Claudio Freidzon, y que estos son los horarios de nuestros cultos...”

¿QUIÉN SOS?          

A los poco días P. Miguel siente un fuerte impulso de ir a esa Iglesia para ir en búsqueda de ese testigo de prodigios del Espíritu Santo. Tenía ya la dirección, el nombre del pastor, los horarios de culto. Percibe que en esa moción de la madrugada el Espíritu le estaba dando más que información: le estaba mostrando un camino.

Si bien tenía formación ecuménica y en los focolares de Lopiano o en la Mariápolis en O’Higgins (de la cual perteneció a la generación fundadora) había conocido el trato con los hermanos cristianos no-católicos, Miguel estuvo luchando en su interior sentado en un bar cercano a la Iglesia Evangélica en Belgrano. Durante una hora se decía “entro o no entro”, tal vez intuyendo fuertemente que si entraba cambiaría su destino. Pero Dios lo convenció de nuevo y muy tímidamente comenzó a encaminarse al lugar. Al entrar había una librería a la cual ingresó, mientras seguía luchando consigo mismo en su interior. Así entró al templo de la Iglesia Evangélica “Rey de reyes”. Advirtió que había bastante gente y prefirió ubicarse cerca de la última fila.

No sabe cómo, cuenta que al rato se encontraba adelante de todo en actitud  de adoración, postrado. El Pastor Freidzon se le acerca y le pregunta: “¿Quién sos?”. “Soy Miguel Angel, sacerdote católico”, le responde. Claudio Freidzon le dice: “Me condicionaste el culto”. “¿Para mal?”, responde Miguel. “¡No, para bien! Pero son las tres la mañana...”, le dice el Pastor . A este punto, el evangélico le impone las manos, declarando bendición sobre la vida y ministerio del cura. El Pastor comenzó a aclamar “Uy uy uy, ahora tu parroquia”, repitiéndolo varias veces como si estuviera “viendo” todo lo que ocurriría en adelante, y oró así: “Señor, te pido que todo lo que me diste también se lo des a él”. P. Miguel se desploma ante la impetuosa impartición de la unción del Espíritu Santo y queda todavía un tiempo tirado en el suelo, como desmayado. Ciertamente había experimentado lo que se conoce en el ambiente carismático como “descanso en el Espíritu”.

Cuando se levantó se sentía como borracho. Tanto que se dio cuenta de que no era conveniente regresar a Berazategui conduciendo su auto; por lo cual, tomó un taxi que lo trasladó a  su casa parroquial.

BUSCANDO LAS NOVEDADES DEL ESPÍRITU

Con esta experiencia impactante era lógico que P. Miguel buscara en las fuentes de la sabiduría de la Iglesia Evangélica y quisiese acercarse a esos ministros de Dios que habían sido usados como instrumentos para responder al clamor inicial. Dios estaba reconquistando su corazón. Era una oración que había sido suscitada por el mismo Espíritu y ahora iba revelando algo de sus propósitos en la vida y ministerio de Miguel. Cuenta que tuvo una entrevista personal con el pastor Freidzon, que hablaron de las cosas del Señor y que a partir de allí se hicieron amigos. Asimismo estuvo leyendo harta literatura evangélica, en especial la del pastor Hinn, y se abrió a un lenguaje totalmente novedoso para él: aparecieron palabras como “unción”, “guerra espiritual”, “ministrar”, “palabra de conocimiento”, “visión”, “sanación interior”, etc. Todo un lenguaje propio del neopentecostalismo y que él desconocía por completo.

Cierto es que Miguel jamás dudó sobre su pertenencia a la Iglesia Católica: su formación salesiana en la niñez y juventud, más su formación focolarina lo marcaron a fuego. Sin renunciar a sus raíces cristianas católicas, y como había aprendido en el focolar, se vació de sí mismo para “hacerse uno” con el pensamiento de los neopentecostales y a abrirse sin prejuicios a una nueva experiencia de Dios que lo llenaba de entusiasmo y lo iba arrebatando del hastío en que se encontraba. Parecía acabarse la arena del desierto y que la tierra firme de las promesas se iba haciendo más real.

LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA CATÓLICA

Advirtió que en la Iglesia Católica también había, salvando sus distancias, una corriente de renovación espiritual al modo pentecostal: la Renovación Carismática o Renovación Católica Pentecostal. Sus ojos se dirigieron a estos campos de la Iglesia a la hora de poder comprender qué estaba viviendo. Necesitaba encontrar un lugar donde lo “confirmaran en la fe” y este parecía el lugar más adecuado para ello.

Sabemos que esta corriente de Renovación dentro de la Iglesia Católica nació en las universidades  norteamericanas de Duquesne (Pittsburgh) y Montreal (Indiana), en febrero de 1967 cuando grupos de estudiantes universitarios, después de haber leído el libro de David Wilkerson “La cruz y el puñal”, y al ver cómo se derramaba el Espíritu Santo en los grupos evangélicos pentecostales, sintieron la moción de reunirse para orar y pedir que también viniera sobre ellos de esa misma manera. También invitaron a pastores pentecostales para que les impusieran las manos. Y sucedió. Todos sintieron respondidas sus oraciones, sobre todo cuando fue un imparable fenómeno dentro de las iglesias hasta alcanzar dimensión intercontinental. A la Argentina llegó en muy poco tiempo, ya que cuenta el P. Alberto Ibañez Padilla que comenzó a acompañar  a unos veinte grupos de oración  ya en el año 1969 y que en 1971 ascendían a ciento veinte.

Con ocasión de la invitación de un diácono carismático, P. Miguel accede a asistir al retiro anual que organiza la RCC en Córdoba. Predicaba en esa ocasión el P. James Burke cj. El tema principal fue sobre “el Amor de Dios y la Gracia”. Cuenta Miguel que sentía mucha vergüenza de estar allí y temía que lo reconocieran o le hicieran demasiadas preguntas, por lo cual siempre llegaba a las pláticas cuando habían terminado las alabanzas y se sentaba contra la pared para que nadie se percatara de su presencia. Cuenta también cómo pudo experimentar una grandísima libertad interior y gozo cuando se  oró ministrando sanación interior. Sentía como esa vasija de barro se iba recuperando de sus males y se abría a nuevas disposiciones espirituales.

Al regresar a la tarea ministerial pudo experimentar cómo la oración personal adquiría nuevas profundidades; lo mismo en la lectura orante de la Palabra, que parecía regalarle nuevos tesoros, y en la celebración de la santa Eucaristía. Y finalmente cabe mencionar, sobre todo en el lapso de la segunda mitad del año, las manifestaciones de algunos carismas del Espíritu, especialmente las mociones interiores y las palabras de conocimiento (especialmente en las confesiones).

