Cantares 5,2 Yo duermo, pero mi corazón vela por la voz de mi amado que toca a la puerta: Ábreme, hermana mía, compañera mía, paloma mía, perfecta mía; porque mi cabeza está llena de rocío, mis cabellos de las gotas de la noche.
"El espíritu de la oración continua"
Uno de los elementos básicos de nuestra vida es el de la oración. Pero de la oración quisiera poner de relieve su "espíritu", en la necesidad y en la importancia de la oración continua. Si repasamos la Vida Espiritual, vemos con cierta sorpresa que se nos propone una oración profunda y bien elaborada como la oración que las personas de Dios y los contemplativos desean hacer. No se quiere una oración "cualquiera", sino "espíritu de oración". Al orientar a sus discípulos a una forma de apostolado muy exigente, se quiere pertrecharles en primer lugar con la vida interior. Para asegurar el éxito de su empresa, los prepara atentamente y les pide que aprendan bien la "oración continua" y el ejercicio de la presencia de Dios. Algunas expresiones significativas:
- "El recogimiento es absolutamente necesario para poder sacar fruto de lo que se hace; de lo contrario nos quedan sólo esa especie de oasis que son las prácticas espirituales, fuera de las cuales todo es aridez"
- "Jesús nos dice en el Evangelio que debemos orar siempre, lo que quiere decir estar revestidos de espíritu de oración, del mismo modo que el hábito reviste al cuerpo"
- "¡Felices vosotros si tratáis de avanzar cada vez más en la vida interior, con espíritu de recogimiento y de oración! Un religioso, un sacerdote, un laico comprometido, que no tiene este espíritu, nunca será un buen cristiano.. Podrá creerse que lo es, pero no lo es"
- Juan Pablo II, quien en la carta apostólica Novo millennio ineunte , invita a todos los cristianos no sólo a orar, sino a conseguir el arte de la oración. Y a la Iglesia que da los primeros pasos en su tercer milenio de vida, el Santo Padre le pide que transforme las comunidades en "auténticas escuelas de oración, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y vivencia de afecto hasta el arrebato del corazón. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios" .
Convencidos de la necesidad de que debemos adueñarnos cada día más de las palabras del Papa, que exhortan a la cristiandad a recuperar la oración para poder recorrer nuevos caminos de compromiso cristiano, nos adentramos en un tema para nosotros familiar, pero al mismo tiempo no libre de dificultades y retos. “es necesario tener mucho espíritu de oración No basta con correr de aquí para allá para hacer muchas obras; es necesario estar unidos al Señor, y es entonces cuando se hace todo".
La oración continúa
La oración es el primer deber del cristiano evangelizador, lo afirmamos remitiéndonos a un conocido paso de la Evangelii nuntiandi de Pablo VI, que citamos entero:
"Consideremos ahora la persona misma de los evangelizadores. Hoy se suele repetir frecuentemente que nuestro siglo tiene sed de autenticidad. Sobre todo en relación con los jóvenes, se afirma que les horroriza lo ficticio y lo falso, que buscan en todo la verdad y la transparencia. Estos signos de los tiempos deberían mantenernos atentos. Tácitamente o a gritos, pero siempre con fuerza, nos preguntamos: ¿Creéis de verdad en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis realmente lo que vivís? El testimonio de la vida es hoy más que nunca la condición esencial para la eficacia profunda de la predicación. De ahí que seamos responsables, de alguna manera, del éxito del evangelio que proclamamos. [...] El mundo, que a pesar de innumerables signos de rechazo de Dios, paradójicamente lo busca a través de caminos inesperados y siente dolorosamente su necesidad, pide evangelizadores que le hablen de Dios, al que ellos conozcan y que les resulte familiar, como si vieran al Invisible" (EN 76).
Efectivamente, la oración es el medio privilegiado por medio del cual nos ponemos en contacto con Dios hasta el punto de ser para él tan "familiar" que pueda repetir con San Juan: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que han tocado nuestras manos acerca de la palabra de vida..., eso que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros" (1Jn 1,1-3).
