“Mas Yahvé está en su santo Templo:
¡silencio ante él, tierra entera!” (Ha 2,20)
1. Reflexión
Es evidente que Dios ama al hombre y quiere relacionarse con el hombre para alcanzarlo con sus bendiciones. Pero el hecho de haber creado al hombre libre significa que no es suficiente que Dios quiera encontrarse con él, sino que es necesario que también lo desee el hombre. ¿Cómo puede hacerlo? Si Dios, su Creador, ha dispuesto unos modos concretos a través de los cuales quiere relacionarse con el hombre, lo que al hombre le queda es aceptar esos modos y adaptarse a ellos desde una actitud receptiva y sumisa. En definitiva se trata de poner en práctica la norma que Dios ha dado desde el principio a quienes están dispuestos a relacionarse con él. El Señor no puede entrar en discusión con el vasallo ni el Creador con la criatura hasta llegar a un acuerdo; Dios se limita a dar instrucciones, como hizo con su pueblo y lo hace siempre con sus servidores: “Calla y escucha, Israel. Hoy te has convertido en el pueblo de tu Dios. Obedecerás la voz de tu Dios y pondrás en práctica los mandamientos y preceptos que yo te prescribo hoy” (Dt 27,9-10). Al margen del modo como venga Dios al encuentro del hombre, la actitud de escucha es siempre necesaria, y la condición imprescindible de la escucha es el silencio.
Sin un buen silencio no puede haber una buena escucha. El Señor no habló a Elías en el huracán ni en el temblor de tierra, sino en el “susurro de una brisa suave” (1 R 19,12). Y ¿cómo lo hubiera oído sin el silencio? Soledad y silencio fueron condiciones citadas por Jesús a sus discípulos para orar: “Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto” (Mt 6,6). Es necesario cerrar la puerta de los sentidos. Pero no es suficiente; necesitamos también el silencio interior, porque es en el corazón donde Dios y el hombre se encuentran finalmente, donde el Espíritu de Dios y el espíritu de hombre se unen (Rm 8,16). Por tanto es necesario también acallar la mente y las emociones, para que nada ni nadie se interponga en el camino interior.
Silencio no significa sólo ausencia de palabras, un estado de olvido y vacío, sino que ha de entenderse como una actitud positiva para escuchar a Dios y acoger su comunicación. El silencio es la atmósfera necesaria para todo encuentro íntimo con Dios. El silencio exterior se refiere a la palabra y la acción; el interior, a las potencias y aspiraciones más íntimas del alma. La convergencia de ambos sirve para que la persona entera “cuerpo, alma y espíritu” (1 Ts 5,23) entre en relación con Dios.
2. Palabra profética
¨ "Abrid vuestro corazón a mis palabras. Guardad todo lo que ahora os estoy diciendo, pues a su tiempo tendrán cumplimiento mis palabras. No las echéis en saco roto. Los enemigos odian mi Palabra y ponen todo su empeño en impedir que ésta llegue a los hombres y, cuando llega, tratan de oponerse e impedir que entre en sus corazones, porque mi Palabra transforma al hombre. Luchad contra todas esas asechanzas que vienen a vosotros para impedir que acojáis mi palabras. Proclamad el poder de mi Palabra”.
¨ "En este lugar santo, mi Amor os calienta y mis manos os trabajan. Aquí os hago partícipes de mi luz y abro vuestras inteligencias. Al estar con mis ángeles en la adoración, participáis con ellos de todo lo que hay ante mi Trono. No dejéis de caminar en fe y en santidad. Estáis llamados a vivir permanentemente en ellas. Luchad con todas vuestras fuerzas para no perder este lugar".
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