“QUIERO QUE ESTA COMUNIDAD ME ADORE”

Recuerdo bien que en noviembre de ese mismo año 96, para las fiestas patronales de santa Cecilia, fui invitado por P. Miguel para animar la liturgia que consistía en adoración eucarística y la santa misa. Para ello yo ya me había reunido un par de veces con unos pocos jóvenes para ensayar los cantos. Era un día viernes. Me encontré al horario convenido con esos jóvenes para terminar de preparar las cosas y parece que no nos habíamos entendido con los horarios por lo cual, cuando bajamos al templo para hacer nuestro servicio, vimos que Miguel se había adelantado: el Santísimo Sacramento ya estaba expuesto y él animaba los cantos acompañado de un grabador.

Particularmente me llamó la atención la selección de los cantos para el momento de adoración eucarística: eran completamente nuevos y tenían un lenguaje musical al estilo pop al cual no estábamos acostumbrados. Eran cantos de adoración producidos por la Iglesias evangélicas neo-pentecostales. En materia de cantos de adoración, nuestra Iglesia Católica más que pobre pasa a pecar de miserable ya que los cantos más conocidos son, además de poquísimos, muy antiguos. Por ejemplo: el canto eucarístico más popular es sin duda “Alabado sea el Santísimo” y fue compuesto en el año 1934 para el Congreso Eucarístico Internacional realizado en Buenos Aires. Llegando a fin de siglo y de milenio no hubo prácticamente existencia de cantos nuevos de adoración...

Hubo algo que me llamó particularmente la atención durante el transcurso de la misa. Como no salía de mi asombro, le dije que al joven que tocaba la guitarra conmigo: “¿¡Qué le pasa a Miguel!?”. Y es que predicaba con tanta energía y con tanta pasión que me parecieron desconocidas en él, quien siempre se había caracterizado por ser suave en su trato y en su elocuencia.

También anunciaba en esas Fiestas Patronales de santa Cecilia una Voluntad expresa de Jesús de ser adorado. Evidentemente tuvo que buscar hacer una síntesis de lo que estaba viviendo con la experiencia de piedad popular católica. ¿Cómo expresar cristocéntricamente la procesión por las calles con una imagen de santa Cecilia? ¿Cómo educar a la Comunidad para hacerle entender ese acto de piedad como un acto de adoración a Jesucristo?

Fue entonces que resolvió poner como lema “Con Santa Cecilia, te adoramos, Señor”. Y envió misioneros y misioneras a que visitasen las casas por donde iba a pasar la procesión para que preparasen sus corazones para recibir la bendición del Señor.

Nadie, ni aún el propio P. Miguel, parecía estar consciente de la GRAN PROFECÍA que se había anunciado: “QUIERO QUE ESTA COMUNIDAD ME ADORE”. Dios estaba haciendo nuevas todas las cosas en la vida de esa Comunidad.

¿SANDWICH O ASADO?

Llegando el mes de diciembre del 96 correspondía que los formadores del Seminario Mayor me destinasen a la parroquia en la cual iba a cursar mi “año pastoral”, ese año previo a la ordenación que consistía en vivir en una parroquia y especialmente acompañado por un sacerdote. El Rector, P. Marcelo Colombo, ya me había dicho que estaba todo preparado para ser destinado a la parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Quilmes Oeste, lugar en cuyos predios funcionaban importantes centros de formación de nuestra diócesis (tales como: Centro de estudios de los seminaristas, Escuela de Ministerios, Institutos de formación primaria, secundaria y terciaria, Magisterio, escuela de adultos).

No me desagradaba la idea, sobre todo porque había hecho mis últimos estudios académicos en esos predios y se me presentaba como una inmensa oportunidad para la evangelización  en el área educacional. Apenas hacía un año que me había graduado como “Profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación, con especial en pastoral juvenil” y guardaba muchas expectativas al respecto. Siempre me gustó mucho enseñar: lo hice desde que tenía doce años, enseñando a niños más chicos y luego a adolescentes.
Ahora que lo pienso, fue la única vez que no pedí tener el destino que siempre quería: la parroquia San José y Santa Cecilia. Tal vez porque comprendería en qué estado estaba P. Miguel y más bien tuve el prejuicio de que no podría formarme lo suficientemente bien en mi último año de seminarista estando al lado de un sacerdote que yo pensaba deprimido. Desde luego, hasta ese momento yo no tenía idea de qué cosas nuevas estaba viviendo Miguel.

Para mi gran sorpresa, casi terminando el año lectivo del seminario, el P. Marcelo viene a hacerme un planteo apetitoso: “Eduardo -me dijo- si tuvieras mucha hambre y te ofrecen un sandwich, pero otro viene y te ofrece un asado ¿Qué preferirías?”. “¡El asado!”, respondí sin titubear. “¡Vas a Santa Cecilia!”, replicó el Rector...

Yo no entendía los porqué del cambio hecho a último momento ni tampoco me interesaban demasiado. Dios estaba comenzando a responder también mi clamor y el saberlo llenó mi corazón de una gran alegría.

A los pocos días me puse de acuerdo para encontrarme con P. Miguel a fin de ajustar detalles de mi mudanza a su parroquia. Él me contó cómo había puesto en oración el pedido de los formadores de que me aceptara y me dijo también: “Si yo no te cuento lo que estoy viviendo, seríamos dos desconocidos”. Y me lo contó en detalles...

De esa misma conversación que hemos mantenido he escrito hasta este momento.

También me invitó a pasar unos pocos días con él en Mar del Plata para los próximos días de enero de 1997, de modo que nos termináramos de poner de acuerdo en todos los detalles de mi inserción en la vida comunitaria de la nueva parroquia a la que tenía que ir a vivir.

CAPÍTULO II: 1997


MAR DEL PLATA

Cuando llegué al departamento en que se alojaba Miguel en la costa más cosas habían sucedido. Para mi mayor asombro a ese hombre no dejaban de suceder cosas enigmáticas y prodigiosas.

Cuenta Miguel que apenas llegó al departamento hizo contacto con el portero del edificio que lo invitó a un evento extraordinario y grande de los evangélicos: “ El Primer  Encuentro Nacional de Evangelismo de cosecha” que suponía multitudinarios encuentros de oración, de formación en los carismas del Espíritu y hasta una manifestación por las calles de Mar del Plata. Estuvo varias horas tratando de decidirse hasta que finalmente accedió a lo que discernió como una nueva oportunidad de recibir bendiciones de parte de Nuestro Señor. Al encaminarse al Polideportivo, lugar del evento, le preguntaba al Señor con qué actitud debería entrar; el Señor le respondió: “Con la misma actitud que la cananea del Evangelio”.

En la recepción del evento dio su nombre y cuando le preguntaron sobre su estado eclesial, él respondió con la verdad: “soy sacerdote católico”. La señorita que lo inscribió anotó en su credencial: “pastor”. De ese modo tuvo en el estadio acceso al área de los pastores y compartió con ellos fuertes momentos de oración y muchas otras cosas.

