“El Señor bendice a su pueblo con la paz” (Sal 29,11)
1. Reflexión
La Palabra revelada nos enseña que la paz es don y bendición de Dios para su pueblo, o, lo que es lo mismo, para los que siguen sus caminos. Dice el salmista: “Rebosan paz los que aman tu ley, ningún contratiempo los hace tropezar” (Sal 119, 165). Dios, que“no es un Dios de confusión sino de paz” (1 Co 14,33) ofrece su paz, sin excepción, a todos los hombres, a todos los que quieran recibirla. Pero aquellos que no aman al Señor y prefieren andar por sus propios caminos se autoexcluyen de recibir la verdadera paz. Por eso, los impíos y mundanos están lejos de alcanzar la paz. No es de extrañar, por tanto, que la Palabra del Señor, por medio del profeta Isaías, diga: “No hay paz para los malvados” (Is 48,22); los malvados son en este contexto los que desoyen los mandamientos del Señor.
Adoración y paz son dos conceptos directamente relacionados. Adorar al Dios verdadero produce efectos de paz en el hombre, mientras la adoración a los ídolos (todo aquello que no es Dios), impide recibir la paz verdadera, la que sólo Dios puede dar. En la medida en que una persona, pueblo o nación adora o deja de adorar a Dios tendrán paz o ausencia de paz. La historia que vivió el pueblo de Israel es para nosotros punto de referencia y aprendizaje para muchos temas. Una de las épocas más claras en que se puede apreciar la relación existente entre paz y adoración la encontramos en la época de los reyes que reinaron en Israel.
Cuando los reyes y el pueblo de Israel vivían apartados de Dios, adorando y sirviendo a los cipos y a los ídolos, olvidando la ley del Señor y haciendo lo malo a sus ojos, no encontraban paz, sino azotes, intranquilidad y derrotas, pues el Señor los entregaba en manos de sus enemigos. Por el contrario, cuando los reyes y sus súbditos se sometían al Dios vivo, le adoraban y pactaban alianza con él, cuando rompían los altares de los ídolos y disponían su corazón para buscar a Dios, llegaban tiempos de paz y prosperidad.
• Es esto lo que le sucedió al rey Asá, que “hizo lo recto y bueno a los ojos del Señor. Suprimió los altares del culto extranjero y los altos; rompió las estelas, abatió los cipos [...] hizo desaparecer de todas las ciudades de Judá los altos y los altares de incienso; y el reino estuvo en paz bajo su reinado” (2 Cr 14,1-4).
• El propio Asá constató que el tiempo de paz de que gozaba su pueblo se debía a la correcta relación que tenía con el Señor: “Hemos buscado al Señor, nuestro Dios, y por haberle buscado, él nos ha dado paz por todas partes” (2 Cr 14,6).
• El profeta Azarías, anticipó lo que sucedería en el futuro: “En aquellos tiempos -refiriéndose a los tiempos en que el pueblo viviese apartado de Dios- no habrá paz para los hombres, sino grandes terrores sobre todos los habitantes de los países (2 Cr 15,4), mas cuando en su angustia se vuelva al Señor, el Dios de Israel, y le busque, él se dejará hallar de ellos” (2 Cr 15,5).
La historia se repite y el principio es inamovible: cuando el hombre le da la espalda a Dios, y decide vivir a su manera, se queda sin su paz; pero cuando entra por el camino de la conversión, rechaza toda idolatría y se postra ante él de corazón, experimenta la paz que sólo Dios puede dar. ¿No podrían servirnos de lección tantas y tan claras experiencias del pueblo de Israel?
2. Palabra profética
• Cuando os dejáis humillar y vivís la humillación, también entonces se está produciendo en vosotros la victoria de mi Espíritu. El dolor y la humillación, vividos en mí y conmigo, traen frutos de paz y de gozo. No los rechacéis.
• Si pasáis por la puerta estrecha, encontraréis la plena libertad, el gozo, la paz; me encontraréis a mí. Seguid caminando y no tengáis miedo; yo estoy con vosotros, yo he vencido todo en la Cruz. Yo traigo la paz a vuestros corazones, a vuestras mentes, a vuestro espíritu. Confiad en mí y seguidme.
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