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martes, 28 de septiembre de 2010

LA ADORACION ACERCA A LA LUZ

LA ADORACION ACERCA A LA LUZ


1. Reflexión

La adoración es inseparable de la luz, porque “Dios es Luz” (1 Jn 1,5). Esto implica que cuando nos postramos ante Dios y le adoramos como debemos, necesariamente estamos en la luz, aunque no seamos conscientes o aunque nos sintamos rodeados de sombras debido a dificultades que podamos estar viviendo. Si hablamos de la adoración a Jesucristo, tenemos que decir lo mismo, porque también es “luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9). El Maestro hace referencia a las consecuencias que se derivan de aceptarlo a él como luz cuando dice: ‘Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). El acercamiento a la luz no sólo protege contra las tinieblas, sino que nos hace partícipes de la luz: estamos en la luz y tenemos la luz. Por eso la adoración es inseparable de la luz, y por eso también a medida que nuestra adoración es más profunda, más verdadera, más en santidad... más estamos en la luz y mayor es nuestra participación en ella, aunque no tengamos conciencia psíquica de lo que está sucediendo.

Hablamos de una luz que escapa a los sentidos corporales, por eso tenemos que recurrir a la fe como condición previa y necesaria: “Creed en la luz, para que seáis hijos de luz” (Jn 12,36). Hay que creer en la luz antes de tratar con ella, pues si “el que se acerca a Dios ha de creer que existe” (Hb 11,6), y aplicamos este principio a la luz, podremos decir también: El que se acerca a la luz ha de creer que existe. Y el que cree en Dios, que Dios es luz y que la luz es una expresión de su gloria, sabe que cuando se acerca a la adoración está en la luz y participa de la luz aunque no la perciba. Las realidades espirituales sólo están a nuestro alcance a medida que Dios nos permite percibirlas, como se lo permitió a Pablo, cuando el Señor le salió al encuentro en su viaje a Damasco, según su propia confesión: “Hacia el mediodía, me envolvió de repente una gran luz venida del cielo; caí al suelo y oí una voz que me decía: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?" (Hch 22,6-7); o como se lo permitió a Pedro a quien, estando en la cárcel, se le “presentó el Ángel del Señor y la celda se llenó de luz” (Hch 12,7).

En el libro del Apocalipsis encontramos las explicaciones que Juan nos da acerca de sus visiones celestiales. La adoración ocupa en éstas un lugar preferente, hasta el extremo de que todo se unifica en ella. La adoración eterna es un aspecto del destino final de los redimidos, pero entretanto podemos participar ya de ella a medida que permanecemos en la luz, que es Cristo, y aceptamos prácticamente el mandato de que se nos ha dado en relación a la luz: “Ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz” (Ef 5,8). En fe, por supuesto, pero esperando el cumplimiento de la gran promesa que se nos ha dado: “El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad y los siervos de Dios le darán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22,3-5 ).

El Trono de Dios y del Cordero es la referencia de la adoración en plenitud de visión, de conocimiento y de experiencia, una vez desaparecidos los obstáculos que ahora se interponen y se manifieste lo que seremos. Cuando lleguemos a la morada del Padre de las misericordias, alcanzaremos también la plenitud y con ella la posesión plena de la luz en la que ya estamos, con tal que permanezcamos en Cristo, que es la luz, desde la acción de gracias “al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz” (Col 1,12).

2. Testimonios – Palabra profética

Visión durante la adoración: un grupo de adoradores anda por un camino. A lo lejos se divisa un río de fuego que atraviesa el camino. Algunas personas han empezado a atravesar el río de fuego sin pararse a pensar en nada, con la mirada levantada, apoyándose en una cruz como bastón y con el Libro de la Palabra en la otra mano. A cada paso que dan se levanta un puente que hace posible atravesar el fuego sin quemarse. El puente se llama FE. Otros, al ver el fuego, se han quedado y están pensando cómo atravesarlo sin quemarse. Pero, al retirar los ojos del Señor y mirar el fuego, el enemigo aprovecha para entretenerlos y causarles desánimo y miedo que les impiden atravesar el río. Al otro lado y en medio de un gran resplandor está, rodeado de gloria, el Señor que los recibe con los brazos abiertos en medio de una gran luz y gran paz. La parte central del puente está llena de ángeles.

Palabra: Tiempos difíciles se acercan. Sólo desde la adoración podréis andar ese tramo del camino.

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