Parece que en aquel evento hubo una moción de reconciliación eclesial donde surgió la necesidad de pedir perdón por los pecados del pasado. De ese modo, pastores anglos y europeos pidieron perdón a Dios y a los hermanos indígenas por sus maltratos en la hora histórica de la colonización. Todas las iglesias se pidieron perdón mutuamente por las veces en que se dejaron entretener por la ceguera de la competencia y la descalificación. En ese momento, Miguel siente de pedir perdón también por las faltas prodigadas desde la Iglesia Católica y se abraza con el pastor más cercano.

Al momento de orar por cada uno de los pastores quien ministraba el momento advierte en Miguel una gran avidez espiritual y entonces le ora con más insistencia hasta que le pregunta “¿Quién sos?”. Como repitiéndose la escena de la Iglesia Rey de reyes, Miguel responde: “Soy Miguel, sacerdote católico”. Al punto, aquel pastor redobla su intercesión en la imposición de manos y nuestro amigo siente que voló por los aires y cayó como muerto.

Quedó profundamente impactado cuando participó en una reunión de oración exclusivamente para pastores. Le llamó la atención cómo postrándose por tierra clamaban con lágrimas al Espíritu Santo que no se apartase de ellos. Para quien tiene el orden sagrado como un sacramento, por el cual siempre es eficaz la acción del Espíritu muy a pesar del ordenado, ver a esos pastores clamar al Espíritu que no les deje fue, sin duda, una lección de humildad.

Parece que seguidamente había otra reunión en el estadio que contaría con la presencia de la acreditada profetiza Cindy Jacob. La reunión era sobre el tema de oración de liberación. A un momento de la intercesión la profetiza comienza a caminar entre la asamblea para oír el discernimiento de espíritus. Insistía en que faltaba discernir todavía algo más. Al pasar cerca de Miguel, él se atreve a decir “Anticristo”. Ella se detiene y por traductor le pregunta “¿Quién sos?”. “Soy Miguel, sacerdote católico”, responde el padre espiritual. A ese punto la profetiza comienza a dar acción de gracias y alabanzas a Dios porque el Espíritu le había revelado en oración que en un sacerdote católico iba a participar del evento. Luego oró por él.

Cuenta también Miguel que en aquellos días conoció y se hizo amigo del pastor Omar Olier, quien tiene a su cargo la Iglesia Evangélica más numerosa en la Ciudad y cómo lo invitó a participar de alguno de sus cultos para luego hablar de las cosas del Señor.

Al escuchar todas estas cosas yo no salía de mi asombro. Parecía todo tan exquisitamente programado que no daba lugar a dudas de que Dios nos estaba mostrando un camino.

Luego me invitó a participar de uno de los cultos en la Iglesia del Pastor Olier. No fue difícil aceptar después de haber oído su testimonio. Tenía muchos deseos y un gran temor de entrar en una iglesia evangélica: nunca lo había hecho en mi vida.

Nos acomodamos en unas butacas a la mitad de la sala. A Miguel se lo veía muy a gusto, levantando las manos y moviéndose al ritmo de las canciones. Yo estaba tieso y me dolía el estómago de lo repugnante que me parecía ese espectáculo. ¡Imagínense! Hasta ese momento yo era el liturgo del Seminario Mayor: toda celebración diocesana descansaba sobre mis espaldas pues con los años me había ganado la confianza de mis formadores y mi estilo era del tipo folklore y popular. En mi mente no había lugar para cantos así en una liturgia, pues contradecía todos los principios culturales y religiosos que había aprendido y que había enseñado. Recuerdo todavía que hacía unos años atrás me habían invitado a ver a un grupo de música de los focolarinos llamado “Gen Rosso”. Pude encontrar defecto de cada cosa que ellos hicieron. Y ahora me encontraba allí, lleno de curiosidad, esperando que sucediera algo en mi vida.

Cuando por fin terminó el interminable repertorio musical llegó el momento de la Palabra. El Pastor predicó muy bien y me gustó mucho. Con esto se equilibraron mis ánimos y encontré la buena predisposición. Al momento en que el Pastor invitó a recibir la gracia que Dios había preparado para ese día Miguel me aconsejó pasar. Me impusieron las manos y pude reconocer que el Espíritu Santo me había visitado. Me sentía lleno de su Presencia. Y finalmente reconocí en el acto: “también en la Iglesia Evangélica está el Espíritu Santo” y me puse de rodillas para adorar a Dios. (En mi caso, reconozco que el Bautismo en el Espíritu lo he recibido en un grupo de oración de espiritualidad mariana y teresitana que frecuentaba cuando era adolescente. Allí tuve una fuerte experiencia de comunidad, recibí mucha sanación y aprendí sobre el ejercicio de los dones pentecostales.)

De las pocas horas que faltaban para regresarme tuvimos momentos intensos de oración en el departamento. También me hizo escuchar completo el primer cassette que había diseñado entre prédicas y cantos de alabanza para establecer un “discipulado” en la vida de la parroquia. Me nombró las personas, para mí todavía desconocidas, con quienes formaría el Consejo Pastoral y algunos otros detalles organizativos.

Recuerdo que durante un almuerzo hablábamos sobre el tema de los carismas del Espíritu Santo. Él había descubierto su importancia pero no tenía idea de cómo se ejercían ni cómo eran sus manifestaciones. Le dio una gran alegría saber que yo sí sabía sobre el tema porque durante mi adolescencia había participado de un grupo de oración donde se ejercían los carismas del Espíritu Santo y allí mismo recibí algunos de ellos. Con esto él comprendió finalmente que era una confirmación más de parte del Señor de que yo estaba en el lugar y tiempo justos para acompañarlo a él a implementar esta experiencia en la comunidad parroquial.

¡ESTOY ABURRIDO, SEÑOR!

A mitad de febrero del 97 me instalé en el primer piso, lo que era antiguamente parte de la casa parroquial. Es un pequeño departamento que tiene todo para alguien que viva sólo, aunque un poco estrecho. En el Seminario Mayor acostumbrábamos cambiar de habitación con cierta frecuencia y sentía esta mudanza como una más de esas. La diferencia la hacía que en este caso abría nuevas expectativas el hecho de comenzar a vivenciar desde dentro la vida de una Comunidad cristiana bien concreta. Para mí, además, el lugar donde siempre había querido estar.

Pero estábamos en pleno verano. Los grupos no se reunían. Los curas estaban también de vacaciones. No había demasiada gente que conocer y nada qué hacer. Miguel no me había asignado todavía tareas, más que tocar la guitarra en la misa vespertina del domingo.

Desde lo hondo del alma clamé al Señor y le dije: “¡Estoy aburrido, Señor!”. Era un día sábado por la mañana. A los pocos minutos nomás viene a buscarme Cotty, uno de los líderes de jóvenes. Me dice que tengo que ir hacia la puerta porque había un grupo de personas que necesitaban ayuda. Hace también un gesto como desconcertado: no sabía explicarme bien qué tenía esa gente. Casi detrás de él me dispongo a ir al encuentro de ellos cuando, de repente, nos vemos frente a frente en el descanso de la escalera: eran dos personas adultas sujetando con fuerza a una joven.

