“El que está en Cristo es una nueva creación”
(2 Co 5,17)
- Reflexión
Como consecuencia del pecado original, la vida de cada ser humano durante su paso por la tierra está llamada a ser una vida en transformación constante. Esa transformación consiste en el paso del hombre viejo al hombre nuevo, del hombre que nace en pecado y comienza viviendo bajo el poder del pecado al hombre que nace a una vida nueva, que es la vida en Cristo, y crece en ella.
Este proceso de transformación, que nadie puede esquivar si quiere tener la nueva vida en él, fue anunciado por Dios a través del profeta Ezequiel hace veintiséis siglos aproximadamente: “Les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo su Dios” (Ez 1019-20). Esta promesa se hizo posible a partir de Cristo y el Espíritu que él pidió al Padre para los discípulos.
El hombre natural que sólo conoce a Dios a través de la creación no puede adorarle como el verdadero cristiano, en el que mora el Espíritu del Señor, que lo capacita para adorarle de un modo nuevo; el creyente, el nacido de agua y de Espíritu (cf. Jn 3,5), cumple los requisitos necesarios para adorar al Padre a través del Hijo, por medio del Espíritu Santo. Y a medida que el hombre nuevo adora así a Dios se va transformando en aquello que adora, pues sucede lo que dice el apóstol Pablo: “Todos nosotros que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosa” (2 Co 3,18). De este modo la adoración es una gran ocasión para que la vida del discípulo del Señor vaya cambiando a partir de la entrega a Dios en la adoración y la docilidad al Espíritu que trabaja en él para transformarlo.
Esta transformación deberá notarse en todas las áreas de la persona, principalmente en las potencias que gobiernan más poderosamente su vida:
· Se transforma su mente que va dejando los criterios del hombre viejo y los va sustituyendo por los del hombre nuevo, que es Cristo: “Transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios” (Rm 12,2).
· Se transforma su voluntad, que en vez de ponerse de acuerdo con los apetitos de la carne y colaborar con ellos para satisfacerlos, busca la voluntad de Dios mientras pone su corazón y su esperanza en las realidades celestiales: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios” (Col 3,1).
· Y de este modo se transforma también su vida, porque su forma de obrar ya no es la antigua, en la que prevalecían sus intereses y sus apetitos, sino la nueva vida en Cristo que “murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co 5, 15). Por eso Pablo podía afirmar: “Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que ya vivamos ya muramos, del Señor somos” (Rm 14,8).
Ahora bien, el resultado final de esta transformación sólo será completo y llegará a su fin en la vida eterna donde no cabe el pecado, porque todo “lo ilumina la gloria de Dios” (Ap21,23), y el hombre vivirá perfectamente purificado y santificado. Se habrá cumplido en cada criatura celestial lo que narra Juan en el Apocalipsis: “Ésos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero. Por eso están delante del Trono de Dios, dándole culto día y noche en su Santuario” (Ap 7,1415).
2. Palabra profética
En tiempo de adoración al Señor:
- La adoración es el taller de la transformación.
- Aquí puedo llevar a cabo la obra que quiero realizar en vosotros. Aquí os puedo modelar, aquí puedo quemar vuestras basuras y transformaros. Aquí puedo despojaros de cuanto os sobra, para que pueda resplandecer mi luz y mi verdad”.
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