En la oscuridad más profunda, bajo los velos más espesos, la Esencia está siempre allí, realidad fundamental de toda cosa, nuestra naturaleza misma.
Residiendo en nuestro corazón, ella ilumina toda nuestra vida; sin ella seríamos insensibles, ciegos, y ninguna experiencia nos sería posible.
Para los hinduistas la luz del corazón permanece siempre presente - como un jarabe que al cristalizarse guarda su sabor azucarado - ella conserva su dulzura a pesar de la fragmentación o de la solidificación de la Consciencia a través de las diferentes etapas de la manifestación.
Del mismo modo, para Ruysbroeck, todo hombre está suspendido de la unidad divina, y si se soltara, caería en la nada, pero por la desemejanza o el pecado está privado de la beatitud o de la fecundidad que ella engendra. Sin embargo, esta beatitud está siempre disponible, como lo expresa Denys:
"En su bondad, la Luz divina no cesa jamás de ofrecerse a los ojos de la inteligencia, es a ellos que corresponde cogerla porque está ahí y siempre divinamente dispuesta al don de sí misma".
No es la menor de nuestras paradojas vivir privados o separados de lo que está allá, de aquello que somos o de aquello que vemos sin saber que lo vemos. Poseedores de un tesoro olvidado, vivimos en la miseria.
“Shiva, Luz pura, evidencia misma, consciente de sí y por sí ¿ acaso no brilla como sujeto percibiente en el corazón de todos los seres ? Sí -dice Abhinavagupta - pero aunque brille allí, no es verdaderamente aprehendido, asimilado de manera íntima por el corazón, y lo que no es asimilado por el corazón, aunque exista es como si no existiera, tal como las hojas y las hierbas del camino para alguien que pasa en un carro".
Es porque acoge en su corazón lo que perpetuamente está allí, que el místico puede gozar de ello; por esta sola comprensión última él difiere del hombre común. Y la entrada en el corazón no es otra cosa que el bienaventurado estupor de aquel que advierte lo que ha sido evidente desde siempre.
Es necesario precisar que no se trata aquí del corazón sensible o afectivo, sino de aquel lugar que en lo más íntimo de nosotros mismos escapa a toda forma de pensamiento o de sentimiento, punto central que conoce y que siente a la vez, y que los sufies definieron como el lugar de coincidencia del ser y del conocimiento. Abhinavagupta lo expresa así:
antigua y universalmente conocido,
este corazón incomparable fulgura
de sí mismo en supremas irradiaciones."
Y Rumi canta:
y he encontrado un coral,
bajo la espuma ante mis ojos
un océano se despliega.
En la noche de mi corazón
a lo largo de un camino estrecho
he cavado, y la luz ha brotado:
una tierra infinita iluminada.
En este lugar brota, es verdad, la experiencia del que toca o saborea lo que llama el Ser o lo Divino. Porque se trata, en efecto, de un conocimiento concreto que no puede ser asimilado a un descubrimiento intelectual o a una banal introspección. Se le reconoce porque apacigua el corazón, como lo hace notar Henry Corbin, quien distingue dos maneras de conocer lo divino: "Una por la criatura", aquella de los filósofos y de los teólogos, la otra por la "criatura en lo divino". Esta última de orden contemplativo, "explora el fondo de los atributos del alma".
Toma de consciencia inmediata de la presencia divina, este conocimiento puede abolir todas las dudas. Es experimentado en un encuentro donde el secreto de la criatura y el de la divinidad son simultáneamente vividos en una experiencia única. "Por cierto, se puede conocer una Esencia eterna pero no se sabe que ella es Dios, hasta que la reconoce alguien que la experimenta como su Dios... El Ser necesario que la filosofía aísla con sus atributos de donde resulta el concepto de divinidad, ese no es Dios".
Este encuentro trastorna el conocimiento común: "Cuando has entrado en mi paraíso, entonces has entrado en ti mismo... y te conoces con otro conocimiento diferente del que tenías cuando tú conocías a tu Señor por el conocimiento que tenías de ti mismo", dice lbn 'Arabi.
Y cambia la orientación de todo el ser, pone en suspenso la dispersión en el tiempo y el espacio, toca el velo más íntimo, revelando "el Amado... más próximo del amante que su vena yugular". “Proximidad tan excesiva - glosa Henry Corbin - que comienza justamente por ser un velo. Es por ello que el novicio, todavía sin experiencia espiritual, dominado por la imagen que toma posesión de todo su ser interior, se va a buscarla fuera de sí mismo, en una búsqueda desesperada de forma en forma del mundo sensible, hasta que regresa al santuario de su alma, percibiendo que el Amado real es tan interior a su ser que ya no busca al Amado más que a través del Amado".
En una palabra, este camino por el corazón hace evidente al corazón del místico la realidad de Dios.
"¿ Sobre qué descansa la verdadera posesión de Dios ?", pregunta el Maestro Eckhart y se responde él mismo: "Descansa sobre el sentimiento del corazón y no sobre una idea, porque se debe tener un Dios real que esté por encima del pensamiento del hombre y de todo lo creado. Este Dios no desaparece, a menos que uno se desvíe voluntariamente de él".
"Quien tiene a Dios así, esencialmente, sólo aquel toma a Dios divinamente y Dios resplandece ante él a través de todas las cosas: todas le dan el sabor de Dios, en todas Dios se refleja para él..."
Pero, añade Eckhart más lejos: "para eso es necesario una consciencia despierta, verdadera, activa, sobre la cual el alma debe tocar fondo a pesar de las cosas y de la gente".
La Gracia
Si las imágenes, las doctrinas, varían con las tradiciones evocadas para describir esta experiencia simple pero fundamental, todas, sin embargo, la relacionan a lo que ellos llaman la gracia, sobre cuyas características son unánimes.