Apenas los vi, los pelos de la nuca se me encresparon. La mirada de esa joven se clavó en mi pecho, en el cual llevaba mi cruz. Y lanzó un quejido diciendo que no iba a continuar caminando porque le hacía sentir mal lo que yo llevaba en el pecho. Me hice a un costado entonces para hacer que continúen caminando (ellos no sabían que pasarían por ese camino, directo al Templo). Me aparté hasta estar seguro que ya habían llegado al Templo. Con un fuerte grito se confirmó lo que esperaba. Avanzo hacia el lugar sagrado y veo cómo las personas adultas arrastraban a la joven hacia el presbiterio del altar. Al punto le digo a uno de ellos que se siente sobre las rodillas de la joven. La otra acompañante le sujetaba un brazo y yo el otro. Cotty observaba tímidamente desde lejos. Entonces, dirigiéndome  enérgicamente hacia la joven increpé al espíritu impuro diciéndole: “En el Nombre de Jesús, te ordeno que salgas de ella”. Y dando un fuerte grito el espíritu inmundo salió. La joven se orinó encima.

Después de esas manifestaciones de liberación todos sentimos como una gran paz que nos invadía. Al rato, cuando ella hubo recuperado un poco el aliento se incorporaron y después de exhortarlos con instrucciones sobre la importancia de estar en comunión con Dios, se fueron.

Me quedó en la boca un sabor a victoria. Muy satisfecho le dije al Señor: “¡Parece que esto no va a ser para nada aburrido!”.

CAMBIO DE GENERACIÓN

El año 1997 era precisamente el 40° aniversario de la Parroquia. En efecto, había sido creada por decreto de Monseñor Plaza, arzobispo de La Plata, el 8 de diciembre de 1957. En el transcurso de aquel mismo año los padres redentoristas Raúl Campos e Inocencio Jacobellis (éste último fue uno de los precursores de la Renovación Carismática en EEUU y Centroamérica) habían plantado una carpa misionera en la esquina de la actual Avenida 14 y 136. Como fruto final de La Misión los padres redentoristas designaron a un grupo de personas para formar la comisión pro-templo y así generaron la Comunidad, que estaba ligada todavía a la Parroquia Sagrada Familia. La Misión había durado dos semanas y durante esos días celebraban misa a diario, hacían bautismos, pasaban films a los niños y daban charlas a la gente. No faltaron hasta actividades ecuménicas como ir a almorzar a la casa del pastor pentecostal del barrio.

Como es sabido, el método evangelizador y el contacto ecuménico eran una verdadera novedad para la época, todo un adelanto a las indicaciones del Concilio Vaticano II que comenzó seis años después. La “vanguardia profética” sellaron la genética y el destino de la Comunidad desde sus inicios. Por ejemplo: en la semana inaugural del templo, en noviembre de 1965, apenas habiéndose terminado el Concilio, formó parte del programa de festejos una celebración ecuménica e interreligiosa;  y tres  años después, un acontecimiento que muchos recuerdan aún es la inauguración de la “Misa ago-gó” del 22 de noviembre de 1968 y que fue una verdadera revolución: cuentan que venían hasta medios televisivos del exterior a filmar el evento, pues por primera vez se oía que la batería formara parte del ministerio de música en la liturgia. Mucho antes incluso que en la mismísima Iglesia Evangélica.

Ese año de 1997 estaba marcado entonces con dos grandes signos: el 40° aniversario de la Comunidad parroquial y también por el comienzo del trienio preparatorio para el Jubileo del año 2000. El tema preparatorio del año era “Jesucristo Salvador” y había que poner el acento en el tema del seguimiento de Cristo y en la consciencia de ser bautizados. Por lo cual el kairós de Dios para la Comunidad pasaba por hacer memoria de su fundación honrando a sus fundadores por un lado y, por el otro, abrirse a las novedades del Espíritu.

 Fue en ese mismo año de memoria y de reconocimiento que muere el primer párroco, Padre Roberto La Rocca y que los jóvenes de la Comunidad hacen un gran esfuerzo por honrar en una gran fiesta a cada uno de los precursores vivos y difuntos. La generación nueva estaba agradecida con la anterior y le tributaba los honores merecidos.

            Sabemos que en la Biblia el número 40 corresponde, entre otras cosas, al cambio de generación. Este cuarenta aniversario no era simplemente “recordatorio” agradecido de los tiempos fundacionales: el Espíritu Santo estaba haciendo germinar algo nuevo. Un kairós estaba atravesando la vida de todos nosotros y Dios mismo estaba interviniendo con poder.

LOS LUNES DE ALABANZA Y ADORACIÓN

            Al momento de comenzar a implementar pastoralmente la experiencia espiritual que estábamos teniendo, nos dimos cuenta de que era necesario enseñarle a la gente a alabar al Señor de un modo renovado. Bajo ningún punto de vista pueda afirmarse que antes de esta experiencia nuestro Señor no haya sido alabado y adorado en nuestra Comunidad. Semejante postura rayaría la blasfemia contra el Espíritu Santo. La diferencia consistía  en brindar la posibilidad de incrementar con un modo nuevo la alabanza de nuestro buen Dios. El estilo de alabanza litúrgica no puede agotar el modo de alabar a Dios pues para los cristianos la vida misma debe ser un acto de culto a Dios. A nivel celebrativo, la liturgia enseña y ejerce un estilo de alabanza y de adoración que no son excluyentes de otros estilos de piedad. La alabanza espontánea tiene también sus virtudes y no por eso anula las de la liturgia de las Horas o de la Santa Misa; de igual modo, la adoración “apofática” no contradice a la adoración eucarística, antes bien la incentiva y la incrementa. La adoración apofática, según la denomina la antigua mística, es una especie de devoción que tiene como fundamento la numinosidad de la Presencia de Dios que lleva sobrenaturalmente a prostrernarse frente a la experiencia de la Gloria de Dios, que se muestra por Gracia de modo luminoso en su Majestad.

            Para tener un punto de partida en la implementación de la alabanza espontánea, recuerdo que quisimos indagar en las otras dos comunidades que tenían una experiencia semejante, San Martín de Tours y Santa María, el modo de llevarla a la práctica. Para empezar, discernimos junto con Miguel que no era conveniente aplicar la novedad en las mismas misas de fin de semana, tal como lo hacían aquellas. Esto era porque temíamos que la gente se sintiera incómoda y hasta violentada de abrazar nuevas formas de piedad. La aplicación de la experiencia espiritual debía ser ante todo de libre adhesión, progresiva, respetuosa y en comunión.