Procuramos adquirir el espíritu de oración continua (cf. Lc 18,1), para que toda actividad nuestra esté inspirada por Dios, tenga en él su principio, se realice en su presencia y sólo por él. La búsqueda de Dios en la oración y la ayuda a los hermanos en el apostolado se sostienen mutuamente y nos hacen crecer en santidad"
¿Por qué precisamente la oración "continua"? ¿No es muy exigente por el tipo de vida que llevamos? Por otra parte, nosotros no somos monjes ni contemplativos... La respuesta esta en la parábola de la viuda importuna y del juez deshonesto que se encuentran en el evangelio de Lucas. Los exegetas explican que la parábola está situada dentro de la llamada "pequeña apocalipsis" y responde a esta pregunta de la primera comunidad cristiana: "¿Cuándo vendrá el Señor?". Porque el discípulo sin Él se siente como la viuda que no tiene esposo, a la que le falta no sólo el apoyo sino también lo que puede dar sentido a su vida. La oración continua y la súplica insistente se convierten entonces en expresión y crecimiento de la fe y evitan que caigamos en la tentación de vivir pensando que nuestra existencia es posible sin Él y que podemos programar nuestra vida sin necesidad de su presencia. Es necesario orar siempre, nos dice el texto evangélico, porque el Reino de Dios viene sólo en proporción con lo que nosotros pedimos. El Reino de Dios, entrando así en nuestra historia "profana", hecha de cosas normales y cotidianas, sabe cambiarla en historia sagrada y en tiempo de salvación, porque el Resucitado está con nosotros. Orar es, por consiguiente, abrir el espacio y el tiempo de nuestra historia para que el Señor venga y establezca allí su Reino.
Ese mismo texto evangélico nos pide también que perseveremos en la oración sin desanimarnos nunca. A veces la oración nos parece tiempo perdido para nuestra "eficacia", entre otras cosas porque no conseguimos en seguida lo que queremos, y en cambio experimentamos nuestra pobreza y nuestra incapacidad ante unos acontecimientos que nos desbordan. Pero es justamente al tocar con las manos nuestra pobreza cuando la oración consigue su finalidad, que consiste en hacer que lo esperemos todo de Dios. Vaciar nuestro "yo" exige perseverancia y constancia, porque inadvertidamente tendemos siempre a llenarnos de nosotros mismos y de nuestras cosas y no permitimos que Él entre y habite en nuestra existencia.
La oración y la vida se integran y se sostienen mutuamente. Una no puede prescindir de la otra. Si no fuera así, estarían tan mermadas que podrían considerarse inútiles. La oración sin vida sería una inútil exhibición de palabras, y la vida sin oración se transformaría en una agitación vacía. Oración y actividad apostólica, plenamente integradas, forman un auténtico proyecto de salvación para nosotros y para los demás, La oración permite entonces anunciar la centralidad de Dios en un mundo donde cada uno hace lo imposible para ponerse a sí mismo en el centro y demostrar que se puede "prescindir" de Él.
Cuatro modos de hacer oración continua
Paso a explicar brevemente cuatro modos o itinerarios que pueden ayudar a hacer oración continua en nuestra vida. Son los que están más relacionados con los maestros clásicos de espiritualidad.
a) Administrar el tiempo
La vida moderna, de la que formamos parte, y las innumerables actividades, de las que está tejida nuestra realidad cotidiana, hacen que este aspecto sea crucial en nuestra vida. Nos parece que nunca tenemos tiempo suficiente y cuando pensamos que lo tenemos nos damos cuenta en seguida que se nos escapa como agua entre las manos, sin casi advertirlo. Sin embargo, si lo pensamos bien, no es el tiempo el que huye de nosotros, sino que más bien somos nosotros los que no sabemos administrarlo como debiéramos. Y es que con frecuencia nos debatimos entre pasado y futuro, bien refugiándonos en el primero con nostalgia, bien proyectándonos hacia el segundo, al que todavía no tenemos a nuestra disposición. En cambio, el único tiempo realmente importante y que podemos usar es el presente, y justamente en él Dios realiza su historia de salvación. "Tú sabes, Dios mío —repetía a menudo santa Teresa del Niño Jesús— que para amarte en la tierra sólo tengo el momento presente"
¿Cómo conseguir que nuestro presente se convierta en tiempo de Dios, en tiempo de salvación, en oración? Tres consejos sencillos e importantes:
- Concentrarnos en nuestra cotidianidad, vivir el momento presente, manteniéndonos en todas las cosas presentes a Dios, recordando estas palabras de San Pablo: "Todo lo que hagáis, hacedlo en el nombre del Señor" (Tes 3,17). El beato Juan XXIII lo adoptó como regla de oro para su vida: "Yo tengo que hacer cada una de las cosas, recitar cada oración, seguir tal, como si no tuviera otra cosa que hacer, como si el Señor me hubiera puesto en el mundo sólo para hacer esa oración" (El diario del alma, 1967, p. 102).
