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martes, 28 de septiembre de 2010

EL PAPA MISERICORDIOSO.

 


Lucas 15, 1-32 Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publícanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: "Ése acoge a los pecadores y come con ellos."

Jesús les dijo esta parábola: "Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido."

Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:

¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido."

Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta."

También les dijo: "Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna."

El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros."

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo:

"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo."

Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."

Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo.

Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.

Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud."

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado."

El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."


Los cristianos en las circunstancias actuales andamos desconcertados. Una ola creciente de materialismo nos invade, han muerto casi todas las viejas utopías, una política monetarista y de realismo a ultranza se impone a todos los niveles; la sociedad se seculariza a marchas forzadas, parece como si en ella la barca de Pedro –la iglesia, comunidad de comunidades- fuera a hundirse. Y ante esto, los que todavía nos encontramos en el redil tenemos la tendencia a replegarnos para formar un círculo cerrado. Muchos se han ido, y los hemos despedido con tristeza y resignación. Otros no entran en el aprisco, porque el panorama no les atrae. Quedamos unos pocos que, replegados sobre nosotros mismos, nos dedicamos a salvar-conservar lo que nos queda, ya que mucho se ha perdido. Da la impresión de que se han ido las noventa y nueve ovejas, quedando sólo una, a cuya atención y conservación estamos dedicados por entero.

Dos parábolas del evangelio de Lucas, la de la oveja perdida y la de la mujer que perdió la moneda, y una tercera, la del hijo pródigo, invitan a un cambio de táctica y de estrategia.

Por muy malos tiempos que corran, por mucha adversidad que nos rodee, por muy grande que sea la ola de secularismo que nos invada, los cristianos no podemos dedicarnos a conservar lo que tenemos, pues cada vez iremos a menos. La actitud cristiana tiene que ser arriesgada, aunque no insensata: hay que dejar a buen recaudo lo que ya tenemos y salir del aprisco para buscar la oveja perdida; hay que barrer la casa para encontrar la moneda que se escondió entre las ranuras de las piedras del suelo; hay que recibir con brazos abiertos al hijo que se fue y, cuando esto suceda, hay que hacer una fiesta grande.

Lo que sucede es que, con frecuencia, no estamos dispuestos a esto. Nos resulta incómodo salir a buscar la oveja perdida o barrer toda la casa para hallar una sola moneda. Nos parecemos al hijo mayor de la parábola que prefería la ausencia de su hermano y no vio con buenos ojos la acogida del padre. Aquel hijo mayor no aprendió lo fundamental. Mientras en una familia falta un hermano, la familia está rota. No es posible ni la alegría ni la fiesta, o éstas son pasajeras e incompletas.
El plan de Dios de restaurar la familia humana, dividida desde Caín, exige una capacidad inmensa de olvido y de perdón. Y él no estaba dispuesto a perdonar, porque tampoco había aprendido a amar. Quien ama, perdona siempre, excusa siempre, olvida siempre. Por eso necesitó la lección magistral del padre, imagen de Dios, que acogió al hermano menor, mandó vestirlo de las mejores ropas, y organizó una fiesta por su vuelta.

Tal vez por esto nuestras comunidades no tengan mucha alegría: hay tantos hermanos que faltan... Falta tanto interés por ir a su búsqueda y acogerlos a su vuelta... No es extraño que, con esa estrategia de conservar y cuidar lo que tenemos, antes o después lo perdamos todo.

La promesa de Dios a Abrahán y sigue vigente: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo…” Dios habla de multiplicar y no de dividir o venir a menos. Ese Dios –que está dispuesto incluso a perdonar a su pueblo, que mientras Moisés subió al monte, se olvidó de Dios- mantiene su palabra.
Pero esta promesa requiere –para que se haga realidad- nuestra participación activa, buscando la oveja y la moneda perdidas y acogiendo al hermano que se ha ido, pero vuelve arrepentido. Nuestra comunidad tiene que ser extrovertida por naturaleza.
Pablo da gracias a Dios, porque ha experimentado en él mismo su compasión y perdón, confiándole el ministerio de anunciar el evangelio a los paganos, esos que no es que se hayan ido, sino que no han pertenecido nunca a la comunidad, y a los que hay que anunciar el evangelio.
No podemos quedarnos encerrados en nosotros mismos, tenemos que salir a buscar a quienes se han ido o a los que nunca han oído el mensaje del Señor para invitarlos a la fiesta de la comunidad. Para la oración  ACRECIENTA EN NOSOTROS, SEÑOR, EL AMOR.

- Para que nuestra comunidad cristiana no excluya ni margine a nadie, sino que viva profundamente la actitud misericordiosa que Jesús propone, roguemos al Señor...OREMOS

- Por todos lo que no tienen trabajo, que viven desempleados, que han sido excluidos del mundo laboral... para que no se resignen a la pasividad, sino que pongan sus energías al servicio de la transformación de esta sociedad que les excluye...OREMOS

- Para que no caigamos en la idolatría de adorar el becerro de oro, la idolatría de poner la consecución del dinero y la riqueza por encima de todo otro valor...OREMOS

Oración

Dios Padre y Madre de misericordia, que dejas a las noventa y nueve ovejas y te vas a buscar a la oveja extraviada: danos la gracia de imitarte con entrañas de verdadera misericordia en nuestra vida. Por Jesucristo nuestro Señor.



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