            Para comenzar, Miguel tuvo la idea de convocar al grupo “San Pantaleón” a que nos introdujera en la pedagogía de esta nueva forma de alabanza al Señor. En efecto, este ministerio carismático liderado por el P. Fernando Peretti, tiene como metodología pastoral ofrecer “novenas por los enfermos”: inician con una alabanza comunitaria, siguen con alguna catequesis y luego con oración o celebración de sacramentos”. El ministerio carismático aceptó la invitación y comenzaron por nueve lunes (alrededor de mes de mayo) a ejercer sus dones en nuestra Comunidad. El Consejo Pastoral debía asumir como propias todas las actividades de los lunes. Yo todavía cursaba mis últimos estudios de teología, por lo cual, prácticamente no asistí a dicha novena. Pero por mi parte clamé al Señor: “Señor, enséname a alabarte porque no sé hacerlo”.
           
             El desarrollo de la novena por los enfermos fue exitosa. Cientos de personas, el templo desbordando gente, vio manifestaciones poderosas del Espíritu Santo. El propósito principal de la convocatoria se había logrado: resonaron en nuestra Comunidad un nuevo estilo de piedad que traía nuevas promesas de Dios.

            Como fruto de este Kairós del Espíritu Santo, los responsables del flamante Ministerio del Discipulado, el matrimonio González, sintieron la moción de continuar con esta misma obra y fue así que, el lunes 23 de julio, se lanzaron a ministrar el espacio de Alabanza y Adoración que tantos frutos ha dado y sigue dando a la Comunidad. Con el beneplácito de nuestro Obispo Novak, ese espacio sería además un espacio ecuménico en el cual pudiéramos invitar a nuestros hermanos evangélicos a sentirse “como en casa” alabando Dios, nuestro Señor.

            Era el “año preparatorio del Jubileo del Año 2000” dedicado a Jesucristo Salvador. Nuestra mirada debía dirigirse especialmente a este gran misterio de nuestra fe. Como regalos del Espíritu iban suscitándose nuevos ministerios como el de la “Alabanza y Adoración y el Discipulado”, a la vez que cobraba nuevo vigor la pastoral bautismal, según las sugerencias de la carta apostólica del Sumo Pontífice. De este modo, con renovada piedad estábamos invitados por Dios a renovar nuestra condición bautismal, a fortalecer nuestro seguimiento de Cristo y a ser adoradores en Espíritu y Verdad.

DANDO A LUZ  LOS MINISTERIOS

            Mientras se iban gestando y dando a luz los nuevos ministerios mencionados el P. Miguel me pidió que organizara dos ministerios completamente dispersos: el de la Pastoral de la Salud  y el de Música.

            Si bien existían ministros de la comunión que llevaban la sagrada Eucaristía a los enfermos y ayudaban a distribuirla en la Liturgia, les faltaba organizarse como un solo cuerpo, como una Pastoral en sí misma dentro de la Comunidad. Fue así que averiguando sobre la idoneidad de algunos miembros los convocamos para ejercer tan delicado ministerio reuniéndoles con los que ya estaban. En poco tiempo, pudimos organizarnos con un apostolado más formado y con una espiritualidad más definida.
            
             Yo era acólito en aquel tiempo y recuerdo intensamente cómo una vez tuve que llevarle la comunión a un niño del Colegio Estrada, Nicolás Favatella, que estaba internado en un Hospital de La Plata con leucemia. Recuerdo que de camino al Hospital imploré al Señor que no fuese yo quien visitara al niño sino más bien él. Jesús escuchó mi plegaria. Cuando me acerqué al lecho de Nicolás se encontraba él entubado por todas partes y exponía toda la piel llagada y lastimada. Lo tomé de la mano con mucho cariño y mantuve una breve conversación con él. Sentía en lo profundo de mi corazón que lo conocía desde siempre. Sentía además que lo amaba inmensamente. Lo miraba con muchísima ternura y le hablaba con suavidad. Comenzamos a orar. Le regalé mi crucifijo, el cual tomó en su mano y nunca soltó hasta el día en que voló al Cielo. Se durmió apaciblemente... Cuando regresé me sentía cada vez más angustiado por lo que había visto pero sólo pensar en lo que había vivido durante la visita me daba mucho consuelo: Jesús lo había confortado a través mío.

            Respecto del Ministerio de Música, me encargué de reunirme durante todo el año con ocho músicos y cantores. Les enseñé todos los principios que había aprendido. Les proveí del material textual y musical que necesitaron y les acompañe cuánto pude en introducirse a la experiencia de ser ministros de Dios para la Liturgia. Por mi parte, desde que había llegado a la Parroquia me tocaba hacerme cargo de la animación de la liturgia de la Misa vespertina del domingo. Ésta era un verdadero desierto: asamblea dispersa, desafinada, sin ministerios, con muy poca gente. Era un espacio completamente virgen para aplicar lo antiguo y lo nuevo.

           En la Misa de la mañana del domingo, junto con la Familia Peloso, innovábamos con los cantos litúrgicos para la “Misa con Niños” del Padre Néstor Gallego y resultó convertirse en una gran fiesta de la catequesis familiar. En cambio, la Misa vespertina del sábado, con cierta presencia juvenil, nos hacía sufrir mucho el hecho de no poder implementar seriedad y protagonismo de parte de los jóvenes.

            Gocé mucho también tener la oportunidad de convocar a los niños para formar el coro “Cantorcitos de Santa Cecilia”. Cantamos los villancicos para la Navidad  y, como ya se anunciaba la Misión del ’98, salimos con un micro a cantarlos por las calles de la ciudad.
MIAMI (1ª Parte)

            En el mes de julio Miguel había decidido hacer su primer viaje a Miami. Se informó bien y quiso hacer una experiencia en la Escuela de Evangelización que dirigen los Siervos de Cristo Vivo. Dicha Comunidad fue fundada por el Padre Emiliano Tardiff, un sacerdote de la “Congregación de los Sagrados Corazones” residente en República Dominicana y  de gran renombre dentro de los ámbitos de la Renovación Carismática Católica en el mundo entero: de hecho fue uno de sus pioneros más reconocidos. Junto a Miguel viajaron también algunos otros sacerdotes de nuestra diócesis que suscriben al Pentecostalismo Católico.

           Dicha Escuela de Evangelización presenta un programa de formación de evangelizadores, especialmente destinado a los laicos. Tiene dinámicas muy conformes a la idiosincrasia latina y su curso estival dura una semana y reúne a gente hispana de distintas partes de Latinoamérica y de los Estados Unidos.

            Es en este ámbito en donde Miguel tiene sus primeros contactos con el Plan Pastoral del KEKAKO, que dos años más tarde aplicaría a su Parroquia.

            Durante una de las noches de la Escuela Internacional de Evangelización una mujer pidió la asistencia espiritual para su esposo moribundo. De entre los sacerdotes participantes en la Escuela sólo Miguel estaba disponible en esa noche. Él no tenía idea de hacia dónde se dirigía, más que conocer que llevaba el sacramento de la unción de los enfermos a un moribundo. Resultó ser que ese moribundo era el Sr. Jorge Mascanossa, jefe político de la oposición al dictador cubano Fidel Castro. Hacía muy poco que esta familia había conocido a Jesús y tenían toda la pasión típica de los neófitos.