- Buscar y cumplir la voluntad de Dios en todo momento y en toda circunstancia. Este es el camino real hacia la santidad. No importa cuánto o qué hacemos, sino cómo lo hacemos. Y el cómo es lo que Dios nos pide y quiere que nos acompañe en este momento.
- Sembrar nuestras jornadas de instantes de silencio que permitan percibir y sentir la presencia tanto de Otro como de los otros. Significa pararse periódicamente para tomar en nuestras manos el timón de nuestra jornada y dirigir todas las actividades hacia el punto del equilibrio total que es Dios. Significa asimismo establecer coloquios íntimos y significativos con Dios, pararse un momento con Él, ya que tan acostumbrados estamos a hablar de Él.
b) Vivir la Palabra
La Palabra de Dios está muy presente en nuestra vida, especialmente en los distintos ministerios. Es uno de los instrumentos principales de nuestro "trabajo". Con ella instruimos, consolamos, indicamos a los demás el camino que deben recorrer, aclaramos los momentos obscuros... Es sin duda la columna vertebral de nuestra predicación y el objeto de nuestras reflexiones en las ocasiones más importantes de la catequesis y de la formación del pueblo de Dios.
Pero no podemos eludir aquí algunas preguntas: ¿Qué uso hacemos nosotros mismos de la Palabra? ¿Sabemos "conservarla" en nosotros mismos como María y la vivimos de tal modo que estructure nuestra existencia y nuestro ministerio? Comprendemos en seguida que no se trata de estudio o de meditación de la Palabra, sino de permitir que entre dentro de nosotros y plasme nuestra vida. Sólo así seremos capaces de acoger la vida misma de Jesús en nosotros y vivir constantemente en comunión con él, realizando estas palabras del evangelista Juan: "Si alguien me ama, observará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y habitaremos en él" (Jn 14,23). Justamente es esto lo que pretende la Lectio divina, que se está haciendo familiar a las comunidades cristianas y las ayuda a pasar de la reflexión sobre la Palabra a la Palabra vivida. Mantenerse en la "Palabra" significa dar cuerpo a la oración continua en nuestras jornadas, siempre tan cargadas de actividad; significa también mantener vivo un diálogo en el que Dios se convierte en mi "Tú", en mi interlocutor; consiste, mejor aún, en transformar la Palabra leída en Palabra vivida.
Los frutos que estos ejercicios de oración continua producen en quien los practica son numerosos e inesperados: mantiene constante y viva la mirada de la fe sobre todas las cosas; da alegría, serenidad y luz; nos hace libres y favorece la valentía del anuncio; provoca un cambio de mentalidad y nos reevangeliza en nuestro modo de pensar, de querer y de amar; crea comunión y fortalece los vínculos comunitarios.
c) La Eucaristía en la vida
Me complace comenzar con una imagen para describir el lugar que la Eucaristía debe ocupar en nuestra vida, o mejor, nuestro modo de situarnos ante la Eucaristía. La capilla se encuentra en el centro de la casa, mientras que las habitaciones están situadas alrededor. Así, debemos ser nosotros con la Eucaristía: debe estar en el centro y nosotros alrededor.