Para todos, en efecto es la gracia y ella sola quien confiere al despertar del alma su carácter libre, gratuito y espontáneo, porque este despertar escapa a todo aquello que es determinación, esfuerzo, intención o mérito.
Bajo la forma de impulso, incitación, toque, atracción o irradiación, ella opera en lo íntimo del corazón.
Según Ruysbroeck: "La irradiación de la gracia de Dios toca y mueve prontamente desde dentro del hombre interior, y esta rápida moción es la primera cosa que nos hace videntes".
Es ella la que revela o hace perceptible la orientación íntima del corazón a la cual se asocia estrechamente su acción. De esta intimidad nace el fuego del amor o del conocimiento cuya fuerza no deja de crecer.
A propósito de esto, Ruysbroeck habla del encuentro del esposo, él lo asocia a lo que él llama la "conversión amorosa" y a los ejercicios interiores que de ahí emanan. “La gracia o la luz sobrenatural constituye - dice él - un primer punto, y de ahí resulta el segundo, el cual tiene relación con lo que viene del alma. Se trata de una libre conversión de la voluntad hacia Dios, la cual se efectúa en un momento del tiempo; es entonces que nace la caridad en la unión de Dios y el alma. Estos dos puntos dependen tan estrechamente el uno del otro que el uno no se puede efectuar sin el otro. Cuando Dios y el alma se unen en la unidad del amor, entonces Dios da su luz de gracia por encima del tiempo; y el alma se vuelve libremente hacia Él, fortificada por la gracia en un breve instante; es entonces que nace la caridad en el alma, venida de Dios y del alma misma".
De igual manera, los sufíes describen la interacción sutil de la irradiación divina y de eso que ellos designan como “la predisposición del corazón". T. Burckhardt, exponiendo la doctrina de Ibn ‘Arabi explica así uno de sus aspectos: "La predisposición del corazón no puede ser reconocida fuera de la irradiación divina . Es la irradiación que actualiza la predisposición, la que, como tal, permanece la cosa más escondida..." "No hay entonces nada en la receptividad del corazón que no sea la respuesta a la irradiación o revelación divina, cuyas fulguraciones ha recibido una y otra vez. Estas varían siguiendo los diversos "aspectos" o "nombres" de Dios, y este proceso no se agota jamás ni del lado de la irradiación divina, que es esencialmente inagotable, ni del lado de la plasticidad primordial del corazón".
En esta colaboración íntima de la gracia y del corazón, todos los místicos proclaman unánimemente que es siempre la gracia quien tiene la iniciativa. Ahí reside en efecto un aspecto esencial de la experiencia descrita.
Shiva toma la iniciativa concediendo su gracia, él inspira el amor y el amor se despierta, pues gracia y amor forman un ciclo sin fin, el amor llamando a la gracia y la gracia al amor. "Tú no estás satisfecho, Señor, si no es por el amor y no hay amor si tú no estás satisfecho. Sólo tú sabes como llevar remedio a este círculo vicioso", dijo Utpaladeva.
En el Sermón sobre el nacimiento eterno, el Maestro Eckhart dice: "Tú querrías estar bien preparado en parte por ti y en parte por Él, esto, sin embargo, no es posible. Antes que tú puedas pensar o concebir la preparación, Dios siempre va adelante".
"Dios – prosigue - está siempre a la puerta del corazón, esperando que se le abra. Ahora podrías decir: ¿ Cómo es esto posible ? Yo, sin embargo, no lo encuentro. ¡ Escucha ! Encontrarlo no está en tu poder. Más bien está en el Suyo. Si le place, entonces Él se muestra, y puede también esconderse si lo desea".
Por esa misma razón un sufí, Ibn 'Ata'Allah de Alejandría, dice: "Oh, Dios, búscame en nombre de tu Misericordia para que yo venga a Ti. Atráeme con tu Gracia para que yo retorne hacia Ti".
De esta gran libertad divina, no nos quejemos; es nuestra única oportunidad de escapar a las limitaciones de nuestra razón, de nuestro esfuerzo y de nuestra debilidad, como lo sugiere la oración de Dhou´l-Noun el Egipcio:
"Oh, Dios, nuestro Dios... Eres tú quien envía a tus criaturas una provisión de fuerza y de poder. Tú haces actuar a los seres según tu voluntad; ni la debilidad ni la tonta ignorancia pueden poner obstáculo a tu acción, ni la privación ni la sobreabundancia de una cualidad cualquiera pueden modificarla".
Vida Sobrenatural
Con la gracia nace la doble consciencia de la luz y de la pantalla, pero también el deseo único de la pura luz en adelante presentida o entrevista. Dice Rumi: "Esta luz compasiva que está en el origen de todo nacimiento".
Así cuando ella se manifiesta, también comienza una vida nueva llamada vida sobrenatural o vida de la gracia. Según Ruysbroeck: "vida intermediaria entre el sentimiento de ser en nosotros mismos y el de ser en Dios" hasta que el movimiento de amor que ella no cesa de alimentar y de intensificar nos haya traído de vuelta "a la unidad de la cual hemos salido en tanto que criaturas y al seno en el cual permanecemos esencialmente".
En realidad no existe más que la Esencia, pero hablamos de la gracia cuando, en medio del velo, percibimos su irradiación, o cuando, después de haberla tocado, recaemos en la oscuridad del velo, pero beneficiándonos de los efectos del develamiento.
Cuando no hay más juego de sombras y de luces, no hay más gracia, no permanece más que la Pura Luz, la única Luz en la que nos hemos transformado. La gracia se ha desvanecido en la Gloria.
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