Mientras oraban suena el teléfono... Misteriosamente quien había llamado pide hablar con el sacerdote que había llegado. Miguel estaba sorprendido porque nadie que conociera sabía que estaba en esa casa pues ni él mismo sabía hacia donde se dirigía. Su interlocutor se presenta como Fray Pablo María, monje trapense. Sin más presentaciones, le profetiza que había recibido el bautismo en el Espíritu no en la Iglesia Católica, justamente porque Dios tenía un propósito de usarlo grandemente para la Obra de la Unidad de los Cristianos. Miguel no salía de su perplejidad sobre todo cuando aquel monje profeta toca su corazón con detalles de su vida tan particularísimos: le dice que en el Cielo hay alguien que intercede especialmente por él y que era Santa Teresita del Niño Jesús...

 (En efecto, cuenta Miguel que sus padres, antes de conocerse, cada uno se había encomendado a las oraciones de aquella santita con el propósito que Ella desde el Cielo intercediera para encontrar al cónyuge apropiado con quien compartir la vida. Ambos se revelaron esta encomienda obviamente después de haberse conocido y además, el hijo único, Miguel Angel, les nació un 30 de setiembre, antigua fecha litúrgica de aquella santita).

Con este signo prodigioso el Espíritu Santo le estaba confirmando directamente todas las promesas de bendición que aquel monje profeta estaba declarando sobre su vida y su ministerio.

PEDIDO DENEGADO

            Mientras Miguel volvía de Miami lleno de asombro, esperanza y también de temores, yo me estaba preparando para terminar de cursar mis estudios.

             Como en el mes de diciembre entraríamos en estado de misión, se me ocurrió que, tal vez, el obispo quisiera ordenarme diácono en la Parroquia para la fiesta de la Virgen de Guadalupe, el 12 de diciembre. Con esto estaría adelantando sólo tres meses la fecha de mi ordenación diaconal y estaríamos motivando a la Comunidad par la misión. No sólo Miguel sino también más de un padre carismático que conocíamos me aseguraban y hasta me profetizaban que el obispo iba a consentir mi pedido.

Sin embargo, el obispo Novak leyó mi carta y me dijo que, después de haberlo orado, no le parecía adecuado. Cuando me entrevisté con él me preguntó si lo odiaba por ello, a lo cual le dije que no pues confiaba plenamente en él y, sobre todo, porque la decisión procedía de su oración y me esto me daba paz.

 

CAPÍTULO III: 1998


EL AÑO DEL ESPÍRITU SANTO

            Nos acercábamos al Gran Jubileo del Año 2000. El ’98 estaba previsto como un año de contemplación de la Persona y el rol del Espíritu Santo en la Historia de la Salvación y en la Vida de la Iglesia.

            Para este año en particular Miguel tuvo la moción del Espíritu de organizar una Gran Misión que llevara el anuncio de Jesús muerto y resucitado a cada casa de nuestro territorio parroquial. Así organizamos dicha misión en tres etapas de dos meses cada una en la cual los misioneros recibirían una instrucción, un subsidio, mandato de bendecir las casas, mapa, cuaderno donde anotar datos, etc.

            Si bien no fueron muchos los que se presentaron para realizar la tarea, unos veinte y tantos, la Misión se realizó a lo largo de todo el año con frutos maravillosos de evangelización y culminó con una solemne liturgia en la calle contigua al Templo parroquial donde se administraron cientos de sacramentos (confirmaciones, primeras comuniones, bautismos y hasta casamientos). La santa misa fue presidida por el Obispo Novak. Él estaba particularmente contento y anunció públicamente que la Gran Misión era un verdadero ejemplo de evangelización para toda la diócesis de Quilmes.

            El júbilo que sentimos ese día de clausura de la Misión fue indecible... Más todavía cuando al terminar la misa anunciamos públicamente la creación del Ministerio de Evangelización y presentamos al Padre Obispo a sus responsables: el matrimonio Finocci.

MIAMI (2ª parte)

            Si bien durante todo el año nos regocijábamos con los frutos de la Misión, en el círculo íntimo de los colaboradores de Miguel estábamos muy preocupados por su salud: sucedió que para él no era tan sencillo interiormente dar todos estos pasos de fe; todo su ministerio corría el riesgo de ser completamente transformado y aún sentía la resistencia propia y la incomprensión de algunas personas allegadas a él dentro de la Comunidad.  Su salud empeoraba y su médico le aconsejó tomar un tiempo de distancia de su trabajo habitual.    

            Decidió entonces viajar nuevamente a Miami, dejándome a cargo de la Parroquia puesto que yo ya había sido ordenado diácono el 20 de marzo anterior.

            Mientras estaba en Miami, en la capilla de la Casa de Evangelización de los Siervos de Cristo Vivo, en oración frente al Santísimo Sacramento Miguel le preguntaba cómo llevar adelante esta nueva experiencia. Le preguntaba si su Voluntad era formar grupos de oración de la Renovación Carismática. Jesús le dijo claramente que no... Jesús quería toda la Comunidad transformada en el poder del Espíritu Santo. En su interior todavía le preguntaba “cómo lo iba a hacer...”

           En ese preciso momento ocurre algo prodigioso. Mandar a buscar a Miguel porque un niño que venía con sus padres desde Corrientes tenía un mensaje para él. En efecto, ocurría en aquel entonces que un grupo de niños en una escuela salesiana de Corrientes tenían mociones y alocuciones de la Santísima Virgen María y Ella, de tanto en tanto, les asignaba algunas tareas. Este viaje era una de esas y el niño debía comunicarle “a un sacerdote argentino que se encontraba en Miami” tal mensaje.

            Los padres del niño no sabían de qué mensaje se trataba y acostumbraban a consentir las tareas que le asignaba la Virgen. Tampoco sabían a quién se tenían que dirigir ni nunca antes habían ido a Miami. Al bajar en el Aeropuerto y preguntar dónde habría una sacerdote argentino los mirarían ciertamente con extrañeza. No sabemos cómo pero esos correntinos llegaron a la Casa de la Comunidad Siervos de Cristo Vivo en el día y en la hora señalada desde el Cielo para darle a Padre Miguel el mensaje de la Santísima Virgen María que diera respuesta a la pregunta que embargaba su corazón.

            Los padres del niño se adelantaron a pedirle disculpas a Miguel de lo que éste pudiera comunicarle y le contaron brevemente quiénes eran y porqué estaban allí. Por supuesto, Miguel estaba perplejo y se puso de rodillas delante del niño y le pidió que orara por él. El niño le impuso las manos y le comunicó el mensaje: “Dice nuestra Madre que no se preocupe de cómo lo va a hacer, que ÉL lo va hacer...”