No releguemos la Eucaristía a los momentos de celebración o litúrgicos, sino que debemos conseguir recordarla a largo de las 24 horas del día. Para ello señalo algunas pautas concretas y pedagógicamente interesantes:
- Presencia adorante, silenciosa y prolongada ante la Eucaristía. Necesitamos "pararnos" ante Jesús eucarístico. Estos momentos de adoración quizá sean sólo "paradas", pero de ellas brotará tanta luz que podrá iluminar nuestras jornadas. No se alargaba él en motivar esta convicción. Parecía decirnos: probad y veréis.
- Toda nuestra vida debe convertirse en Eucaristía. Convencidos de que somos hombres enamorados de Jesús sacramentado". Toda nuestra vida es como una celebración continua de la Eucaristía. El peso y la fatiga del trabajo y la entrega cotidiana en el ministerio se convierten en prolongación del "sacrificio" eucarístico y en preparación para la celebración siguiente. La Eucaristía como sacramento del amor hace arder constantemente el corazón. La presencia de Jesús en sel corazón debe durar siempre, pues no puede dárselo a los demás sin tenerlo él mismo.
d) Purificar el corazón en Dios
La historia de la espiritualidad revela que todas las épocas han sabido imaginar medios y destrezas para ayudar al cristiano a mantener viva en él la presencia de Dios. Por ejemplo, el examen de conciencia de San Ignacio de Loyola, el recuerdo de Dios de San Bernardo, el abandono de Santa Teresa del Niño Jesús, el "desierto" para Charles de Foucauld. Mantener el corazón de la persona en contacto con lo divino ha sido siempre el deseo de todos los santos y directores de espíritu, pues sigue siendo la forma imprescindible de todo itinerario serio hacia la santidad y la realización de la vocación cristiana. Una vida cristiana que no fomente el interés por una oración significativa está destinada a la esterilidad y la muerte.
La cultura de hoy derrama sobre nuestras personas miríadas de imágenes, voces y sonidos que, como río crecido, nos arrastran tras de sí con su remolino de deseos, emociones e impresiones. ¿Cómo conseguir estar constantemente presentes a nosotros mismos, a Dios y a los hermanos? Un camino sencillo y eficaz —sugerido a menudo — es el que hoy llaman los escritores "la purificación del corazón".
La "purificación del corazón" es el ejercicio de la presencia de Dios en medio de nuestras acciones cotidianas, en los compromisos frecuentemente absorbentes que caracterizan nuestras jornadas, cuando tenemos que hacer frente a problemas que nos angustian y con frecuencia nos hacen sufrir. Esta oración se llama a sí porque nos ayuda a purificar la intención de nuestras acciones y dirigirlas a Dios, con lo que evitamos que se pierda su eficacia. Ayuda también a revisar las dificultades y hace que crezca en nosotros la mirada de la fe. Nos hace ser realistas en nuestros proyectos y en nuestras realizaciones, porque reduce nuestro deseo de protagonismo, nos vacía de nuestro "yo" y nos llena de la presencia de Dios.
¿En qué consiste entonces esta oración y cómo podemos hacerla? Consiste especialmente en elevar la mente a Dios, en cualquier momento y situación, utilizando una breve oración vocal, un pensamiento, un versículo de la Biblia. Es el recuerdo purificador del nombre de Jesús. Es una conexión inmediata, rápida y fácil con lo divino, que ninguna situación, trabajo o problema puede impedir. El peregrino ruso llenaba su caminar de repeticiones del nombre de Jesús, al compás de la respiración de sus pulmones, y nuestro Fundador la comparaba con una breve llamada telefónica al cielo; la gente del pueblo la llama jaculatoria y los autores espirituales la describen como una conexión con Dios cuando nos encontramos en actividad plena... Son modos diversos que tienden a purificar nuestro corazón para que se cumplan en nosotros estas palabras paulinas: "Todo lo que hagáis o digáis, hacedlo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias a Dios Padre por medio de él" (Col 3,17).
Lo que acabamos de decir sobre el espíritu de la oración continua debería evitar en nosotros el pensamiento de que ese es el ideal para algunas personas singulares o un ejercicio reservado a algunos períodos especiales de nuestra vida, Debemos sentir como dirigida a nosotros de manera especial la exhortación del Papa en la Novo millennio ineunte a que todas las comunidades se conviertan en "auténticas escuelas de oración" (cfr. n. 33).
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