NEW YORK

            El Padre Adolfo, que también había viajado a Miami para hacer la experiencia de la Escuela Internacional, había invitado a Miguel a acompañarlo a New York para visitar a sus amigos del Centro Carismático de esa ciudad. Invitaron a P. Miguel a presidir una de las Eucaristías y resultó de excepcional manifestación del poder del Espíritu Santo.

           También hizo contacto con una pastor del “Ejército de Salvación”, quien lo invitó a enseñar a los discípulos más íntimos sobre el tema de la adoración.

¡VEN, ESPÍRITU SANTO!

            Era para el 18 de setiembre cuando estaba prevista en el calendario diocesano la realización de las ordenaciones presbiterales de los diáconos del Seminario. Sin embargo, por algún motivo particular el Obispo Novak postergó por una semana la fecha de la celebración. Resultó así que se anunciara para el 25 de setiembre, fecha significativa para mí pues correspondía a los quince años de la aparición de la Santísima Virgen María en San Nicolás, devoción que me acompañó en mis primeros pasos vocacionales.

            Quise vivir con mucha piedad el momento de mi ordenación. Aún en el Seminario viví siempre intensamente cada paso de entrega que la Iglesia me proponía: “la admisión”, en la cual la Iglesia me ha aceptado como candidato al ministerio ordenado y el Obispo bendecía mi propósito de unirme más estrechamente a Jesús; el “lectorado”, en el cual la Iglesia me invitaba a acercarme más al Pan de la Palabra y a proclamarla en la asamblea; el “acolitado”, en el cual la Iglesia me confiaba la distribución de la Eucaristía y me exhortaba a unirme aún más a Jesús, Pan de Vida;  Finalmente la ordenación diaconal, en la cual la Iglesia y oraba por mí para que me identificara con Jesús Servidor.

            Era el mes de setiembre, en las horas tan anheladas durante ocho años de formación y otros tantos de búsqueda...

            Para prepararme más intensamente pensé en tomarme los tres días previos a la ordenación como retiro espiritual. Me acogieron las hermanas del Instituto Bienaventurada Virgen María, en Plátanos. Allí me visitaron cada día un sacerdote y una religiosa de allí me daba algunos puntos de meditación.

           Finalmente el día llegó.

           Miguel me llevaba en su auto hacia la Iglesia Catedral. Una inmensa asamblea se había reunido para celebrar la ordenación de tres nuevos pastores. Mucha gente de la Parroquia San José y Santa Cecilia, de otras parroquias adonde había estado previamente, familiares, amigos y hasta alumnos me acompañaron en esta Hora decisiva de mi vida.

La Santa Misa comenzó cantando lo que rezaba el lema de nuestra ordenación “¡Ven, Espíritu Santo!”. Cada diácono con su familia esperaba ser llamado por su nombre para sentarse cerca del Obispo en el presbiterio del altar mayor. Llegó mi turno y respondí: “¡Presente!”. Luego de la liturgia de la Palabra proseguimos con el interrogatorio, los propósitos, la letanía de los santos y la oración consecratoria. Continuando con el rito los dos obispos presentes nos impusieron sus manos y luego, uno a uno, repitieron el mismo gesto cada sacerdote concelebrante. NUNCA HABÍA EXPERIMENTADO EN TODA MI VIDA TAL LLENURA DEL ESPÍRITU SANTO, al punto que me sentía explotar!!!!

            El júbilo llenó mi corazón y comenzó la fiesta...


CAPÍTULO IV: 1999


EL PLAN KEKAKO

A comienzos del año 99 P. Miguel presentó al Consejo Pastoral un proyecto pastoral del que nunca antes habíamos oído. Lo había traído desde Miami y estaba convencido de que nos ayudaría como Comunidad a tener una visión estratégica para la evangelización. Se llamaba KeKaKo porque sumaba las siglas KE, de kerygma, KA, de karisma y KO, de Koinonía. Para simplificar el esquema de esta visión estratégica, que no es más que un ícono de “Hechos de los Apóstoles”, Miguel nos diseñó a cada uno un pequeño librillo que explicaba su contenido:

1)      KERYGMA, es el núcleo fundamental de nuestra fe: creemos que Jesús murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura y que resucitó al tercer día. De este núcleo se desprenden la fe pascual, el conocimiento de la Escritura y el valor del testimonio. Cada pastoral de la Parroquia debía iluminarse desde estos principios.

2)      KARISMA, es cada don del Espíritu Santo puesto al servicio de la Iglesia reconociendo no sólo los más comunes sino especialmente aquellos que derivan de la experiencia pentecostal (lenguas, profecía, sabiduría, sanación, etc). Desde esta perspectiva necesitaríamos tener una comunión más personal con el Espíritu Santo, dador de dones. Entendíamos además que todos los dones que Él quisiera suscitar estarían ordenados al llamado particular que Jesús había a nuestra Comunidad: el de la adoración.

3)      KOINONÍA es la dimensión de la comunión fraterna y el amor a la Iglesia. Suponía una constante conversión para orientarnos hacia la caridad, sin la cual nada somos. Para vivirla necesitaríamos ser formados en las actitudes de respeto, entrega, sacrificio, obediencia, humildad, delicadeza, acogida del otro.

Unánimemente, el Consejo Pastoral acogió la propuesta del Plan KEKAKO.

Con todos los hermanos damos gloria a Dios por los frutos que hasta hoy ha producido en nuestra Comunidad este bendito Plan Pastoral diseñado por un iluminado laico mexicano, el señor Pepe Prado Flores.

Cabe mencionar que fue en el transcurso de este mismo año que el Papa Juan Pablo II publica su exhortación pastoral para la Iglesia en América (Ecclesia in America), en donde destacadamente pone el acento en el ENCUENTRO CON CRISTO VIVO como punto de partida para la Evangelización en nuestro continente.

Sin duda, un plan pastoral tan simple y una espiritualidad sólida nos ayudarían a propiciar  tal encuentro con Cristo vivo.

LA MUERTE DEL PREDICADOR

            A pesar de que esta espiritualidad pentecostal  prometía grandes cosas a nivel pastoral y había sido la respuesta de Dios para sacarme del hastío en el que me encontraba en el año ’96, en el fondo de mi corazón había un gran dilema. Era muy probable que en poco tiempo más el Obispo me cambiara de Parroquia. Mi actitud hasta ese momento había sido la de “acompañar” a Miguel en aplicar la experiencia pastoral pero no parecía estar convencido yo mismo de que esta espiritualidad fuera para mí, para que impregnase todo mi ministerio. La duda me atormentaba sobre todo porque algunos presbíteros significativos para mí (amigos, formadores y profesores) comenzaron a murmurar contra mí, a prejuzgarme y hacerme de lado, cosa que realmente me ha dolido mucho.

Para tomarme un tiempo de meditación y aún sintiendo una gran necesidad de sanación interior decidí participar en el retiro espiritual que organizaba la Renovación Carismática en Córdoba: un retiro para sacerdotes que contaría con la presencia del renombrado predicador internacional, Padre Emiliano Tardiff.
           
Llegué temprano ese lunes a la casa de retiros en San Antonio de Arredondo, Córdoba. Llevé conmigo algunos libros de meditación y comencé con uno en particular: uno del Cardenal Martini (uno de mis autores espirituales favoritos) que trataba sobre meditaciones versadas sobre algunos personajes bíblicos. Recuerdo que esa noche  leí aquella que profundizaba sobre Jacob. La reflexión concluía que este personaje bíblico tenía  la valiosa capacidad de descubrir la “coordenadas invisibles dentro de las coordenadas visibles”. Absorto en este pensamiento, me dormí...

Al día siguiente, los servidores del retiro nos indicaban el camino del gran salón adonde el Padre Tardiff daría su prédica después de que rezáramos la oración de la mañana. Después de hacerla, tuve necesidad de ir al baño pero no me dejaron. Pregunté a qué se debía semejante determinación y me respondieron que el Padre Asesor tenía que dirigirnos un mensaje y que era sumamente importante estar presente. En efecto, el sacerdote que acompañaba la organización del retiro nos comunicaba a los 236 sacerdotes presentes que el Padre Emiliano Tardiff, uno de los precursores del Pentecostalismo Católico en el mundo entero y gran predicador dotado de carismas de profecía y sanación, había muerto.

Perplejo de la novedad, yo no dejaba de preguntarme cuáles serían las “coordenadas invisibles” en semejantes coordenadas visibles...

El retiro espiritual continuó. Pocas horas después habían preparado el féretro y lo habían expuesto frente a nosotros en otra sala en la cual se continuaban dando las prédicas. El diácono Guzmán, quien acompañó al Padre Tardiff en este viaje, tomó la posta y continuó con el ministerio de la Palabra. La atmósfera espiritual era impresionante: una gran unción del Espíritu Santo estaba allí presente, como si se hubiese quebrantado una preciosa vasija para que exhalara su fragancia.

Consternado con este signo elocuente de Dios le pregunté a una de las mujeres que servían en el retiro sobre qué le parecía que Dios le estaba comunicando a los sacerdotes de Argentina. Convencida me contestó: “Que tomen el arado y se la jueguen como lo hizo este hombre que murió predicando”. Evidentemente el predicador aún después de muerto continuaba predicándonos...

Pude contemplar también a los “grandes popes” de la Renovación Carismática en Argentina que estaban presentes en el retiro: ellos fueron incomprendidos, juzgados, silenciados y apartados; sin embargo no temieron y creyeron en las promesas de Dios y, si sembraron con lágrimas, ahora estaban cosechando entre canciones (prueba de ello éramos los más de doscientos sacerdotes de todo el país allí presentes y pensaba en las multitudes que estaban detrás nuestro).

Al terminar el retiro, uno de los curas gritó a los demás: “Hacen falta más Emiliano Tardiff en la Argentina ¿Alguien quiere ir a predicar?”. Algunos dijimos con mucho entusiasmo que sí. Por mi parte, si tenía algún temor en abrazar esta espiritualidad y dejar que afectara para toda la vida mi ministerio, saliendo de este retiro quedó absolutamente disipado. Regresé decidido en servir a la Iglesia según el modo en que Dios lo había pensado para mí.

Apenas llegué a la Parroquia tuve que suplir a Miguel en la misa del primer viernes de mes, “misa carismática”, y para confirmar mi decisión el Espíritu Santo obró prodigios de sanación que fueron confirmados de modo bien patente.

VENDRÁN DE LAS COSTAS DEL SUR

            Mientras tanto la vida espiritual que fluía de los “Lunes de Alabanza y Adoración” iba en aumento: en efecto, desde sus comienzos hacía dos años la cantidad de gente que participaba era muy poca aunque el Espíritu Santo nos iba formando en la escucha de su Voluntad y aprendíamos a colaborar cada vez más con Él. Con las manifestaciones carismáticas que el Señor suministraba se iban, paso a paso, formando los ministerios que actualmente sirven de modo habitual: servicios, intercesión, evangelización y Alabanza.

Fue particularmente significativa una Palabra del Señor que recibimos al modo profético: “Vendrán desde lejos, desde las costas del Sur”. Quedamos desconcertados con esta profecía que inmediatamente se cumplió pues llegaron en combies mucha gente venida de La Plata (costa del sur). La asamblea se vio numéricamente multiplicada y eso llamó la atención al resto de la Comunidad que contemplaba expectante los pasos de su nuevo pulmón evangelizador: “La alabanza de los lunes”.

Con la gente de las costas del sur llegó una Palabra Profética que nos ayudaría a entender la identidad de la llamada especialísima de la cual Jesús nos había hecho objeto. Esa Profecía declaraba que nuestra Comunidad tenía el “carisma de la Presencia”, es decir, que las personas que se acercaran a nuestras asambleas harían una experiencia especial de la Presencia de Dios. Los frutos de todos estos años han confirmado esta Profecía. Aquí está el texto completo de la Profecía:

CONSAGRADOS A MI PRESENCIA

PROFECÍA RECIBIDA EL LUNES 25 DE SETIEMBRE
EN ALABANZA Y ADORACIÓN

Dice el Señor - “Pastores: he marcado a esta iglesia, a esta comunidad parroquial, dedicándola para mi PRESENCIA...

De una manera especial esta iglesia posee la riqueza de mi PRESENCIA...

Existen otras iglesias haciendo una tremenda obra para el Reino de Dios:
algunas especialmente poseen la riqueza de la Palabra,
otras son especialmente ricas en fe, otras especialmente ricas en obras.
Esta Iglesia no es mejor, es diferente...

He colocado mi mano - dice el Señor – sobre ella;
Mi Gloria la cubre y por eso esta iglesia es especialmente rica
en ofrecer la experiencia de mi PRESENCIA...

La unción de mi Espíritu cubre y cubrirá esta Comunidad...
Vendrán hambrientos de todos lugares y mi sola PRESENCIA los confortará,
Los hará volver a mí, los sanará, los liberará,
 y experimentarán la comunión con mi Espíritu Santo.

Todo en esta iglesia, en esta Comunidad parroquial, es para y por mi PRESENCIA:
Los dones, los carismas, la santidad de los pastores,
de los ministros de alabanza y adoración, de los servidores en todas las áreas...
La santidad que pido y concedo a esta Comunidad es para y por mi PRESENCIA...

Yo los hago testigos de mi PRESENCIA,
Los hago testigos de QUIEN SOY...

Yo los hago capaces, como Comunidad, llevar a las personas a  mi PRESENCIA,
De conducirlas al Lugar Santísimo...

Los integrantes de esta Comunidad están llamados y poseen mi gracia
para hacerme presente donde se encuentren,
por eso mi unción está sobre ustedes.”  Posted by Picasa


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